Para los adventistas, la correcta interpretación de las setenta semanas de Daniel 9:24 es esencial a fin de preservar la integridad de la doctrina del Santuario.

Un error de cálculo en la interpretación dispensacionalista de las profecías desafía seriamente ese modelo de interpretación de la profecía bíblica. El corazón de la escuela futurista, a la cual pertenecen los dispensacionalistas, es la profecía de las setenta semanas de Daniel 9:24-27. En la última semana de ese período ellos acomodan los tres últimos años y medio mencionados: creen que esos tres años y medio son literales, es decir, 1.260 días no simbólicos y 42 meses reales, que completan la primera mitad de un período de tribulación de siete años. Entonces, afirman, un anticristo personal, que se manifestará en el futuro, dominará el mundo.

Además, argumentan que ese período comenzará con el arrebatamiento secreto y con el regreso en gloria de Cristo. Un serio error de cálculo echa por tierra esa posibilidad. Pero antes de entrar de lleno en el tema, conviene recordar un poco los orígenes del dispensacionalismo.

CÓMO COMENZÓ TODO ESTO

El arrebatamiento secreto fue descrito en forma espectacular por Charles C. Ryrie, Harold Lindsay y, más recientemente, por Tim La Haye y Jerry B. Jenkins. El porvenir del gran planeta tierra, de Lindsay, publicado en 1970, se convirtió en un best-seller mundial, un éxito que se repitió treinta años después por medio de la serie de televisión titulada Left Behind (Dejados atrás).

Los dispensacionalistas interpretan simbólicamente todo el período de las setenta semanas, y las aceptan como 490 años. Lo hacen de acuerdo con el principio de día por año (Núm. 14:34; Eze. 4:6), o por causa de la palabra hebrea shabua, que aparece en el texto original y que debe traducirse como “sietes”.[1]

Las primeras 69 semanas de las 70 son, por lo tanto, 483 años. hasta aquí, su razonamiento se parece al de los teólogos historicistas, entre los cuales están los adventistas. Pero al llegar a ese punto introducen un largo período, un lapso, y ubican la última semana en un futuro muy distante, justo antes de la Segunda Venida. Afirman que los acontecimientos de esta septuagésima semana no tienen relación ninguna con Jesús, el Mesías, sino con el anticristo.

La interpretación dispensacionalista depende mucho de la literalidad de los 1.260 días o 42 meses, para que los números combinados den un total que equivalga exactamente al cincuenta por ciento de la última semana profética de Daniel 9:24-27. Si eso fuera cierto, quedaría descalificada la posición historicista suscrita por Martín Lutero, Juan Calvino, John Knox y muchos otros reformadores.

La esencia del pensamiento dispensacionalista no se originó, como se cree con frecuencia, en John Darby y los hermanos de Plymouth (el equivalente a los Hermanos Libres de la Argentina), sino en escritores como Francisco Ribera (1537-1591), un jesuíta de la Universidad española de Salamanca, que vivió unos cuatrocientos años antes de Darby. Conocida como futurista, su comprensión de la profecía intentaba refutar las enseñanzas de los reformadores del siglo XVI y sus antecesores, incluso al católico medieval Joaquín de Floris (1135-1201), “el primero que aplicó el principio de día por año a los 1.260 días”.[2]

Ribera creía lo mismo que ciertos padres de la iglesia, como Ireneo, obispo de Lyon, Francia, que también ubicaba al anticristo en el futuro, y creía que los tres años y medio eran literales.[3] Con esa idea, Ireneo difería de Tertuliano, su contemporáneo del Norte de África, para quien las setenta semanas se habían cumplido plenamente en ocasión del primer advenimiento.[4] Aunque a veces no estuvo de acuerdo con el papa, Ireneo también favoreció la interpretación latina, y enseñaba que la iglesia debía confiar más en la tradición y que todos los cristianos debían dejarse guiar, en sus ideas, por los obispos.[5]

Al principio, y por espacio de dos siglos, los protestantes despreciaron o ignoraron el futurismo de Ribera. Después, sus ideas comenzaron a aparecer en la teología protestante, en las obras de algunos eruditos anglicanos tales como Samuel Maitland, su discípulo James II. Todd y otros. Todd negaba enfáticamente que el papado fuera el anticristo y que el catolicismo fuera una religión apóstata. Ejerció una notable influencia no sólo sobre los dispensacionalistas, sino también sobre John Henry Newman y Edward Manning, miembros prominentes del movimiento que poco después de la mitad de la década de 1840, junto con otros pastores anglicanos, se convirtieron al catolicismo.

Newman y Manning, que con el tiempo llegaron a ser cardenales, veían en el protestantismo el cumplimiento de las profecías de Daniel; es decir, la fe protestante era para ellos la precursora de la abominación espantosa del santuario católico. El sacrificio continuo que sería quitado era el sacrificio de la misa, que rechazaban los protestantes. Manning, que llegó a ser dirigente de la Iglesia Católica en Inglaterra, era especialmente enfático en este punto.[6] La influencia de las ideas futuristas desempeñó un papel fundamental en el afianzamiento de la posición católica.

La base intelectual de este movimiento se inició con Samuel R. Maitland, a comienzos del siglo XIX. Su primera publicación acerca de las profecías fue un folleto de 72 páginas titulado Una investigación acerca de los fundamentos sobre los cuales el período profético de Daniel y San Juan consiste supuestamente en 1.260 años. Su principal punto de apoyo era su decidida negación del principio día por año. En ese folleto, escribió: “Después de mucha consideración me siento convencido de que ‘tiempos, tiempo y la mitad de un tiempo’ (Dan. 7:25); ‘tiempo, dos tiempos y medio tiempo’ (Dan. 12:7); ‘un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo’ (Apoc. 12:4); ‘cuarenta y dos meses’ (Apoc. 11:2; 13:5); ‘mil doscientos y sesenta días’ (Apoc. 11:3) no son frases místicas relacionadas con un período de 1.260 años, sino que se trata de 1.260 días naturales”.[7] Pero ya vamos a ver que eso es imposible.

La comprensión de esos 1.260 días, tres años y medio o 42 meses es crucial para la interpretación profética. Eso es verdad para los partidarios de la escuela historicista, para los dispensacionalistas y también para los de la iglesia de Roma. Al equiparar los 42 meses del anticristo, mencionados en Apocalipsis 13:5, con los tres años y medio de la media semana de Daniel 9:25-27, los dispensacionalistas confían en los cálculos literales de Maitland.

Todo el escenario del tiempo del fin, en la concepción dispensacionalista, depende de estos conceptos: la idea de que habrá una tribulación de siete años (desde el arrebatamiento hasta al regreso de Cristo), la negación de que el papado es el anticristo y la notable teoría del lapso. Esta interpretación tiene implicaciones de largo alcance. Millones se pueden confundir con la idea del arrebatamiento: “Cuando mis amigos cristianos desaparezcan, tendré una segunda oportunidad de siete años más; así me puedo preparar para el fin”.

El futurismo

El futurismo también ciega al mundo a los peligros implícitos en el verdadero anticristo, que no es un personaje que aparecerá en el futuro, sino una entidad que ya está en acción en el mundo. Para los futuristas, no habrá arrebatamiento secreto, sino que la Segunda Venida irrumpirá por sorpresa sobre el mundo, como un relámpago que ilumina el cielo (Mat. 24:27). Jesús y una multitud de ángeles resplandecientes descenderán con fragor y son de trompeta, para anunciar el día de la salvación y de la condenación, saturando el cielo con una gloria inimaginable (Mat. 16:27; Luc. 21:27; 1 Tes. 4:16-18).

Todo ojo lo verá, y las naciones de los perdidos se lamentarán por causa de él (Mat. 24:30; Apoc. 1:7). Será muy tarde para aceptarlo como Salvador. Clamarán a las rocas y a los montes que caigan sobre ellos y los oculten del rostro del Señor (Apoc. 6:14-17).

La teoría del lapso del período

La teoría del lapso es inherentemente defectuosa, porque va en contra de todas las leyes conocidas de la aritmética, el sentido común y la enseñanza bíblica. Miles Beardsley Johnson dice: “Como resultado del rechazo de Cristo y de su crucifixión, el reloj de Israel se detuvo, y se introdujo el misterio de la gracia: la iglesia. Israel, como si fuera un tren, se salió de las vías principales y se lo desvió a una vía muerta, donde ha permanecido por mil novecientos años. El humo de su locomotora está empezando a elevarse nuevamente, y su silbato está tocando de nuevo; la nación está lista para terminar su recorrido. Ya que el período de la iglesia es indeterminado, los mil novecientos años que han pasado son un intervalo, como los de las competencias deportivas”.[8]

Sin duda esta descripción es pintoresca y, para ciertas mentes, engañosa también. Las grandes profecías de tiempo del Señor no se parecen ni a un tren ni a un partido de fútbol. Nada existe en ninguna de ellas, y en especial en la de Daniel 9:24-27, que sugiera un tipo de lapso o de período muerto como lo que propone esta teoría. Dios piensa y se expresa con claridad, con coherencia, sin términos teológicos dudosos. Supongamos que un amigo nos invita a visitarlo por una semana. Vamos a su casa, pero en el sexto día, en el momento del desayuno, anunciamos que el séptimo día de la visita se cumplirá en algún momento del futuro. Por esa razón, mientras ese día no llegue, seguiremos viviendo en su casa. Esto sería una insensatez.

Cuando el mensajero del Señor le dijo a Daniel: “Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad” (Dan. 9:24), se lo envió precisamente para explicar, y no para oscurecer la profecía. Por lo tanto, ese período significaba exactamente 490 años consecutivos, y no 2.490 o más. Si Dios hubiera querido enquistar a la nación judía por dos mil años, lo habría dicho con claridad, porque “no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amos 3:7). Lo concreto, sin embargo, es que después del año 34 d.C. no obraría, como en lo pasado, por medio de su pueblo Israel, sino a través de la iglesia cristiana constituida por judíos y gentiles convertidos.

El período de la iglesia, además, no es indefinido como sostiene Johnson. La Biblia nos presenta indicadores específicos, como Mateo 24:30 y Lucas 21:25. También presenta varios períodos de diversa extensión, incluso los 1.260, 1.290, 1.335 y 2.300 días.

Por qué se acepta esta teoría

Si la teoría de este lapso intercalado es intrínsecamente defectuosa, ¿cómo podemos explicar el hecho de que tanta gente la esté aceptando? Lo que ocurre es que los que lo hacen se aterran al antiguo error de Ireneo y otros, para quienes la Segunda Venida ocurriría en su tiempo, es decir, en un futuro muy próximo. Pero Cristo no vino. Por eso, en torno al siglo XVI, cuando Ribera se dispuso a estudiar este asunto, habían pasado ya mil cuatrocientos años. ¿Cómo resolver el problema? La posición correcta consistía en admitir, con sencillez, que los primitivos católicos, entre ellos Ireneo, estaban equivocados y que la raíz de su error consistió en no aplicar el principio de día por año. Negar ese principio equivale a quedarse enredado en la urdimbre de un tiempo intelectual, un punto de vista propio del año 200 d.C., creando de este modo las condiciones para justificar el ingenio jesuíta.

La teoría del lapso intercalado está íntimamente ligada a la idea de que los 1.260 días son literales. Los dispensacionalistas dependen mucho de las ideas de Ribera y, en especial, de la negación del principio día por año de Maitland.

La discrepancia

Una de las razones por las cuales los 1.260 días deben ser simbólicos es que, si se los toma literalmente, son más cortos que los días del calendario. Veamos: ¿Cuántos días tiene un año? Salvo los bisiestos, tiene 365 días. Tiene exactamente 365,2422 días. Si calculamos sobre esta base, tenemos lo siguiente: 365,2422 (días) x 3,5 (años) = 1.278 días, no 1.260. Hay un sobrante de 18 días. Si esto es verdad, el cálculo dispensacionalista tampoco constituye 42 meses literales, sino algo así como 41 meses y medio. Por lo tanto, los 1.260 días no pueden formar parte de la tribulación de siete años en la que insiste la teología dispensacionalista. En ese caso, no tendría nada que ver con Daniel 9:24-27.

Los intérpretes de la escuela historicista no tienen este problema. Su cálculo es diferente: 360 x 3,5 (o 42 x 30) = 1.260. Y ese lapso no necesita ser un período natural de tiempo, ya que un año no tiene 360 días, ni todos los meses son de 30 días. Ni siquiera en el antiguo calendario lunar, usado por Israel, ocurría eso. Si esto es matemáticamente imposible desde el punto de vista literal, debe tratarse de un período simbólico basado en el principio día por año de Números 14:34 y Ezequiel 4:6.

La literalidad de Ribera, junto con la de Ireneo, Maitland y los dispensacionalistas, también queda descalificada por el hecho de que el papado medieval cumplió, sorprendentemente, los 1.260 años, desde el año 538 hasta 1798 de la Era Cristiana. Pero para muchos adeptos del futurismo y del dispensacionalismo, esa argumentación es muy indirecta. Continuar vistiéndose con el pulido manto de su error matemático les parece más rápido y conveniente.

Implicaciones

Uno de los propósitos de este artículo es llamar la atención a este error y exponerlo. Pero, más importantes que eso son sus implicaciones. La tribulación de siete años, que supuestamente comenzaría en los tres años y medio de referencia, se vuelve una hipótesis innecesaria junto con la idea peculiar del lapso intercalado, que ya mencionamos. Lo mismo ocurre con el arrebatamiento secreto (supuestamente separado por siete años del regreso de Cristo). Después de todo, el descubrimiento de este error rebate la idea de que Israel y la iglesia cristiana sean entidades separadas y discontinuas. Los dispensacionalistas enseñan que los judíos, e incluso el moderno Estado de Israel, siguen siendo el pueblo elegido de Dios. Todo eso queda descartado ahora.

Para los adventistas, la interpretación de las setenta semanas es sumamente importante ya que se trata de la primera parte de los 2.300 días de Daniel 8:14. Es esencial para la integridad de la doctrina del Santuario. Intentar que las setenta semanas coincidan con el fin de la historia humana, como lo pretenden los futuristas, las separa de los 2.300 días. Pero la exposición del error de Maitland y Ribera contribuye a vindicar el principio día por año, e indica que los 2.300 días proféticos se deben calcular como años.

Ha llegado el tiempo de descartar enfáticamente el futurismo y el dispensacionalismo de Ribera, como también los conceptos que se desprenden de él. Debemos hacerlo insistiendo con mayor vigor en la interpretación historicista de la profecía, el único modelo en el que caben las predicciones bíblicas y su cumplimiento en la historia.

Sobre el autor: Profesor de Biblia e Inglés. Reside en Edimburgo, Texas, Estados Unidos.


Referencias:

[1] D. Guthrie, The New Bible Commentary Revised [El nuevo comentario bíblico revisado] (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1975), p. 698.

[2] Le Roy Edwin Froom, Finding the Lost Prophetic Witnesses [El descubrimiento de los testigos proféticos perdidos] (Washington, D.C.: Review and Herald, 1946), p. 31.

[3] Citado por LeRoy Edwin Froom en The Prophetic Faith of Our Fathers: The Historical Development of Prophetic Interpretation [La fe profética de nuestros padres: el desarrollo histórico de la interpretación profética](Washington, D.C.: Review and Herald, 1946), t. 1, pp. 247-249.

[4] Tertuliano, citado por Froom, Ibíd., t. 1, p. 260.

[5]  Ireneo, citado por Willis Lundqist, Christianity and Byzantium (La cristiandad y Bizancio], t. 4 de The Universal History of the World [La historia universal del mundo] (Nueva York: Golden Press, 1966), p. 304.

[6] Henry Edward Manning, The Temporal Power of the Vicary of Jesús Christ (El poder temporal del vicario de Jesucristo], pp. 250, 260. Citado por Froom, Ibíd., t. 3, p. 542.

[7]  Samuel Maitland, citado por Froom, Ibíd., t. 3, p. 542.

[8] Miles Beardsley Johnson, citado por Sakae Kubo, The Open Rapture (El arrebatamiento explícito] (Nashville, TN: Southern Publishing Association, 1978), p. 15.