El escenario profético presentado en Joel capítulo 2 señala algunos detalles importantes referidos al tiempo del fin. Su pasaje más conocido (Joel 2:28-32) fue citado por Pedro en el sermón del Pentecostés (Hech. 2:16-21), y su cumplimiento pleno todavía está en el futuro, cuando el Espíritu Santo será derramado profusamente antes de la consumación final.

    Esta idea del doble cumplimiento ha sido entendida por los adventistas en correlación con el texto de Joel 2:23, en el que Dios promete derramar la “lluvia temprana y tardía”. Las palabras temprana y tardía hacen referencia, primeramente, al régimen de lluvias que caen en Medio Oriente durante el otoño (septiembre/octubre) y la primavera (marzo/abril). De este modo, en su aplicación inmediata, la promesa estaba relacionada con la restauración de las lluvias que, para una comunidad agrícola como Judá, resultaría en gran abundancia, símbolo de las bendiciones celestiales.

    Sin embargo, cuando se las considera desde una perspectiva profética, las lluvias simbolizan la obra del Espíritu Santo en la historia de la iglesia cristiana: primero en el Pentecostés y luego en el futuro, para “madurar la cosecha”, antes de la segunda venida de Cristo.[1]

    El texto de Joel deja claramente establecido que el cumplimiento de estas promesas en sus días sería el resultado de un gran reavivamiento. El Señor se dirigió a Judá por medio de sentencias como: “Tocad trompeta en Sion” (2:1), “convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento” (vers. 12), y “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos” (vers. 13). En este contexto alusivo al Día de la Expiación, es innegable el protagonismo de los líderes espirituales de la nación (vers. 15, 17).

    Si el primer “Tocad trompeta en Sion” (vers. 1) era ordenado a un atalaya, con el propósito de advertir al pueblo sobre un peligro inminente, el segundo (vers. 15) se dirigía a los sacerdotes, con el objetivo de proclamar “el ayuno”, “una asamblea solemne” (NVI). Liderando este gran llamado nacional (vers. 16) al arrepentimiento y la reconsagración, los ministros del Señor debían llorar e interceder por el pueblo y suplicar la misericordia divina (vers. 17). Como resultado, Dios se compadecería de Judá, y la prosperidad material y espiritual serían vistas, porque él estaría “en medio de Israel” (2:27).

    La historia sagrada muestra que la consagración de los primeros líderes cristianos fue una condición determinante para que el Espíritu Santo fuese derramado en el Pentecostés y promoviera una poderosa siembra espiritual. ¿Qué es lo que podría hacernos pensar que en el antitípico Día de la Expiación, ante la inminente cosecha final, los ministros del Señor tendrían menor responsabilidad?

    De hecho, la espiritualidad de la iglesia nunca será mayor que la espiritualidad de sus líderes. Por eso, debemos vivir en íntima comunión con Dios, para que nuestras palabras y nuestro ejemplo coloquen a nuestras congregaciones sobre un pedestal más elevado de compromiso con el Señor. Elena de White fue directa al afirmar: “Se necesita una reforma entre el pueblo, pero primero debería comenzar su obra purificadora con los ministros”.[2]

    Este escenario requiere que permitamos que el Espíritu Santo nos moldee conforme a su voluntad, aunque el proceso sea doloroso y revuelva aspectos acariciados en nuestro corazón, muchos de los cuales pueden ser legítimos, pero de alguna forma nos han impedido experimentar al máximo la presencia de Dios en nuestra vida. Como también escribió Elena de White, en el contexto de la reconsagración de líderes y miembros, “debemos trabajar para eliminar del camino las piedras de tropiezo. Debemos retirar cada obstáculo. Confesemos y abandonemos cada pecado, para que pueda estar aparejado el camino del Señor, para que él pueda estar en nuestras reuniones e impartirnos su rica gracia”.[3] La pregunta es: ¿cuántos de nosotros nos levantaremos para responder a este llamado de Dios?

Sobre el autor: Director de la revista Ministerio Adventista, edición de la CPB.


Referencias

[1] Comentario bíblico adventista, t. 4, p. 969.

[2] Elena de White, Testimonios para la iglesia (EE.UU.: Asociación Publicadora Interamericana, 2008), t. 1, p. 413.

[3] White, Mensajes selectos (Florida: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), t. 1, p. 150.