Imponer nuestra propia cultura en la instrucción religiosa impide el avance del evangelio.

“Si yo siguiera sus consejos sobre salud —le decía una pobre viuda a un misionero—, acabaría mi pensión del mes en tres o cuatro días”.

El misionero, ferviente reformador de la salud, la había animado entusiastamente a adoptar una lista de alimentos que se recomiendan en los escritos de Elena de White. Bien entendido en los hábitos alimentarios occidentales, nunca se había molestado en “indigenizar” sus conocimientos para adaptarlos a la cultura local. No se dio cuenta que los ingredientes, igualmente saludables para un régimen balanceado, se encontraban en el mercado local, y al alcance de su presupuesto.

Más o menos por ese mismo tiempo el presidente de un campo local llegó y dirigió su primera reunión de obreros. Uno de los pastores del lugar preguntó al dirigente extranjero si les podría permitir el uso de sus trajes regionales en sábado. Varios misioneros anteriores habían insistido en que los trajes negros y las camisas blancas con corbata eran la única indumentaria apropiada para el púlpito, aun cuando estaban en los trópicos y los vestidos de la región fueran modestos y mucho más cómodos que los trajes occidentales. El pedido tomó desprevenido al dirigente, pero tras reflexionar por un momento pensó que no habría nada de malo en que usaran sus trajes típicos. Después de todo, los cuadros que pintamos de Jesús lo presentan vistiendo ropas similares a los vestidos autóctonos de aquella región.

Un ejemplo mucho más serio de confusión ínter cultural fue lo que le ocurrió a un oficial civil, a quien llamaremos señor Ibrahim. Él era uno de los pocos cristianos en una de las regiones predominantemente musulmanas, y un ferviente estudioso de la Biblia, cuyo interés especial eran las profecías de Daniel y Apocalipsis. El señor Ibrahim era también muy hábil para evangelizar a su gente.

Un día, mientras el misionero examinaba detenidamente los registros de feligresía de su distrito, descubrió que el nombre Ibrahim no estaba en los libros. Sorprendido, el misionero lo visitó para saber por qué no estaba registrado. Con cierta tristeza el señor Ibrahim reconoció que nunca había sido bautizado. Pocos años antes, cuando aceptó el cristianismo y el mensaje adventista, era un polígamo y tenía dos esposas. El misionero procuró resolver el problema sugiriendo que el señor Ibrahim se divorciara de una de las esposas y se uniera a la iglesia con la otra. Este comprendió rápidamente que el ideal del matrimonio cristiano era la monogamia. El misionero le prometió ayudarle a decidir a cuál esposa sacrificar después de visitarlos en su hogar y observar a toda la familia.

Al ver la armoniosa relación que reinaba en el seno de ese hogar polígamo, cómo todos los niños amaban a ambas madres, el misionero concluyó que este hombre, esposo de dos esposas, cometería un gran pecado si se divorciaba de una de ellas. Un intento de rectificar una situación menos que ideal crearía un problema más grave. Sin embargo, atado como estaba al Manual de la iglesia, el misionero no sabía si debía bautizar o no al señor Ibrahim.

Estos incidentes, tan diferentes entre ellos, tienen un común denominador: el triste fracaso de ciertos líderes en comprender el poder y el significado de cada cultura.[1] El mensaje cristiano debe vestirse con la vestidura local de la gente a quien se le anuncia. Ignorar esta realidad ha detenido el crecimiento, estorbado la implantación de la iglesia y producido cristianos superficiales.

Conceptos Influyentes

Examinemos cuatro conceptos que afectan nuestra capacidad de evangelización en la diversidad de culturas. Luego revisaremos algunos modelos donde se revelan los principios que rigen la comunicación intercultural. Finalmente, intentaremos establecer algunos principios para una metodología de contextualización adventista.

1.Concepto de lenguaje y palabras. La gente cree que cuando entiende las palabras que escucha, también capta el significado correspondiente. Pero no siempre sucede así. Las dificultades están siempre presentes dentro de nuestro propio lenguaje monocultural; cuánto más si vamos a otra cultura para explicar palabras bíblicas, expresiones idiomáticas e imágenes establecidas en una antigua cultura del Medio Oriente. Nosotros damos por sentado muchas metáforas bíblicas. Por ejemplo, el buen Pastor de Juan 10 nos ilustra efectivamente el amante cuidado que Dios tiene por nosotros. Sin embargo, para los Hausas, del Norte de Nigeria, el pastor es símbolo de pobreza y debilidad. Por tanto, el lenguaje bíblico debe interpretarse acorde con cada situación a fin de proyectar la idea o el significado que se quiere dar.

Otro símbolo bíblico, el dragón profético de Apocalipsis, nos comunica claramente a los cristianos de las culturas occidentales la enemistad de Satanás contra Dios y su pueblo. Sin embargo, en China, dicho símbolo conlleva un significado completamente opuesto. En el pasado representaba al emperador mismo. Incluso hoy representa a la autoridad y la buena suerte. En el Año del Dragón (1988), los padres chinos pensaban que los niños nacidos en ese año recibirían bendiciones especiales.

En estos dos casos, el lenguaje y los conceptos bíblicos deben explicarse y reinterpretarse correctamente antes de ser aplicados.

2.Concepto de tiempo. El concepto bíblico del tiempo es lineal. En occidente, dada nuestra herencia judeo-cristiana, hemos cultivado este sentido del tiempo: concepto de la historia, responsabilidad en el presente, y un futuro significativo. Sin embargo, tal concepto es extraño a muchas tradiciones no cristianas; por ejemplo, en el caso de algunas tribus africanas entre las cuales estamos bautizando a muchas personas: explicar a los africanos el concepto bíblico del futuro no es fácil, por la sencilla razón de que los eventos aún no ocurridos no tienen ningún significado.[2] La visión indígena del mundo considera que el tiempo es cíclico, un discurrir ininterrumpido de la vida y de la muerte en un infinito patrón de la existencia a la no existencia.[3] En una cultura tal, enseñar el tiempo profético resulta contraproducente. Y sin embargo, eventos relacionados con el tiempo, como el juicio investigador y la obra de Cristo en el santuario celestial, siguen siendo esenciales y deben proclamarse.

3.Concepto de moral y ética. Los manuscritos hebreos y griegos que comprenden la Escritura son traducidos cuidadosamente a muchas lenguas, preservando intactas las ideas originales. Sin embargo, la gente que escucha el texto bíblico lo interpretará naturalmente a través de su propia visión cultural. Ciertamente éste es el caso de la prioridad y la ética. Cierto maestro de Biblia tenía en su clase tanto estudiantes del tercer mundo como los provenientes de un fondo cultural occidental. Cuando consideraron la historia de José en Egipto, el maestro preguntó cuál era la lección más importante que había que sacar. Los estudiantes occidentales sugirieron que la negativa de José a cometer adulterio con la esposa de Potifar era en extremo significativa. La respuesta se desprende, obviamente, de la preocupación occidental por el pecado sexual y la infidelidad matrimonial. Sin embargo, algunos estudiantes de regiones culturales donde la lealtad y la solidaridad familia, son lo más importante podrían haber enfatizado la activa preocupación de José por su padre y por sus hermanos durante la época de hambruna.

Incluso los diez mandamientos deben filtrarse a través de la comprensión cultural del lector. El quinto mandamiento, por ejemplo, nos insta: “Honra a tu padre y a tu madre” (Exo. 20:12). Para un cristiano chino, este mandamiento fortalece el papel tradicional de la autoridad paterna, el lugar donde vive su descendencia, con quién se casan sus hijos, qué ocupación eligen, y cómo ordenar su riqueza. Para algunos cristianos norteamericanos y europeos, el mismo mandamiento parece inducirlos a poner a sus padres ya viejos en asilos de ancianos, preservando así el preciado concepto occidental de la independencia.

4.Concepto de los métodos para la ganancia de almas. Para el occidental, la organización y el dinero son muy importantes en todos los aspectos de la vida. Aun cuando se trate de estrategias para el evangelismo, los dirigentes cristianos occidentales estudian ampliamente la cantidad de dinero que deberá reunirse y gastarse y qué nivel de la administración de la iglesia se responsabilizará de los diferentes programas de evangelismo. En rigor, las iglesias occidentales han “institucionalizado” los dones espirituales del evangelismo, la administración y la contribución. En muchas regiones no occidentales del mundo, donde experimentan gran crecimiento, sin embargo, las estrategias institucionalizadas no son importantes, no al menos en el nivel donde la ganancia de almas ocurre. Para ellas, lo que cuenta es la gente y el Espíritu Santo. Ellos consideran la testificación como parte inherente a su feligresía. En sus mentes, el evangelismo no depende de especialistas, finanzas, y organizaciones, por importantes que éstas sean en su debido lugar. Jesús mismo habló del dinero, pero no exactamente como un medio de evangelismo. Su preocupación era la competencia que hace el dinero contra Dios por el control del alma (Mat. 6:24). El evangelismo ocurre naturalmente puesto que una persona convertida estará siempre lista y dispuesta a testificar donde y cuando las circunstancias lo hagan posible, independientemente de cuáles sean las condiciones económicas.

¿Cómo actuamos nosotros los adventistas frente a todo esto? ¿Estamos preparados para aceptar que las diferentes culturas del mundo tienen sus propias interpretaciones de las enseñanzas bíblicas? Nosotros creemos en una iglesia, una doctrina y un fondo financiero común. Tenemos un “evangelio eterno” que comunicar a “toda nación, tribu, lengua y pueblo”. ¿Es permitido adaptar aspectos de este mensaje especial a las múltiples y diferentes culturas? ¿Hay principios de la enseñanza bíblica, y nuestra particular aplicación adventista de ellos, que son intercambiables? ¿Será, incluso posible, que algunas de nuestras “creencias adventistas”, hayan sido influenciadas hasta cierto punto por los factores culturales que permeaban el lugar y el tiempo en que fueron establecidas?

Tres modelos

Estudiemos brevemente tres modelos en los que la inspiración parece revelar algunos principios de evangelismo intercultural. Podrían servir como pautas para el evangelismo adventista de misión global.

1. El ejemplo de Jesús. Cristo, al venir a la tierra, era uno en cultura y costumbres con el pueblo al cual vino a salvar (Juan 1:11-14; Fil. 2:5-11). Su estilo de vida, sus prácticas, su lenguaje y sus enseñanzas ilustradas estaban inmersos en la cultura palestina, en las tradiciones judías, y en una visión hebrea del mundo. E incluso aquí pareció centrarse más en Galilea que en Judea. Intentó, no cabe duda, establecer una fortaleza en una unidad homogénea, antes de comisionar a sus seguidores a que diseminasen la verdad. Consideremos la visita de Jesús a Sicar y su conversación con la mujer samaritana, donde él hizo una clara distinción entre los absolutos divinos y las normas culturales judaicas. En primer lugar, vemos que le habla espontáneamente, contraviniendo las costumbres judías establecidas. Es posible que nunca más tuviera otro encuentro con ella en el pozo de Jacob. Allí, las prácticas rabínicas prescribían que “un hombre no debería entablar conversación con ninguna mujer en la calle, ni siquiera con su propia esposa, mucho menos con otra mujer, no sea que surjan rumores”.[4]

Los discípulos, al regresar de compras mientras Cristo los esperaba junto al pozo, “se maravillaron de que hablaba con una mujer” (Juan 4:27). Quizá equiparaban las costumbres judías con los absolutos divinos. Jesús siguió las costumbres judías cuando no contradecían los absolutos divinos, sabiendo que una desviación innecesaria en asuntos menores, podría perturbar su ministerio entre los judíos tradicionalistas. Las costumbres samaritanas, muchas de las cuales diferían, sin duda, de las judías, no estaban necesariamente en desacuerdo con la ley de Dios. La verdad divina puede expresarse de muy diversas maneras dependiendo de las formas culturales, y deberíamos estar dispuestos, en general, a aceptarlas mientras la esencia del evangelio permanezca intocable.

En este notable ejemplo de ministerio intercultural junto al pozo de Jacob, Jesús mostró que la moral y la ética no han de ser interpretadas por una sola forma cultural. Su experiencia con la mujer samaritana nos da una profunda visión de los métodos más apropiados de evangelismo personal.

2. El ejemplo del apóstol Pablo. El apóstol Pablo fue el misionero por excelencia. Su educación en la diáspora y su dominio de varias lenguas contribuyeron a su gran capacidad de adaptación y a su exitoso ministerio intercultural. A esto debemos añadirle, por supuesto, la dirección y la obra del Espíritu Santo.

Pablo se acomodó y adaptó su mensaje a las diferentes culturas, e incluso a las religiones de sus conversos en perspectiva: “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos, como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él” (1 Cor. 9:19-23).

Se registra un caso en la experiencia misionera del apóstol, donde aplicó sus principios de adaptación intercultural. Los judíos cristianos que vivían fuera de Palestina tenían problemas para aceptar a los gentiles que eran incircuncisos y comían carne sacrificada a los ¡dolos. La alarma que experimentaban se intensificó a medida que el evangelio se esparcía fuera de la sociedad judía. El peligro de un cisma en Antioquía requería la instauración de un concilio especial en Jerusalén (Hech. 15:1-35). Entre otras cosas, los dirigentes de la iglesia estaban convencidos de que los gentiles conversos debían abstenerse de “lo sacrificado a los ídolos” (vers. 29).

El concilio de Jerusalén se celebró en el año 49 d.C. Ocho años más tarde, el apóstol, escribiendo a los corintios (1 Cor. 8:1), hizo del asunto de la comida sacrificada a los ídolos un acto de conciencia personal y de fortaleza interpersonal al fomentar relaciones saludables de compañerismo cristiano. ¿Detectamos aquí principios guiadores para el ministerio intercultural? Pablo, en 1 Corintios 8, proclama los absolutos divinos; por ejemplo, que hay un Solo y Verdadero Dios (vers. 4), y el amor fraternal (vers. 12, 13), que se aplican universalmente a todos los cristianos, pero siempre los distingue de las variables culturales, como por ejemplo, el comer carne sacrificada a los ídolos. ¿Estamos preparados para tomar una posición similar cuando el mensaje adventista tiene que enfrentar las barreras culturales?

3. El ejemplo de Elena de White. Elena G. de White escribió lo siguiente en 1895: “El que trabaja en campos extranjeros llegará a estar en contacto con toda clase de personas y toda variedad de mentes, y hallará que se necesita emplear diferentes métodos de trabajo para satisfacer las necesidades de la gente. Un sentimiento de su propia ineficiencia lo impulsará a acudir a Dios y a la Biblia para obtener luz, fuerza y conocimiento”.[5]

“Los métodos y los medios por los cuales logramos ciertos fines no son siempre los mismos. El misionero debe hacer uso de la razón y el criterio. La experiencia le indicará la conducta más prudente que se haya de seguir en las circunstancias existentes. Sucede a menudo que las costumbres y el clima de un país crean un estado de cosas que no se toleraría en otro. Deben hacerse cambios para beneficio de la obra, pero no es prudente ser demasiado abruptos”.[6]

Elena G. de White revela en las precedentes declaraciones que tenía un sentido antropológico instintivo. Ella no supone que es posible transmitir el mensaje puro de la Biblia sin modificación para el oyente. Jesús se identificó en su encarnación completamente con nosotros de modo que pudiera comunicarnos el mensaje de Dios, y sin embargo, no perdió su propia identidad. Mientras llegaba a ser hombre, no dejó de ser Dios. En nuestra lucha por adaptamos nosotros mismos a las ideas peculiares de la gente, también debemos preservar nuestra identidad. Los misioneros deben deshacerse de todo, excepto de su autenticidad personal.

La contextualización adventista

Consideremos ahora algunas ideas acerca de cómo afrontar los desafíos interculturales. El cristianismo occidental supone que muchas de sus costumbres son absolutos espirituales aun cuando no se ordenen en la Santa Escritura. Entre éstos están la arquitectura y la dedicación de nuestras iglesias, la forma en el vestir, el culto, la oración, la función del hombre y de la mujer, el papel de los laicos y los ministros, los servicios fúnebres, las ceremonias nupciales, el nombramiento de los oficiales de la iglesia, el presupuesto de la iglesia, la frecuencia en la celebración de la comunión, y así por el estilo. Estos elementos que conforman la vida de nuestra iglesia tienen su lugar; resulta difícil imaginar al adventismo sin ellos. Sin embargo, recordemos que la cultura occidental ha colocado su sello sobre muchas costumbres que la inspiración no endosa ni condena.

La contextualización es un principio que debe regir todo servicio misionero efectivo. La palabra empezó a usarse en 1972, aunque los principios

implícitos habían sido instrumentados dondequiera el mensaje de Dios había sido predicado en diferentes culturas. Contextualización significa literalmente “poner en contexto”. En un sentido práctico, implica presentar el evangelio dentro del marco de la cultura local. La contextualización amplia toma en cuenta todos los factores que constituyen las relaciones entre una comunidad y otra diferente, incluyendo asuntos sociales, económicos y políticos.

En la comunicación intercultural contextualizada, las dinámicas de la proclamación del evangelio son multidimensionales. Cuando menos tres culturas deberían tomarse en cuenta:

1. La cultura de la Biblia. En las Sagradas Escrituras tenemos una expresión de la voluntad eterna de Dios para la humanidad. Es sumamente significativo que la enseñanza bíblica se entiende correcta- mente en su marco original. Sin embargo, la enseñanza y los relatos de la Sagrada Escritura deben entenderse en su antiguo marco oriental (Oriente Medio). En este sentido, los estudios realizados en tales disciplinas como fondo bíblico, arqueología e historia antigua, son de gran importancia.

2. La cultura de los misioneros que llevan el evangelio. Los misioneros deben posponer su propio punto de vista del mundo y sus sistemas de valores. Deben saber cómo entender objetivamente la diferencia entre lo que, en su propia experiencia, es bíblicamente establecido y por lo tanto debe ser preservado y proclamado, y lo que responde básicamente a la cultura, y por lo tanto puede prescindirse de ello. El apóstol Pablo, mientras desarrollaba su trabajo misionero en el imperio romano, tuvo que decidir cuáles eran los principios universales de Dios que nos comprometen a todos, en todo lugar, y cuál era cultura judía, y por lo tanto no obligatoria para los creyentes gentiles.

Para el misionero adventista, la observancia del sábado es un punto que viene al caso. La Biblia enseña que el sábado es el memorial de la creación, un día de descanso, en el que no se permite ningún negocio ni trabajo. Sin embargo, para honrar este absoluto, las normas de conducta diferirán algo de Godthaab en Groenlandia y Georgetown, Guyana. El clima influirá ciertamente en las actividades del sábado por la tarde. Sin embargo, en ambos lugares el precepto bíblico de la observancia del sábado debe mantenerse.

3. La cultura del pueblo receptor. Lo que intentamos con este artículo es lograr que se aprecie la importancia de comprender las presuposiciones y costumbres culturales. Los misioneros deben tener genuino interés en la gente a quien sirven, la cual requiere que estudien la religión y la cultura local. Recientes avances en la religión comparada, la antropología y la sociología fortalecen nuestro aprecio por los factores que influyen en la sociedad. Estos abarcan las dinámicas legales, educacionales, religiosas, económicas, políticas y sociológicas de una comunidad. Todos ellos son significativos cuando aplicamos el mensaje adventista a una cultura en particular, puesto que cualquier énfasis en la totalidad cristiana afecta la salud, la educación, el bienestar, la mayordomía, y otras realidades de la vida.

Aquí conviene insertar una nota de advertencia. Las iglesias cristianas corren el peligro de perder el control de la pura doctrina y los objetivos éticos cuando aceptan sin análisis que la Palabra de Dios está siempre y en todo lugar histórica y culturalmente relacionada. El proceso de contextualización suscita definitivamente algunos problemas. Adaptar las enseñanzas bíblicas a las culturas del mundo pone al comunicador en contacto con elementos que son falsos, malos, e incluso satánicos. El triste resultado de ir demasiado lejos es un peligroso sincretismo donde elementos religiosos opuestos se ven forzados a coexistir.

¿Qué principios aplicamos en este proceso de contextualización? ¿En base a qué pautas aceptan o rechazan los misioneros costumbres culturales? Como ya se ha mencionado, los absolutos bíblicos y la cultura universal deben constituir el factor determinante en la contextualización. El evangelio es tanto un asimilador como un juez de las culturas. Probablemente la mayoría de los rasgos culturales puedan aceptarse y usarse con éxito como vehículos para el mensaje cristiano. Sin embargo, en todas las culturas, incluyendo la nuestra, hay costumbres que el evangelio condena, y aquello que las Escrituras rechazan, debe ser igualmente rechazado por los misioneros y los líderes nacionales.

Otra consideración es la adopción de un elemento cultural que perturba a las conciencias súper sensibles. Aquí nos relacionamos en electo con el problema del “hermano débil” de 1 Corintios. Pablo dijo que él era libre de comer carne sacrificada a los ídolos, pero que no ejercitaba esa libertad para no ofender a algún hermano. Si bien la conciencia débil debería respetarse, también ésta debería educarse para llegar a ser cada día más fuerte.

Conclusión

La misión de llevar el evangelio eterno de Dios a las naciones del mundo presenta el gran desafío de saber adaptarse a muchos grupos culturales. Sin embargo, tal contextualización es el elemento más significativo en el evangelismo efectivo. Facilita la transición de nuevos conversos de su experiencia previa al cristianismo. También aumenta el número de conversos, puesto que pueden unirse a la iglesia sin tener que afrontar barreras raciales, lingüísticas o de clase. Todo esto armoniza con el Concilio de Jerusalén del Nuevo Testamento donde Santiago, su vocero, concluyó: “Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios” (Hech. 15:19, la cursiva es nuestra).

Ya pasó el tiempo en que el misionero/ministro/teólogo podía permanecer insensible a los factores culturales. Nosotros no podemos predicar y enseñar de una misma forma a cada audiencia, sea ésta africana o armenia, musulmana o budista, católica o confucianista. Que el Señor de la misión nos dé sabiduría para diferenciar entre los principios universales que debemos proclamar en todo el mundo y las variables opcionales de las culturas.


Referencias

[1] Para los propósitos de este artículo lo, definiríamos cultura como: Un sistema integrado de creencias (acerca de Dios, de la realidad o del significado final), de valores (acerca de lo que es verdadero, bueno, bello y normativo), o costumbres (cómo comportarse, relacionarse con otros, hablar, orar, vestir, trabajar, jugar, negociar, laborar en el campo, comer, etc.), o principios institucionales que expresan estas creencias, valores y costumbres (gobiernos, tribunales, templos o iglesias, familia, escuelas, hospitales, fábricas, tiendas, sindicatos, clubes, etc.), que ligan a una sociedad y le dan un sentido de identidad, dignidad, seguridad y continuidad.

[2] John S. Moti, African Religions and Philosophy (New York: Anchor Books, 1969), págs. 19-23.

[3] Hiebert, pág. 358.

[4] G. A. Buttrick, The Interpreter’s Bible, 12 tomos. (Nashville, TN.: Abingdon Press, 1923), tomo 8, pág 530.

[5] Elena G. de White, Testimonios para los ministros (Mountain View, Ca.: Pacific Press, 1923), pág. 213.

[6] Elena G. de White, Obreros evangélicos (Mountain, View, Ca.: Pacific Press Pub. Assn., 1974), págs. 483, 484.