Cuenta se que cierta vez un joven pintor, al no conseguir el mismo resultado que obtenía su maestro en sus cuadros, le pidió que le prestara sus pinceles para poder pintar como él pintaba. Le prestó sus pinceles, pero los cuadros no mejoraron. Disgustado, el discípulo se los devolvió y le dijo que no le habían servido de nada. Entonces un buen amigo le dijo: “No son los instrumentos lo que valen, sino el espíritu del maestro”.
También nosotros podemos decir para nuestra época que el éxito no se logra únicamente con llevar diplomas y andar con la Biblia, el proyector, los altoparlantes, la luz negra, grandes promesas y mucha música (que por cierto son cosas muy útiles e importantes). Lo que da el éxito en la ganancia de almas es el Espíritu del Maestro.
Pero encaremos directamente nuestro tema. El gran mensaje para los grandes hombres es el siguiente:
“Todos los que ocupan puertos de responsabilidad necesitan aprender la lección encerrada en la humilde oración de Salomón. Deben recordar siempre que un cargo no cambia el carácter del que lo desempeña ni lo hace infalible. Cuanto más alto esté colocado un hombre, tanto mayores serán sus responsabilidades y más vasta su influencia; tanto más necesitará comprender lo mucho que depende de la fuerza y sabiduría divinas, y lo mucho que necesita cultivar un carácter santo y perfecto.
Los que aceptan puestos de responsabilidad en la obra de Dios deberían recordar siempre que al llamarlos a esta obra el Señor- los ha llameado también a andar con prudencia delante de él y delante de los hombres. En vez de creerse llamados a regentar, a dictar y mandar, deberían darse cuenta de que ellos mismos necesitan aprender. Cuando un obrero de responsabilidad no aprende esta lección, cuanto antes se le releve de su responsabilidad, tanto mejor será para él mismo y para la obra de Dios. Jamás imparte un cargo santidad y excelencia de carácter. Quien honra a Dios y guarda sus mandamientos recibe él mismo honores” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 429).
Por lo tanto, lo que vale es la humildad, la dependencia de Dios, la comprensión y el equilibrio, el respeto a Dios y a sus co-obreros. El dar órdenes, el dictaminar y mandar a otros, es la parte más fácil, pero hacerlo con el Espíritu del Maestro y que proporcione éxito y bendiciones a la causa de Dios, no es tan sencillo. De modo que si Ud. es un dirigente, un director, un presidente, un grande en la obra de Dios, acepte este mensaje que Dios le envía, y sólo entonces será grande ante la vista de Dios y de sus colaboradores.
Sobre el autor: Presidente de la Unión Este del Brasil