Las actitudes son las verdaderas raíces de las acciones. Aunque aparentemente invisibles, son la causa no sólo de las reacciones simpáticas o antipáticas de las personas con quienes nos relacionamos, sino de algo que es mucho más importante: Del resultado final de nuestra vida entera. Por esta razón, “un ministro del Evangelio no debiera ser indiferente a sus actitudes” (Testimonies, tomo 1, pág. 648). Si ese ministro fuera, además, dirigente religioso, tendría que prestar mayor atención a sus actitudes, ya que sus consecuencias serán de mayor alcance que las de un ministro que no lo fuera.

            Estudiaremos las actitudes de un dirigente religioso mediante el análisis de la vida de un líder espiritual que aparece en las Sagradas Escrituras. El Libro Sagrado emplea el método de enseñarnos lecciones prácticas, refiriéndose a la vida de los hombres que las aprendieron. Por contraste, también suele referirse a la vida de los que no las aprendieron, con el propósito de que no nos suceda lo mismo. En el caso que estudiaremos se darán las dos situaciones: Una vida triunfante, que pone en evidencia las actitudes acertadas de un verdadero líder; y una vida señalada por la derrota, que revela las actitudes erróneas causantes de dicho fracaso.

            El incidente a que me refiero se encuentra en 2 Reyes 5:15-27. En él se notan con claridad las actitudes opuestas adoptadas por Elíseo y Giezi, ante la misma situación. El relato presenta las tres actitudes básicas que conducen al éxito y transforman a un hombre en un verdadero líder religioso, es a saber, el ejercicio de la voluntad sin interés, la permanencia en el terreno de Dios y la generosidad espiritual.

El verdadero dirigente religioso ejerce su voluntad sin interés personal.

            Después que Naamán hubo cumplido las condiciones impuestas por el profeta y vio su cuerpo completamente limpio, sintió un reconocimiento tan profundo hacia Dios, que exclamó: “¡He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra sino en Israel!” (2 Rey. 5: 15).

            De acuerdo con la costumbre de aquellos tiempos, Naamán ofreció a Elíseo un regalo costoso. (Profetas y Reyes, págs. 186, 187.) Deseaba demostrar así profundo agradecimiento. Le dijo: “Te ruego que recibas algún presente de tu siervo” (2 Rey. 5:15).

            La palabra que nuestra versión castellana traduce por “presente” es berakah, cuyo significado literal es “bendición”. Naamán, al ofrecer la bendición, se transformó en una “persona de berakah”, frase que en Proverbios 11: 25 se traduce como “alma generosa”, lo que puede entenderse perfectamente al considerar la actitud de Naamán.

            Sin embargo, la idea que implica la expresión “persona de berakah” no se refiere tanto al simple acto de dar sino más bien al pleno ejercicio de la voluntad sin interés personal. Esta actitud se revela con toda claridad en la respuesta de Elíseo cuando dijo: “Vive Jehová, en cuya presencia estoy, que no lo aceptaré” (2 Rey. 5:16).

            La raíz hebrea lacaj, presente en la frase “no lo aceptaré”, no sólo contiene el concepto de rechazamiento; expresa también la idea de que el profeta se basa en un principio que no le permite recibir el presente ofrecido por Naamán, porque la única retribución que puede aceptar el dirigente religioso por sus servicios en favor de los demás proviene de Dios. El sustantivo derivado de la raíz del verbo lacaj significa “cautivador”, “discurso persuasivo”, “instrucción”. Como el verbo está conjugado en forma negativa, hay que entender que el profeta no se deja “cautivar” por el valor material que representa el obsequio de Naamán, porque tiene una “doctrina” superior a la “persuasión” de la riqueza.

            Sin embargo, Naamán insistió. El relato bíblico dice que “instaba” al profeta para “que aceptara alguna cosa, pero él no quiso” (2 Rey. 5:16).

            La expresión “no quiso” en hebreo significa “rechazar por decisión de la voluntad”. Lo que decidió la voluntad del profeta no fue el deseo egoísta de posesión material, completamente ajeno a las actitudes de un verdadero líder religioso, porque un ministro enteramente consagrado a Dios “no lucha por honores o riquezas terrenales; su único propósito es hablar a otros del Salvador, que se dio a sí mismo para proporcionar a los seres humanos las riquezas de la vida eterna. Su más alto deseo no es acumular tesoros en este mundo, sino llamar la atención de los indiferentes y desleales a las realidades eternas” (Obreros Evangélicos, pág. 354).

            La voluntad del verdadero dirigente religioso debe estar sometida a los principios que condicionaron la actitud de Elíseo, es decir, la seguridad de la presencia de Dios en la vida del dirigente, y el conocimiento experimental de la doctrina que da seguridad a las acciones.

            En contraste con la actitud de Elíseo, que se describe mediante la forma negativa del verbo lacaj, la de Giezi se presenta mediante su forma positiva. Dijo: “Vive Jehová, que correré yo tras él y tomaré de él alguna cosa” (2 Rey. 5:20). Giezi no prestaba atención a la doctrina ni vivía ante la presencia de Dios. Sencillamente se dejó cautivar por la riqueza. El sentimiento egoísta de la voluntad no sólo se manifiesta en el deseo de poseer bienes materiales; suele expresarse de un modo más sublimado y hasta más aceptable para un dirigente religioso en la búsqueda del éxito personal. Hay una marcada diferencia entre una actitud motivada por el deseo de ver triunfar el Evangelio, y la ambición egoísta que busca el éxito personal. Existe una diferencia tan grande como la que había entre Elíseo y Giezi. El primero se interesaba en la salvación de Naamán; el segundo- en el oro de Naamán. Mientras Elíseo se comportaba como un verdadero “hombre de bendición”, Giezi es el símbolo mismo del “hombre de maldición”. El profeta le dijo: “Por tanto, la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre”. Y salió de delante de él “leproso, blanco como la nieve” (2 Rey. 5:27).

El verdadero dirigente religioso permanece en el terreno de Dios.

            Naamán le presentó un extraño pedido a Elíseo; le dijo: “Te ruego, pues, ¿de esta tierra no se dará a tu siervo la carga de un par de mulas? Porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová” (2 Rey. 5:17). Tanto el pedido de llevar una carga de tierra, como la manifestación de que no serviría a otros dioses, sino solamente a Jehová, indicaban una clara determinación.

            En aquella época existía la idea de que cada dios tenía su propia tierra, y sólo se lo podía adorar allí. La conquista de un determinado territorio no sólo se consideraba una nueva posesión de los vencedores, sino además del dios adorado por los conquistadores. En consecuencia, si Naamán iba a adorar al Dios de Israel en Siria, debía llevar una porción de tierra israelita para poder hacerlo. Para nosotros esto puede parecer infantil; pero en aquellos días tenía una enorme importancia. Además, el pedido de Naamán revela su sinceridad religiosa y la profundidad de su decisión de servir solamente a Dios. (Ralph W. Sockeman, “The First Book of King’s Exposition”, The Interpreter’s Bible, tomo 3, pág. 213, Abingdon Press, 1954.)

            Naamán creía que para servir a Jehová necesitaba mantenerse en permanente contacto con la tierra de Jehová. Elíseo no contradijo esta opinión de Naamán porque comprendió que, aun cuando se trataba de un concepto formal, expresaba la actitud interior de este hombre. Sin embargo, lo que importa no es el formalismo puesto en evidencia por Naamán, sino la actitud espiritual manifestada por el profeta Elíseo con la frase: “Vive Jehová, en cuya presencia estoy” (2 Rey. 5:16).

            Esta frase se basa en la raíz hebrea amad. Este verbo significa “estar delante de”, “servir”, “confiar”, “defender”, “sostener”, “tomar firmemente una posición en favor de”, “permanecer”, “persistir”. Elíseo declaró que había tomado una firme posición en favor de Dios y que permanecía en ella. La idea de permanecer junto a Dios por medio de actos que concuerden con lo que corresponde hacer en la presencia de Dios, revela la verdadera actitud que debe caracterizar a un dirigente religioso.

            En cambio, Giezi, cuyos actos ni siquiera concordaron con la actitud formalista de Naamán, nos ayuda, sin embargo, a comprender lo que significa mantenerse firmemente de parte de Dios y totalmente de acuerdo con sus principios. Analicemos brevemente los actos de Giezi, porque cada uno de ellos es un ejemplo de discordancia con los principios divinos, y, por lo tanto, de discordancia también con las actitudes y la conducta que deben caracterizar a un verdadero dirigente religioso.

  1. Giezi dio un informe que favorecía sus propósitos: Alentó un proyecto egoísta. No se preocupó por la salvación de Naamán ni se interesó en defender los principios divinos que sostenía Elíseo. Lo único que deseaba era su éxito personal y el triunfo de su proyecto. Cuando se encontró con Naamán, éste le preguntó: “¿Va todo bien?” (2 Rey. 5:21); y Giezi respondió: “Bien” (2 Rey. 5: 22).

            La palabra hebrea que aparece en la pregunta y en la respuesta es shalom, que expresa la idea de perfección y que entre otras muchas acepciones se usa para significar paz y para indicar la existencia de un corazón sin dobles intenciones. (Véase Robert Baker, Girdlestone, Synonims of the Old Testament, pág. 95, W. M. B. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids, 1897). Al presentar su informe, Giezi pretendía que no tenía dobles intenciones. Desgraciadamente, no era veraz. Le dijo a Naaman que habían llegado dos jóvenes, hijos de los profetas, y que Elíseo necesitaba un talento de plata y los vestidos nuevos para ellos.

            Mediante un informe falso, Giezi logró cumplir sus propósitos. Consiguió más dinero que el que había solicitado… Aparentemente, su proyecto tuvo pleno éxito. El “éxito” suele ser el ingrediente que, según lo cree el mundo, santifica los procedimientos. Pero “el mundo no debe ser nuestro criterio” (Testimonios para los Ministros, pág. 463).

            Naamán no percibió las intenciones ocultas de Giezi. Pero lo que los hombres no ven Dios lo percibe con nítida claridad. Y el día del juicio llegó para éste más rápidamente de lo que él esperaba. Las ocultas intenciones egoístas que lo indujeron a sacrificar principios, no quedaron ocultas para siempre.

            El verdadero dirigente cristiano transita caminos muy distantes de los de Giezi, porque “los que llevan la carga de la administración de la causa de Dios deben ser justos y fieles; deben obrar de acuerdo con principios rectos” (Obreros Evangélicos, pág 467).

  • Giezi tenía secretos que no quería revelar a su colega. El relato bíblico dice que los dos criados de Naamán llevaron la plata y los vestidos hasta que llegaron “a un lugar secreto”. Entonces él lo tomó de manos de ellos, y lo guardó en la casa; luego mandó a los hombres que se fuesen” (2 Rey. 5:24).

            La palabra hebrea que se traduce por “lugar secreto” es ofel, que significa “colina”. La Versión de los Setenta y la Vulgata la traducen como “tinieblas del anochecer” (Norman H. Smith, “The Second Book of King’s Exegesis”, The Interpreter´s Bible, tomo 3, pág. 215). El lugar secreto de Giezi pudo haber sido una colina que tal vez se encontraba entre la casa de Elíseo y el lugar donde se encontró con Naamán. La traducción “tinieblas del anochecer” parece ser un error de las versiones citadas; sin embargo, bien podría ser una ilustración de la actitud tenebrosa que asume un dirigente religioso cuando tiene secretos que no comparte con sus compañeros de tareas. Una actitud tal le impide cultivar una verdadera comunión con ellos, indispensable para que cada cual se pueda sentir plenamente integrado a la tarea y a la misión que el Señor encomendó a su iglesia.

            En realidad, esta actitud implica sacrificar la personalidad de quienes colaboran con tal dirigente, porque les impone un plan incompleto, sin que ellos conozcan todos los elementos que están en juego y, por lo tanto, los obliga a actuar sin que puedan responsabilizarse plenamente de lo que hacen. Sólo puede haber plena responsabilidad personal cuando quien actúa conoce con claridad todos los elementos que están en juego en esa acción.

            Esta actitud tiende a forzar arbitrariamente la voluntad de los demás. “Aquellos a quienes se pide que revelen los atributos del carácter del Padre, se salen de la plataforma bíblica y con su propio juicio humano inventan reglas y resoluciones para forzar la voluntad de otros. Los proyectos para forzar a los hombres a seguir las prescripciones de otros hombres están instituyendo un orden de cosas que pasa por alto la simpatía y la tierna compasión y ciega los ojos a la misericordia, la justicia y el amor de Dios. La influencia moral y la responsabilidad personal son pisoteadas” (Testimonios para los Ministros, pág. 363).

            Esta actitud conduce con facilidad a controlar decididamente el juicio personal de los colaboradores, lo que está completamente en contra de las instrucciones divinas. “No se adopte ningún plan en ninguna de nuestras instituciones que someta la mente o el talento al control del juicio humano, porque esto no está de acuerdo con el plan de Dios. El Señor ha dado a los hombres talentos de influencia que le pertenecen a él solo, y no puede inferirse un deshonor más grande a Dios que el que los seres finitos coloquen los talentos de otros hombres bajo su absoluto control, aun cuando los beneficios que se obtengan sean usados para el avance de la causa. En tales casos la mente de un hombre gobierna la mente de otro hombre, y el instrumento humano es separado de Dios, y expuesto a la tentación. Los métodos de Satanás tienden a un solo fin: A hacer que los hombres sean esclavos de los hombres. Y cuando esto se logra, el resultado es confusión y desconfianza, celos y malas sospechas. Semejante procedimiento destruye la fe en Dios y en los principios que deben imperar para eliminar el engaño y toda especie de egoísmo e hipocresía” (Id., págs. 360., 361). Esta actitud de Giezi, completamente contraria a los propósitos divinos, conduce a otra actitud afín, cuyas consecuencias también son desastrosas: La idea de que la autoridad con que se ha investido a un dirigente le concede el derecho de ejercer dominio sobre sus hermanos. En relación con esto existen instrucciones claras de parte de Dios en las siguientes palabras: “El espíritu de dominio se extiende a los presidentes de nuestras asociaciones. Si un hombre confía en sus propias facultades y trata de ejercer dominio sobre sus hermanos, creyendo que está investido de autoridad para hacer de su voluntad el poder dominante, el procedimiento mejor y el único seguro consiste en quitarle el puesto para que no se haga un gran daño y él mismo pierda su propia alma y ponga en peligro el alma de otros. ‘Todos vosotros sois hermanos’. Esta disposición a dominar sobre la heredad de Dios causará una reacción a menos que estos hombres cambien su conducta. Los que ocupan puestos de autoridad deben manifestar el espíritu de Cristo. Deben tratar como él lo haría con cada caso que requiera atención. Deben andar imbuidos del Espíritu Santo. El cargo no engrandece a un hombre ni en una jota o una tilde a la vista de Dios; el Señor sólo valora el carácter” (Id., pág. 362).

  • Giezi no era veraz. Cuando Elíseo le preguntó “¿De dónde vienes?”, Giezi le respondió: “Tu siervo no ha ido a ninguna parte” (2 Rey. 5:25). Pero nosotros sabemos perfectamente adónde había ido, cuánto se había apartado de la compañía del verdadero dirigente de Dios, del hombre cuyo supremo interés era la salvación del pecador Naamán, y que actuaba de acuerdo con lo que Dios aprueba, porque su voluntad estaba plenamente dominada por Dios y sus principios. En ese momento, Giezi se encontraba físicamente al lado de Elíseo, pero espiritualmente se hallaba muy lejos de él. Selló con una mentira su separación de los principios que moldean la conducta de un verdadero dirigente religioso.

            La veracidad y la sinceridad son realmente algunas de las virtudes más hermosas de un dirigente espiritual. Nos referimos a la sinceridad del que sabe decir la verdad sin ofender, porque brota de un corazón espiritualmente generoso.

El verdadero dirigente es espiritualmente generoso

            Cuando Naamán le explicó a Elíseo que cuando asistiera al templo de Rimón para acompañar al rey no lo haría con el fin de adorar a ese dios sino simplemente para cumplir su deber de funcionario, el profeta no asumió una actitud estrecha ni trató de descubrir debilidades que no existían en la decisión de Naamán. Se limitó a decirle: “Ve en paz” (2 Rey 5:19).

            Es indispensable que esta generosidad espiritual se manifieste en las actitudes de un dirigente religioso, porque hará de él un colaborador de Dios y le permitirá ser eficiente en la atención pastoral de aquellos a quienes tiene que dirigir.

            Esta actitud se origina en la compasión y la simpatía, en el amor y la comprensión. “Los ángeles de Dios” están observando para ver quiénes, entre el pueblo de Dios, manifestarán el amor de Jesús.

            “Los que comprenden la miseria del pecado y la compasión divina de Cristo en su sacrificio infinito por el hombre caído, tendrán comunión con Cristo. Su corazón rebosará de ternura; la expresión de su rostro y el tono de su voz revelarán simpatía; sus esfuerzos se caracterizarán por ferviente solicitud, amor y energía, y con la ayuda de Dios constituirán un poder capaz de ganar almas para Cristo” (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 506).

            La generosidad espiritual da como fruto la plena confianza que debe irradiar el dirigente cristiano verdadero.

Conclusión

            Al terminar, no queremos referirnos a los defectos de Giezi, ni a las consecuencias desastrosas de su lepra. Quisiéramos hablar más bien, de los rasgos positivos, hermosos, atrayentes, magníficos, del verdadero dirigente religioso. Sus acciones son siempre el resultado de una voluntad desinteresada. No tiene intereses personales, porque su conducta se basa en principios que Dios aprueba, y hace gala de una constante generosidad espiritual que produce tranquilidad en sus dirigidos y los estimula para que progresen espiritualmente.

Sobre el autor: Es el director de los MV de la División Sudamericana. Este articulo corresponde a un sermón predicado por él durante la junta de la división el 24 de junio de 1977.