Una de las razones principales de la existencia de mi iglesia consiste en guiar a los hombres y mujeres a una más profunda relación con el Salvador por medio del redescubrimiento del significado y las bendiciones de la observancia del sábado. Aunque los que estamos aquí hoy podemos diferir acerca del día en el cual debemos descansar y adorar, estaremos de acuerdo en que su función es vital para la supervivencia del cristianismo.

La esencia de la vida cristiana es la relación con Dios, una relación que crece y llega a ser más íntima especialmente por medio de la experiencia de la adoración y el servicio provistos por el día de reposo. Consecuentemente, una observancia adecuada del día santo de Dios refleja una saludable relación con Dios, mientras que el restarle importancia acarrea la decadencia y aun la muerte espiritual. James P. Wesberry, director ejecutivo de la Unión del Día del Señor, enfatiza esta verdad en su libro When Hell Trembles (Cuando el infierno tiembla). Dice: “El sábado… es el hito en la carretera del tiempo… Dios nunca ha rechazado su ley y si nosotros le restamos importancia, decaeremos espiritualmente” (pág. 33).

Los adventistas del séptimo día compartimos la convicción de ustedes de que el sábado es una institución vital para la renovación física y espiritual de nuestra vida personal y nuestra sociedad. De hecho, creemos que cuando la tiranía de las cosas esclaviza nuestras vidas necesitamos el día de reposo a fin de ser liberados para entrar en la paz de Dios para la cual fuimos creados.

El Dr. Wesberry ha sugerido que comparta algunos de los puntos claves de mi experiencia y de la investigación sobre el día del Señor que tuve ocasión de realizar en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma; y finalmente que destaque aspectos en los que podemos y deberíamos cooperar.

Antecedentes

Nací a tiro de piedra del muro del Vaticano y bajo su sombra pasé los primeros veinte años de mi vida. Mi padre, un devoto católico, tenía poco más de veinte años cuando se encontró con un valdense que le ofreció una Biblia para leer. Al estudiar la Palabra de Dios, descubrió entre otras cosas que el séptimo día es el día de reposo establecido por Dios en la Creación, y magnificado por Cristo durante su ministerio terrenal. Siendo que no pudo encontrar ninguna iglesia cristiana que observara el séptimo día, decidió descansar y adorar a Dios en ese día en forma privada en su casa. Hizo esto por cerca de un año, hasta que se encontró con una dama que lo conectó con la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Nuestra familia ha pasado por muchas circunstancias difíciles para poder expresar nuestra entrega al Salvador adorándole en su santo sábado. Mis compañeros de clase me ridiculizaban y me llamaban judío por faltar a la escuela y por rehusar jugar al fútbol con ellos en sábado. Los familiares y amigos me instaban a que abandonara esas ideas “heréticas” de mis padres. Como resultado de tan frecuentes conflictos, empecé a soñar mientras todavía era adolescente que algún día, por la gracia de Dios, investigaría el asunto del sábado y del domingo y el significado del día santo de Dios para los cristianos de hoy. Como adolescente, sin embargo, nunca me hubiera imaginado que un día llegaría a llevar a cabo una investigación tal en la prestigiosa universidad jesuíta. En aquellos días no se concebía que un “hermano separado” fuera aceptado en una Universidad del Vaticano sin haber abjurado antes de su fe. Por lo tanto, el haber visto que mi libro en cuanto al origen de la observancia del domingo salía de las prensas del Vaticano con el Imprimátur católico, el haber recibido no solamente una medalla de oro del papa Paulo VI, sino también cientos de cartas de aprecio de eruditos y dirigentes religiosos, y el haber sido invitado a compartir con ustedes algunos de los puntos más importantes de mi investigación, todo esto sobrepasa cuanto yo podría haber soñado en mi juventud.

Mi experiencia en la Universidad Gregoriana

¿Cómo fui a escoger la Pontificia Universidad Gregoriana para mis estudios doctorales? El padre Rovasio, un sacerdote católico a quien encontré en Etiopía donde estaba sirviendo como profesor de Biblia, fue el primero que me propuso la idea. Una mañana de primavera de 1969 compartí con él mis planes de viajar a los Estados Unidos para continuar mi educación. Sonriente, el padre Rovasio me dijo:

-Samuel, tú eres romano, no norteamericano. ¡Tú deberías volver a Roma y estudiar en la Universidad Gregoriana!

-¿Cómo podría hacerlo? -repliqué-. ¡Seguramente la Universidad Gregoriana no aceptaría a un hereje como yo!

El padre Rovasio me aseguró que desde el Concilio Vaticano II ya no se me consideraba hereje, sino “hermano separado” y por lo mismo tenía una buena posibilidad de ser aceptado. Después de un poco de vacilación decidí inscribirme. Siendo que la Universidad Gregoriana, en sus 428 años, nunca había recibido una solicitud oficial de un no católico, el trámite de inscripción y el otorgamiento de una dispensa especial demoró cerca de seis meses.

¿Qué se siente al estudiar con sacerdotes católicos de todo el mundo? Puesto que era el único laico en la clase, debo confesar que al principio me sentí un poco inquieto, especialmente cuando un compañero de clase me preguntó a qué orden religiosa pertenecía. A veces en broma yo contestaba que pertenecía a una nueva orden: La orden adventista. Pronto establecimos cálidas y cordiales relaciones.

El clima de cordialidad y respeto mutuo fue ejemplificado especialmente mediante la libertad que se me brindó y la orientación que recibí mientras llevaba a cabo la investigación para mi tesis doctoral en cuanto al origen histórico de la observancia del domingo. Recuerdo el día cuando le pedí permiso a mi consejero, el profesor Vincenzo Monachino, para hacerlo. Al principio se mostró renuente porque creía que el asunto había sido ampliamente investigado en muchas tesis anteriores. Pero insistí, y recibí su aprobación. El hecho de permitirme desafiar una tesis prevaleciente debe ser reconocido como una indicación de su estatura intelectual: Un genuino erudito que promueve la libre investigación de la verdad en lugar de simplemente defender un punto de vista popular.

Síntesis de mi investigación

Mis objetivos eran establecer por un lado la actitud de Cristo y de la Iglesia Apostólica hacia el sábado, y por otro lado cuándo, dónde, y por qué se produjo el cambio del sábado al domingo. Para aclarar la actitud del Salvador hacia el sábado examiné el material referido a este tema en los Evangelios. Me sentí impresionado por la cantidad de alusiones que se hacen al ministerio de Cristo llevado a cabo en sábado. Aparecen mencionados no menos de siete sábados en los cuales Jesús realizó sanamientos, además de dar algunos discursos significativos. Esto en realidad pone en evidencia la importancia que le atribuía al sábado la Iglesia Apostólica.

Cristo inició su ministerio público un sábado en la sinagoga de Nazaret aplicándose a sí mismo el pasaje sabático de Isaías 61:1, 2. Por medio de las palabras de Isaías Jesús dijo que él había sido “ungido”, es decir, había sido enviado oficialmente, “para dar buenas nuevas a los pobres… a pregonar libertad a los cautivos… a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Luc. 4:18, 19). Prácticamente todos los comentadores están de acuerdo en que el “año agradable del Señor” es el año sabático, o jubileo. Ese año sabático implicaba la liberación de los oprimidos en la sociedad hebrea: Los pobres podían recoger libremente el producto de la tierra; los cautivos y los esclavos eran liberados. Jesús debe de haber sorprendido a su congregación ese sábado de mañana cuando afirmó escueta pero enfáticamente: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (vers. 21). En otras palabras, las promesas de liberación que el sábado presuponía y proclamaba, dijo Cristo que ahora estaban hallando un cumplimiento más rico en su ministerio salvador.

Posteriormente, Cristo sustentó esa posición al hacer del sábado un día de restauración física y espiritual. Permítanme citar un ejemplo mediante el cual el Salvador destaca esta doble dimensión del sábado: El sanamiento de la mujer enferma. Primero, Cristo la restauró físicamente, diciendo: “Mujer, eres libre de tu enfermedad” (cap. 13:12). Luego defendió su acto de sanamiento contra la acusación de quebrantar el sábado al hablar de la liberación espiritual que había ofrecido: “Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo?” (vers. 16). Para el Salvador el sábado era el día de la liberación, el día cuando se experimentaban las bendiciones de la restauración física y espiritual que él provee a nuestras almas necesitadas.

El sábado marca no solamente la inauguración sino también la conclusión del ministerio terrenal de Cristo. En aquel histórico viernes, al completar Jesús su misión en la tierra, dijo: “Consumado es” (Juan 19:30), y entonces descansó el sábado en la tumba. A la luz de la cruz, entonces, el descanso sabático que queda para el pueblo de Dios (Heb. 4: 9) es un momento no sólo para celebrar la terminación de la obra de la Creación, sino también para experimentar las bendiciones de la salvación. Al dejar a un lado nuestros trabajos cuando llega el sábado, como dijo Calvino, “permitamos que Dios obre en nosotros”, que ponga en nuestras vidas el descanso de su perdón y su paz.

Este es, básicamente, el significado del sábado que encontré en el Nuevo Testamento. La forma como Cristo observó el sábado tal como se registra en los Evangelios revela que en el pensamiento de las comunidades apostólicas el Salvador no había anulado el sábado; por el contrario, había aclarado su significado y su función.

¿Cómo se comenzó, entonces a guardar el domingo? ¿Lo fue por la autoridad de la Iglesia Apostólica de Jerusalén? Los documentos disponibles revelan en forma concluyente que, hasta la segunda destrucción de la ciudad en el año 135 DC, la Iglesia de Jerusalén estaba compuesta y administrada por conversos judíos que eran leales a las tradiciones religiosas del Antiguo Testamento entre las cuales se encuentra la observancia del sábado. Nótese, por ejemplo, la existencia en Jerusalén de un grupo partidario de la circuncisión, aparentemente auspiciado por Jacobo (Gál. 2:12); la preocupación indebida de los dirigentes de la Iglesia de Jerusalén por las violaciones rituales y las leyes en cuanto a la comida, que aun los gentiles debían observar (Hech. 15:20); y especialmente la propuesta de “Jacobo… y todos los ancianos” (Hech. 21:18) de que Pablo debía someterse al rito de purificación en el templo para probar que también vivía “guardando la ley” (Hech. 21: 24).

Fuentes posteriores confirman la profunda convicción de la Iglesia de Jerusalén en cuanto a la observancia de las costumbres religiosas del Antiguo Testamento tales como el sábado. Epifanio, un historiador palestino del siglo IV, nos dice que los descendientes de los cristianos de Jerusalén que emigraron hacia el norte antes de la destrucción de la ciudad en el año 70 DC, todavía conservaban en sus días la observancia del sábado como una de sus principales características.

Puesto que Jerusalén no aparece como el lugar de nacimiento de la observancia del domingo, ¿dónde se originó la costumbre, y por qué? Mi tesis, que he estructurado sobre la base de evidencias circunstanciales pero, según creo, de significativa importancia, es que la observancia del domingo surgió en la Iglesia de Roma durante el reinado del emperador Adriano (117-135 DC), en un momento cuando las medidas represivas y antijudías por parte de los romanos promovieron un rechazamiento deliberado de las costumbres judías. Las expectativas mesiánicas resurgentes entre los judíos en ese momento explotaron en manifestaciones violentas en casi todos los lugares. Adriano debió mantener ocupadas por tres años a sus mejores legiones para sofocar la segunda revuelta judía en Palestina (132-135 DC). Cuando logró finalmente la victoria, adoptó medidas represivas muy severas contra los judíos, prohibiendo categóricamente la práctica de la religión judía, y especialmente la observancia del sábado. Esas medidas represivas, que se sintieron particularmente en la capital, aparentemente animaron a la feligresía predominantemente gentil de la Iglesia de Roma a destacar sus diferencias con el judaismo al cambiar el día y la forma de la observancia del sábado y de algunas festividades definidamente judías como la pascua. El sábado fue reemplazado por el domingo, y la fecha de la pascua fue cambiada del 14 de Nisán al domingo de pascua a fin de evitar, como Constantino lo destacó más tarde, “toda participación en la conducta perjura de los judíos”.

¿Por qué se eligió el domingo como nuevo día de adoración y no otro día? Encontré una razón significativa en la prevaleciente veneración del culto del sol. El “día del sol” -que nosotros llamamos domingo- inicialmente era el segundo día de la semana en el mundo romano, y seguía al día de Saturno. Sin embargo, a medida que las religiones adoradoras del sol llegaron a prevalecer en el Imperio, el “día del sol” dejó de ser el segundo para pasar a ser el primero de la semana. ¿Influyó este cambio sobre los cristianos que habían adorado al sol antes de su conversión para que escogieran al “día del sol” como su nuevo día de adoración? Encontré notables evidencias indirectas y directas que sugieren esa posibilidad. Por ejemplo, el simbolismo del “día del sol” era frecuentemente usado no sólo para representar a Cristo en el arte y la literatura, sino también para justificar la observancia del domingo. Eusebio explica que los cristianos se reunían en el “día de la luz, primero y verdadero día del sol, porque es el día de la creación del mundo en el que Dios dijo: ‘Sea la luz’ y es también en este día cuando el Sol de Justicia nació en nuestras almas”.

La conclusión, entonces, que surge de mi investigación, es que la sustitución del sábado por el domingo no ocurrió en la Iglesia de Jerusalén ni se basó en una disposición tomada por la autoridad apostólica para conmemorar la resurrección de Cristo. En lugar de ello ocurrió en la Iglesia de Roma a comienzos del siglo II como resultado de la conjunción de factores políticos, sociales y religiosos -paganos y cristianos-, similares en algún sentido a los que dieron origen a la conmemoración del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre.

En los pocos momentos que restan deseo destacar tres aspectos en los cuales los observadores del sábado y del domingo pueden y debieran cooperar.

Posibilidades de cooperación

1.    La promoción de una legislación protectora que permita a todos los ciudadanos descansar y adorar en el día de su elección. Felicito a la Unión del Día del Señor por defender los derechos no solamente de los observadores del domingo sino también de los observadores del sábado. Yo pienso, por ejemplo, en el apoyo que la Unión del Día del Señor ha dado al decreto H. R. 8429: Un decreto que busca proteger el derecho de todos los que por razones religiosas rehúsan trabajar en domingo, sábado, o algún otro día. En un momento cuando algunas cadenas comerciales están auspiciando una semana comercial de siete días, sin importarles los escrúpulos religiosos de sus empleados, necesitamos *trabajar unidos para proteger el derecho de toda la gente de descansar y adorar en el día santo de su preferencia.

2.    Reafirmación del mandamiento relativo al sábado. Hay quienes opinan, como ustedes saben, que la observancia del sábado no es obligatoria para los cristianos. Este punto de vista aparentemente surgió como resultado de la política antijudía de Adriano. En ese entonces una colección de escritos “Contra los Judíos” -Adversos Judaios- atacaron ciertas modalidades judías como la observancia del sábado por ejemplo. (Para mayor información, véase mi libro From Sabbath to Sunday, págs. 178-185.) La teología “cristiana” de desprecio por los judíos que se desarrolló en ese entonces, vació al sábado de todo su significado y lo redujo, como arguyó Justino Mártir, a una institución temporal, impuesta solamente a los judíos como la marca de fábrica o sello de su pecaminosidad. (Véase Id., págs. 225-227.)

Es lamentable que este concepto negativo relativo al sábado haya sobrevivido hasta nuestros días, con algunas modificaciones de menor cuantía. El número de enero-febrero de 1979 de la revista Biblical Archaeology Review nos proporciona un ejemplo de esto. Varios dirigentes religiosos reaccionaron frente a mi artículo (en el número de septiembre y octubre de 1978), y le escribieron al director para hacer comentarios como éste: “El día de reposo sigue siendo el sábado, el séptimo día de la semana. Pero Cristo clavó la ley, incluso ‘el sábado’ en la cruz. (Col. 2:14-16.)”. ¿De dónde obtiene su información este escritor? Seguramente no de Colosenses 2:14-16, puesto que el término “ley” (nomos) no aparece ni una sola vez en toda la epístola. La jeirógrafon que fue clavada en la cruz, de acuerdo con estudios recientes del uso que se le daba a la palabra, no es la ley de Moisés, sino un libro de registro de pecados. (Véase Id., págs. 339-369.)

Las consecuencias de desconocer que la observancia del sábado es obligatoria para los cristianos se pueden apreciar en la disertación de Willy Rordorf, autoridad en este asunto. El profesor Rordorf argumenta que el mandamiento relativo al sábado fue “abolido” por Cristo, y consecuentemente los cristianos debieran “evitar, tanto como sea posible, su tendencia a basar la observancia del domingo en el mandamiento (que se refiere al sábado” (Sunday, pág. 298). Básicamente, según su opinión, el sábado judío era un día de reposo de 24 horas; el domingo cristiano, en cambio, es una hora de adoración. Los cristianos, por lo tanto, deberían sentirse libres de dedicarse a cualquier actividad legítima durante el resto de ese día. Este punto de vista recibió el apoyo de la comisión Nacional de Liturgia Católica, en su sesión de octubre de 1978.

En efecto, la Iglesia Católica ha autorizado ya el traspaso de la misa del domingo al sábado de noche para acomodarse a los que desean dedicar el domingo a actividades recreativas ininterrumpidas. Ese es el resultado de debilitar, mediante interpretaciones, un mandamiento divino como el del sábado. El día santo del Señor se reduce a una hora de adoración que a su vez se traslada a otro momento para acomodarla a nuestra sociedad inclinada a la búsqueda del placer.

¿Qué se puede hacer para educar y motivar a los cristianos a fin de que guarden el día santo de Dios no solamente como una hora de adoración sino como un día completo de descanso, adoración, comunión y servicio? ¿Puede hacerse esto mediante una legislación nacional que prohíba todas las actividades que no sean compatibles con el espíritu del sábado o del domingo? En esta sociedad pluralista y materialista difícilmente podemos tener la esperanza de inducir a los cristianos a descansar y adorar en el día santo de Dios por medio de una legislación civil. En países europeos como Alemania, Inglaterra e Italia, donde durante el domingo prácticamente todas las actividades industriales y comerciales cesan por ley, las iglesias están vacías. En Italia el promedio de asistencia a la iglesia es de cerca del 6%, y en la mayor parte de Europa Occidental es del 10% para la población cristiana.

Tampoco se puede inducir a la gente a guardar el día de reposo invocando sus beneficios sociales, económicos, físicos o ecológicos. Aun a los que se convenzan no se los podrá obligar a tener una experiencia de adoración, comunión y servicio. Sólo cuando el conocimiento de lo que es bueno se fortalezca con profundas convicciones teológicas, una persona se sentirá motivada a guardar el día de reposo como Dios desea que se lo observe. Sólo el mandamiento relativo al sábado, implantado en la conciencia por el Espíritu Santo, trae tal convicción.

En sus palabras introductorias el Dr. Wesberry declaró en forma inequívoca que “una de nuestras mayores necesidades como nación… es volver al cuarto mandamiento y una vez más ‘recordar el día de reposo para santificarlo’… yo haré todo lo que esté de mi parte para poner gran énfasis en el cuarto mandamiento”. Comprometámonos, por la gracia de Dios, a guiar a nuestras congregaciones a una renovada comprensión y experiencia de las bendiciones del día de reposo. Si lo hacemos así, pronto nos regocijaremos al ver revitalizada la vida física, espiritual y social de nuestro pueblo.

3.    Replanteo teológico del significado del día de reposo para los cristianos contemporáneos. Una tercera posibilidad de cooperación se encuentra en la redefinición del significado y del mensaje teológico del día de reposo a la luz de nuestra civilización contemporánea. El desafío que enfrentan los ministros de cada generación consiste en identificar las necesidades de la gente y la sociedad, y presentar entonces la solución que Dios da para satisfacerlas.

¿Cuál es el problema crucial que aflige a tantas vidas hoy? ¿No es el problema de la inquietud constante? Para aliviar las tensiones la gente intenta diversos métodos: sale de vacaciones, ingiere tranquilizantes y drogas, bebe alcohol, se adhiere a clubes atléticos o grupos de meditación. En el mejor de los casos éstos proveen sólo un alivio temporario de las tensiones internas. El verdadero descanso no se encuentra en las píldoras mágicas o en los lugares sofisticados, sino en la correcta relación con una Persona: Nuestro Creador y Salvador. Como lo declaró Agustín en el primer párrafo de sus Confesiones: “Tú nos has creado para ti, y nuestro corazón permanecerá inquieto hasta que encuentre descanso en ti”.

Actualmente nuestra tarea común consiste en ayudar a los creyentes y no creyentes a comprender que el día de reposo le permite a nuestro Salvador llenar de paz y descanso nuestras vidas saturadas de inquietudes. Estoy agradecido por las nuevas ideas que estoy obteniendo de los pensadores religiosos de cada organización cristiana. Necesitamos investigar juntos cómo hacer del día de reposo una experiencia renovadora tanto física como espiritualmente, para nosotros y nuestros hermanos en la fe.

Sobre el autor: Adaptado de una conferencia dictada por el Dr. Samuele Bacchiocchi en la reunión anual de la Unión del Día del Señor, en Atlanta, Georgia, EE.UU. el 18 de febrero de 1979. El Dr. Samuele Bacchiocchi, doctor en Filosofía, es profesor asociado de Historia Eclesiástica en la Universidad Andrews, ubicada en Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.