Cuando transformamos en un hábito la práctica de ir a la Fuente como un balde vacío que luego se llena, también estaremos satisfechos con los resultados.

Con frecuencia, los pastores se encuentran tan ocupados y comprometidos con el trabajo de conservar sus iglesias en funcionamiento, que rara vez tienen o reservan tiempo para alimentar la comunión con el Señor de la iglesia. Emplear tiempo contemplando lo Divino, cuando se necesita hacer cosas más tangibles y mensurables, parece una actitud impropia o anacrónica. A la luz de las actividades pastorales, algunos ven la contemplación de Dios como una extravagancia que puede ser postergada para una ocasión más conveniente.

Desde la antigüedad hasta nuestros días, los hombres y las mujeres de profunda y significativa experiencia espiritual siempre fueron los que dieron máxima prioridad al hecho de encontrar lugar para Dios en su vida.[1] Desde Abraham, Isaac y Jacob, hasta Madame Guyon, George Muller, David Brainerd y Elena de White, esos hombres y mujeres mantuvieron una comunión con lo Divino que es envidiable y, al mismo tiempo, alcanzable. Pero ¿cómo puede un pastor del siglo XXI, sobrecargado por sus múltiples responsabilidades, separar tiempo para desarrollar una espiritualidad durable, funcional y vital? En otras palabras, ¿cómo pueden ser contemplativos los pastores?

Considere la siguiente cuestión: el pastor tiene bajo su responsabilidad varias tareas como, por ejemplo, la supervisión de los diferentes departamentos, reuniones de la Junta de iglesia y de la Junta escolar, estudios bíblicos, reuniones de oración, evangelización, aconsejamiento, la preparación de sermones y los cultos de adoración. Además de estas tareas, están las actividades en familia, que incluyen tiempo diario para la interacción, las reuniones de padres y maestros, Conquistadores, eventos infantiles como recitales de piano de los niños y otras actividades. Ante esto, la gran pregunta es: ¿Cuándo tendrá tiempo el pastor para desarrollar una espiritualidad que trascienda la experiencia cristiana apenas nominal frecuentemente encontrada en sus congregaciones?

Alguien podría pensar que el sábado proporciona la oportunidad esperada para que el pastor disminuya la marcha y beba en la presencia de Dios, como un deshidratado camello que ha luchado a lo largo del desierto y, finalmente, encuentra un oasis. Mientras tanto, cuando llega a la iglesia, casi inmediatamente alguna persona bien intencionada aparece para colocar una carga más sobre la proverbial joroba del camello. Y eso parece solo un presagio de lo que vendrá de los fatigados santos que no tuvieron la bienaventuranza de hablar con el pastor durante la semana.

Si los pastores no realizan esfuerzos determinados e intencionales para nutrir su espiritualidad, tarde o temprano descubrirán que el vacío de su vida se verá reflejado en la experiencia de la congregación. Como resultado, dejarán de sentir la pasión por el ministerio, y menos aún estarán equipados para desarrollarlo de manera eficaz.

Una de las señales indicadoras de esa indeseable postura es el intento de obtener placer a través de emociones extremas o artificiales. Eso puede incluir prácticas cuestionables en el culto, adición de dispositivos electrónicos o hasta la complacencia con pecados considerados pequeños en la vida, que ellos imaginan irrelevantes.[2]

Balde vacío y alma sedienta

Una presuposición bien conocida por todos es que nadie puede dar lo que no tiene. De manera semejante a lo que sucedió con los camellos del siervo de Abraham (Gen. 24:46), nuestros hermanos se precipitan sobre el pozo y esperan el momento de beber para saciar su sed. ¿Acaso nos atreveremos a ofrecerles un balde vacío o incluso nos acercaremos a la fuente sin él? ¿Qué sucedería si nos viéramos como vasijas vacías yendo diariamente a la fuente abundante y removiendo todo obstáculo que nos impidiera el acceso a la refrescante Agua de vida? De acuerdo con el evangelio de Juan, Cristo nos da una idea clara de los resultados de tal actitud: “Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14).

Siempre que reservamos tiempo para ir a la Fuente, algunas cosas maravillosas suceden. Fue junto a una fuente que Eliezer obtuvo respuesta a su oración. Fue junto a una fuente que Jacob descubrió al amor de su vida. Junto a la fuente, Moisés consiguió para sí una ayudadora que lo acompañó en el ministerio. Fue en la fuente de Jacob que la mujer samaritana, que antes había tenido cinco maridos, finalmente encontró al hombre que no solo sació su sed, sino también hizo de ella una “fuente de agua que salte para vida eterna”. Cuando transformamos en un hábito la práctica de ir a la Fuente como un balde vacío que luego se llena, también estaremos satisfechos con los resultados. Y, al hacer así, nuestro ministerio crecerá cada vez más. Pero la cuestión que no podemos evitar sigue siendo: ¿Cómo podemos encontrar tiempo para ir a la fuente, con el objetivo de poder desarrollar una espiritualidad efectiva, consistente y vital?

Eliezer, Jacob, Moisés y la mujer samaritana fueron a la fuente en medio de sus actividades diarias. De manera semejante, descubrí que también puedo ir diariamente a la fuente de la comunión con Dios y encontrar fuerza, consistencia y vitalidad espiritual, incluso en las horas en que realizo mis actividades habituales. es esencial que los pastores tengan un plan de acción para su propia nutrición espiritual. Benedicto de Nursia llamaría a este plan una “Regla”.[3] Esta regla permite un ritmo espiritual que ayuda a toda persona a estar en la presencia de Dios, a través de diferentes prácticas espirituales. Por ejemplo, la práctica de la soledad permite contrapesar el compañerismo grupal y proporciona más tiempo disponible para la meditación y en la vida diaria o la rutina de cualquier persona que esté empeñada en mantener la comunión con el Señor.

Dallas Willard, en su libro Spirit of the Disciplines [El espíritu de las disciplinas], afirma: “Por medio de la fe y de la gracia, podemos asemejarnos a Cristo, practicando las mismas actividades que él realizó, organizando nuestra vida alrededor de las actividades que él practicó, con el fin de permanecer ininterrumpidamente

En busca de un ritmo espiritual

En todo tiempo, nuestra vida espiritual está siendo formada o deformada. Por causa de nuestra naturaleza pecaminosa, naturalmente nos precipitamos a la degeneración. Consecuentemente, la oración.

Esta regla también brinda la oportunidad de conservar su intención a lo largo del día, la semana, el mes e, incluso, del año. Una regla cuidadosamente orquestada incluso permitirá la incorporación de varias disciplinas espirituales en la compañía de su Padre”.[4]

Las palabras clave en esta irrefutable declaración de Willard son: “organizando toda nuestra vida”. El principal objetivo de tener una regla espiritual es que seamos ayudados en la organización de nuestra vida, y encontremos espacio para que el Espíritu Santo opere creativamente en nosotros y nos ponga en el camino trazado por él. Podemos aprender ese camino al observar las disciplinas que Jesucristo practicó y enseñó en los Evangelios.

Henry David Thoreau escribió: “Fui al bosque porque deseaba vivir pausadamente… Deseaba vivir intensamente”.[5] En el bosque, fue habilitado para centrar su atención en las cosas que lo rodeaban, sin restricción de tiempo ni otras consideraciones. Normalmente, a los pastores no se les da la posibilidad de tener dos años sabáticos. Pero, aun así, podemos vivir pausada e intensamente si tenemos el objetivo de no permitirnos ser capturados por la rápida corriente de las tareas múltiples, el apremio y la recarga de trabajo. Creo que esa tríada fue inventada en el laboratorio del demonio. Cada uno de esos elementos acostumbra a destruir nuestra devoción, nuestras energías y, por lo tanto, limitan “al Santo de Israel” (Sal. 78:41).

Para deshacerse de esa trampa insidiosa, primeramente, sustituya las varias tareas consideradas urgentes por lo que realmente es importante. Eso abre camino al comienzo de la meditación, que lleva a la conquista del tiempo dedicado a Dios. De acuerdo con Kees Waaijman, la “contemplación es el acto de entrar en un espacio en el que, en completa atención, se puedan observar los movimientos de lo Divino”.[6] Es estar totalmente dedicado a la actividad que se está haciendo, totalmente concentrado en ella. Es realizarla de todo corazón, y orar como el salmista: “Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad; afirma mi corazón para que tema tu nombre” (Sal. 86:11). Todo lo que hagamos debe ser realizado con la devoción de toda nuestra atención. Como resultado, creo que veremos a Dios moverse en todas nuestras actividades, de maneras que nunca habíamos percibido.

En segundo lugar, trabaje para eliminar la ansiedad, “disminuyendo la velocidad” en su vida. En la fila para pagar en el supermercado o en la oficina postal, deje que el que está detrás de usted pase primero. Niegúese a competir contra el reloj. Conduzca más lentamente, hable más lento, camine con lentitud, y se maravillará de la manera en que esto ayudará a desarrollar la paciencia y un estilo de vida contemplativo.

En tercer lugar, la ocupación excesiva se convierte en un flagelo para la vida espiritual interior. “Cierta vez, Thomas Merton dijo que el mayor problema espiritual de nuestro tiempo consiste en la eficiencia, el trabajo, el pragmatismo; dedicamos tanto tiempo a correr detrás de estas cosas, que nos queda poco tiempo para todo lo demás”.[7] Estaba en lo correcto. En el esfuerzo por ponernos a tono con nuestras responsabilidades personales, la tecnología, la familia, el trabajo, los acontecimientos mundiales, la educación continua y tantas otras cosas, empujamos a Dios a la periferia. Así nuestra vida espiritual se hace superficial. La preparación de sermones pasa a ser nuestro estudio de la Biblia. La oración en público y con otras personas toma el lugar de la oración personal.

Estamos tan preocupados y ocupados en hacer la obra del Señor, que terminamos sin tiempo para el Señor de la obra. “Debemos estar dispuestos a ser interrumpidos por Dios”, dijo Dietrich Bonhoeffer. “Dios constantemente se cruzará en nuestro camino, y cancelará nuestros planes al enviarnos personas que demandarán nuestra atención y nos pedirán cosas… no debemos asumir que nuestra agenda nos pertenece, sino que debemos permitir ser gobernados por Dios”.[8]

La contemplación como praxis

Vivir contemplativamente es contrario a la cultura occidental contemporánea. Los que han llegado a ser contemplativos lo hicieron por decisión intencional. Se deben tomar decisiones difíciles para no quedar atrapados en las normas prevalecientes que tienden a inundar nuestra vida. Decisiones así cambian radicalmente los paradigmas, y son un esfuerzo contracultural que produce beneficios eternos. Es radical porque fluye contra el criterio convencional.

Vivir contemplativamente significa confiar en Dios para todas las cosas y en todos los momentos, ignorando la tiranía de lo urgente, viviendo en sintonía con la naturaleza, notando lo imperceptible, observando y escuchando con ojos compasivos y apreciativos. Puede ser comparado con un viaje planificado, equivalente a transitar a lo largo del país con planes de detenerse en tantos sitios históricos como sea posible y, ocasionalmente, salirse de la ruta para disfrutar de algún atractivo turístico. El compromiso de la persona contemplativa es planeado con la idea de que Dios puede querer interrumpir o alterar algo. Si bien es planeado en todos sus detalles, el compromiso debe permitir alguna flexibilidad. El contemplativo no se opone a las intromisiones. Las ve como desafíos y oportunidades; ocasiones que la vida ofrece, de las que alguien puede captar una vislumbre de lo Divino. Esos momentos son aceptados y, como hacemos con nuestras alcancías, son dados vueltas y sacudidos para extraer todo lo valioso que hay en ellos. Elena de White nos anima con las siguientes palabras:

“Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primer trabajo. Sea tu oración: Tómame oh Señor! como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo y sea toda mi obra hecha en ti”. Este es un asunto diario. Cada mañana conságrate a Dios por ese día. Somete todos tus planes a él, para ponerlos en práctica o abandonarlos según te lo indicare su providencia. Sea puesta así tu vida en las manos de Dios y será cada vez más semejante a la de Cristo”.[9]

Sugerencias

Comience por la noche, porque una buena noche de sueño representa un buen día. Busque ir a la cama lo más temprano posible. Utilizar aparatos electrónicos hasta tarde en la noche puede robar el tiempo dedicado a la familia y a la vida de devoción. Establezca un tiempo definido en que todos los aparatos estén desenchufados; preferencial- mente, algunas horas antes del horario de dormir. Antes de ir a la cama, lea un salmo y tome algunos momentos para la reflexión, confrontándose con algunas preguntas: “¿En qué momento representémejor a Cristo hoy? ¿Cuándo y dónde lo representé de peor manera? ¿Cómo traté a mi familia hoy? ¿Fui negligente? ¿Hay algún pecadito o hábito pernicioso que todavía sigo practicando?

Sea al mismo tiempo franco y compasivo consigo mismo al hacer esta evaluación. Abra el corazón a Dios durante este proceso, pues el reconocimiento de las propias debilidades puede ser altamente catártico.

Dedique tiempo a la devoción personal al comienzo de cada día. Además de la lectura de la Biblia, otros libros de meditaciones también pueden ser una excelente elección. Por lo menos media hora cada mañana invertida en comunión ininterrumpida es un período muy satisfactorio. Dedique los primeros tres a cinco minutos de ese tiempo en silencio, en tranquilidad mental y física, a estar ante la presencia del Señor.

Planee un nuevo encuentro con Dios otra vez por algunos minutos al medio día. Si fuera necesario, tenga siempre algo que le sirva como recordatorio de ese compromiso. Tengo la costumbre de llevar siempre conmigo cinco piedritas pulidas de colores, para acordarme de orar. Cuando oro, saco una piedrita del bolsillo derecho y la mantengo en la mano hasta terminar la oración. Entonces, la coloco en el bolsillo izquierdo. Durante todo el día busque oportunidades para demostrar el amor de Jesús. Haga sus compromisos de manera que haya alguna pausa entre ellos. Planee escuchar más de lo que habla. Estacione su automóvil lejos del lugar a donde va para poder caminar un poco más. Ore a Dios mientras hace el trayecto hasta su destino. Cuídese, alimentándose adecuadamente, bebiendo agua. Planifique una noche para el estudio de las Escrituras y de los libros de Elena de White.

Cuando esté con su familia, preste atención completa a cada evento o experiencia en común. Dedicándose enteramente a la familia, comenzará a ver, escuchar y experimentar la presencia de Dios más vigorosamente en la voz, en el toque, en la sonrisa y en los juegos de sus amados. Frecuentemente, Dios mora en medio de las cosas comunes; seguramente, también está presente en el círculo familiar Instituido por él mismo. Además de esto, establezca un tiempo regular para adorar en familia: uno o dos cánticos, una lectura espiritual, momentos de testimonios y oración.

A fin de tener más tiempo libre para desarrollar este proceso de renovación personal, cultive el arte de delegar.

Confíe a otros la tarea de hacer lo que imaginaba tener que hacer solo. Líbrese de cualquier complejo mesiánico que pueda alimentar. Vea su papel, en el contexto general, como el de alguien que debe orar por las personas, de manera que la gracia de Dios opere en la vida de cada una a medida que Cristo es continuamente glorificado. Al mismo tiempo, busque estar consciente de la presencia de Cristo en cada persona con la que entre en contacto.

Finalmente, busque el rostro de Dios como su compañía. “Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Jehová” (Sal. 27:8). Vaya a la Fuente y beba del Agua de la vida cada día, de manera que pueda vivir deliberadamente con su Dios. Desarrolle un estilo de vida contemplativo con tiempo reservado para la meditación, acreciente su confianza en Dios y, como resultado, viva en sintonía con él. Mientras organiza su vida para incluir espacio para Dios, crecerá su pasión por un ministerio eficaz, que traerá como resultado la semejanza con Cristo en su vida, en sus familiares y en los miembros de su iglesia.

Sobre el autor: Pastor en Washington, Estados Unidos.


Referencias

[1] James Gilchrist Lawson, Deeper Experiences of Famous Christians (New York: Pyramid Books, 1911).

[2] Archibald D. Hart, Thrilled to Death: How the Endless Pursuit of Pleasure Is Leaving Us Numb (Nashville, TN: Thomas Nelson, 2007), t. 11, p. 13.

[3] Timothy Fry, Timothy Horner e Imogene Baker, eds., The Rule of St. Benedict (Collegeville, MN: Liturgical Press, 1981).

[4] Dallas Willard, Spirit of the Disciplines: Understanding How God Changes Lives (San Francisco: Harper & Row, 1988), p. 9.

[5] Henry David Thoreau, Walden: Or Life in the Woods (New York New American Library, 1960), p 72.

[6] Kees Waajiman, Spirituality: Forms, Foundations, Methods (Paris: Peeters, 2002), p. 343.

[7] Citado en Ronald Tolheiser, The Holy Longing. The Search for a Christian Spirituality (New York. Doubleday, 1999), p. 32.

[8] Dietrich Bonhoeffer, Life together (New York: Harper & How, 1954), p. 99.

[9] Elena G. de White, El camino a Cristo, pp. 69, 70.