C. S. Lewis, conocido por su familia y amigos como Jack, ha leído libros acerca de “la búsqueda de Dios de parte del hombre”. Pero muchos años después de aceptar la existencia de Dios, dijo que su búsqueda había sido como “el ratón tras el gato”. La aceptación de Dios, ya no digamos del cristianismo, violentaba todas las inclinaciones, prejuicios y preconceptos de este egresado de Oxford.[1]

 Cuando el Padre Eterno comenzó a buscar a Jack Lewis, necesitó muchos años para convencer a este hijo pródigo de que él existía; y más aún, llevarlo de vuelta al hogar.[2]

 De la noche cuando “se entregó a Dios”, Lewis escribió: “Yo admitía que Dios era Dios, y me arrodillé y oré: quizá, esa noche, el más deprimido y renuente converso de toda Inglaterra…, el hijo pródigo, al menos volvió al hogar por sus propios pies. Pero quién puede adorar y honrar debidamente el amor de Aquel que abre las elevadas puertas al pródigo que es traído pataleando, luchando, lleno de resentimientos, volteando los ojos a todos lados en busca de un atajo por donde escapar… La dureza de Dios es más bondadosa que la suavidad de los hombres, y su compulsión es nuestra liberación”.[3]

 La razón por la cual retomó este pródigo reviste sumo interés aquí, no sólo porque se convirtió en el más leído y escuchado defensor del cristianismo del siglo veinte; ni porque dos películas de largo metraje -la más reciente Shadowlands- se han filmado sobre su vida y sus luchas espirituales; ni porque un gran número de nosotros leímos sus libros. Nos interesa, sobremanera, porque queremos saber qué atrajo a un pródigo tal; qué constriñó a un hombre como Lewis a llevar a cabo la búsqueda de la verdad.

Búsqueda del gozo

 Jack Lewis, desde muy temprana edad, llegó a ver la vida como la búsqueda de un Gozo (con G mayúscula) esquivo. Los comentaristas de la obra de Lewis han dicho que no lo comprenderemos a menos que entendamos su gozo. Ellos trazan la evolución de su significado a través de sus poemas y su prosa, sus libros Pilgrim’s Regress (1932) y Surprised by joy (1955), y sus montañas de notas manuscritas, sobre el tema del gozo.

 Lewis claramente recuerda que su búsqueda del gozo comenzó en su niñez. Le preocupaba este sentimiento a causa de las infernales escuelas de internado a las cuales su padre lo envió, a una de las cuales le puso por sobrenombre “Belsen” (uno de los campos de concentración Nazis de la Segunda Guerra Mundial. Por algo sería). Al principio, gozo significaba para él no más que un “deseo insatisfecho que, en sí mismo, era más deseable que cualquier otra satisfacción”.[4] Es probable que ese deseo haya sido alimentado por una escena, una puesta de sol, o como adolescente al soltar las riendas de su entusiasmo por Wagner y la mitología escandinava. Gradualmente, como erudito de Oxford que era, Lewis se dio cuenta de que sólo conocería el gozo que buscaba cuando llegara a conocer el objeto del gozo. Únicamente a los 33 años, no en camino a Damasco, sino en el del Zoológico Whipsnade, en el cochecito lateral de la motocicleta de su hermano Wamie, comprendió que el objeto de su búsqueda era Jesucristo, y que el gozo que buscaba era el gozo de Jesús. Esta comprensión fue tan poderosa, que se quedó solo, fuera del zoológico, pensando. ‘‘Se quedó como alguien que, después de un largo sueño, despierta finalmente”.[5]

El largo camino

 El camino al Zoológico Whipsnade había sido largo. La muerte de su madre, cuando sólo tenía 9 años, lo había destruido. Había abandonado el último vestigio de cristianismo vago que había profesado en su niñez en Belfast, cuando encontró a una bondadosa ama de llaves en la escuela primaria. Ella fue la primera de una serie de madres en su vida. La juvenil y atractiva matrona lo involucró “en los laberintos de la teosofía, el rosacrucismo, espiritismo, y toda suerte de ocultismo angloamericano”. Había reconocido, sin embargo, “la pasión por lo oculto” como “una lujuria espiritual” que, “como la del cuerpo, tiene el fatal poder de hacer que todo lo demás carezca de valor e interés”. Un aspecto que le atraía, a lo que en ese tiempo consideraba “un pensamiento más elevado”, era que “no había nada que obedecer, ni nada que creer, excepto aquello que fuera consolador o emocionante”.[6]

 Mientras cursaba su educación secundaria, sin embargo, reconoció que “el gozo auténtico” se había desvanecido de su vida y que el pesimismo había tomado su lugar. El escribe: “Como muchos ateos o panteístas”, vivía en un “torbellino de contradicciones. Sostenía que Dios no existía, y estaba furioso por su inexistencia. Me molestaba ese hecho. Estaba igualmente furioso con él por haber creado al mundo… Dios había volado… Yo estaba en el predicamento Wordsworthiano, lamentando que ‘una gloria’ hubiera ‘pasado”. Sin embargo, Lewis reconocía que ocasionales “estocadas” de esta “gloria” le fueron aplicadas en su experiencia de estudiante y en sus búsquedas extracurriculares.

 Como estudiante en Malvern, reconoció que echaba de menos el gozo y recordó pasadas vivencias cuando lo había experimentado. “Obtenerlo de nuevo -escribió-, se convirtió en mi obsesión constante”.[7] Pero su búsqueda del gozo se reducía a las diversas áreas de sus intereses intelectuales, lo cual fue satisfactorio sólo en forma limitada, pero no suplió su gran necesidad. Cuando entró a Oxford, reconoció: “Debería haberme dado cuenta de que, con el agonizante interés en la mitología escandinava, el objeto de mi gozo se alejó aún más”. Pero no hubo tal reconocimiento.[8]

  Lewis llegó a aceptar que todos sus placeres ordinarios no eran más que pobres sustitutos del gozo. Reconoció también, después de leer y conocer a W. B. Yeats, que no había ninguna posibilidad de encontrar ese gozo en el “espiritismo, la teosofía y el panteísmo”. Llegó a contrastar “el imaginario deseo de gozo” con el “quasisensual deseo por lo oculto”. Luego concluyó: “Mi mejor protección (contra lo oculto) fue la conocida naturaleza del gozo. Este voraz deseo de romper las ligaduras, de desgarrar la cortina, de permanecer en el misterio, se revelaba más, mientras más lo alimentaba”. Lo oculto no sólo era un gozo irrelevante; sino, en cierto sentido, una dirección opuesta”.[9]

  En su cuarto año en Oxford, Lewis “cambió de pista”. Curiosamente, en su propio registro de su odisea espiritual en Surprised by Joy, Lewis omitió ciertas influencias que fueron vitales en su crecimiento camino al cristianismo.

Gozo: el reino de lo cerebral

 Lewis representa su búsqueda temprana del gozo como algo perteneciente enteramente al reino de lo cerebral. Tan temprano como en sus días de su servicio militar en la Primera Guerra Mundial, había escrito: “Un joven que desea seguir siendo un ateo consecuente, no puede ser demasiado cuidadoso con lo que lee”. Durante todo el tiempo que pasó en Oxford, reconoció que los autores no religiosos eran “rechinantes” y aburridos, en comparación con los cristianos. Citó la Chanson de Rolando-, “Los cristianos están equivocados, pero todos los demás son aburridos”. En el fondo de su mente resolvió descubrir si efectivamente los cristianos estaban equivocados o no.

 Entre los autores cristianos que ejercieron alguna influencia en él, estaban Milton, Samuel Johnson, John Donne y George Herbert. George Herbert “era un hombre que parecía superar a todos los demás, que jamás había leído al expresar la verdadera cualidad de la vida, como la vivimos realmente de momento a momento; pero el muy torpe” impregnó todos sus escritos de cristianismo.

 Después de su elección como miembro del Consejo de Gobierno del Colegio de la Magdalena en 1925, Jack Lewis comenzó a hablar de Dios como el “adversario que lo perseguía”.

La conversión de Lewis

 Sus “vigilias y esperas del gozo preocupaban su mente desproporcionadamente”. Luego, en 1929, “Hubo un momento transicional de deliciosa incomodidad, y luego -instantáneamente- la larga inhibición pasó; el desierto seco había quedado atrás”. “El gozo era un deseo (y… era también un tipo de amor). Pero un deseo no se vuelve hacia sí mismo, sino hacia su objeto”, debiendo “su carácter a su objeto”. Él se preguntó a sí mismo si había hecho lo correcto al desear el gozo mismo, y no el objeto del gozo”.[10]

 Lewis fue selectivo al dar crédito a sus colegas como influencias positivas en su lucha por dirigirse hacia Cristo mismo.

 Dio crédito al “más duro de todos los ateos que he conocido jamás” (no lo nombró), quien había concedido que “la evidencia de la historicidad del evangelio era sorprendentemente buena”.[11] Pero fue parco en dar crédito a su íntimo amigo, el Profesor J. R. R. Tolkien, cristiano practicante de su fe, quien sostenía largas conversaciones con él. George Sayer cree que Tolkien ejerció una gran influencia sobre Lewis en 1931, año de su conversión. El proveyó mayores pruebas de la historicidad de los evangelios e, inmediatamente antes de la decisión de Lewis en Whipsnade, había tenido una larga conversación con él que duró desde la medianoche hasta las cuatro de la madrugada. William Griffin también cree que esta conversación con Tolkien, así como la larga y duradera influencia de éste, fue el instrumento que ayudó a Lewis a salir del simple teísmo y llegar al cristianismo. De hecho, en la cronología de los eventos, parece difícil ignorar la influencia de Tolkien.[12]

 Lewis mismo da más crédito a un amigo anónimo en su círculo en Oxford, quien fue “claramente el más inteligente y el hombre más informado de la clase” y quien, según la descripción de Lewis, era claramente un cristiano del tipo amigable.[13] La conversión de Lewis, como cualquiera otra conversión genuina, implicaba un reconocimiento de su naturaleza pecaminosa, su pobreza de espíritu, su incapacidad para ayudarse a sí mismo.[14] El asunto central fue la Persona de Jesucristo. Y fue a través de su encuentro con él que Lewis reconoció que allí, finalmente, tenía un estado mental que podría describirse como verdadero gozo.[15]

 El punto crucial del fundamento del gozo, según descubrió Lewis, es que tenía la seguridad de la salvación de Dios. La iglesia y el mundo claman por la clase de fe y conocimiento que hizo a Jack Lewis un hombre de Dios.

Sobre el autor: es jefe de redacción de La Stanborough Press. Ud, en Grantbam, Inglaterra.


Referencias

[1] C. S. Lewis, Surprised by Joy (Londres: Collins, 1955), pág. 182.

[2] George Sayer, Jack: The Life of C. S. Lewis (Londres: Hodder, 1997), pág. 217.

[3] Lewis, págs. 182,183.

[4] Walter Hooper, C. S. Lewis: A Companion and Guide (San Francisco: Harper Collins, 1996), págs. 181-183.

[5] William Griffin, C. S. Lewis: The Authentic Voice (Colorado Springs: Colo.: Lion, 1986), pág. 89.

[6] Lewis, págs. 52, 53.

[7] Id., págs. 61, 95, 134.

[8] Id., págs. 135-137.

[9] Id., págs. 138, 141-143.

[10] Id., págs. 168-172.

[11] Id., págs. 173, 175, 176, 178.

[12] Id, págs. 178, 179; Sayer, 222-225; Griffin, pág. 65, 66, 68.

[13] Lewis, pág. 170.

[14] Id., pág. 181.

[15] Id., págs. 188, 190.