Cuando ocurre un desastre espiritual en la vida de un pastor, por lo general las causas principales son tres. Se mencionan en el libro escrito a los Hebreos, en el capítulo 12, versículos 15 y 16: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios, que brotando alguna raíz de amargura os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura”.
En estos dos versículos encontramos las principales causas del fracaso moral y espiritual que sufren algunos pastores y obreros. El conocimiento de esas trampas contribuirá a la protección y la felicidad de los que trabajan para Dios.
La amargura
¿Puede vivir amargado alguien que trabaja con cosas espirituales? ¿Qué daños se causan cuando eso ocurre? No quedan afectadas sólo familias y relaciones, sino que la iglesia también recibe un gran perjuicio. Por eso, la Biblia nos advierte: “No haya raíz de amargura”.
El diccionario define “amargura” como “angustia”, “dolor moral”, “aflicción” y “resentimiento”. Elena de White nos recuerda que “la amargura y la animosidad deben ser desterradas del corazón si queremos estar en armonía con el Cielo” (El Deseado de todas las gentes, p. 277). Ese sentimiento comienza en el corazón, y como un cáncer se extiende rápidamente, contaminando la totalidad de la persona. Es como una raíz enterrada, que al principio no se nota pero que produce grandes estragos; la insatisfacción, los celos, la envidia, el descontento y la crítica son algunos de sus síntomas.
Alguien manifiesta falta de espiritualidad y destruye sus posibilidades de trabajo cuando acaricia ese sentimiento en su corazón. Muchas veces, por un disgusto en el trabajo o en la relación con alguien, la amargura domina las acciones y las palabras de una persona. Como resultado de ello, esa persona comienza a esparcir críticas y acusaciones contra una congregación y su liderazgo. Mucha gente buena ya fue contaminada por ese mal sentimiento.
La impureza
La impureza ha causado muchas víctimas entre los pastores. Como cualquier otro, el dirigente espiritual también tiene que ser cuidadoso con los pensamientos inmorales. La Biblia afirma: “No haya entre vosotros ningún impuro y profano”. Esa advertencia vale especialmente para los pastores, porque no por el hecho de que están dedicados a cosas espirituales gozan de inmunidad ante la inmoralidad. La Palabra de Dios habla del “corazón que maquilla pensamientos inicuos; los pies presurosos para correr al mal” (Prov. 6:18).
Nadie llega a ser un fracaso moral de la noche a la mañana. La advertencia de Pablo en su primera carta a los Corintios (10:12) merece cuidadosa atención: “El que piensa estar firme, mire que no caiga”. La impureza tiene la sutileza de alojarse en el corazón y producir resultados desastrosos en la vida de la gente. Huir de ella (1 Cor. 6:18) es un mandamiento bíblico que nos concierne a todos. El pastor necesita entender que es el objetivo predilecto de Satanás, porque él sabe los perjuicios que se producen en la familia y en la iglesia cuando alguien cae en la trampa.
La codicia
El problema de Esaú fue que vendió algo que no debía vender. Su integridad, su herencia y su reputación se despedazaron. Esaú se convirtió en un ejemplo para los que, en todas las épocas, por codicia, invierten los valores de la vida, cambian lo espiritual por lo material y le dan más valor al estómago que al espíritu. La codicia, la avaricia, el amor a las ganancias y la deshonestidad son tentaciones que asaltan tanto al rico como al pobre.
La orientación bíblica contenida en Hebreos 13:5 sigue siendo válida hoy: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis”. Para Dios, la avaricia es abominación. Es la puerta que le da entrada a otros pecados. Estar contentos con lo que tenemos es uno de los secretos de la felicidad. Eso no significa que Dios esté en contra del progreso, pero sí lo está en contra del sacrificio de los valores y principios que suele producirse cuando se corre tras él. Mucha gente daría todo lo que tiene para recuperar la buena reputación que vendió a tan bajo precio.
Esas trampas, en relación con las cuales con tanta frecuencia nos ha advertido la Biblia, han sido trágicas para muchos pastores, sus familias y sus relaciones. Tengamos cuidado con las trampas de Satanás. Su intención final es arruinamos. Destruimos es su más alta prioridad. No permitamos que el sueño de una familia feliz, de un ministerio pastoral bendecido y de una eternidad en el cielo sea insensatamente destruido. Busquemos al Señor cada día, y pidámosle sabiduría para ser pastores conforme a su corazón (Jer. 3:15).
Seamos sabios y estemos alerta ante las emboscadas del enemigo. Y entonces hagamos de nuestra familia y de nuestro trabajo para Dios nuestra suprema alegría.