Visitar a los pacientes hospitalizados es un ministerio importante. Saber qué realizar y decir puede hacer más provechosas sus visitas.
La mayoría de las enfermedades que encontrará en su visita a un hospital no tienen causas estrictamente físicas. Un estudio de 500 casos en la Clínica Ochsner, en Nueva Orleans, reveló que el 77% de las enfermedades eran psicosomáticas.[1] Ya en su tiempo Salomón dijo lo mismo de otra manera: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Prov. 23: 7).
A menudo, lo que el paciente más necesita es sanidad espiritual. Dado que el temor, el estrés y la ansiedad son los causales de que muchas personas estén enfermas, ayudarlas a tratar con ellos les facilitará su recuperación. Y es allí donde usted, como pastor, entra en escena. Porque, cuando visita al paciente hospitalizado, usted se convierte en la parte más importante del equipo sanador. ¿Cómo deberla, entonces, emprender esta obra sanadora?
Su visita es importante
Considere por un momento la importancia de la visita al hospital. Piense que trabajar con y por los seres humanos es la obra más grande en el mundo. Por lo tanto, cuando usted va al hospital para ver al paciente, en el nombre del que dijo: “Estuve… enfermo, y me visitasteis” (Mat. 25:36), está siguiendo en las huellas de Jesús, quien empleó más tiempo ministrando a los enfermos que ensenando o predicando.
Sus miembros de iglesia le perdonarán casi cualquier cosa, excepto el haber dejado de visitarlos cuando estaban enfermos. Recuerdo que en los comienzos de mi ministerio un jovencito de mi iglesia fue al hospital, durante la noche, para una amigdalectomia. Al día siguiente estaba terriblemente desilusionado porque su pastor no habla ido al hospital para verlo. Por supuesto, la razón fue no saber que se encontraba allí. Entonces no pude menos que dar alguna rápida explicación y hacer las paces.
Por lo general, sus miembros lo llamarán para hacerle saber que alguien está enfermo. De todas maneras, algunas veces se les debe recordar que el pastor no lo ve ni lo sabe todo. En forma especial, al asumir los deberes en una iglesia, será bueno pedirles que le hagan saber cuando alguien está enfermo.
Recuerde que el individuo todavía es importante. En una época cuando enfatizamos el ministerio de las masas, no deberíamos olvidar al individuo. En el hospital usted tiene el auditorio de una sola alma y, a menudo, es allí donde usted puede hacer su mejor obra espiritual. Además, mucha de la obra del Maestro fue en favor de la audiencia de una sola alma —Nicodemo, la mujer samaritana junto al pozo, la mujer sirofenicia, Zaqueo, y muchos otros—, y la mayoría de sus enseñanzas y sus parábolas tuvieron que ver con una sola persona o cosa —la única oveja perdida, la única moneda perdida, el único hijo pródigo.
Cómo hacer visitas efectivas
Determine cuándo es el mejor momento para visitar. Conozco a un joven ministro que hace una rutinaria visita al hospital a las 23:00, y a otro que la hace a las 22:00. Es difícil creer que un ministro sea tan desconsiderado con un paciente. Visitar al enfermo debería estar en primer lugar en la obra del ministro, no al final.
Los pacientes necesitan el reposo nocturno. Por lo tanto, evite las visitas hechas tarde por la noche, excepto en casos de emergencia. Generalmente entre las 10:00 y las 12:00 es el mejor horario para ir al hospital. Para entonces el paciente ya ha sido alimentado, bañado y visitado por el médico. Al evitar las horas comunes de visita, estará en condiciones de estar más en privado con el paciente y conversar más confidencialmente. En el caso de pacientes del sexo opuesto y para resguardar su imagen deberá, por supuesto, ajustarse a los horarios regulares de visita. Y otro punto: evite visitar a la hora de comer. Los pacientes, a menudo, se sienten mal al comer descansadamente en su presencia cuando usted no puede acompañarlos.
Una visita al hospital normalmente no debería tomarnos más de diez minutos. Ocasionalmente, un miembro podrá tener algún problema o asunto espiritual que le tomará más tiempo. O si el paciente está gravemente enfermo, necesitará permanecer largo rato fortaleciendo y animando a la familia por medio de sus oraciones y su presencia. Me viene a la mente una visita que hice a un hospital, hace varios años atrás, donde el joven paciente habla empeorado repentinamente. Aquel día permanecí por espacio de tres horas, orando por el paciente y tratando de confortar a la familia hasta que la crisis pasó y el joven estuvo fuera de peligro.
Un buen momento para visitar a pacientes quirúrgicos es en la noche anterior a la cirugía. Trate de estar allí más o menos en el horario regular de visita hasta después que este termine, y así poder conversar en privado con el paciente. El problema de visitar en la mañana de la cirugía es que el paciente, por lo general, ya ha tomado su medicación preoperatoria y está medio dopado antes que usted arribe.
Algunas veces el paciente no duerme bien la noche anterior a la operación. La seguridad que usted le transmitirá de que Dios estará presente en la sala de cirugía será de gran ayuda. Textos como Josué 1:9 o Isaías 41:10 le pueden dar mucho ánimo.
Esté informado al visitar. Conozca la naturaleza de la enfermedad del paciente antes de entrar a la habitación, ya sea por medio de la familia o de los médicos. Su visita a alguien con una enfermedad leve ciertamente diferirá de la visita a un paciente con cáncer terminal.
Al llegar al hospital, vaya primero a la enfermería y dígale a la enfermera de turno que desea ver a la Sra. Martínez o al Sr. López. Si la puerta de la habitación del paciente está cerrada, normalmente es por un propósito, de modo que pregunte a la enfermera si el paciente está ocupado. Nunca abra la puerta y entre sin golpear. Puede dar lugar a encuentros embarazosos. Y si sobre la puerta hay un cartel que dice “No se permiten las visitas”, que comúnmente no se aplica para el ministro, de todas maneras confírmelo con la enfermera para poder pasar.
Comportamiento
Sea agradable. Aproxímese al paciente con una sonrisa y un saludo amigable. No sea deprimente, y tampoco trate de ser un divertido payaso. El paciente toma en serio su enfermedad y usted también debería hacerlo. Y para despedirse podría decir algo semejante a esto: “Espero que tengas una buena noche”, o “Espero que descanses bien”. Una sonrisa y un saludo simpático nos llevará muy lejos. Como un autor lo expresó: “La cosa más profesional que un clérigo puede hacer es ser él mismo lo mejor posible”.[2]
Tenga una actitud positiva. Hable en términos de salud. Un escritor declaró: “El capellán deberla ser el vocero de la vida, no de la muerte… Uno de los primeros deberes del capellán es difundir alrededor de la cama del paciente un espíritu de felicidad, de gozo por medio de la fe”.[3] Otro escribió: “Caiga el énfasis del pastor sobre la salud antes que sobre la enfermedad. Cualquiera sea la razón, la mayoría de los pacientes se recobran. En pocas palabras, piense de la enfermedad como un enemigo que debe ser combatido y vencido”.[4]
Lleve sólo buenas nuevas al paciente. No cuente otros casos de enfermedad, excepto para decir cuán bien se han recuperado algunas personas. Recuerdo que donde fui pastor hace varios años atrás, una venerable anciana fue al hospital para una operación. Justo antes de su cirugía alguien le contó de una fatal amigdalectomla. Casi sin necesidad de decirlo, este tipo de cosas sólo pueden provocar temor y alarma indebidos en el paciente.
Cuando entre a la pieza no estreche la mano del paciente a menos que él la extienda primero. Permanezca de pie o sentado donde el paciente pueda verlo fácilmente. De otra manera él se sentirá incómodo.
Vístase de manera conservadora y aseada. Por lo general, no use ropas negras al hacer visitas al hospital. Encuentro muy apropiado algo más claro y alegre. Algunos pacientes sienten temor al ver que se acerca el ministro porque su semblante sombrío les hace pensar en el director de pompas fúnebres y en el día del juicio.
Nunca discuta el estado crítico del paciente mientras éste se halla inconsciente. Puede ser capaz de oirlo, aunque no de responderle. Una mujer me dijo que cierta vez estuvo tan enferma que nadie pensó que podría recuperarse. Los médicos le habían dado de alta para que muriera, y sus familiares y algunas otras personas estaban alrededor de su cama discutiendo el asunto. “Yo oía todo lo que decían —me dijo después que se recobró— pero no podía responderles”.
Siempre hable bien del médico del paciente. Para que el paciente se recobre satisfactoriamente, debe tener fe en su médico. Esta confianza es tan importante como la medicación, y puede ser especialmente tranquilizador para quien está por entrar a la sala de cirugía. Incluso, los ministros nunca deberían entrometerse en las cosas médicas, ni sugerir un cambio de médico o de medicación. Deben permanecer sólo en las cosas espirituales.
Servicialidad
Sea amable y cortés. Pregunte al paciente si hay algo que usted podría hacer por él. Satisfacer algún pequeño pedido puede significar mucho para el paciente. Algunos suelen desear que se les traiga un libro, una revista o alguna otra cosa. Varias veces me han pedido que hiciera una llamada telefónica por ellos, o que les trajera una gaseosa. Pero antes de traerle alimento o bebida, consulte con la enfermera para saber si es correcto que lo haga.
Sea un buen oyente. “Los grandes líderes religiosos de todos los tiempos han sido aquellos que escuchaban la voz de Dios por un lado y la voz del pueblo por el otro”.[5] Que el ministro escuche, sirve para dos importantes fines: Ayuda al paciente a expresarse y ayuda al ministro a entender.
Al escuchar cuidadosamente usted puede detectar lo que el paciente está temiendo. Muchos pacientes tienen sentimientos de culpa, y algunos suelen sentir que están recibiendo un castigo por algo que han hecho. Recuerdo la experiencia de una mujer enferma que había tenido un romance con un joven cuando era una adolescente: tenia temor de que estuviera por morir y que Dios no
la aceptara. Tales personas necesitan la seguridad de que Dios las ama y las perdona, y que no están siendo castigadas.
Utilice todos los recursos de ayuda. Uno de los medios más grandes para confortar y sanar es la lectura de las Sagradas Escrituras. La condición física y la experiencia espiritual del paciente, así como la conversión y el estado de ánimo durante la visita, determinarán la selección de la Escritura que usted hará. Es mejor usar un pasaje de entre uno y seis versículos que contengan una unidad de pensamiento, y que sean fáciles de retener después de leídos. O puede dejarle un folleto o librito de promesas bíblicas, en el que previamente haya marcado los pasajes leídos.
En el libro The Art of Ministering to the Sick, Cabot y Dicks nos recuerdan que “la oración es el único método sencillo más grande del ministro en su trabajo con el enfermo”.[6] Con todo, surge un interrogante: ¿Debería ofrecer una oración con cada paciente? Probablemente no. Pero si el paciente es un miembro de su iglesia, casi siempre será bueno orar con él. Con otras personas, el compañerismo, la sensibilidad, y la presencia o ausencia de visitas determinarán su decisión.
En muchos casos, uno o dos minutos de oración serán más que suficientes. Ore con una voz suficientemente audible como para que el paciente lo oiga, pero lo suficientemente baja para que no lo oiga cualquiera. A veces, los otros pacientes de la habitación apreciarán ser incluidos en su oración.
Apenas haya terminado de orar, debería retirarse tan queda como reverentemente sea posible. Asegúrele al paciente que continuará orando por él (y asegúrese de hacerlo), y que pronto retornará para verlo de nuevo.
Recuerde, en la visita hospitalaria usted está siguiendo en las pisadas del Salvador. Recibirá el profundo aprecio de aquellos a quienes visita y, un día no muy lejano, la alabanza del Salvador que le dirá: “Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor” (Mat. 25:21).
Sobre el autor: E. Harold Roy sirvió por cuatro años como capellán en un hospital. Actualmente es pastor de la Iglesia Adventista de Wooster, Ohlo, Estados Unidos.
Referencias
[1] Citado por John A. Schlndler, “Your Mind Can Keep You Well”, Reader’s Digest (diciembre de 1949), pág. 51.
[2] Edmond Holt Babbitt, The Pastor’s Pocket Manual for Hospital and Slckroon (Nashville, Abingdon Press, 1949),pág. 16.
[3] j. Bennett Roe, Doctor and Chaplain, pág. 7.
[4] Andrew Blackwood, Pastoral Work (Philadelphia, The Westminster Press, 1945), pág. 103.
[5] Richard C. Cabot y Russell L. Dicks, The Art of Ministering to the Sick (Nueva York, The Macmillan Co., 1946), pág. 189.
[6] ibid