El hombre se está hundiendo cada vez más, sin poder detenerse, en profundidades abismales: profundidades de caos moral, de inseguridad política, de cristianismo ateo, de ciencia sin consciencia.
Tomás Carlyle, ensayista e historiador inglés, asistía a una fiesta familiar en víspera de año nuevo. Ya avanzada la noche, se aburrió de la charla insulsa y trivial, y se deslizó quedamente afuera en la oscura noche. Se encaminó a la orilla del mar. Se estaba desatando una tormenta. El mar rompía estrepitosamente a sus pies. Arriba, los cielos tronaban. La negrura de la noche parecía confundirse con la negrura del mar agitado. El año viejo se estaba por unir con el nuevo, y el alma del filósofo quedó arrobada por la grandeza de todo ello, y exclamó: ‘‘Estoy en el centro de las inmensidades, en la conjunción de las eternidades”.
Allí es donde se encuentra hoy la humanidad.
Estamos en el centro de las inmensidades: inmensidades en el mundo científico, moral y espiritual. Muchas de las inmensidades del siglo veinte nos causan vértigos y hacen que toda descripción resulte insuficiente.
LA INMENSIDAD DE LOS DESCUBRIMIENTOS CIENTÍFICOS
Los científicos exploraron durante siglos los secretos de la naturaleza, sin poder avanzar mucho. De pronto algo ocurrió, y sigue ocurriendo. Hoy vivimos en un mundo de maravillas científicas, y los logros de hoy son tan sólo un mísero preludio del mañana.
LA INMENSIDAD DE LA POBLACIÓN MUNDIAL
La tasa de crecimiento de la población mundial es escalofriante. La explosión demográfica desconcierta a nuestros mejores cerebros. Hay demasiada gente en un mundo con demasiado poco alimento. Ya no se trata de un problema abstracto del futuro: es un problema actual que se vuelve cada vez más agudo. Los expertos en estadística nos dicen que para el fin de este siglo, en el año 2000, la población mundial habrá sobrepasado los 6.500 millones de personas. De ahí en adelante las estadísticas serán cosa de locura. Los científicos están ahora hablando en términos de “ecumenópolis”, o sea, una metrópoli de extensión mundial. Las mismas personas se han convertido en un arma que podría llegar a destruir a la humanidad.
LA INMENSIDAD DE LA DECADENCIA MORAL
En la actualidad, la sociedad occidental está haciendo frente a una crisis moral. La desintegración moral está invadiendo cada fase de nuestra vida. La podredumbre y la contaminación moral pululan a nuestro alrededor.
Recientemente dijo un historiador: “El deterioro moral de occidente nos destruirá en el año 2000, si antes no lo han hecho los comunistas”.
Estamos en medio de una crisis moral en los Estados Unidos, porque muchos norteamericanos que quieren tratar de vivir vidas moralmente decentes no pueden estar seguros de qué es lo bueno y qué es lo malo.
LA INMENSIDAD DE LA VACUIDAD ESPIRITUAL
Nunca la religión cristiana ha merecido tanto respeto, sin embargo nunca ha estado tan desconectada de la vida. Cada vez más oímos hablar desde los púlpitos acerca de un cristianismo sin religión. Los dirigentes eclesiásticos están proclamando cada vez más un evangelio social. Hay un movimiento entre los teólogos protestantes para refundir el mensaje cristiano a fin de hacerlo más aceptable al hombre moderno.
Se están abandonando completamente las creencias tradicionales. Dios está siendo gradualmente humanizado, y se está deificando al hombre.
LA INMENSIDAD DE LA GENERACIÓN ACTUAL
La revista Time de Nueva York, en su número de año nuevo del 6 de enero de 1967, rompió la tradición al nombrar como ‘‘hombre del año” [1966] a la generación actual de jóvenes. La generación joven descuella ahora más que todas las promesas de la ciencia y la tecnología. En este momento hay cerca de 90 millones de jóvenes [en los Estados Unidos] que tienen veinticinco años o menos. Time resume diciendo: “Nunca han sido los jóvenes tan dogmáticos o tan dueños de sí mismos, tan ilustrados ni tan mundanos”.
Ciertamente, el mundo está frente a enormes inmensidades en todos los órdenes de la vida moderna, mayores que cualquier cosa que las generaciones anteriores hayan tenido que enfrentar. En el marco de estas inmensidades, quisiera llamar vuestra atención hacia una frase bíblica singular y llamativa. Está escondida en el Salmo 42, en las primeras cinco palabras del versículo 7: “Un abismo llama a otro”.
Hay algo sobrecogedor en estas notables cinco palabras. Aquí hay profundidad. No se trata del susurro de un murmurante arroyo, o del encrespamiento de un río de montaña. Es la marea de poderosas olas: el océano azotado con furia por los vientos impetuosos. Hay grandeza. Las cataratas y los torrentes arrolladores repercuten y reverberan sobre las colinas y en lo profundo de los precipicios.
“Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas”. Es la voz de muchas aguas. Es la terrible lucha del hombre y de su ambiente. Es el grito de la humanidad que se ha adentrado en aguas demasiado profundas. Bien puede el hombre decir: “Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mi” (Sal. 42:7).
La ciencia debiera ser una bendición para la humanidad, pero la misma profundidad de los logros científicos crea un problema. La ciencia que debiera resolver nuestros problemas, se ha convertido ella misma en un problema. La ciencia ha producido el DDT para matar las cucarachas; el 2-4-D para destruir malezas; la fórmula 1080 para matar ratas, y la fórmula E=mc2 para terminar con la civilización. Guy D. Newman, rector del Howard Payne College, lo afirmó así: “El conocimiento del hombre ha sobrepasado su sabiduría. Tiene terror de lo que sabe”.
Esta es una época de vacío espiritual. Es un tiempo cuando la iglesia cristiana está destronando a su Dios. No es que haya menos iglesias o menos asistencia a las iglesias cristianas. En verdad, la asistencia a la iglesia es mayor que nunca. Pero también la venta de literatura pornográfica es mayor que nunca. Nuestra sociedad moderna está tan obsesionada con el sexo, que éste transpira por todos los poros de nuestra vida nacional.
A menos que haya un cambio decidido, el cristianismo histórico, tal como lo hemos conocido, se extinguirá. Esto es precisamente lo que ocurrirá, porque la pluma de la inspiración declaró con visión profética:
“Cristo contempló las edades futuras… Vio cómo el verdadero cristianismo casi se extinguiría, de manera que a su segunda venida hallaría la sociedad en condiciones similares a las que existían antes del diluvio… Aun las iglesias se desmoralizarían, y la Biblia sería abandonada y profanada” (Elena G. de White, en Signs of the Times, 21-4-1890).
¿FE VERDADERA O MERA RELIGIOSIDAD?
Pero, de las profundidades de un cristianismo desmoralizado y decadente emergería una nueva humanidad. En el tiempo en que el mundo haya alcanzado las mayores profundidades de la apostasía, se manifestará un verdadero espíritu de protestantismo que despertará al mundo. Una enérgica minoría cristiana distinguirá claramente entre la fe verdadera y la mera religiosidad. Leamos esta otra declaración, también de la sierva del Señor:
“Mientras el mundo protestante, por su actitud, está haciendo concesiones a Roma, nosotros debiéramos estar en condiciones de comprender la situación y ver la contienda que nos aguarda en su verdadera perspectiva… Alcen ahora los atalayas su voz como trompeta, y den el mensaje que es la verdad presente para este tiempo. Sepan en qué punto de la historia profética estamos para que el espíritu del verdadero protestantismo pueda despertar a todo el mundo” (Review and Herald, 1-1-1889).
Es ésta una declaración reveladora y notable. Debe hallarse el espíritu del verdadero protestantismo entre aquellos que proclaman “la verdad presente para este tiempo”. El mensaje que prediquen estos verdaderos protestantes habrá de “despertar al mundo”.
Esto coloca a nuestras mismas puertas la creación de una nueva humanidad. Dios ha hecho surgir el movimiento adventista para hacer precisamente esto. Pronto llegará el tiempo en que nosotros solos representaremos al verdadero cristianismo en el mundo. Todas las organizaciones eclesiásticas cristianas se unirán entre sí y harán concesiones a Roma. Unirán las manos para formar una iglesia ecuménica supercristiana que “seguirá muy bien las apariencias de la religión, pero que será una negación permanente de su realidad” (2 Tim. 3:5, Versión Popular y New English Bible).
En un momento como éste, como obreros y laicos debemos dedicarnos a la tarea de crear una imagen apropiada del adventismo. Debemos ser más activos en el asunto de ser comprendidos. Debemos ser más convincentes al comunicar las verdades espirituales. Debemos hacer que los otros vean a la Iglesia Adventista en su verdadera luz.
Debemos crear una atmósfera espiritual en la cual los destellos de la gloria divina alumbren la oscuridad reinante y tiñan las nubes de la tormenta de la hora final. Gloriosa por cierto será la consumación del verdadero cristianismo revelado en el movimiento adventista.
Sobre el autor: Vicepresidente de la Asociación General.