Toda la discusión acerca de la preparación y la predicación de un sermón presentada en los artículos previos de esta serie convergen en la parte realmente importante de todo el proceso: la conclusión.
Si un vendedor desarrolla una impresionante charla de venta pero no logra que usted firme el contrato, no ha logrado mucho. Y a menos que enfoque la conclusión de su sermón de manera que su congregación sea impulsada a abrazar la acción a la cual llama, usted tampoco ha hecho gran cosa. Aquí le presentamos cómo pedir a sus feligreses que firmen sobre la línea de puntos.
¿Qué les sucede a muchos predicadores al llegar a este punto de la preparación de su sermón? El tiempo avanza; tienen que predicar. Así, como conclusión, garrapatean algo tan rápidamente como pueden. No puedo pensar en nada más insensato que no tomar tiempo para el propósito real del sermón: su aplicación al oyente. Sin embargo, ¡he hecho esto docenas de veces! Si usted no quiere admitir que lo ha hecho también, ¡es sólo porque yo soy más sincero que usted!
Idealmente, la conclusión debe incorporar cuatro partes: 1) una frase objetiva, 2) un breve bosquejo o resumen, 3) un llamamiento, y 4) una frase o frases finales. A esto debe parecerse la conclusión. Ahora, discutamos cada parte y encontremos su significado.
La primera parte -la frase objetiva- tiene dos elementos importantes: Por lo tanto y debiéramos. La expresión “por lo tanto” retrocede a los argumentos básicos del cuerpo del sermón. La palabra “debiéramos” impone una obligación sobre el oyente para hacer algo acerca de lo que ha escuchado. La frase objetiva dice (aunque no con estas palabras): “A la luz de todo lo que he dicho en el sermón, esto es lo que usted debe hacer”.
Veamos cómo estos elementos calzan en nuestro sermón acerca de Juan 17, la ilustración que hemos estado usando en esta serie de artículos. La proposición de este sermón, usted recuerda, es: “La iglesia puede tener una relación efectiva con el mundo”. El predicador está dando respuesta a esta afirmación. Ha mostrado a la feligresía cómo la iglesia puede tener una relación efectiva con el mundo. Ahora, a medida que se acerca a la conclusión, está llegando al blanco. Ha lanzado su misil; ha pasado por las principales divisiones y subdivisiones de su sermón. Ahora ha de impactar en el centro del blanco y llevar la aplicación hasta las personas. Es en este punto donde usted debe alcanzarlos con la respuesta a la pregunta: ¿Qué quiero que estas personas hagan? ¿Cuál es la respuesta que quiero de ellos? Al haber determinado la respuesta a esa pregunta, el predicador usa los elementos de la frase objetiva de conclusión –por lo tanto y debiéramos– para presentar las exigencias del sermón: “Por esto, como ministros cristianos, debemos desarrollar en nuestra propia experiencia esta relación efectiva con el mundo. Por esto, como miembros de esta congregación, debemos desarrollar en nuestras vidas esta efectiva relación con el mundo. ¿No son ustedes del mundo? ¿Están ustedes, sin embargo, en él? ¿Volverán al mundo aunque no sean de él? Deben hacerlo”.
Usted ve, todos los puntos de su sermón se convierten en obligaciones que usted traslada a sus oyentes a medida que se introduce en la conclusión de su sermón. La frase objetiva dice a esta congregación específica lo que debe hacer a la luz de la proposición del sermón. Y esta es la razón por la que esta frase siempre debe contener el concepto básico de la proposición (la parte del sermón que es el centro del blanco) combinada con las ideas del por lo tanto y debiéramos (el punto real de impacto). “Por esto, como jóvenes…” “Por esto, como predicadores…” “Por esto, como miembros de la iglesia debemos hacer así y así”. Esta es la frase objetiva.
Un joven predicador que me había escuchado dar estas ideas acerca de la preparación del sermón me encontró unos meses después y dijo:
-Mi esposa se está cansando de escucharme terminar cada sermón con las palabras por lo tanto y debiéramos.
-No la reproche -repliqué-. Yo también lo haría.
-¡Pero usted me dijo que lo hiciera!
-No; no lo hice -protesté-. Lo que dije es que siempre debe tener esas palabras en su bosquejo y usar la idea. Pero hay toda clase de sinónimos para esas palabras. ¡No tiene que decir lo mismo todas las veces como una fórmula!
La frase objetiva debe ser seguida por un breve bosquejo o resumen de los principales puntos del sermón. Debe ser breve porque la conclusión misma ha de ser breve. No introduzca nuevo material en la conclusión. ¿Cuántas veces mientras usted está predicando se le ocurre un nuevo y brillante pensamiento justo cuando está terminando el sermón? Como no lo pensó oportunamente, ¡lo mete en la conclusión! Este no es el propósito de la conclusión; hacer esto es anticlimático y frustra su propósito. Cuando usted se acerca al final, debe hacerlo inteligentemente; así que esta parte del sermón debe ser bien pensada.
La conclusión es básicamente una reunión de las hebras del sermón. Quizá debiera decir que es enfocar los principales rayos del sermón en un punto, de manera muy semejante a lo que hacíamos, como niños cuando tomábamos una lente de aumento y la sosteníamos de manera que los rayos del sol pasaran a través de ella y enfocaran sobre un papel hasta que el calor concentrado dejara un pequeño agujero en el papel. Esto es lo que usted intenta hacer con la conclusión. Usted está tomando ahora sus principales ideas y las está subrayando. Usted está manejando una lente de aumento con el sol de información que ha dado, y quiere dar una estrecha aplicación a los corazones de las personas. Esto puede hacerse con el resumen o la recapitulación. No siga siempre esta práctica, pero es bueno refrescar la memoria de sus oyentes acerca de lo que usted ha dicho.
Es interesante que no todos concuerdan en este punto. Uno dice: “Una buena conclusión no incluye un resumen. Un resumen hace mirar hacia atrás, y usted no mira hacia atrás en la conclusión. Si quiere echar a perder un buen sermón, resúmalo”. Otro declara, en oposición: “Un predicador puede considerar correctamente que si las declaraciones y los principales puntos son dignos de usarse, también son dignos de repetirse. Muchas conclusiones son altamente efectivas cuando la mente del oyente es refrescada al escuchar un repaso de los principales puntos”.
Por lo tanto, usted puede elegir, y todavía tener buena compañía homilética. Creo que una posición media es la mejor. Resumir siempre podría llegar a ser muy monótono. Es triste si sus miembros, aunque no están entrenados en la preparación de sermones, pueden casi predecir lo que usted va a decir a continuación y cómo lo dirá. Después que ha estado con ellos cierto tiempo, captan su técnica y estilo oratorios. Pueden no conocer todos los principios que están detrás de lo que usted hace, pero pueden decirse a sí mismos: “¡Fíjate! Esa es la forma como suele terminar. Siempre dice lo mismo”. Sugiero que no debería usar siempre el mismo método de resumen. Pero resumir de vez en cuando es bueno.
Otro método de subrayar los puntos del sermón para sus oyentes es por medio de la aplicación. Aunque usted ha hecho una aplicación después de cada punto principal, puede haber una aplicación al final, y a veces debe haberla. Por supuesto, algunos profesores de homilética creen que la conclusión puede debilitarse por demasiada aplicación en el cuerpo del sermón. Argumentan que por la distribución de pequeñas impresiones se pierde la impresión general, y que si se hace demasiada aplicación en la parte principal del sermón, no habrá punto para aplicar en la última parte.
Pienso que tales puntos de vista son en parte correctos y en parte equivocados. A medida que avanzamos en las aplicaciones y el plan de nuestro sermón, debemos ver el producto final en perspectiva y observar meditadamente la conclusión, preguntándonos: “¿Cómo se relaciona esta aplicación en la conclusión a las que ya he hecho en el cuerpo del sermón?” Usted no puede ver esto a menos que haya empleado tiempo para desarrollar su conclusión. Si tiene cuatro puntos principales en el sermón, tenga cuatro subpuntos en la conclusión, y aplique cada uno al oyente individual.
Lo principal es reunir todas las hebras. Iluminarlas y entrelazarlas de manera que formen una gran verdad. Defina claramente cuál es, de manera que los oyentes entiendan qué se supone que ellos hagan.
A medida que resalta los principales puntos del sermón y define cuál debe ser la respuesta, naturalmente se trasladará al tercer elemento de la conclusión: un llamado a la acción. En este punto la nota convincente es siempre prominente, y si usted usa cualquier material ilustrativo, siempre deberá ser de tal naturaleza que hable al corazón. El propósito último del llamado es persuadir a la gente a hacer algo con respecto a lo que han escuchado, hacer que domine sobre ellos el poderoso sentimiento de que deben responder individualmente.
Cuando Pedro finalizó su sermón en el día de Pentecostés, la gente dijo: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” Sus palabras produjeron un impacto; movió a la gente a la acción. “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo” (Hech. 2: 37, 38).
La actitud del predicador, tanto como lo que dice, es importante en este punto. Es mucho mejor que el Espíritu Santo haga sentir incómodo al oyente, que el predicador intente hacerlo por medio de gimnasia psicológica o relatos emocionales.
Hay poder en los llamados emocionales, y algunos predicadores tienen la tendencia a usar ese poder. Cuando era pastor de cierta iglesia, vino a predicar un orador que estaba recogiendo dinero con cierto propósito. Antes de venir el presidente de la asociación me dijo: “Esa es una iniciativa privada y no ha de levantarse ninguna ofrenda oficial en las iglesias para ella”. Así que mencioné este hecho al orador. Su respuesta fue: “De acuerdo. No necesito pedir una ofrenda. ¡Hoy tengo un sermón verdaderamente lacrimógeno!”
Había reunidas unas quinientas personas. Ese día la ofrenda regular alcanzó entre ochenta y noventa dólares. Luego el orador invitado habló, y cuando terminó con su “lacrimógeno” sermón no pidió un centavo, ¡pero la gente se adelantó espontáneamente, y dejó setecientos dólares sobre la mesa para su proyecto!
Mucha gente responderá a los llamados emocionales. No estoy diciendo que no se debe usar la emoción. Es un medio legítimo de llamamiento. Pero un predicador debe ser extremadamente cuidadoso en cómo lo usa. ¿Cuál es la motivación? ¿Cuál es la base? El llamamiento debe hacerse en el contexto de un profundo fervor e integridad. La honestidad y sinceridad deben permear el espíritu del predicador. No es el momento de fingir.
Hay otras motivaciones a las que un predicador puede apelar. Charles Koller, en su libro Basic Appeals to Preaching, menciona seis: altruismo, o consideración benevolente por los demás; aspiración, el hambre universal por la felicidad espiritual y un sentido de plenitud; curiosidad, la susceptibilidad humana a lo que parezca novedoso, desconocido o misterioso; deber, la imposición divina de hacer una cosa porque es correcta; amor, el afecto que sentimos por los demás, por Dios, a veces aun por nosotros mismos (hay una clase de amor propio que es saludable); y temor. El temor de ninguna manera es el más excelso incentivo, pero es legítimo. ¿Apeló nuestro Señor a él? Por cierto que sí. “Si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mat. 5: 29).
Cuando usted aborda el llamado, los pronombres se vuelven muy importantes. Use el usted y nosotros. Inclúyase usted mismo. El llamamiento no es sólo para su congregación, sino para usted juntamente con ellos. Debe ser altamente subjetivo. Y esto, por supuesto, requiere estudio cuidadoso y oración.
Un llamamiento puede hacerse de muchas maneras. No siempre tiene que tener una respuesta visible. Conozco algunos pastores que siempre terminan con un llamado para que la gente responda pasando adelante. Algunos lo hacen de manera hermosa. Otros, muy torpemente. En algunos lugares es muy efectivo; en otros no. Cuando se lo hace bien, pienso que es beneficioso. Pero no creo que es un estereotipo que cada predicador debe seguir en todo lugar. Un llamado puede ser poderoso y efectivo para producir un cambio aun cuando no requiera una manifestación pública del oyente.
Conozco algunos predicadores que creen que un llamamiento no debe ser planeado cuidadosa y anticipadamente. “Lo dejo sólo a la inspiración del Espíritu Santo en ese momento”, dicen. Creo que hay momentos cuando podemos hacerlo. Creo que cuando estamos en el púlpito hay instantes en que el Espíritu Santo realmente nos ayuda a saber qué dirección tomar. Creo que hay momentos cuando podemos planear tan ajustadamente lo que vamos a decir, y seguir nuestro estereotipo tan estrechamente, que el Espíritu Santo no pueda movernos ni guiarnos. Pero funciona de ambas maneras. También creo que a veces descansamos en el Espíritu Santo como una excusa para nuestra falta de disposición a realizar el esfuerzo que requiere la preparación adecuada.
Como decía un joven predicador a un famoso evangelizador alemán: “Nunca me preparo antes de subir al púlpito. El Espíritu Santo siempre me dice qué decir. Voy al púlpito, abro mi Biblia, y el Espíritu Santo me da el sermón”. Entonces, su interlocutor le dijo: “Es maravilloso. En realidad, el Espíritu Santo nunca me habló de esa manera. Pero a veces, cuando estoy en el púlpito, me habla, por lo regular al final. Y lo que dice es: ‘Hoy, Klaus, estuviste flojo. No te preparaste adecuadamente’ ”.
El Espíritu Santo puede derramarse en nuestra mente sin esfuerzo de nuestra parte, pero usualmente no lo hace.
La frase o frases finales forman la última porción de la conclusión. Deben ser cuidadosamente preparadas. Charles Brown, ex director de la Escuela de Teología de Yale, sugiere que las últimas tres frases del sermón deben ser cuidadosamente preparadas, escritas y memorizadas. Esto evitará la inseguridad o duda al terminar. Las ruedas del sermón deben detenerse con facilidad y gracia, dando al vuelo del sermón un suave aterrizaje.
Cuando usted haya dicho sus frases de cierre y la conclusión esté terminada, ¡deje de hablar! Algunos pastores sufren de no saber cuándo sentarse. Nunca diga: “Para terminar…”, y luego divague otros cinco minutos. Su congregación perdonará muchos pecados homiléticos, pero no le perdonará éste. No muestre duda ni inseguridad. Termine su conclusión, y entonces ¡siéntese!