El Israel espiritual de Dios es la comunidad universal de creyentes en Cristo Jesús
“Todo Israel será salvo” (Rom. 11:26).[1] Cuando somos confrontados respecto de esta afirmación paulina, generalmente los comentaristas bíblicos preguntan: “¿De qué Israel habla? ¿Del físico o del espiritual?” El Israel físico está constituido por los judíos descendientes de Abraham, considerados todavía por muchos como el pueblo elegido de Dios. El Israel espiritual son todos aquellos que se transformaron en creyentes en Cristo Jesús. Aquellos que defienden el concepto de un Israel espiritual creen que el Israel físico había sido el pueblo elegido en la época del Antiguo Testamento. Sin embargo, su rechazo a la persona de Jesús posibilitó que el Señor siguiera adelante con sus propósitos. Extendió el evangelio a todas las naciones, y así la comunidad de fe que se formó en Cristo se transformó en el Israel espiritual. Espiritual, en el sentido de que no tiene ascendencia física en Abraham, pero es contado como pueblo de Dios por la fe.
¿Israel físico?
¿Sería bíblico el concepto de un Israel solamente “físico” actualmente o en los tiempos del Antiguo Testamento? Creo que la respuesta es no. Aunque Abraham hubiera generado por lo menos ocho hijos biológicos (Gén. 16:11; 21:3; 25:1, 2), solamente uno se transformó en parte del Pacto; los otros, no (Gén. 21:10, de acuerdo con Gál. 4:30; Gén. 25:6). Por otro lado, otros que no descendieron biológicamente del patriarca pasaron a formar parte del Pacto: “Y de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a cualquier extranjero, que no fuere de tu linaje. […] y estará mi pacto en vuestra carne por pacto perpetuo” (Gén. 17:12, 13; énfasis añadido).
De hecho, una de las razones por las que Dios eligió a Abraham fue que él enseñaría el camino de Dios no solamente a sus hijos, sino también a todas las personas de su casa, independientemente del contexto histórico o genealógico al que pertenecieran: “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Gén. 18:19).
La “casa” de Abraham era numerosa; probablemente, más de mil personas. En cierta ocasión, reunió a 318 hombres “nacidos en su casa” (Gén. 14:14) y los encabezó para liberar a Lot. Que su familia compartía la misma fe se hace evidente por el hecho de que el patriarca confió en uno de sus siervos para que encontrara una esposa para Isaac, al que lo hizo jurar “por el Señor” (Gén. 24:1-3).
Los descendientes directos de Jacob que entraron en Egipto eran setenta (Éxo. 1:5). En el Éxodo, Israel contaba con seiscientos mil hombres en edad militar (Éxo. 12:37; ver Núm. 1:46); además de las mujeres, los niños y los ancianos; totalizando entre dos y tres millones de personas. Ninguna tasa de crecimiento biológico realista podría haber producido tal crecimiento.
Sin embargo, si comprendemos que Israel actuaba de modo inclusivo, de la misma manera que la familia de Abraham fue inclusiva, entonces se hace más fácil entender el increíble crecimiento numérico. Los cerca de tres millones de personas que dejaron Egipto no eran descendientes biológicos de Abraham, pero todos estaban relacionados con la Casa de Israel; unidos por medio de cónyuges, siervos y ayudantes de diversas procedencias.
En realidad, en el momento en que los israelitas dejaron Egipto, una multitud mixta fue con ellos (Éxo. 12:38); y participó plenamente del Pacto. La integración y la aceptación de esos extranjeros se hace evidente por el hecho de que uno de ellos, Caleb, se transformó en líder de la tribu de Judá (Núm. 13:3, 6). No hay razón para suponer que tales integraciones hayan ocurrido solamente durante el Éxodo y no antes, aunque en número menor.
Cuando Dios renovó el Pacto con Israel (Éxo. 19-24), fue una alianza abierta. La participación era voluntaria. En la historia de los israelitas, muchas personas que no eran descendientes directos de Abraham pasaron a formar parte de la comunidad del Pacto. José se casó con una egipcia (Gén. 41:45); Moisés, con una madianita (Éxo. 2:16-21); Caleb, como ya fue mencionado, era cenezeo (Núm. 32:12); Rahab, cananea (Jos. 2:1, 2); Rut, moabita (Rut 1:4); Urías, heteo (2 Sam. 11:3). El propio David no tenía una ascendencia totalmente israelita (Rut 4:17).
No solamente personas sino también grupos enteros de extranjeros se adhirieron al Pacto. Además de la “multitud mixta” mencionada, debemos tener en cuenta a los cananeos que no fueron muertos ni expulsados. Eventualmente, fueron integrados con los recabitas, habiendo sido aceptados por su fidelidad a Dios (Jer. 35:1-19). Los capitanes de David comandaban a cereteos y peleteos (1 Crón. 18:17), probablemente convertidos, pues sería difícil imaginar al ejército del rey de Israel repleto de soldados paganos.
A lo largo de toda la monarquía hubo millares de extranjeros en Israel (1 Crón. 22:2; 2 Crón. 30:25), a quienes la Septuaginta (LXX) llama prosēlutoi (“prosélitos”, o “convertidos”).[2] En el tiempo del rey Salomón, su número llegó a más de 153 mil (2 Crón. 2:17).
En la época de la reina Ester, después del colapso del plan de Amán, “muchos de entre los pueblos de la tierra se hacían judíos” (Est. 8:17). Esa ola de conversiones continuó incluso después de los eventos importantes descritos en el libro (Est. 9:27). Artajerjes autorizó a Esdras a nombrar jueces para el pueblo de la provincia “más allá del río” que conocía la Ley, y para enseñársela a aquellos que no la conocían (Esd. 7:25). Posiblemente haya sido una autorización para convertir a personas de otras naciones.[3]
Durante el período intertestamentario, el rey judío Juan Hircano convirtió a toda la nación de los idumeos (edomitas) al judaísmo, bajo amenaza de muerte.[4] De allí vino la famosa familia de Herodes.[5]
En los tiempos del Nuevo Testamento, los fariseos eran conocidos por su celo misionero (Mat. 23:15). Las sinagogas contaban con personas extranjeras convertidas, que temían al Señor (Hech. 13:16, 26; 16:14; 17:17).
Muchos gentiles se reunían en Jerusalén para adorar durante las fiestas (Juan 12:20). Quince naciones son mencionadas entre “judíos” y “prosélitos” (Hech. 2:9-11) que participaron del Pentecostés.
Dios deseaba que su Pacto fuese extendido a todas las naciones: “Porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isa. 56:7). El hecho de que para algunos, como los moabitas, por ejemplo, hubiera ciertas restricciones para participar del Pacto (Deut. 23:3) muestra que para los otros el acceso era libre.
Cualquier persona, de cualquier etnia, podía formar parte del Pacto. Sin embargo, los israelitas que pertenecían a él podían optar entre permanecer o ser expulsados. Ser “cortado” del pueblo de Israel equivalía a ser castigado por varios pecados (por ejemplo, Éxo. 30:33, 38; 31:14; Lev. 7:20, 21, 25, 27). Hasta qué punto esto fue realizado, no lo sabemos, pero la provisión estaba allí. La palabra apostasía, o “apartarse de la fe”, no es extraña en la LXX para describir la actitud a veces rebelde de Israel en relación con Dios (Jos. 22:22; 2 Crón. 29:19).
Es evidente, entonces, que cualquier persona podía adherir al Pacto divino, y centenas de millares (tal vez millones) lo hicieron a lo largo de la historia de Israel. Además de esto, cualquier persona podía elegir no formar más parte de él.
En un lenguaje actual, podríamos decir que Israel funcionó como una iglesia, habiendo personas que se unían a ella y otras que salían de ella. En realidad, ekklēsia, “iglesia”, fue el término elegido por el apóstol Pedro para describir al antiguo Israel de Dios: “Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación [ekklēsia] en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos” (Hech. 7:38). Para que nadie se sienta tentado a considerar este como un ejemplo solitario, la LXX usa el término ekklēsia 77 veces, y casi todas estas menciones se refieren a Israel.
A la luz de las evidencias presentadas hasta aquí, sería antibíblico hablar de un “Israel físico” como “descendientes físicos exclusivos” de Abraham. Aunque el Israel literal existiera como nación durante buena parte de su historia en el Antiguo Testamento, a los ojos de Dios, la verdadera filiación no dependía de la ascendencia ni de la sangre, sino de la fe (Rom. 2:29). El apóstol Pablo reconoció esto cuando afirmó que durante el tiempo de Acab, de toda la nación, solamente un remanente de 7 mil fieles permaneció leal a Dios, y ellos constituían el verdadero Israel (Rom. 11:1-5).
Bíblicamente, por lo tanto, Israel era una comunidad espiritual a la cual las personas se unían y/o eran removidas sin consideración de ascendencia o raza.[6]
Con esas circunstancias en mente, podemos entender la declaración paulina que dice que “todo Israel será salvo”, en su contexto.
La parábola del olivo
En Romanos 11:16 al 24, el apóstol Pablo tomó el concepto de la identidad espiritual y lo desarrolló para explicar la relación entre la iglesia cristiana y los judíos que rechazaron a Jesús. Lo hizo por medio de la parábola del olivo.
Esta parábola fue extraída de Jeremías 11:16 y 17, en que Israel es comparado con un “olivo verde, hermoso en su fruto y en su parecer” (vers. 16). Sin embargo, como el pueblo se había conducido mal al seguir a Baal, Dios quemaría algunas ramas con fuego. Parte del motivo de esa punición era porque habían rechazado los mensajes de advertencia del profeta Jeremías (Jer. 11:17-23).
El olivo representaba a Israel, la comunidad del Pacto, que una vez fue bella y perfecta. Sin embargo, así como los israelitas rechazaron los llamados de Jeremías (vers. 19), que se sentía como un “cordero manso” que era llevado al matadero, ellos rechazaron al otro Cordero, Jesús, y lo llevaron a la muerte. No solamente eso: incluso después de su resurrección, muchos judíos todavía lo rechazan.
El apóstol Pablo comparó las ramas que fueron cortadas (“desgajadas”) con los judíos que habían rechazado a Jesús (Rom. 11:17) “por causa de la incredulidad” (vers. 20). Esas ramas “naturales” fueron excluidas de la familia de Dios (vers. 20, 21).
Dos cosas se destacan aquí. Primera, solamente las ramas muertas (estériles) fueron cortadas; el árbol no fue rechazado. De hecho, continúa vivo y “santificado” (vers. 16), a fin de nutrir y sustentar a las ramas restantes (vers. 18). Segunda, entendiendo que el árbol representa a Israel y las ramas que eran estériles fueron cortadas, es evidente que estas no forman más parte del árbol (Israel). De esa manera, ningún ramo “incrédulo” pertenece más al verdadero Israel.
Con sus ramas cortadas, el árbol que fue bello ahora parece andrajoso. ¿Cómo actúa Dios frente a ese problema? Las ramas de otros olivos, olivos salvajes, son injertadas en el olivo bueno. Esas ramas son personas de todas las naciones que vienen por la fe en Jesús, “[los cristianos de todas las naciones], siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellos” (vers. 17).
Un punto importante deberá ser observado: Dios no planta un nuevo árbol, la iglesia cristiana. En lugar de eso, las nuevas ramas, que eran silvestres, son injertadas en el mismo árbol antiguo, que continúa existiendo y es quien provee alimento. Entendiendo que la planta simboliza al Israel de Dios y las ramas salvajes son injertadas en él, estas se transforman en parte del Israel bíblico. No son una nueva entidad. En cierto sentido, el Israel del Antiguo Testamento, que como vimos era una entidad espiritual, continúa existiendo y prosperando, después de haber pasado por un proceso de poda por medio de la eliminación de las ramas infructíferas y de la adición de nuevos fieles.
El árbol era bello y majestuoso. Después, quedó en una situación lamentable, porque algunas de sus ramas fueron podadas. Sin embargo, después de que fueron injertadas nuevas ramas, la planta quedó –nuevamente– hermosa y completa. Las nuevas ramas son la continuación natural de ese maravilloso árbol.
La iglesia no sustituye a Israel. ¡La iglesia es la continuación natural de Israel, de la misma manera en que las ramas son la continuación natural de un árbol! Los creyentes en Cristo son el verdadero Israel.
Es importante notar que, al presentar tal abordaje, el apóstol Pablo reflejó el pensamiento de su tiempo. El concepto judaico de estar en apostasía, o “cortado”, no era desconocido en aquellos tiempos turbulentos. Los fariseos, que fueron los responsables del desarrollo teológico del judaísmo, surgieron de los judíos piadosos que habían rechazado la adopción del sumo sacerdocio por los hasmoneos en el segundo siglo antes de Cristo, y se consideraban separados de la elite gobernante.[7]
De hecho, el término fariseo deriva del arameo perisa, que significa “separado”, “separados”.[8] Los esenios, que eran contemporáneos de Jesús y del apóstol Pablo, se consideraban a sí mismos como el verdadero Israel; y el Templo de Jerusalén y su sacerdocio, apóstatas. Ellos se separaron del judaísmo original no solo teológica y ceremonialmente, sino también físicamente, y formaron la conocida comunidad de Qumran.[9] Por lo tanto, cuando el apóstol Pablo trató a los judíos que habían rechazado a Jesús como ramas cortadas del olivo verdadero (Israel), y a los creyentes en Cristo como verdaderas ramas, argumentó con fundamentos teológicos que eran conocidos por sus contemporáneos.
Además de esto, inicialmente el apóstol Pablo no se preocupó por discutir la cuestión de la separación entre cristianos y judíos, que solamente comenzó a madurar una generación después. En esa fase inicial, los cristianos eran, en su gran mayoría, de origen judío, y trabajaban en el contexto de la sinagoga y del judaísmo. Entonces, ver a algunos participantes del servicio de la sinagoga como ramas saludables y a otros como cortados sería un concepto familiar. Que cristianos y judíos hayan tomado rumbos totalmente separados tal vez sirva para reforzar el paradigma que el apóstol estaba adoptando.
Todo Israel será salvo
El apóstol Pablo concluyó su argumentación con la declaración inicial de este artículo, afirmación casi siempre malinterpretada: “Todo Israel será salvo” (vers. 26). Al final, ¿qué Israel será salvo, el “físico” o el “espiritual”?
De manera bien simple, la llave para entender ese texto está en la interpretación de sus palabras en paralelo con la ilustración paulina sobre el olivo y sus ramos. Israel, el pueblo de Dios, era bello y majestuoso. Sin embargo, una “ceguera” o un “endurecimiento” tomó cuenta de una gran parte de los israelitas (Rom. 11:25). Ellos endurecieron el corazón (Heb. 4:7).[10] Rechazaron la salvación en Cristo. Esa condición fue ilustrada por el apóstol Pablo por el corte de algunas ramas del olivo original. El fracaso de Israel para con el pacto realizado por Dios con Abraham y el rechazo de Jesús transformaron la expectativa divina respecto del olivo en una decepción. Sin embargo, la intención de Dios para con el olivo, que dé fruto y manifieste la gracia divina revelada en la Cruz por la redención de la humanidad, no puede y no debe fallar.
¿Cómo actúa Dios frente a esto? Trae “la plenitud de los gentiles” (Rom. 11:25). ¿A dónde los trae? ¡A Israel, por supuesto! Para completar el espacio dejado por aquellos cuyos corazones se endurecieron. La palabra griega plērōma, “plenitud”, es un sustantivo que indica algo que está parcialmente vacío o siendo completado.[11] De esa manera, el vacío dejado por aquellos que no creyeron es completado por los gentiles que entran y ocupan su lugar. El apóstol Pablo argumentó que los gentiles, las ramas del olivo salvaje, extraños al Pacto, son injertados y forman la comunidad de la fe cristiana, un árbol fructífero, reunida de toda la raza humana.
Entonces, el apóstol Pablo declaró: “Y luego todo Israel será salvo” (vers. 26). La expresión inicial, “Y luego”, indica una conclusión. Algunos cayeron por causa de su incredulidad; otros entraron y entrarán para ocupar su lugar. Por eso el apóstol Pablo puede, alegremente, declarar que todo el Israel será salvo.
Por lo tanto, “todo Israel” no se refiere al Israel “físico”, lo que es conceptualmente erróneo. “Todo Israel” significa todos los creyentes de todas las épocas, desde los patriarcas del Antiguo Testamento hasta los cristianos de la actualidad; desde las raíces del olivo original (la descendencia de Abraham), en el Antiguo Testamento, hasta su último y menor ramo. Se refiere a la totalidad del pueblo de Dios a lo largo de los siglos.
Conclusión
Este artículo intentó establecer dos puntos principales. Primero, el término “Israel”, en la Biblia, no se refiere a la descendencia física, sino que denota a aquellos comprometidos con la fe en Dios. Una comunidad espiritual, no nacional.
Segundo, de acuerdo con Romanos 9, el Israel “espiritual” nunca fue rechazado. Es verdad que la muerte, la resurrección y el rechazo de Jesús por parte de los israelitas fue el punto principal del quiebre de las relaciones divinas con la humanidad (Dan. 9:24-27; Mat. 21:43). Sin embargo, son personas las que fueron rechazadas; Israel, como pueblo de Dios, continúa existiendo. Está constituido por todos aquellos que aceptaron a Cristo como Señor y Salvador, independientemente de su ascendencia o su raza. Los creyentes en Jesús son los verdaderos hijos de Abraham (Gál. 3:7).
¿Cuáles son las implicaciones de todo esto? Varias; pero vamos a mencionar apenas tres:
1. Con relación a los judíos modernos, no hay absolutamente espacio para el antisemitismo. Sus Sagradas Escrituras son parte de nuestras Sagradas Escrituras; su herencia bíblica es también nuestra herencia. Ellos no son una nación indigna de la salvación. Son ramas cortadas, hermanos y hermanas que fallaron en aceptar al Mesías. Nuestra misión es amarlos e invitarlos a aceptar, por la fe, a Cristo Jesús, como todos los demás seres humanos.
2. Sin embargo, ellos tampoco son el pueblo elegido de Dios. El Señor eligió y nutrió al olivo verdadero. Las ramas que fueron cortadas no forman más parte de ese árbol. Ellos pueden ser reintegrados, pero solamente por la fe en Cristo (Rom. 11:23). Los propósitos divinos serán cumplidos en el árbol –los creyentes en Jesús–, no en las ramas cortadas.
3. Los cristianos harían bien en explorar nuevamente las raíces del Israel bíblico, incluyendo el sábado bíblico, y verlo como totalmente, no indirectamente, nuestra herencia. La ruptura profunda entre el Israel bíblico y la iglesia cristiana, que provoca muchos debates teológicos actualmente, es arbitraria y no bíblica. Roba del cristianismo algo que es muy valioso. La iglesia cristiana es la continuación natural del Israel del pacto que Dios hizo con Abraham, así como las ramas son la continuación natural del árbol. Volver a pensar en nuestras raíces de manera más completa puede aumentar nuestra espiritualidad y mejorar nuestra adoración.
Sobre el autor: Doctor en Teología (Universidad de Durham), es pastor en Chipre.
Referencias
[1] Salvo indicación contraria, todas las referencias bíblicas corresponden a la versión Reina–Valera de 1960.
[2] Henry George Liddell y Robert Scott, An Intermediate Greek-English Lexicon, “prosēlutoi” (Oxford: Oxford University Press, 1945).
[3] El hecho de que Artajerjes haya reconocido a Dios como el “Dios del cielo” (Esd. 7:23) puede indicar que la autoridad otorgada a Esdras tuviera una aplicación más amplia, incluyendo algún tipo de permiso para convertir a no judíos.
[4] Flavio Josefo, Antigüedades 13.9.1. Ver también Bernard M. Zlotowitz, “Sincere Conversion and Ulterior Motives”, en Conversion to Judaism in Jewish Law: Essays and Responses (Pittsburgh, PA: Rodef Shalom, 1994), p. 67.
[5] Flavio Josefo, Antigüedades 14.1.3.
[6] Aquellos que se convierten al judaísmo son considerados judíos y pasan a tener el derecho de inmigrar en Israel. Por otro lado, los judíos que se convierten al cristianismo no son más considerados judíos y no pueden inmigrar en aquel país.
[7] Everett Ferguson, Backgrounds of Early Christianity (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2003), p. 514.
[8] Liddell y Scott, An Intermediate Greek-English Lexicon: “perisa”.
[9] Ferguson, Backgrounds of Early Christianity, pp. 521-531.
[10] “Apo merous” también puede significar: (a) endurecimiento “parcial”, o (b) de “una parte” de Israel. El contexto favorece la segunda opción.
[11] Liddell y Scott, An Intermediate Greek-English Lexicon: “plērōma”.