Cómo desarrollar iglesias con enfoque misionero

Cuando me bauticé, mi pastor me dijo: “Ahora eres un misionero de Jesús”. En ese momento, no entendí del todo lo que quería decir. Como muchos nuevos conversos, había leído historias de misioneros que viajaban a otros países. Aunque admiraba su valentía, no tenía una idea clara de cómo podía contribuir personalmente a la misión.

A lo largo de los años, a través de la guía del Espíritu Santo y la experiencia, he aprendido la importancia de estar involucrado en llevar a las personas a la salvación en Jesús. Al reflexionar sobre mi viaje, me doy cuenta de que mis esfuerzos podrían haber sido mucho más efectivos si hubiera recibido la formación adecuada desde el principio. Esta percepción resalta la importancia de capacitar a los miembros de la iglesia para la obra misionera y de promover congregaciones con mentalidad misionera.

Elena de White escribió: “No tiene límite la utilidad de aquel que, poniendo el yo a un lado, hace lugar para la obra del Espíritu Santo en su corazón y vive una vida completamente consagrada a Dios”.[1] Esta declaración destaca el poder transformador del Espíritu Santo para movilizar a las personas para la misión. Los pastores, naturalmente, desempeñan un papel fundamental para desarrollar esta mentalidad dentro de sus congregaciones.

¿Cuáles son algunas estrategias para desarrollar iglesias con mentalidad misionera? Basándose en principios bíblicos y modelos exitosos, como Todo Miembro Involucrado, este artículo muestra que, al involucrar a los miembros, ofrecer formación y promover una cultura de acción, los pastores pueden guiar a sus congregaciones a cumplir plenamente la misión dada por Dios.

Un marco bíblico y práctico

La Iglesia Adventista del Séptimo Día no es meramente una institución sociorreligiosa; es un movimiento llamado por Dios con el propósito de preparar al mundo para la segunda venida de Cristo. Esta misión está firmemente arraigada en la Gran Comisión: “Por tanto, vayan a todas las naciones, hagan discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado. Y yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:19, 20).

Elena de White escribió: “La obra de Dios en esta Tierra nunca podrá terminarse antes de que los hombres y las mujeres abarcados por el total de miembros de nuestra iglesia se unan a la obra, y aúnen sus esfuerzos con los de los pastores y los dirigentes de las iglesias”.[2] Esta movilización requiere intencionalidad para involucrar a cada miembro.

Durante muchos años, la realidad de la participación en las iglesias siguió el principio de Pareto: el 20 % de los miembros realizaba el 80 % del trabajo. Sin embargo, en 2016, la Asociación General lanzó la iniciativa Todo Miembro Involucrado con el objetivo de revertir esta tendencia. La TMI enfatiza la participación del 100 % de los miembros en la misión, sosteniendo que, cuando todos están comprometidos, las iglesias experimentan un crecimiento notable y ejercen un impacto mucho mayor en la comunidad.

Desarrollando iglesias con mentalidad misionera

Los pastores deben centrarse en tres pasos esenciales para crear iglesias con mentalidad misionera:

1. Inspirar a los miembros a participar: La forma más eficaz de inspirar a los miembros es que el propio pastor demuestre entusiasmo. La pasión de un líder por la misión despierta un entusiasmo similar en la congregación. Comienza orando por el derramamiento del Espíritu Santo y por un corazón compasivo hacia los perdidos. Como Elena de White registró, citando las palabras de un ángel sobre la oración: “Insistan con sus peticiones ante el trono, y persistan en ello con fe firme”.[3]

Los miembros ganan motivación y propósito cuando comprenden el “porqué” de su misión. El ejemplo del apóstol Pablo en Filipenses 1:12 al 14 ilustra esto: incluso estando preso, su alegría, enfoque y determinación inspiraron a otros a proclamar el evangelio con audacia y valentía. Escribió que su encarcelamiento era para el “progreso del evangelio” (Fil. 1:12).

¿Por qué deben involucrarse los miembros en la misión? Aquí hay cinco razones fundamentales:

Trae alegria al creyente. Jesús dijo: “Estas cosas les he hablado para que mi gozo esté en ustedes y su gozo sea completo” (Juan 15:11). Elena de White comenta: “No existe una bendición mayor de este lado del Cielo que la que se experimenta al ganar almas para Cristo”.[4]

Ofrece una oportunidad de salvacion. Compartir a Jesús les da a otros la oportunidad de responder al llamado del Espíritu Santo (1 Tim. 2:3, 4).

Alegra el corazon de Dios. El Cielo se regocija por cada pecador que se arrepiente (Luc. 15:10).

Moldea nuestro corazon para que seamos semejantes

a Jesus. La misión de Cristo fue “buscar y salvar lo que se había perdido”, y él llama a sus seguidores a hacer lo mismo (Mat. 4:19).

Cumple el mandato de Dios. La Gran Comisión no es opcional; es un mandato para todos los discípulos (Mat. 28:19, 20).

2. Ofrecer recursos y oportunidades de capacitación: Nada grande sucede en la iglesia sin entusiasmo. Sin embargo, el entusiasmo por sí solo no es suficiente. Es necesario ofrecer capacitación, recursos y herramientas prácticas para que la misión se cumpla con eficacia. Esto significa capacitar a los miembros para:

• dar un poderoso testimonio personal;

• ofrecer estudios bíblicos;

• liderar grupos pequeños;

• visitar hogares e interactuar con la comunidad;

• organizar y dirigir reuniones de evangelización.

Elena de White afirmó que “los miembros deben ser adiestrados de tal manera que dediquen tiempo a ganar almas para Cristo. ¿Cómo puede decirse de la iglesia: ‘Ustedes son la luz del mundo’, a menos que sus miembros estén realmente impartiendo luz?”[5]

Esta preparación debe ser continua, con oportunidades regulares para desarrollar habilidades y fortalecer la

confianza. Un ejemplo exitoso proviene de Ruanda, donde, después del mayor bautismo en la historia de la iglesia, más del 80 % de los nuevos miembros permanecieron activos porque se involucraron de inmediato en la misión.

3. Promover una cultura de acción: Los líderes deben buscar constantemente involucrar a los miembros en la misión. La orden de Jesús fue simple y directa: “Hagan discípulos”. Es un llamado para todos.

Al comienzo de mi ministerio como pastor de distrito, me sentí abrumado. Quería realizar reuniones de evangelización, pero todo parecía inviable. Entonces, busqué la orientación de un mentor experimentado, quien me enseñó a involucrar a la iglesia mediante encuestas, reuniones y planificación participativa. La preparación siempre debe conducir a la acción. Como exhorta Elena de White: “Despierten y comprendan su deber los que están encargados del rebaño de Cristo, y pongan a muchas almas a trabajar”.[6] Esto significa:

• Realizar encuestas para identificar los intereses y dones de los miembros.

• Formar equipos ministeriales para atender las necesidades de la comunidad.

• Planificar campañas de evangelización e iniciativas de grupos pequeños.

• Establecer metas medibles y evaluar el progreso regularmente.

• Fomentar pasos sencillos, como invitar a amigos a la iglesia o servir activamente en la comunidad.

La participación total promueve la unidad, estimula el crecimiento personal y fortalece lazos dentro de la iglesia.

El impacto de Todo Miembro Involucrado

Desde su lanzamiento, el TMI ha producido resultados notables:

• Mayor participación en la obra misionera mundial.

• Más de 700.000 bautismos solo en la División Africana Centro-Occidental y más de 300.000 en Papúa Nueva Guinea.

• Concienciación sobre las necesidades de la comunidad.

• Mejora en las tasas de retención de miembros, gracias al discipulado intencional.

• Unidad de propósito y visión.

Estos resultados refuerzan que la iglesia se organizó para la misión. Como advierte Elena de White: “Las iglesias se están marchitando porque no han empleado sus talentos en difundir la luz”.[7]

Un llamado para todos

La misión de la iglesia es clara: preparar al mundo para el regreso de Jesús. Para alcanzar esta meta, cada miembro debe participar activamente. Los pastores tienen un papel vital en inspirar, equipar y movilizar a sus congregaciones. TMI ofrece un modelo práctico para ello, recordando que salvar almas no es una tarea para unos pocos, sino un llamado para todos.

Que nosotros, como pastores y líderes, seamos socios de Dios en esta gran misión. Si no somos nosotros, ¿quiénes serán?

Sobre el autor: Secretario ministerial de la Asociación General


Referencias

[1] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (ACES, 2008), p. 216.

[2] Elena de White, Obreros evangélicos (ACES, 2008), p. 363.

[3] Elena de White, Primeros escritos (ACES, 2014), p. 104.

[4] Elena de White, El evangelismo (ACES, 2015), p. 335.

[5] Elena de White, Servicio cristiano (-ACES, 2014), p. 78.

[6] Ibid., p. 78.

[7] Ibid., p. 75.