Siempre me resultó difícil responder a preguntas como estas: ¿Cuál es su himno preferido? ¿Qué texto bíblico es su favorito? ¿Qué personaje de la Biblia es su héroe? He escuchado a muchas personas responderlas con seguridad y exactitud, pero no es mi caso. ¿Cómo es posible que un pastor sexagenario, adventista desde cuna, no escoja un himno entre tantos que ya escuchó y cantó junto a congregaciones, en solos, cuartetos, coros, duetos y tríos, durante todos estos años? Hay muchísimos himnos que me hablan al corazón, no solo uno. ¿Cómo puedo escoger un pasaje bíblico específico, entre tantos que, en ocasiones, situaciones o circunstancias diferentes marcaron mi vida? ¿Cómo puedo escoger solo un personaje de la extensa galería de héroes y heroínas que nos enseñan preciosas lecciones, con sus aciertos y virtudes, y también con sus errores?

Pero, no hace mucho tiempo, durante un período en que tuve que dedicarme a preparar mensajes con el objetivo de presentarlos en un retiro de jóvenes, me reencontré con el apóstol Pablo. Inspirado por sus enseñanzas, por la enriquecedora experiencia de su vida y su llamado, al igual que por su ejemplo como líder, pastor y predicador, me sorprendí pensando: si algún día me viera obligado a escoger solo un héroe de la Biblia, creo que optaré por el gran apóstol Pablo, sin olvidar agregar silenciosamente: “entre muchos otros”.

Después del llamado que Dios le hizo, de manera absolutamente fuera de lo común, camino a Damasco, “Jesucristo, y […] éste crucificado” (1 Cor. 2:2) se convirtió en la gran pasión de su vida. Como dijo Humberto Rhode: “Pablo fue un libro que solo hablaba de Cristo. Fue una llama que ardía solo por Cristo. Fue un genio que solo pensaba en Cristo. Fue un hombre con una voluntad que solo deseaba a Cristo. Fue un soldado que solo luchaba por Cristo. Fue un alma que solo vivía para Cristo, por Cristo y a través de Cristo”.

La enfática defensa realizada por él mismo, en favor de su ministerio y de su autoridad apostólica (2 Cor. 10-12), revela la inamovible certeza del llamado divino y su absoluto compromiso hacia él Al despedirse de los ancianos de Éfeso, su conciencia de predicador estaba en paz: “porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hech. 20:27). Eso incluye, evidentemente, la enseñanza completa acerca del plan de redención, sin un énfasis unilateral del liberalismo ni del legalismo. Como fiel predicador, Pablo exponía equilibradamente, ante el pueblo, la salvación por la gracia (la justificación), sus resultados en la vida del ser humano (la santificación), el clímax de la segunda venida de Cristo y la recompensa de los salvos (la glorificación). Exactamente lo que, como predicadores adventistas, fuimos llamados a hacer, para promover así el crecimiento espiritual del rebaño.

Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.