El sudor es un líquido, compuesto de dióxido de carbono y vapor de agua, segregado naturalmente por los poros. Esto ocurre en mayor cantidad cuando la temperatura ambiental es elevada o cuando el cuerpo genera calor como, por ejemplo, durante la actividad física y situaciones de estrés. Este es el proceso de transpiración.

Entre las funciones de la transpiración, podemos destacar la termorreguladora, que mantiene al organismo a una temperatura estable e ideal; la desintoxicante, que elimina toxinas; la refrigerante, por la que las glándulas sudoríparas pasan el agua sacada de la sangre a través de los poros, la expulsan del cuerpo, el calor de este la evapora, y disminuye así la temperatura interior.

Además del aspecto fisiológico, usamos las expresiones “sudar” o “transpirar” como ilustración de la dedicación o pasión por un ideal, o del compromiso y la concentración en una causa, tanto en el aspecto cuantitativo como cualitativo.

Otro año está delante de nosotros. Tiempo de esperanza, nuevos desafíos y metas, el sueño de ver regresar a Cristo. ¿Estamos necesitando más transpiración? ¿Más identificación? ¿Más comunión? ¿Más foco en la misión? ¿Más compromiso? ¿Acaso no necesitamos desintoxicar nuestro organismo, eliminar el mal del orgullo y el egoísmo, y mantener la temperatura ideal del primer amor refrigerada permanentemente por la Fuente de la vida? ¿O necesitamos más milagros?

Un milagro es una intervención divina, un acto sobrenatural que se percibe o recibe a través de la fe. Para algunos, es sencillamente un hecho natural que evidencia la existencia y la soberanía de Dios, y manifiesta su amor hacia los seres humanos. Para otros, es solo una hipótesis que pretende explicar ciertos fenómenos sin ninguna comprobación científica posible. Y, i para quien no quiere creer, milagro es la ausencia de sentido común, un defecto o una debilidad del necesitado corazón humano.

Es imperiosa la intervención divina y soberana del Señor, la manifestación suprema y diaria de su amor, haciéndonos fieles y victoriosos en nuestra experiencia cristiana. Deseamos y necesitamos que este mundo de maldad y pecado tenga fin. Soñamos con una vida nueva, perfecta y eterna. Y, para que eso sea posible, ¿qué es más necesario; más transpiración o más milagros?

Los siervos llenaron las vasijas con agua, hicieron su trabajo, y el Señor realizó el milagro de transformarlo en el mejor vino. Los discípulos repartieron unos pocos panes y peces, y Jesús hizo el milagro de que lo insuficiente fuera multiplicado y abasteciera en abundancia a la multitud. Los discípulos quitaron la piedra y Dios realizó el milagro de restauración de la vida al cuerpo muerto de Lázaro.

Elena de White escribió: “Antes de que anocheciera, la promesa que Dios hizo a Josué se había cumplido. Todo el ejército enemigo había sido entregado en sus manos. Israel iba a recordar durante mucho tiempo los acontecimientos de aquel día. ‘Nunca fue tal día antes ni después de aquel, habiendo atendido Jehová a la voz de un hombre: porque Jehová peleaba por Israel’. ‘El sol y la luna se pararon en su estancia: a la luz de tus saetas anduvieron, y al resplandor de tu fulgente lanza. Con ira hollaste la tierra, con furor trillaste las gentes. Saliste para salvar tu pueblo’ (Hab. 3:11-13.)

“Aunque Josué había recibido la promesa de que Dios derrocaría ciertamente a los enemigos de Israel, realizó un esfuerzo tan ardoroso como si el éxito de la empresa dependiera solamente de los ejércitos de Israel. Hizo todo lo que era posible para la energía humana, y luego pidió con fe la ayuda divina. El secreto del éxito estriba en la unión del líder divino con el esfuerzo humano. Los que logran los mayores resultados son los que confían más implícitamente en el Brazo todopoderoso” (Patriarcas y profetas, pp. 543, 544).

Vivimos en un tiempo prestado, tiempo de descuento, tiempo de esperanza. El Señor hizo muchos milagros a partir de la nada, pero también hizo muchos milagros a partir de mucha transpiración. Trabajemos como si todo dependiese de nosotros; trabajemos como si todo dependiera de Dios. Necesitamos transpirar más, testificar más milagros, para que la noche termine y, juntamente con el Sol de Justicia, brillemos por toda la eternidad.

Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Sudamericana de la IASD.