El papel del adventismo, con su mensaje apocalíptico, en el momento actual de la historia del mundo.

Revista: Ministerio Adventista

Número: Marzo-abril 2014

Sección: Actualidad

Etiquetas: visión apocalíptica en el adventismo; desmoronamiento del antiguo orden mundial; deificación del hombre y rechazo de Dios; movimientos espirituales en tiempos de crisis

Título: Un lugar en la historia

Subtítulo: El papel del adventismo, con su mensaje apocalíptico, en el momento actual de la historia del mundo.

Autor: Elijah Mvundura

Sobre el autor: Escritor independiente, reside en Calgary, Canadá.

El adventismo nació a mediados del siglo XIX con la misión de predicar “el evangelio eterno […] a toda nación, raza, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6).[1] Como George Knight dice, estrictamente: “Impelidos por una visión apocalíptica extraída directamente del corazón del libro de Apocalipsis”, los adventistas del séptimo día consideraron que todo el mundo era su campo misionero; de modo que “llegó a ser el grupo protestante unificado que más se extendió en la historia del cristianismo”.[2] Pero hoy, como él se lamenta, “el adventismo en gran medida ha perdido el fundamento apocalíptico de su mensaje”.[3]

Perder la visión apocalíptica ante los problemas que afligen al mundo actual es inaceptable. Todos los problemas globales palpitan con intimaciones de catástrofe total: la agitación en Medio Oriente, Afganistán y Pakistán; la postura nuclear de Irán; problemas económicos en el ámbito mundial; y desastres naturales ruinosos. Para captar la profundidad de la crisis económica mundial, debemos observar los fundamentos de nuestras instituciones políticas y económicas del siglo XIX. Estas ya no pueden soportar las estructuras del siglo XXI.

El desmoronamiento del antiguo orden

Como se destaca en un reciente número especial de la revista de asuntos internacionales National Interest, el antiguo orden sigue desmoronándose. “Estamos viviendo en un tiempo de transición”, escribieron los editores, una transición hacia un nuevo orden incierto.[4] En el artículo central, Brent Scowcroft, ex asesor de seguridad nacional de los presidentes Gerald Ford y George H. W. Bush, observó que la crisis financiera de 2008 “demostró que tenemos un solo sistema financiero mundial en el que una crisis en un lugar podría diseminarse rápidamente por todo el mundo. Pero es evidente que el mundo no tiene una única forma global de afrontar esa crisis”.[5] Y sin una “única forma global” para resolver los problemas, “la única pregunta”, observan los editores con tristeza, “es cuánto trastorno, caos y derramamiento de sangre asistirá a la transición del Antiguo Orden a lo que emerja para reemplazarlo”.[6]

Sin embargo, el quid de la cuestión es que, debido al trastorno y el caos, las transiciones de un orden antiguo a uno nuevo históricamente han sido acompañadas de fuertes movimientos o reavivamientos espirituales. Aparentemente, frente a situaciones desesperadas, los seres humanos siempre recurren a medios desesperados. Si la razón falla, como Ernest Cassirer observó, “siempre queda un último recurso: el poder de lo milagroso y lo misterioso”.[7] Así, las religiones misteriosas asistieron al surgimiento de los Imperios Griego y Romano. El gnosticismo, el neoplatonismo, el hermeticismo y la cábala, que juntos componen la tradición oculta occidental, todos surgieron en medio de un derrumbe de la economía del Imperio Romano. El ocultismo también resurgió cuando el Renacimiento y la Reforma destrozaron el universo medieval. El ocultismo inundó Europa a fines del siglo XVIII, luego de los dolorosos cambios sociales y culturales generados por el surgimiento del capitalismo industrial. Al llegar a la historia reciente, el recrudecimiento de la espiritualidad fundamentalista en el judaísmo, el cristianismo y el Islam a fines del siglo XX se unieron estrechamente con la crisis de la modernidad y el fracaso del secularismo.

Todos estos movimientos o reavivamientos espirituales, a pesar de sus diferentes contextos históricos, geográficos y sociales, por no mencionar las diferencias fundamentales en las creencias, comparten una característica notable: la pasión por fusionar los fragmentos de un mundo desintegrado, por edificar un orden religioso y social unificado. La pasión por un orden divino explica por qué los judíos, algunos cristianos y los fundamentalistas islámicos comparten su desagrado por el pluralismo democrático, en especial la separación de la religión y la política. Pero, un orden universal que no separe religión y política vuelve a lo sagrado primitivo, cuando lo humano y lo divino, lo visible y lo invisible, estaban fundidos o, más precisamente, se confundieron. Si esta confusión ofrecía una pantalla perfecta para que el diablo hiciera de Dios, nos parece sumamente importante que el mito de la unidad original sea el metamito de todas las religiones paganas, y habla del tiempo en que los seres humanos, la naturaleza y los dioses compartían un universo.

La pasión de Babel

Por supuesto, en la Biblia el intento de unirse en Babel no solo fue negado por Dios sino que Babel se convirtió en el símbolo típico de la rebelión contra Dios, de una unidad global alineada contra el Creador. Históricamente, podemos rastrear esta pasión por la unidad de lo sagrado primitivo a través de los antiguos imperios y el cristianismo medieval hasta los Napoleones, Hitlers y Stalins. En el ámbito filosófico, la misma pasión por la unidad puede trazarse desde la filosofía griega, a través del escolasticismo medieval, siguiendo por los sistemas globales de los racionalistas del siglo XVII y los positivistas e idealistas del siglo XIX. Por cierto, hubo un cambio radical con Descartes, el padre de la filosofía moderna, un cambio reflejado en su axioma fundacional: cogito ergo sum (“Pienso, luego existo”). Una parodia del sagrado “I am who I am” destronó a Dios y deificó la mente humana, haciendo de la razón el motivo de la realidad y la verdad. La ambición de Descartes era crear una ciencia universal que “conquistaría la naturaleza y dominaría al Dios omnipotente”.[8] En sus palabras, “ahora el libre albedrío es, en sí mismo, lo más noble que podemos tener porque nos hace, en cierta forma, iguales a Dios y nos exime de ser sus súbditos”.[9]

Al deificar la razón, Descartes dio rienda suelta a las pasiones ególatras que dieron forma a la Ilustración. Lo demoníaco de estas pasiones se hizo evidente en la década anterior a 1789 y asumió su forma ideológica concreta durante la Revolución Francesa. Como señaló Robert Darnton, varios líderes clave de la Revolución estaban sometidos al magnetismo o el mesmerismo, la creencia de que un “fluido” magnético emanaba a través de todos los cuerpos en el universo y podía evocarse para curar enfermedades físicas y sociales. Para evocar este poder invisible, sus exponentes incursionaron en una cantidad de artes mágicas como la comunicación con los muertos, fantasmas, espíritus distantes, y el sonambulismo.[10] Este espiritismo mordaz explica por qué la Revolución Francesa, como observó Alexis de Tocqueville, “aunque ostensiblemente política en su origen, funcionó en las líneas de una revolución religiosa y asumió muchos de sus aspectos”. Nuevamente, la pasión fue totalitaria. La ambición “no era meramente un cambio en el sistema social francés sino [… ] una regeneración de toda la raza humana”.[11] Esta arrogancia de “transformar el mundo y la naturaleza humana”, como observó Eric Voegelin, uno de los científicos políticos más destacados del siglo XX, “alcanzó sus profundidades más obsesivas y libidinosas en el siglo XIX”.[12]

Los seres humanos se vuelven dioses

El gran objetivo de los Románticos, los pensadores y los artistas que crearon el ambiente cultural del siglo XIX, era crear una mitología y una Biblia nuevas para el mundo moderno: una mitología que reunificara a los seres humanos con la naturaleza y recreara el tipo de cohesión social similar a la antigüedad pagana o el cristianismo medieval. La ambición era volver a hechizar al mundo, reanimarlo con misterio y magia. En este mundo re encantado, los artistas, al igual que los antiguos sacerdotes paganos o los sacerdotes medievales, serían los nuevos sacerdotes. Al atacar la posición de Cristo como Sumo Sacerdote, como el único “mediador entre Dios y los hombres” (1 Tim. 2:5), la revista literaria romántica Athenaeum declaró: “Es solo el prejuicio y la presunción los que sostienen que hay un solo mediador […] entre Dios y el hombre”.[13] Los artistas, debido a su genio creativo, también son mediadores. Son “dioses en forma humana”, recitó Lavater, o un “dios dramático”, dijo Herder.[14] Novalis desplazó a Dios mismo. “Vi que ahora en la tierra”, aclamó, “los hombres deben convertirse en dioses”; y de sí mismo dijo, “Gott ist Ich” (“Dios soy yo”).[15] “Creamos en una clase de optimismo”, dijo Shelley, “en la que seamos nuestros propios dioses”.[16]

Esta deificación de sí mismos llevó a los intelectuales del siglo XIX a asesinar filosóficamente a Dios, a eliminarlo totalmente. Como Nietzche expresó descaradamente, “Dios está muerto… Y nosotros lo hemos matado”.[17] Luego transfirieron los atributos y las prerrogativas de Dios a sus sistemas metafísicos globales, sistemas en los que se asignaron roles divinos a sí mismos. Hegel es el ejemplo clásico. Absorbió a Dios en su Espíritu Absoluto (Geist), el concepto central o, más precisamente, el protagonista de su sistema filosófico global. El Geist abarca toda la naturaleza y toda la historia, une lo finito con lo infinito, y reconcilia todas las contradicciones, incluso el bien y el mal. Anticipando la teoría de la evolución, Hegel conjeturó que el Geist era autocreado, autosuficiente, autónomo y autoevolutivo. Sin embargo, la evolución es histórica; un proceso en el que el Geist, comenzando con los griegos y culminando en la mente de Hegel, alcanza el conocimiento absoluto y se vuelve consciente de sí mismo como Dios en la mente de los filósofos.

El hegelianismo, revisado por Feuerbach, Marx y otros, era ese hombre en Dios, y no existe nada más allá de la materia. Darwin respaldó este materialismo al explicar el diseño sin un Diseñador. Si la “selección natural” eliminó totalmente al Dios Creador, el materialismo histórico eliminó a Dios de la historia y de la sociedad. Al suponer estas esferas naturales y sociales cerradas y sin Dios, Marx y Darwin llevaron a cabo la ambición de Descartes de una ciencia universal que destronara a Dios y libertara a los seres humanos de ser sus súbditos. De hecho, la lógica de las ciencias sociales es transformar y dirigir a la sociedad de acuerdo con las leyes científicas, sin ninguna referencia a Dios. Pero como sugirió Voegelin, al usar la ciencia como medio para transformar a la humanidad, más allá de sus verdaderos límites, los científicos sociales, como Marx, transformaron la ciencia en una forma de religión esotérica.

Y al hacer de la ciencia una religión, al deificar el yo y asesinar a Dios, según expresó Voegelin y según revelaron académicos recientes, los pensadores del siglo XIX se inspiraron profundamente en el gnosticismo antiguo y en el hermeticismo.[18] Si la búsqueda de la divinidad es primordial –recordemos el engaño de la serpiente: “llegarán a ser como Dios” (Gén. 3:5)– los pensadores del siglo XIX, al tomar del hermeticismo, magnificaron esta mentira en los sistemas globales. Pero como los seres humanos son finitos, ven y saben solo en parte (1 Cor. 13:12), los sistemas globales siempre son reduccionistas. Contraen la realidad a lo que puede captarse. En la medida en que el reduccionismo excluye a Dios, es una resolución profundamente espiritual, siempre ejercida en contra de las súplicas y las advertencias divinas. En otras palabras, el reduccionismo implica una resistencia obstinada a la idea de Dios. En esta resistencia, observada por Voegelin, el pensador se vuelve consciente de la falsedad de su especulación, pero persiste. Y la persistencia en la decepción llega donde la sublevación contra Dios se revela como su motivo y propósito. En realidad, al continuar “con pleno conocimiento del motivo de la sublevación, el engaño finalmente llega a ser ‘mendacidad demoníaca’ ”.[19] Este engaño demoníaco, que ha descarriado a todo el mundo (Apoc. 12:9), estructuró la filosofía del siglo XIX y definió la impiedad del secularismo o la sublevación contra Dios.

Reavivamos la visión apocalíptica

Contra esta sublevación, el nacimiento del adventismo a mediados del siglo XIX, con un mensaje extraído directamente del corazón del Apocalipsis, fue providencial. El llamado a temer, adorar y dar gloria al Dios Creador niega claramente la autodeificación libidinosa del siglo (Apoc. 14:7). Si el llamado evangélico “a toda nación, raza, lengua y pueblo” (vers. 6) afirma la diversidad y recuerda la negativa de Dios ante la ofensiva de Babel de mantener la unidad primigenia, la enumeración específica de “el cielo, la tierra, el mar y los manantiales” (vers. 7) alude a las distinciones que Dios inscribió en la Creación y desafía directamente las pasiones totalitarias del siglo. La caída de Babilonia pone de relieve la vacuidad de la arrogancia humana, de sus esfuerzos por unificar todas las cosas (vers. 8). Y la mordacidad del “furor de Dios” debe considerarse en el marco de la violencia genocida que ha acompañado los proyectos totalitarios (vers. 10). En búsqueda de estas utopías, la progenie ideológica de la filosofía del siglo XIX, el fascismo y el comunismo, mató a más de 140 millones de personas.

Y hasta 1989, el sistema global estadounidense de la posguerra fue una reacción defensiva contra los horrores del fascismo y del espectro del comunismo. Evidentemente, el siglo XIX proyectó una larga sombra sobre el siglo XX. La longitud de la sombra reanima el encuentro profético de 1844 como el comienzo del juicio y del tiempo del fin. El rompecabezas profético está tomando forma. El comunismo se derrumbó en 1989 y ahora el capitalismo está en una gran crisis, debilitando el liderazgo global estadounidense. Por lo tanto, Pierre Manent, un prominente filósofo francés, proyectó un papel global clave para la Iglesia Católica. “Ella es”, escribió, “el centro desde y hacia el que la constelación espiritual de la humanidad está dispuesta”.[20] Al referirse a la crisis mundial actual, el papa Benedicto XVI, en la encíclica “Caritas in Veritate” de 2009, que huele a cristianismo medieval, exigía el establecimiento de una “verdadera autoridad política mundial” para controlar el capitalismo desenfrenado y trabajar por el bien universal.[21] El anhelo humano de un gobierno verdadero y justo es profundo y primordial. Y el diablo siempre ha explotado esto para establecer su dominio. De ahí el aumento del espiritualismo mordaz y el impulso coercitivo para una respuesta total y unificada durante las catástrofes sociales. Contra este miasma satánico, el desafío es conservar las distinciones inscriptas por Dios entre lo sagrado y lo profano, lo político y lo religioso, lo natural y lo sobrenatural. Solo Dios puede unificar y unificará todas las cosas. De hecho, la mecha de la esperanza adventista, la mecha que debemos reanimar con fervor apocalíptico, es que solo Dios tiene la solución global definitiva, “para llevarl[a] a cabo cuando se cumpliera el tiempo: reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra” (Efe. 1:10). De lo contrario, cualquier sistema que alegue ofrecer la solución final al enigma de la historia e intente unificar todas las cosas, se lo identifica como Babilonia y su cabeza es el anticristo.

Sobre el autor: Escritor independiente, reside en Calgary, Canadá.


Referencias

[1] A menos que se indique otra cosa, todas las citas bíblicas son de la Nueva Versión Internacional.

[2] George R. Knight, The Apocalyptic Vision and the Neutering of Adventism (Hagerstown, MD: Review and Herald Pub. Assn., 2008), p. 14.

[3] Ibíd., p. 15.

[4] “About This Issue”, National Interest, mayo-junio 2012, p. 5.

[5] Brent Scowcroft, “A World in Transformation”, National Interest, mayo-junio 2012, p. 8.

[6] “About This Issue”, National Interest, mayo-junio 2012, p. 6.

[7] Ernst Cassirer, The Myth of the State (New Haven, CT: Yale University Press, 1946), p. 279.

[8] Michael Allen Gillespie, Nihilism Before Nietzche (Chicago: University of Chicago Press, 1995), p. 34.

[9] Descartes, citado en Charles Taylor, Sources of the Self: The making of the Modern Identity (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1989), p. 147.

[10] Robert Darnton, Mesmerism and the End of the Enlightment in France (Berlín: Schocken Books, 1968).

[11] Alexis de Tocqueville, The Old Regime and the French Revolution, trad. Stuart Gilbert (Nueva York: Anchor Books, 1955), pp. 11-13.

[12] Ted V. McAllister, Revolt Against Modernity: Leo Strauss, Eric Voegelin, and the Search for the Postliberal Order (Lawrence, KS: University Press of Kansas, 1995), p. 126.

[13] Athenaeum, citado en Liah Greenfeld, Nationalism: Five Roads to Modernity (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1992), p. 328.

[14] Citado en ibíd., p. 336.

[15] Novalis, citado en Nicholas V. Riasanovsky, The Emergence of Romanticism (Oxford: Oxford University Press, 1992), p. 80.

[16] Shelley, citado en M. H. Abrams, Natural Supernaturalism: Tradition and Revolution in Romantic Literature (Nueva York: W. W. Norton, 1971), p. 447.

[17] Friedrich Nietzche, The gay Science, trad. Walter Kaufmann (Nueva York: Vintage Books, 1974), p. 181.

[18] Stephen A. McKnight y Geoffrey L. Price, eds., International and Interdisciplinary Perspectives on Eric Voegelin (Columbia, MO: University of Missouri Press, 1997). Ver además Glenn Alexander Magee, Hegel and the Hermetic Tradition (Ithaca, NY: Cornell University Press, 2001); y Ernest Benz, The Mystical Sources of German Romantic Philosophy (Eugene, OR: Pickwick Publications, 1983).

[19] Eric Voegelin, Science, Politics and Gnosticism (Washington, DC: Regency Publishing, 1968), p. 23.

[20] Pierre Manent, “Human Unity Real and Imaginated”, First Things, octubre 2012, p. 23.

[21] Benedicto XVI, “Caritas in Veritate”, Vaticano, consultado el 20 de agosto de 2013 en http://www.vatican.va/holy_father/benedict_vxi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-inveritate_en.html