“Y désele a la ocasión (el bautismo) toda la importancia y solemnidad que se le pueda infundir. En un servicio tal, los ángeles de Dios están presentes” (Evangelismo, pág. 234).

Eran las cuatro de la tarde del sábado 3 de noviembre de 1962. cuando atraídos por la noticia de que se efectuaría un bautismo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en la piscina del Estadio Militar de Santiago, se congregó en ese recinto una muchedumbre de aproximadamente tres mil personas para presenciar el solemne rito. Enmarcado por árboles exuberantes y perfumadas flores, el inmenso espejo de aguas tranquilas reflejaba al imponente gentío. Todo invitaba al recogimiento y a la meditación en las cosas nobles de la vida, haciendo recordar los tiempos en que, en los campos de Judea, los hombres se agolpaban en busca de la bendición que Jesús podía impartirles.

No hubo en el acto una sola nota discordante. Todo había sido previsto y preparado de antemano por el cuerpo de pastores oficiantes, bajo la orientación del pastor Enoch de Oliveira, director de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana, en colaboración con el pastor José Torres, presidente de la Asociación Central Norte de Chile. Las personas que tomaron parte en el programa lo hicieron sin necesidad de anuncio alguno, porque todos sabían cuándo y cómo debían desempeñarse para lograr que la ceremonia constituyese un mensaje de verdad para los presentes y una honra para la causa de Dios.

Después de un inspirador programa de música coral, el pastor Enoch de Oliveira tomó la palabra y con pinceladas magistrales pintó el cuadro del plan de salvación y puso de relieve el glorioso significado del bautismo cristiano, cuyos detalles tendríamos el privilegio de presenciar.

Los pastores Samuel Fayard, José Torres. Rubén Pereyra, Erwin Wandersleben, Carlos Busso. Carlos Ayala, Omer Fonseca y el autor de estas líneas, administraron el sagrado rito a las ciento dieciocho personas que, constreñidas por el amor de Cristo, renunciaban al mundo. Un hálito de intensa espiritualidad inundaba el lugar mientras, con pasos reposados, los ministros oficiantes uniformemente vestidos de negro, bajaban las escalinatas de la piscina de dos en dos para ir a ubicarse en el punto adecuado y el pastor Fayard pedía la bendición del cielo sobre el acto a realizarse. Seguidamente comenzó el bautismo propiamente dicho y en el profundo silencio reinante se oyeron las palabras de bendición para los catecúmenos, pronunciadas alternadamente por el pastor Carlos Ayala y el que esto escribe después de lo cual ocho personas eran sumergidas simultáneamente, en forma digna y las cristalinas aguas para resurgir a una nueva y gloriosa experiencia.

Merece destacarse la parte musical de este acontecimiento. La actuación del coro de las iglesias de Santiago que en número de más de cien voces cabalmente disciplinadas bajo la dirección del maestro Wemer Arias, puso una nota de grandiosidad y nos hizo sentir en el alma que cantando los cánticos de Sión se limpia de abrojos el camino en nuestra marcha hacia la patria celestial.

Al finalizar esta impresionante ceremonia y mientras los recién bautizados se cambiaban, el pastor Juan Tabuenca, profesor de teología del Colegio Adventista de Chile, con su palabra fácil y saturada del espíritu del Evangelio, hizo sentir en el recinto el llamado de Dios a los hombres para que se convenzan de que sólo él es amor.

Al retirarnos de aquel hermoso lugar, sentimos gratitud a Dios porque aún manifiesta su misericordia a la humanidad e hicimos reflexiones, formulando el propósito de ser más fieles en hacer nuestra parte en la terminación de la tarea que aún resta.

Sobre el autor: Pastor evangelista de la Asociación Central Norte de Chile