Un historiador analiza ciertas similitudes existentes entre el fracaso del marxismo y la frustración del adventismo.

Me gustaría sugerir que nosotros como adventistas deberíamos mantener nuestros ojos abiertos a la posibilidad de que Dios podría tener un plan número dos para llevar la era cristiana a su culminación, como lo tuvo para el primer advenimiento de Cristo.

Es innegable que entre el marxismo como teoría filosófica [no como la denigrante aplicación que de él hizo el sistema comunista] y el adventismo se destacan diversos conceptos que resultan muy similares. Aunque este artículo no se propone analizar “todas las similitudes”, daremos un vistazo a dos áreas significativas abarcadas entre estos conceptos paralelos.

El marxismo: movimiento escatológico

El marxismo es un movimiento escatológico que refleja mucho del contenido cristiano. El marxismo comenzó como un movimiento con una misión global que procuró dar la bienvenida al milenio por medio de la predicación de su propia versión de las “buenas nuevas”. Podría argumentarse que la razón por la cual este movimiento odiaba al cristianismo era porque, en esencia, éste era su rival, no su adversario. Tenía sus propios profetas, sus propias escrituras, y un código de ética estricto, así como su propia visión milenaria de los últimos eventos del planeta. En suma, el marxismo competía con el cristianismo en el supermercado de las almas humanas y de las ideologías cósmicas. Luchaba porfiadamente por la prevalencia de su propia versión del “conflicto de los siglos”.

El marxismo, por lo tanto, no debía considerarse como un sistema económico, sino más bien como una filosofía escatológica en la cual el socialismo económico era un aspecto esencial de la realidad.

Una generación de jóvenes idealistas se emocionó con el mensaje esencial del marxismo, y llegaron a la conclusión de que todos los pueblos deberían hacer “todo cuanto pudieran para contribuir al bienestar general”. Así, los individuos deberían depositar todo lo que pudieran dentro de la olla del puchero colectivo, a la vez que sólo tomarían de allí lo estrictamente necesario. En el mejor de los casos, esa sentencia se acerca al corazón de la ética judeo-cristiana.

Una de las razones por las cuales Karl Marx despreciaba al cristianismo era porque lo veía como un camino impropio para la felicidad del milenio, ¡Peor todavía!, el cristianismo espurio que él conocía era una promesa mentirosa. Prometía la verdad, pero eventualmente se convertía en un engaño. Por ejemplo, lejos de accionar efectivamente los valores cristianos, ese cristianismo occidental, según lo señalaba Marx, enarbolaba la ley de la supervivencia del más apto en la jungla capitalista, convirtiéndose así en un instrumento que propiciaba el control de las masas por parte de los ricos y potentados. Por eso Marx veía que el cristianismo era a menudo, no

el camino de la salvación, sino “el opio de los pueblos”: una forma de lograr que las masas se tragaran la píldora de la opresión. Esa forma de ver las cosas no era solamente brillante, sino también, las más de las veces, correcta. Para Marx, el cristianismo se había convertido en el anticristo.

En consecuencia, Marx y sus seguidores desarrollaron su propia “verdadera filosofía”, su propia religión, su propia senda para la salvación, y su propio camino hacia el reino milenial. Su doctrina motivó a sus misioneros a ir hasta los últimos confines de la tierra.

El marxismo, por lo tanto, no debía considerarse como un sistema económico, sino más bien como una filosofía escatológica en la cual el socialismo económico era un aspecto esencial de la realidad.

La escatología marxista se fundó sobre la filosofía de Guillermo Federico Hegel, particularmente en la triada dialéctica de Hegel. La filosofía hegeliana estimulaba el desarrollo de la historia a través de la oposición de fuerzas contrarias. En este sentido, cada idea o tesis surgiría contra su opuesto o antítesis. El resultado sería una nueva resolución o síntesis. Esa nueva síntesis se convertiría, a su vez, en una tesis que se encontraría con una nueva antítesis, y así por el estilo. De manera que para Hegel, la historia era progresiva y dinámica. Fluía de un punto A hacia un punto B, y luego a otro C.

Pero Marx señalaba en su versión adaptada del hegelianismo que la dialéctica llegaría a su fin. La síntesis final se produciría con la dictadura del proletariado, cuando las ideas hegelianas del socialismo, en su mejor momento, se establecerían para siempre en todo el mundo. Seguiría un tiempo de paz y plenitud para todos. La edad del opresor habría terminado para siempre. El reino milenial del marxismo habría descendido por fin.

La falla de la doctrina marxista

Pero obviamente el sueño escatológico del marxismo falló. ¿Por qué? ¿Dónde estuvo el error de su fórmula sobre el tiempo del fin?

Esta no es una pregunta fácil de contestar. Mi trabajo doctoral trata acerca del reconstruccionismo social (una filosofía revolucionaria). Antes de iniciar mis estudios doctorales había renunciado al ministerio adventista del séptimo día a causa de mi frustración con mi propia iglesia y mi vida personal, y había decidido abandonar tanto la iglesia como el cristianismo. Pero necesitaba una respuesta a la vida. De modo que estudié filosofía social. En vista de que todavía era un joven idealista, me subyugaron las doctrinas revolucionarias que bebía en las aulas. De hecho, mi tesis trata acerca de las teorías de George S. Counts, quien en el abismo de la depresión de la década de 1930 reactivó las posibilidades de una revolución educacional en su libro ¿Dare the School Build a New Social Order? Era una hermosa teoría, construida sobre los mejores valores humanos.

Pero, después de estudiar este asunto por varios años, me vi obligado a plantearme la difícil pregunta: “Todo esto es demasiado bello, ¿por qué no ha dado resultado?”

Mi respuesta es que el espíritu revolucionario marxista y el no marxista de naturaleza socialista, no tomaron en cuenta la verdadera naturaleza del ser humano y el problema del pecado.

Suena bonito para los idealistas de ojos iluminados decir que todos deberían poner en la olla de las necesidades lo más que puedan y tomar sólo lo necesario. Pero en la práctica la gente saca de la olla lo más que puede y pone dentro de ella lo menos posible. He ahí la razón de la caída del socialismo marxista.

Pero hay que reconocer que estaba construido sobre una buena doctrina en gran parte. Muchos religiosos conservadores norteamericanos van a quedar abrumados de sorpresa cuando lleguen al cielo y descubran que Dios es un socialista. Después de todo, no podría ser capitalista.[1] El poder funcional del capitalismo se basa en el conocimiento del egoísmo humano: tome todo lo que pueda a expensas de los demás. Esa doctrina apela a gente “normal”, de modo que el capitalismo funciona en una sociedad pecaminosa mientras es normado rigurosamente por el socialismo a fin de que su contenido no sea demasiado brutal. La fuerza impulsora del capitalismo es maximizar los beneficios a expensas del trabajo. Es una especie de supervivencia de la doctrina económica más fuerte que arribó a sus días de gloria al mismo tiempo que el darwinismo y el darwinismo social. La eficacia del capitalismo reside en la captura de la verdad básica de que la naturaleza humana es egoísta, ciudadela del pecado. Ese es un aspecto esencial de la visión correcta del capitalismo acerca de la verdad doctrinal.

En realidad, ni el capitalismo ni el socialismo funcionan en un mundo caído. El socialismo, como el comunismo descubrió, necesitaba ser apuntalado por incentivos capitalistas para que la gente trabajara; mientras que el capitalismo, como ocurre en la vida estadounidense, necesitaba ser atemperado por el humanismo socialista. El verdadero problema del socialismo puro, como se concibe en el comunismo idealista, es que mientras capta los principios económicos del cielo, pasa por alto la fuerza impulsora que hace que las cosas funcionen sobre la tierra, ignorando la naturaleza humana y los efectos del pecado. Ha pasado por alto la pieza clave del problema humano, por eso cayó, y fue una caída mortal. El marxismo, en suma, no tomó en cuenta el poder tenaz de los intereses creados, tanto entre su propio liderazgo como en su comitiva, o sea, sus seguidores.

El adventismo y su falla

Esto me lleva al segundo punto más importante de las similitudes entre el marxismo y el adventismo: la tentación de restarle importancia a la fuerza de la naturaleza humana (núcleo del pecado) y los intereses creados. (Nota: no dije ignorar su importancia, sino restarle importancia.)

Aquí debería decir una palabra acerca de la visión que el adventismo tiene de sí mismo como una fuerza remanente del tiempo del fin en la historia del mundo. Al igual que el marxismo, el adventismo tiene sus raíces y propósitos en la esperanza milenial; en promover la consumación de la historia humana e introducir el reino de Dios, la solución definitiva, la síntesis dialéctica última. También, a semejanza de los marxistas, un objetivo tal ha impulsado a los misioneros adventistas del séptimo día a ir hasta los confines de la tierra.

Hay una diferencia fundamental, sin embargo, en ambas escatologías, puesto que la solución marxista es básicamente humanista. En el marxismo el reino será introducido por el esfuerzo humano. El adventismo, por supuesto, con su visión bíblica, no puede adoptar ese punto de vista del fin de la historia. La solución adventista no es de carácter humanista, sino teísta: es el esfuerzo de Dios, no el del hombre, lo que hará posible la introducción del reino de Dios.

Pero en este punto la teología adventista a menudo se vuelve algo confusa. Después de todo, ¿no depende Dios de que la iglesia remanente predique el mensaje de los tres ángeles, incluyendo el evangelio eterno a “toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6)? Y ¿no es acaso el último gran logro de la iglesia del tiempo del fin la predicación de “este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mat. 24:14)? ¿No han creído los adventistas que la venida del Señor espera encontrar fiel a su pueblo remanente de los últimos días que está sobre la tierra?

En suma, ¿nosotros los adventistas, hasta cierto grado, no hemos permitido que la solución teísta de Dios dependa de logros humanos? Y, si es así, ¿no es posible que estemos tendiendo hacia la falacia que minó al milenialismo marxista?

Nótese que no estoy diciendo que la teología adventista del séptimo día esté equivocada, o que deberíamos suprimir nuestras actividades misioneras, lo que sugiero es que deberíamos reexaminar el pasado y el presente del adventismo y sus posibilidades futuras.

Esto nos lleva de nuevo a las etapas de secularización de la iglesia que describí en un artículo anterior publicado en la revista El Ministerio (No. 233, noviembre-diciembre de 1991 y No. 234, enero- febrero de 1992)[2]. En él señalé que las iglesias, como las personas, se encaminan hacia un proceso de envejecimiento y que los reavivamientos religiosos sucumben eventualmente al proceso de secularización. Así, encontraremos repetidamente a través de la historia que movimientos que una vez fueron vitales y reformadores degeneraron en denominaciones que con frecuencia sólo están preocupadas por mantener su propia existencia y sus tradiciones. Dicho artículo también señalaba que hay varias fuerzas de orden sociológico dispuestas en orden de batalla contra la continuidad de las reformas vitales, que hacen casi imposible para un movimiento religioso mantener su intensidad original y su propósito único respecto de su misión inicial.

A medida que el adventismo se aproxima a su 150 aniversario en 1994 parece moverse al ritmo preciso de otros movimientos religiosos, desde la iglesia primitiva, a la Reforma, y al wesleyanismo. Cada uno de esos movimientos entró en un proceso de secularización que los sacó de su ruta misiológica más o menos cuando cumplieron su 150 aniversario. Es de crucial importancia comprender que ninguno de los grandes reavivamientos religiosos de la historia del cristianismo ha logrado escapar con éxito a ese proceso. Ninguno ha truncado el proceso de la historia. Ninguno ha podido, en términos marxistas, poner fin a la dialéctica.

¿Y por qué? Al parecer la respuesta está, como sugerí en mi artículo anterior sobre el cambio del adventismo hacia el secularismo y el institucionalismo, en la dinámica de la naturaleza humana, incluyendo los problemas de comprometidas motivaciones y de intereses creados, tanto por parte de individuos como de segmentos nacionales de la iglesia. Esos problemas fueron los que no sólo descarrilaron al marxismo y a los movimientos de la iglesia primitiva, sino que es posible que también logren desviar al adventismo actual de su ruta. Al menos, no veo razones empíricas para creer de otra manera, dado que es una iglesia hiperinstitucionalizada, hiperburocratizada y al parecer está también en proceso de sentirse cada día más feliz con el reino de este mundo.

Una falta de comprensión de la tenacidad de la naturaleza humana frente a la incapacidad del hombre en los asuntos cósmicos terminó eventualmente con el sueño del marxismo. ¿No existe la posibilidad de que las mismas fuerzas puedan cobrarle eventualmente un alto precio al adventismo? Para decirlo en otras palabras, ¿se les ha garantizado a los adventistas una victoria exactamente en los términos en que lo han enseñado siempre?

Probablemente no. Fue una de las grandes falacias de los judíos del primer siglo creer que el Dios de los cielos era, en cierto sentido, dependiente de ellos. Habían estudiado cuidadosamente el Antiguo Testamento; concluyeron correctamente que la línea principal de la profecía mesiánica enseñaba que Cristo estaba por venir como poderoso rey descendiente del linaje de David; que un milenio terrenal se establecería y que todos los fieles de todo el mundo vendrían a Jerusalén a rendir homenaje a Jehová; que el Mesías conquistaría a todos los enemigos de Israel.

El punto que debemos recordar es que los judíos del primer siglo habían llegado a conclusiones proféticas correctas. Desde Isaías hasta Malaquías el tema de un Israel victorioso y un milenio terrenal domina la literatura profética. Sobre esas bases, no es de extrañarse que rechazaran a Jesús, quien pretendía ser el Cristo. Hay que reconocer que Jesús fue un Cristo que estaba en completa desarmonía con el énfasis profético más sobresaliente de las Escrituras del Antiguo Testamento. Yo sugeriría que la mayoría de nosotros, si hubiéramos vivido en los días de Jesús, habríamos llegado a las mismas conclusiones, junto con la postura arrogante de que Dios dependía del remanente literal judío.

Los judíos del primer siglo olvidaron sólo dos cosas: (1) la naturaleza humana y (2) el derecho de Dios a ser Dios a pesar del fracaso humano.

Olvidaron que las promesas proféticas se dan dentro de la relación del pacto; una relación que promete bendiciones si, y sólo si, el pueblo de Dios permanecía fiel a él completamente libre de egoísmo. Los judíos habían olvidado el importantísimo “si” del pacto: “Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra” (Deut. 28:1). “Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones y te alcanzarán” (vers. 15; la cursiva es nuestra).

Dios había hecho todo lo que podía por su remanente, pero ellos no le respondieron con esa misma lealtad, de todo corazón. La naturaleza humana los dominó, y olvidaron que Dios aún podía ser Dios independientemente de ellos. Muchos judíos del Nuevo Testamento habían llegado a creer que Dios dependía de ellos para la venida del reino del Mesías: “Si Israel guardara dos sábados de acuerdo a las leyes sabáticas —sostenía uno de sus rabinos—, serían redimidos inmediatamente”[3] “Si Israel se arrepintiera en un día —declaraba otro—, el hijo de David vendría inmediatamente. Si Israel guardara un sábado correctamente, el Hijo de David vendría inmediatamente”[4]

“Pero —les dijo Jesús—, ustedes perdieron el barco. Han olvidado tristemente el significado de la relación pactual. Por tanto, Dios puede levantar hijos a Abrahán de las piedras si fuera necesario” (Mat. 3:9, prafraseado). Que Dios no depende de ningún ser humano fue el mensaje de Cristo. Dios sigue siendo Dios. Él todavía puede y podría actuar independientemente para lograr sus propósitos.

A causa del fracaso del remanente judío, Dios alteró sus promesas escatológicas y puso en acción el plan mesiánico número dos. Este plan estaba anunciado en pasajes como Isaías 53 y el Salmo 22, pasajes que ni siquiera se percibían como mesiánicos. El plan mesiánico número dos no fue el de un pueblo judío victorioso, sino de un siervo sufriente y rechazado;[5] un Mesías que la mayoría de los judíos no pudieron ni siquiera reconocer (mucho menos aceptar) a causa de la obsesión con su propia victoria, y de la supuesta dependencia de Dios de ellos y sus acciones. Así, aun cuando los judíos del primer siglo enseñaron una doctrina del tiempo del fin bíblicamente correcta, el primer advenimiento de Jesús sorprendió a los estudiosos de la profecía como ladrón en la noche. Fueron pasados por alto, y Dios suscitó a la iglesia cristiana para completar la misión dada a los judíos de ir a todo el mundo.

La naturaleza condicional del pacto

Pero debemos destacar, una vez más, que la iglesia cristiana es también un pueblo del pacto. El pueblo de Dios del Nuevo Testamento todavía está en una relación de “si/entonces” con las promesas de Dios. Ellos, como pueblo, todavía tienen que luchar contra la fragilidad y el egoísmo de la naturaleza humana. Todavía deben reconocer el hecho de que Dios puede aún ser Dios y actuar independientemente para llevar a feliz término los asuntos de la tierra a su manera, si su iglesia pierde su integridad misiológica.

Me gustaría sugerir que nosotros como adventistas deberíamos mantener nuestros ojos abiertos a la posibilidad de que Dios podría tener un plan número dos para llevar la era cristiana a su culminación, como lo tuvo para el primer advenimiento de Cristo. Debemos mantener abierta la posibilidad de que incluso en nuestro tiempo el Dios del pacto no depende, en esencia, de la fidelidad humana. La confianza profética reside en la absoluta certeza del primer y segundo advenimientos de Jesús, y no en ninguna promesa secundaria con respecto a dichos eventos o a cualquier medio humano específico para cumplirlos.

Esa clara posibilidad asomó primero a mi mente cuando era estudiante de seminario en la década de 1960 mientras leía el libro Mensajes selectos. Allí leemos acerca de la obra adventista que se esparce “como fuego en el rastrojo”. El pasaje sigue diciendo que “Dios empleará instrumentos cuyo origen no podrá discernir el hombre: ángeles harán una obra que los hombres podrían haber tenido la bendición de realizar sí no hubieran sido descuidados en responder a las demandas de Dios”.[6] Nosotros, por lo general, sólo llamamos la atención a la primera parte del pasaje, mientras descuidamos el detalle de “si/entonces” y el tipo de lenguaje que podría indicar el plan número dos de la segunda parte. Una vez más, Elena G. de White escribió: “Ninguno de nosotros puede hacer nada sin la bendición de Dios, pero Dios puede hacer su obra sin la ayuda del hombre si así decide hacerlo”.[7]

“Existe una deplorable falta de espiritualidad entre nuestro pueblo”, escribió la sierva del Señor a fines de la década de 1880. Había visto que la “glorificación propia se estaba volviendo común entre los adventistas del séptimo día y, que a menos que el orgullo del hombre sea derribado y Cristo exaltado, no podríamos como pueblo, estar en mejores condiciones para recibir a Cristo en su segundo advenimiento de lo que estaba el pueblo judío para recibir a Jesús en su primer advenimiento”.[8] En otro pasaje ella sugiere que la gran crisis podría sorprender a los adventistas como un ladrón;[9] y en otro lugar agrega que sí una iglesia no es fiel a Dios puede ser pasada por alto en su obra, “no importa cuál sea su posición”.[10] Ella sacó una lección de la historia: “Por cuanto los hijos de Israel no cumplieron con el propósito de Dios, fueron puestos a un lado, y el Señor extiende la invitación a otros. Si éstos también son infieles, ¿no serán rechazados de la misma forma?”[11]

Desde la perspectiva de Elena G. de White, Dios no concedió a la Iglesia Adventista ninguna inmunidad. “En las balanzas del santuario será pesada la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Será juzgada por los privilegios y las ventajas que ha tenido. Si su experiencia espiritual no corresponde a las ventajas que Cristo le ha conferido a un costo infinito, si las bendiciones otorgadas no la han calificado para realizar la obra que se le confió, se pronunciará la sentencia sobre ella: ‘Hallada falta’. Será juzgada por la luz y las oportunidades que se le han dado”.[12]

Finalmente, en medio de la crisis de Minneapolis, Elena G. de White deploró el hecho de que la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha estado actuando como otras iglesias. Y luego siguió diciendo: “Nosotros esperábamos que no habría la necesidad de que surgiera otra iglesia”.[13] Así, Elena de White al menos insinuó la posibilidad de un fracaso adventista. Ya, en 1883 había escrito que “debiera recordarse que las promesas y advertencias de Dios son igualmente condicionales”.[14]

Tras considerar algunas sugestiones indirectas, algunas posibles alternativas escatológicas en los escritos de Elena G. de White, comencé a estudiar la Biblia para ver si hallaba alguna visión escatológica de apoyo en el Nuevo Testamento que, como. el plan número dos del Antiguo Testamento, pudiera ser más clara e incluso diferente como resultado de una percepción más tardía.[15]

El primer texto que vino a mi mente fue Lucas 17:26-30: “Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre. Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos. Asimismo, como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste”.

Claro, hay dos maneras de leer este pasaje escatológico. La primera lo comprende desde la perspectiva de Dios como se refleja en Génesis 6:5. Hablando del tiempo de Noé, el Génesis dice: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. Desde ese punto de vista, el comer y beber y darse en casamiento se convierte en señales de los tiempos.

Pero hay una perspectiva más en Lucas 17: la interpretación humana de lo que estaba aconteciendo en los días de Noé y de Lot. Sus contemporáneos estaban comiendo, bebiendo, casándose, comprando, vendiendo, plantando, y edificando hasta el mismo día de la destrucción. En otras palabras, la vida parecía transcurrir en forma totalmente normal. “Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste”. En este sentido, pareciera que deberíamos admitir cuando menos la posibilidad de que ese día podría venir como ladrón para los estudiantes modernos de las profecías si las obligaciones “si/entonces” del pacto hubieran sido interrumpidas.

Jesús nos dijo que deberíamos estar listos, “porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mat. 24:44). Esa hora es hoy y mañana. Es un tiempo en el cual los adventistas podrían no estar preparados si no consideraron siquiera la posibilidad de un plan escatológico número dos.

Lecciones para el adventismo

Ahora, ¿a qué conclusiones podemos llegar después de todo lo dicho? No, no sugeriré que el fin vendrá definitivamente en forma diferente de la que los adventistas siempre enseñaron. Pero creo necesario concluir que los adventistas deben permitir la posibilidad (1) de que Dios pueda finalizar los eventos de la historia en una forma diferente de la que ha prometido, si su pueblo no cumple las condiciones de fe del pacto; (2) que Dios todavía se reserva el derecho de ser Dios; y (3) que él ya no depende de la fidelidad de los “judíos” espirituales modernos más de lo que lo hizo con los antiguos judíos literales.

Además, otra posible conclusión es que si el adventismo espera completar su misión histórica, tendrá que luchar cuerpo a cuerpo con las fuerzas sociológicas de la historia que eventualmente determinaron el fracaso del marxismo y lanzaron a otros movimientos cristianos fuera de su ruta misiológica más o menos cuando llegaron a los 150 años de existencia. El factor humano que se expresa en realidades como el desvió hacia el secularismo y los intereses creados, que impiden una reforma radical en toda la línea de las estructuras organizacionales e institucionales, y motivaciones mezcladas tanto entre los laicos como entre el clero, sólo pueden ser vencidas por esfuerzos conscientes, heroicos y continuos en una reforma y una revitalización.[16] Y tales esfuerzos sólo pueden producirse mediante una renovada y diaria entrega al Dios del pacto.

Y usted podría preguntar; “¿Y qué si el adventismo no logra llegar a una comprensión de su posición eventual/condicional/finita?” Entonces Dios todavía será Dios, del mismo modo como la naturaleza humana todavía seguirá siendo naturaleza humana. El todavía no ha perdido su poder ni su dedicación a la tarea de llevar a cabo el acontecimiento venidero.


[1] Es importante reconocer en este punto que los términos “socialismo’’ y “capitalismo” son usados en este artículo significando principios económicos abstractos desarrollados por los filósofos. Como tales, los significados básicos del capitalismo y el socialismo no deberían confundirse con ninguna expresión pasada o presente de aquellas filosofías en la vida real.

Muchas personas han confundido la distinción entre las prácticas norteamericanas y los ideales decisivos del reino de Dios. Los que piensan así deberían sorprenderse también al descubrir que Dios no es ni norteamericano (ni europeo occidental), ni gobernante de una democracia. El principio último del cielo no debería confundirse con las necesidades políticas y económicas de una tierra pecaminosa en la cual ninguna persona ni grupo es digno de confianza (comprensión que condujo a los padres fundadores puritanos a poner un sistema de vigilancia y equilibrio en la Constitución de los Estados Unidos) y en la cual el pecado empuja a los individuos y a las naciones en la dirección de intereses personales distorsionados. Uno tiene la impresión de que el servicio y el deseo de compartir será de mucha mayor preocupación para los ciudadanos del cielo, que la adquisición de bienes o la maximización de los intereses propios.

Sobre el autor: George R. Knight es profesor de historia denominacional en la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan.

Referencias

[2] George R. Knight, “Adventism, Institutionalism, and the Challenge of Secularization”, Ministry, junio de 1991.

[3] Babylonian Talmud, Shabbath 118b.

[4] Jerusalem Talmud, Taanith 64.

[5] La presencia de escatologías alternativas en el Antiguo Testamento no debería llevarnos a descontar la necesidad del sacrificio sustitutivo de Cristo bajo cualquiera de los modelos. Después de todo, el sacrificio sustitutivo es vital en el Antiguo Testamento; siendo sugerido primero en Génesis 3 y 4, y más tarde ilustrado por el servicio del santuario. Por otra parte, la Biblia no explica la forma en que se realizaría el sacrificio de Cristo bajo el modelo victorioso de Israel. La necesidad es clara pero no los medios. He tratado la centralidad del sacrificio sustitutivo de toda la Biblia en mí libro My Gripe With God: A Study in Divine Justice and The Problem of the Cross (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Ass’n, 1990), pág. 44-60.

[6] Elena G. de White, Mensajes selectos (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1958,1980), tomo 1, pág. 138 (la cursiva es nuestra).

[7] Elena G. de White, Testimonies for the Church (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1948), tomo 5, pág. 736. (La cursiva es nuestra).

[8] Id., págs. 727-728.

[9] Elena G. de White, Mensajes selectos, tomo 3, pág. 473.

[10] Elena G. de White, The Upward Look (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1982), pág. 131.

[11] Elena G. de White, Palabras de vida del gran Maestro (Bogotá: Asociación Publicadora Interamericana, 1971), págs. 245, 246.

[12] Elena G. de White, Testimonies, tomo 8, pág. 247.

[13] Elena G. de White, Manuscrito 30,1889, en The Ellen G. White 1888 Materials (Wáshington, D. C.: Ellen G. White Estate^ 1987), tomo 1, págs. 356-357.

[14] Elena G. de White, Mensajes selectos, tomo 1, pág. 77.

[15] Las posibilidades de un plan número dos del Nuevo Testamento en la siguiente discusión son sólo sugerencias y no las desarrollo completamente en este artículo.

[16] He desarrollado en forma más completa este tema en “The Fat Lady and the Kingdom”, Adventist Review, 14 de febrero, 1991, págs. 8-10; “Church Structure: Help or Hindrance to the Mission of the Church”, Adventist Professional, marzo de 1992, págs. 14-16; y en el artículo de la revista Ministry, al que me refiero en la nota.