Pablo dio un consejo enormemente importante cuando escribió el siguiente mensaje dirigido a la Iglesia de Efeso: “Mirad, pues, con diligencia como andéis, no como necios sino como sabios” (Efe. 5:15). En 1 Corintios 4:9 Pablo afirma que “hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres”.

Pablo utiliza la palabra “espectáculo” que en nuestro idioma procede de specere. En ese pasaje se utiliza este término con el sentido de “teatro”. Nos convertimos en un “teatro” para el mundo, los ángeles y los hombres. Los teatros de los días del apóstol Pablo consistían en un escenario circular rodeado de asientos para que todos los asistentes pudieran contemplar a los actores sin perder ningún detalle.

Los cristianos son vistos por los creyentes, los burladores, los infieles y los escépticos. Cuán necesario es, entonces que obremos avisadamente a fin de mostrar una vida piadosa y pura. Esto incluye nuestra manera de hablar, de vestir, de comer y beber, y de relacionarnos con los demás. ¿Es nuestra profesión genuina o una mera máscara?

Pablo se dirige a Timoteo insistiendo en la importancia de llevar una vida ordenada: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Tim. 4:16). Esto nos revela que la conducta personal puede ser cuestión de vida o de muerte.

Existe la tendencia en los seres humanos de aparentar lo que no son. Esto no es una actitud nueva. Ya existía en los días de Jesús y él la combatió decididamente. Jesús les dijo a los fariseos: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que, por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mat. 23:25-28). Pablo le dijo al sumo sacerdote: “¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley y quebrantando la ley me mandas golpear?” (Hech. 23:3). Esto nos demuestra que una persona que aparenta lo que no es, es hipócrita.

Fue Benedict Arnold el que escribió con expresiones elocuentes la historia de su bravura y heroísmo en Ticonderoga, la isla Valcour, Quebec y Saratoga. Esas cartas fueron escritas con tinta para que el mundo las leyera. Pero miremos por encima de su hombro, cuando estaba en Filadelfia y veámoslo a medianoche planeando deliberadamente la desgracia del país por el cual había declarado públicamente que estaba dispuesto a morir. Ni Saratoga ni Filadelfia sospechaban que estaba escribiendo entre líneas. West Point proporcionó el calor que reveló la historia oculta de ese complot infame para traicionar su país. Los dirigentes de West Point en quienes la nación había confiado, resultaron ser una caña rota en la cual no era posible apoyarse.

Lincoln era uno de los hombres menos elegantes que el mundo ha conocido. Era objeto de ridículo, pero a él no le importaba eso. Su gran ambición era ser recto. El mundo elegante lo ridiculizaba, pero la gente común lo amaba.

El caballero es madera sólida; el elegante es únicamente madera enchapada. El primero procura ser útil al mundo, mientras que el segundo trata solamente de hacer que el mundo sea útil para él. Se dice que, en Boston, donde rinden adoración al intelecto, cuando llega una persona nueva preguntan: “¿Cuánto sabe?” En Filadelfia, donde rinden adoración al origen, preguntan: “¿Quién era su padre?” Y en Nueva York donde adoran el dólar, la pregunta que se formula es: “¿Cuánto vale?” La estima de un hombre no debe determinarse por su riqueza, su nacimiento o sus conocimientos.

El Dr. David Livingstone vivió entre tribus africanas que nunca habían visto un espejo o algo que se le pareciera. Cuando algunos de los aborígenes se contemplaron en un espejo y se vieron por primera vez, el misionero oyó que exclamaban: “¡Qué feo!” “¡Qué hombre raro!” También nosotros podemos asombrarnos cuando vemos por primera vez nuestros corazones.

Un sabio persa, pobremente vestido, asistió a un gran banquete. Lo despreciaron y lo insultaron. Nadie quería sentarse cerca de él. Se fue a su casa, se vistió con traje de seda y satén, con adornos y joyas. Se colocó un turbante con diamantes, se ciñó un sable enjoyado, y así ataviado regresó al banquete. Todos los invitados le tributaron gran honor. Señalando su lujoso atavío dijo en forma dramática: “¡Bienvenido mi señor manto! ¡Bienvenida mi excelente ropa! Debería preguntarle a mi atavío qué va a comer, puesto que la bienvenida ha sido solamente para él”.

Sed como quisierais que otros sean. Que lo que sois predique por vosotros y no vuestras palabras.

Que nuestros predicadores y maestros les digan claramente a los hombres que lo que ellos creen no les hará ningún bien a ellos ni a los demás mientras sus vidas desmientan sus creencias.

Abandonemos el miserable artificialismo, y comencemos de nuevo a practicar una conducta sincera e íntegra que nos ayudará a permanecer firmes en el tiempo de necesidad.

Sobre el autor: Pastor de la Iglesia de Redwood, California.