Hace algunos meses tuve el privilegio de viajar por las montañas del norte de Italia, cerca de la frontera con Suiza donde, durante los siglos catorce y diecisiete, muchos valdenses sufrieron el martirio por causa de su fe. Nos detuvimos en un lugar denominado Torre Pellice, a unos 45 km de Turín, donde hay una gran caverna en el corazón de las montañas. Tiene una entrada muy estrecha, y en cierto lugar una sola persona a la vez puede arrastrarse hacia el interior. Los valdenses utilizaban esta caverna como iglesia. Creían que Dios había provisto este refugio para su pueblo perseguido. Algunas veces cientos de personas se ocultaban en ella para escapar de la intolerancia de sus perseguidores religiosos. Se dice que a veces los enemigos quemaban hojas y paja en la boca de la caverna para llenar de humo su interior y obligar así a salir a los refugiados, y de esta manera fueron martirizados muchos.
Allí en esa antigua caverna sagrada, el pastor. G. Cupertino, director ministerial de la División Sudeuropea, y el autor de estas líneas ofrecieron una oración de agradecimiento por la libertad que tenemos para adorar a Dios como nos lo indica nuestra conciencia, y una vez más nos consagramos al Señor y a su obra. Rogamos por la obtención de una fortaleza espiritual interior que nos mantenga inconmovibles en nuestra fe a pesar de las dificultades, perplejidades y persecuciones que sobrevengan. Sí, pedimos ser tan fieles a nuestra comisión de ministros del Evangelio como lo fueron los valdenses.
En un pueblecito cercano visitamos el Museo Valdense. Se exhibían los vestidos, las Biblias, y hasta las armas con que defendieron su fe. Los valdenses tuvieron un gran protector en el general inglés John Charles Beckwith. En la pared de una de las habitaciones está pintada una declaración que él les hizo una vez. Es una verdad eterna:
Voi sarette missionari o non sarette nulla (Sois misioneros o no seréis ninguna cosa).
¡Cuán verdadero es esto! Todo el tiempo que los valdenses mantuvieron su orientación misionera fueron poderosos en sus creencias cristianas. Pero ahora, es triste decirlo, el espíritu de los valdenses está desapareciendo de las iglesias en esa histórica zona de Italia. Se dice que sólo el diez por ciento de los miembros profesa abiertamente su fe. Los servicios de la iglesia cuentan con poca asistencia, y la iglesia popular está rodeando esa región y edificando iglesias en esa parte del país que una vez fue predominantemente valdense. ¿Por qué? Porque los descendientes de los primitivos valdenses perdieron su celo misionero. Los padres preferían morir antes que negar la fe de su Señor. Pero sus descendientes, en esta época de libertad y prosperidad, son indiferentes al legado de sus antecesores. ¡Qué contraste!
Al meditar en la triste condición espiritual de los valdenses del siglo veinte, y en su indiferencia religiosa que permite a sus antiguos perseguidores introducir sutilmente su fe entre ellos, quedé admirado y no pude menos que preguntarme dónde estaba su antiguo celo. Luego pensé en el Movimiento Adventista. Teniendo en cuenta la debilidad de la humanidad, todavía creemos humildemente que la “fe fue dada una vez a los santos” ha sido guardada pura y sin contaminación hasta la generación actual. El Evangelio se predica ahora en mayor escala que nunca antes. Cuán admirablemente animado me sentí al recordar las promesas proféticas del Apocalipsis que auguran al Movimiento Adventista el triunfo sobre el mar de vidrio, y que hablan de un movimiento misionero e interesado en la ganancia de almas hasta el fin del tiempo.
Como obreros de Dios debemos vigilar constantemente este precioso cometido de dar el evangelio al mundo, para que no sea apagado por el espíritu que incita nada más que a efectuar una administración pasiva de las iglesias y las instituciones que Dios nos ha dado. En la necesaria multiplicidad de las actividades de la iglesia siempre debemos recordar que la razón básica que justifica la existencia de la iglesia es la predicación del mensaje para este tiempo a todo el mundo.
Nuestra comisión
En Marcos 16:15 leemos nuestra inequívoca comisión: “Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a toda criatura”. Esto implica una diseminación amplia y global del Evangelio a través de los medios de difusión públicos y del testimonio privado. Resulta conmovedor y reconfortante comprobar que la dirección de nuestro programa denominacional está orientada hacia la acción misionera y el evangelismo. Vacilaríamos en decir que debido a la apatía del público moderno hacia la religión en general, y a causa de que la gente ha volcado su interés en los conductos del placer, la obra evangélica ha pasado de moda. Este es el lenguaje del gran adversario de la verdad.
Recientemente, los miembros laicos de diferentes países se han acercado a mí para decirme que en vista de los tiempos perturbadores de esta era atómica, la iglesia debiera manifestar mayor espíritu de evangelismo que el que despliega actualmente; que nuestros ministros, por precepto y por ejemplo, debieran dedicar más tiempo a la ganancia de almas en acción pública y en forma personal, y así amonestar a las masas en las ciudades, pueblos y aldeas acerca de su inminente destrucción. Al escuchar a esos fieles y fervientes miembros laicos, sentí que en sus corazones alentaban el profundo deseo de que la iglesia fuera más ferviente en su proclamación del mensaje en alta voz. Ellos quieren que el ministerio aliste, prepare y dirija a los miembros laicos con su ejemplo práctico e incansable, en las campañas para salvar a las almas. Quieren presenciar más obra de casa en casa y ver más publicaciones llenas del Espíritu vendidas y obsequiadas. La sierva del Señor habló de esto en el siguiente mensaje:
“La obra evangélica, la tarea de abrir las Escrituras a otros, el amonestar a hombres y mujeres acerca de lo que sobrevendrá al mundo, ha de ocupar más y más el tiempo de los siervos de Dios” (Evangelismo, pág. 16).
“Existe escasamente una décima parte de la compasión que debiera haber por las almas que no están salvadas. Quedan muchos por amonestar, y sin embargo, ¡cuán pocos son los que simpatizan lo suficiente con Dios para conformarse con ser cualquier cosa o nada con tal de ver almas ganadas para Cristo! (Obreros Evangélicos, pág. 121).
Sí, ganar almas para Cristo es la vida y el poder de la iglesia. Es el elemento que la hará sobrevivir, y resultará en el grito de victoria dado en el mar de vidrio.
El evangelismo en la actualidad
Hasta hace medio siglo mucha gente era religiosa, o por lo menos se interesaba en la religión. Pero la tragedia de las dos guerras mundiales ha cambiado el mundo. En muchos países hay millones de personas que son miembros de alguna iglesia cristiana, y que sin embargo son muy apáticos hacia las verdaderas prácticas religiosas. Se afirma que en muchos países sólo el diez por ciento de los miembros asisten a la iglesia. No obstante en ciertos países sigue aumentando la feligresía de las iglesias. ¿Cuál es la razón de esto? En muchos casos únicamente por la conveniencia. Es algo reconocido que para estar en un buen pie social y político es necesario ser miembro de una iglesia.
Esto significa que el evangelismo debe adaptarse a la mente del hombre moderno. Cuando presentamos el mensaje en nuestras reuniones públicas no podemos seguir utilizando los métodos empleados en el tiempo cuando la gente se interesaba en la religión y la practicaba. Vivimos en una época cuando las masas son indiferentes hacia la religión y millones de personas se burlan de las iglesias porque piensan que no pueden armonizar la ciencia y la Biblia.
Condiciones para el éxito del éxito del evangelismo en la actualidad
El hombre y la mujer convertidos no pueden dejar de testificar de su Salvador ante otros. Para que un ministro sea eficiente en la ganancia de almas, primero debe experimentar el gozo de la salvación en su propia vida, y luego el deseo de testificar para Cristo será una reacción automática. Un. predicador encendido con el gozo de su íntimo compañerismo con su Salvador conducirá a más gente a la decisión que los mejores métodos y los equipos más adecuados. Los pastores y los dirigentes debieran orar, predicar y trabajar con el propósito de lograr que los miembros de la iglesia también sientan esa gloriosa experiencia de la unidad con Cristo. Cuando se consiga esto no habrá necesidad de urgirlos a testificar entre sus vecinos y a invitar a sus amigos a nuestras reuniones de evangelismo. La Hna. White dice en El Ministerio de Curación:
“La más elevada de todas las ciencias es la de salvar almas. La obra más grande a que puedan aspirar los seres humanos es la de ganar a los hombres del pecado a la santidad. Para realizar semejante obra, hay que echar amplios cimientos. Para esto se necesita una educación comprensiva” (Pág. 379).
La obra de ganar almas es una ciencia tanto como la medicina o la física. Eso significa que deben considerarse seriamente los métodos para ganar a los hombres modernos a la verdad salvadora. También se nos ha dicho que “la mente debe estar activa para idear los mejores modos y medios de alcanzar a la gente que nos rodea” (Evangelism, pág. 443).
En general, el hombre de hoy no está muy interesado en el evangelismo como tal. Pero como resultado de su indiferencia hacia Dios, sufre de temor y ansiedad. Por lo tanto, escuchará al que pueda ayudarle a resolver su ansiedad, inseguridad, complejos de culpabilidad, etc. A continuación transcribimos un elocuente consejo en este sentido:
“A fin de conducir a las almas a Cristo, debe conocerse la naturaleza humana y estudiarse la mente humana. Se requiere mucha reflexión cuidadosa y ferviente oración para saber cómo acercarse a los hombres y las mujeres a fin de presentarles el gran tema de la verdad” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 544).
Estas consideraciones nos llevan a otro consejo dado por la sierva del Señor: “No olvidemos que debemos emplear métodos diferentes para salvar a personas diferentes.
“Tenéis que manejar un campo difícil, pero el Evangelio es el poder de Dios. La clase de gente que encontréis decidirá la manera en que debierais llevar a cabo la obra” (Evangelism, pág. 106).
“Algunos de los métodos utilizados en esta obra serán diferentes de los métodos empleados en la obra en lo pasado; pero que nadie, a causa de esto, estorbe la obra por la crítica” (Id., pág. 105).
Sobre el autor: Director adjunto de la Asociación Ministerial de la Asoc. General