La perseverancia, la cooperación, la integridad, el reconocimiento y un espíritu de oración son algunos de los principios que nos enseña Daniel como líder.

Al considerar que participaremos de un movimiento que trata de proclamar “el evangelio eterno… a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6), es evidente que nuestra iglesia necesita desarrollar líderes que puedan proporcionarle un liderazgo global para llevar a cabo esa tarea. Cada vez más debemos pensar en nosotros mismos como líderes globales, es decir, dirigentes capaces de liderar localmente en el contexto de un movimiento global. La pregunta es: “¿Dónde debemos ir para encontrar lecciones que nos ayuden a desarrollar esa clase de liderazgo?”

Consideremos la experiencia del rey Nabucodonosor en los capítulos 2 y 3 del libro de Daniel.

Algunas lecciones que nos enseña Nabucodonosor

En sus palabras iniciales el libro de Daniel presenta a Nabucodonosor como “rey de Babilonia” y líder militar. “En el tercer año del reinado de Joacim, rey de Judá, vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, a Jerusalén, y la sitió” (Dan. 1:1). Pero inmediatamente después de referirse a esa proeza militar, Daniel vuelve al tema central del libro: “El Señor entregó en sus manos a Joacim rey de Judá” (vers. 2). Según este versículo, el liderazgo de Nabucodonosor está limitado por la soberanía divina; y aquí aprendemos una lección con respecto al liderazgo global: la necesidad de reconocer a Dios, que está en el control de todas las cosas.

A medida que la historia se desarrolla aprendemos también que Nabucodonosor era un estratega profundamente interesado en los detalles de su reino. El plan estratégico de Babilonia tenía que ver con el entrenamiento de líderes. Nabucodonosor trazó los lineamientos, las calificaciones, el curso de estudios, el régimen alimentario y la ubicación futura de los líderes que se estaban formando (vers. 3-5, 10, 18-20). Entonces delegó esos asuntos en Aspenaz, “jefe de sus eunucos”, le dio autoridad y la tarea de llevar a cabo lo que había determinado. Este hombre debía rendir cuentas del cumplimiento de esa tarea. Al final del entrenamiento el rey mismo presidió personalmente un examen oral (vers. 18-20).

Aspenaz se sintió responsable de todo. Cuando los hebreos le extendieron su petición relativa a la temperancia, les dijo: “Temo a mi señor el rey, que señaló vuestra comida y vuestra bebida; pues luego que él vea vuestros rostros más pálidos que los de los otros muchachos que son semejantes a vosotros, condenaréis para con el rey mi cabeza” (vers. 10).

Sin endosar esas violentas consecuencias, podemos aprender cuáles eran algunas de las cualidades positivas del liderazgo de Nabucodonosor: visión, la capacidad de delegar responsabilidades, evaluación. Pero, ¿serían esas cualidades de liderazgo suficientes en cualquier otro aspecto?

¿Qué habría pasado si Nabucodonosor hubiera hecho su trabajo con más consideración? ¿Si no hubiera tenido la visión de entrenar a candidatos bien dotados? ¿Si hubiera fallado en nombrar instructores capaces y confiables? ¿Si hubiera dejado los resultados totalmente bajo el control del instructor, sin establecer un momento para la rendición de cuentas? ¿Se habría conocido la capacidad de esos cuatro hebreos bien educados? Tal vez no. Pero la agenda de Dios resultó fortalecida por la excelencia del liderazgo de Nabucodonosor.

Esta historia contiene desafíos para los que tienen que ver con el entrenamiento de líderes para la iglesia. Con frecuencia hablamos de atraer a “los mejores y más brillantes” Nabucodonosor consiguió esos candidatos a la fuerza. Aunque no debemos adoptar sin discriminación los métodos que él usó, son interesantes las características que él esperaba encontrar en esos jóvenes. Debían ser de “linaje real” (vers. 3), físicamente perfectos y de buen parecer, debían haber alcanzado un alto nivel de desarrollo intelectual y debían ser “idóneos para estar en el palacio del rey” (vers. 4). La lista de Nabucodonosor sugiere varias preguntas importantes:

¿Deben los candidatos que reclutamos para el palacio del Rey del cielo ser de categoría inferior a los reclutados para el palacio del rey de Babilonia? Nabucodonosor estableció los criterios para la elección de los candidatos. Nosotros, por nuestra parte, debemos tener en cuenta los criterios establecidos por nuestro Rey con respecto a las cualidades que deben tener los candidatos a líderes de su iglesia. Reclutaremos y entrenaremos a los que él escoja. ¿Quiénes son? ¿Qué cualidades deben tener? ¿Cómo saber si los escogió o no el Señor? Buscarlos con ferviente oración es la manera de obtener las respuestas a estas preguntas.

Las lecciones que nos enseña Daniel

Si podemos aprender lecciones de liderazgo del ejemplo imperfecto de Nabucodonosor, con el mismo objetivo podemos indagar al respecto, con seguridad, en el inmaculado expediente de Daniel y sus compañeros. ¿Qué nos enseñan acerca del liderazgo? Recordemos, para empezar, que de primera intención ellos no parecían líderes. Les pasó de todo: cautiverio, aislamiento compulsivo, cambio de nombres y de formas de educación. Sus vidas se volvieron rigurosamente planificadas. Perece que no hay muchas oportunidades de ejercer liderazgo cuando se está permanente muy ocupado, aunque la oportunidad puede surgir en un momento de crisis.

Daniel y sus compañeros no aceptaron la “ración para cada día de la comida del rey, y del vino que él bebía” (vers. 5). En su condición de cautivos, fácilmente podrían haber sucumbido a la tentación de aceptar la comida del rey como parte del juicio de Dios sobre ellos y sus compatriotas. En lugar de eso, los cuatro manifestaron un liderazgo cuyas consecuencias serían finalmente globales.

Daniel asumió entonces el papel de negociador. Primeramente fue a hablar con el jefe, Aspenaz, y pidió permiso para que él y sus compañeros no participaran del menú real. Como ya se dijo, Aspenaz puso en duda la petición de Daniel, y se refirió a su temor acerca de lo que le podría hacer el rey. Pero Daniel insistió. Abrió una brecha en la organización del palacio, y repitió su pedido al cocinero jefe, al que Aspenaz había encargado de alimentar a los jóvenes hebreos.

En esa oportunidad su propuesta fue más específica: “Te ruego que hagas la prueba con tus siervos durante diez días, y nos den legumbres a comer y agua a beber” (vers. 12). Y la persistencia de Daniel dio resultados. El cocinero estuvo de acuerdo, la prueba se hizo y diez días después los cuatro hebreos estaban más sanos que “los otros muchachos que comían de la porción de la comida del rey” (vers. 15). El cocinero, seguro de que su cabeza no corría ningún peligro, “se llevaba la porción de la comida de ellos y el vino que habían de beber, y les daba legumbres” (vers. 16).

Esos cuatro jóvenes pusieron en evidencia un elemento esencial del liderazgo: la integridad. Como dice Jerold Panas en su libro Integrity is Everything [La integridad lo es todo]: “La integridad lo es todo. Se necesita valor y una moral inconmovible, impregnada del fervor de un ideal. El ser humano debe ser una unión de inconmovible integridad, palpitante energía e inflexible determinación. La más importante de esas virtudes es la integridad. Requiere principios inmutables, rigurosos patrones de conducta, disciplina inconmovible, elevada dedicación. Siempre. Una devoción por lo que es correcto, honesto y justo”

Dios le añadió su bendición a la persistente lealtad de esos cuatro amigos. Les dio sabiduría y capacidad. Se los llevó a la corte real, donde tuvieron la oportunidad de ejercer ese liderazgo global sobre la base de su reputación como los más sabios consejeros del reino (vers. 19, 20).

Daniel 2

Al comenzar el capítulo 2, Nabucodonosor aparece en su peor momento como líder. Estaba personalmente perturbado y buscaba la ayuda de sus subordinados. Como demostraron ser incapaces de relatar e interpretar su sueño, reaccionó brutalmente: “Si no me mostráis el sueño y su interpretación, seréis hechos pedazos, y vuestras casas serán convertidas en muladares” (Dan. 2:5).

Después de dos tentativas más, Nabucodonosor ardió en indignación. “Con ira y con gran enojo mandó que matasen a todos los sabios de Babilonia” (vers. 12).

Alguien incluso podría decir que el rey sólo mostraba que era auténtico. Exhibió su ira con transparencia. Pero hay momentos en la vida de un líder cuando otros valores deben superar esa clase de autenticidad. Este es uno de esos casos. Podríamos presentar la excusa de que Nabucodonosor sólo reflejaba los habituales estilos de liderazgo, propios de su época, cuando se esperaba que los reyes fueran gobernantes absolutos. Si obviamos estas disculpas y explicaciones, notaremos que en este caso Nabucodonosor no nos ofrece nada que imitar.

Daniel, en cambio, nos da algo. Reafirmó delante del monarca babilónico el interés que Dios tenía por él. Pues “hay un Dios en los cielos” que por medio de Daniel “ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días” (vers. 28). Dios le reveló eso a Daniel no porque él tuviera algún mérito, sino para que se dé a conocer al rey la interpretación, y para que entiendas los pensamientos de tu corazón” (vers. 30).

El antídoto para el veneno del egoísmo interesado y de la furia parece ser una nueva comprensión del amor y el cuidado de Dios. Cuando nos sentimos tentados a censurar y a amenazar a los que dirigimos, lo que realmente necesitamos hacer es alabar el amor de Dios por sus hijos. Cuando comprendemos su cuidado individual por cada uno de nosotros se nos habilita para enfrentar los pensamientos incómodos y los desafíos difíciles, sin causarles daño a los que dirigimos.

Tal como en el capítulo uno, Daniel y sus compañeros ofrecen un impresionante y positivo ejemplo de liderazgo global. El rey ordenó que se ejecutara a “todos los sabios de Babilonia” (vers. 12). Arioc, el jefe de la guardia real, salió en busca de Daniel y sus tres compañeros para que en ellos también se cumpliera la sentencia. De los cuatro, a Daniel encontraron primero. Con calma interrogó a Arioc: “¿Cuál es la causa de que este edicto se publique de parte del rey tan apresuradamente?” (vers. 15). Al escuchar el informe de Arioc, Daniel fue al palacio y le pidió al rey “que le diese tiempo, y que él mostraría la interpretación al rey” (vers. 16).

Aquí aprendemos algo más acerca del estilo de liderazgo de Daniel: un liderazgo cooperativo. Al concedérsele tiempo, Daniel se fue a su casa “e hizo saber lo que había a Ananías, Misael y Azarías, sus compañeros, para que pidiesen misericordias del Dios del cielo sobre este misterio” (vers. 17, 18). Deberíamos recordar siempre que Daniel y sus compañeros constituían un grupo de oración. Tal como se lo presenta de forma tan destacada en el capítulo 6, el liderazgo de Daniel se basaba en la oración. Aquí vemos que estaba arraigada en la oración compartida. Esa pequeña comunidad de fe, compuesta por cuatro personas, una iglesia del hogar, era fundamental para Daniel como líder.

Cuando se le reveló el misterio en una visión nocturna, Daniel le dio nuevamente el crédito a Dios en su oración, compartida con sus compa­ ñeros: “A ti, oh Dios de mis padres, te doy gracias y te alabo, porque me has dado sabiduría y fuerza, y ahora me has revelado lo que te pedimos; pues nos has dado a conocer el asunto del rey” (vers. 23). Cuando se recompensó a Daniel por decir cuál era el sueño del rey y cuál su interpretación, pidió que los otros tres compartieran su honra (vers. 49). Daniel recibió la visión, pero dio el crédito a los que debían recibirlo: sus tres compañeros de oración.

En The Code Book [El libro de los códigos], Simón Singh presenta el desarrollo de la criptografía desde la antigüedad hasta los tiempos modernos. Relata una historia que nos recuerda la experiencia de Daniel. En la década iniciada en 1970 un equipo de tres personas trabajó arduamente para resolver un problema aparentemente enigmático: descifrar un mensaje secreto criptográfico.

El equipo se concentró en el problema de la “distribución de la clave”, o sea, cómo aplicar la “clave” del secreto con tanta eficiencia que no se lo arriesgara. Whitefield Diffie, Martin Hellman y Ralph Merkle trabajaron juntos en la Universidad de Stanford y progresaron bastante.

La verdadera solución le llegó a Hellman, en efecto, durante una “visión nocturna” Trabajó una noche entera en sus cálculos, y esperó hasta el amanecer para llamar a Diffie y a Merkle. Más tarde dijo: “La musa me lo susurró, pero todos juntos pusimos el fundamento”. El descubrimiento recibió el nombre de “Clave de esquema de cambio”, y reveló “la más importante realización criptográfica desde la invención de las cifras alfabéticas únicas, hace más de dos mil años”, lo que permitió las comunicaciones seguras y las transacciones por Internet.

El equipo constituido por Hellman, Diffie y Merkle trabajó para descifrar un mensaje codificado. Daniel y sus compañeros tuvieron que enfrentar un problema de revelación, necesaria para saber cuál era el sueño del rey, y un problema de interpretación del sueño revelado. Esos problemas no son de fácil solución, y los resuelve mejor un equipo de colaboradores. Y el crédito se les debe dar a todos. Una sola persona puede descubrir el secreto, pero deben compartir el crédito todos los que invirtieron tiempo y talentos para encontrar la solución del problema. De este modo Daniel 2 nos permite descubrir dos características del liderazgo excelente: colaboración y reconocimiento.

Para alcanzar el más alto grado de excelencia en el liderazgo global debemos considerar un punto más. El crédito final se le debe dar a Aquel que muestra todos los caminos e inspira toda verdadera revelación. Cuando llevaron a Daniel a la presencia del expectante monarca, le oyó decir: “¿Podrás tú hacerme conocer el sueño que vi, y su interpretación?” A lo que respondió Daniel: “El misterio que el rey demanda, ni sabios ni astrólogos, ni magos ni adivinos lo pueden revelar al rey. Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber el rey Nabucodonosor lo que hade acontecer en los últimos días” (Dan. 2:26-28).

Dios es el Dador de toda buena dádiva. Los líderes humanos no deberían usurpar el crédito que le corresponde.

Enseñanzas para hoy

En este relato aprendemos importantes principios relativos al liderazgo. Aprendemos a emular la excelencia del rey al mismo tiempo que evitamos sus excesos. Y aprendemos a seguir el hermoso ejemplo de los cuatro jóvenes hebreos al ejercer un liderazgo perseverante, cooperativo, basado en la oración fervorosa y la integridad. Esos líderes vivieron en la época del Imperio Babilónico, el reino representado por la cabeza de oro de la estatua. Nosotros somos líderes en la época de los pies de barro y hierro, los reinos que surgieron cuando el Imperio Romano se fragmentó.

Esas antiguas lecciones de liderazgo son duraderas y capaces de instruir a los líderes creyentes de la actualidad. La lección más importante del liderazgo global tal vez sea el hecho de que hay un Dios en los cielos que alienta los dones de liderazgo de todos los que lo siguen.

Sobre el autor: Doctor en Filosofía. Decano y profesor de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Estados Unidos.