Diez principios para vivir el liderazgo servidor en la práctica

Dos títulos se destacaron en las librerías en los últimos años al tratar el tema del liderazgo servicial: El líder con vocación de servicio, de James Autry (Ediciones Urano, 2003), y La paradoja: un relato sobre la verdadera esencia del liderazgo (Empresa Activa, 2003). Millones de líderes, tanto de empresas como de iglesias, compraron esos libros, convirtiéndolos en best sellers mundiales. En su debido contexto, son útiles y presentan insights interesantes.

 En este artículo, he decidido centrarme en Juan 13, uno de los capítulos bíblicos esenciales para aprender cómo vivir el liderazgo servicial. En Juan 13 es posible encontrar por lo menos diez elementos fundamentales para quienes deseen ser líderes servidores.

 Antes de explorar cada uno de estos elementos, quiero decir que, en la Biblia, el liderazgo servicial no se trata de un discurso conmovedor o filosófico. En las Escrituras se presenta el concepto como un estilo de vida fundado en la percepción de que el otro es importante y, por eso, debe ser el centro de mis acciones. En Mateo 20:28, Cristo afirma que vino para servir, no para ser servido: esa es su ideología. Y la ejemplifica en Juan 13. Por lo tanto, Mateo 20:28 es la teoría; y Juan 13, la práctica.

Amor

 “Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1).

 Jesús amaba a las personas. Los gestos de amor precedían a sus palabras; su muerte fue precedida por su amor. Para él, todo comenzaba con el amor. El texto dice que Cristo amaba a sus discípulos con amor infinito. La Biblia afirma que él cumplió su misión por amor.

 Juan afirma que Cristo “los amó hasta el fin”. El verbo utilizado por el apóstol es agapao, que significa “recibir a las personas con alegría, acoger a las personas, gustar de la gente, amar tiernamente a las personas”. Lo que Jesús demuestra es que el líder servicial ama tiernamente a las personas, acoge a sus liderados y los recibe con alegría. Esto significa que él traza sus planes en función de las personas. En lenguaje contemporáneo, podemos identificar al líder servidor al ubicarlo en contraposición con el jefe. Al planificar, el jefe prioriza estructuras, equipamientos y procesos; por su lado, el líder servicial hace énfasis en las personas.

 Por supuesto, los líderes serviciales necesitan estructuras, equipamientos, procesos, números y presupuestos. Sin embargo, ellos hacen girar todo eso en torno a las personas; los recursos están a disposición de las personas.

Aceptación

 “Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase” (Juan 13:2). La escena es impactante: Cristo está participando de un momento familiar muy bonito, con profundo significado religioso. Ante él hay doce hombres, sus discípulos. Dos de ellos son traidores: uno colaborará directamente con su muerte; el otro no tiene ni idea de lo que hará antes de que el gallo cante. Pero la expresión “los amó hasta el fin” incluye a estos dos traidores; y tantos otros que vendrían a través de los siglos.

 Es fácil amar a los buenos liderados, aquellos que cumplen las metas, alcanzan los objetivos, son atentos o hacen preguntas inteligentes. Es fácil ser educado con quienes son educados con nosotros. Pero ¿cómo tratamos a los liderados que nos causan problemas? ¿Cómo bregamos con los que son atrevidos y maleducados? ¿Cómo convivimos con los traidores?

 Es en el trato con los problemáticos donde los líderes demuestran la esencia de su liderazgo. El líder servicial ama a aquellos que no merecen amor. Las personas que consideramos que no son dignas de ser amadas son, precisamente, aquellas que más necesitan de nuestro amor. No hay ninguna virtud en ser amigo de quien puede corresponder a nuestra amistad. No hay mérito en identificarse con el liderado que siempre concuerda con nuestras ideas. Hay, sin embargo, virtud en amar a aquellos que siempre son los últimos; mérito, cuando tratamos con respeto y bondad a aquellos que votan en nuestra contra. Por lo tanto, Cristo nos enseña que debemos amar a las personas difíciles, mostrándoles que él vino a salvar justamente a los que estaban perdidos.

Impresión

 Cristo “se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido” (vers. 4, 5).

 Según una costumbre judía, lavar los pies del maestro era deber de un esclavo extranjero, pero no se esperaba de un esclavo judío. Aun así, era un servicio que la esposa debía al marido; y los hijos, al padre. Por lo tanto, la tarea era considerada servil. Dado que en el lugar no había presente ningún siervo, uno de los discípulos debía haberse encargado de la tarea, pero ninguno de ellos se ofreció a realizarla.

 Jesús actuó en contra de las expectativas. Nadie esperaba esa actitud de su parte. A fin de cuentas, la toalla y el lebrillo correspondían a los subalternos, no al Jefe. Ciertamente, la imagen del Maestro postrado a los pies de todos quedó grabada en la mente de los discípulos. En una época en la que no había cámaras fotográficas para registrar la escena, el cuadro quedó registrado en la memoria y se convirtió en un emblema para esos hombres que revolucionaron al mundo. ¿Recuerdas alguna ocasión en la que hiciste algo inesperado, distinto y positivo en favor de alguien? ¿Cuál fue la reacción de esa persona? De este modo, Jesús nos enseña a hacer cosas positivas y destacadas por las personas. Esa es una manera de mostrarles nuestro cariño y aprecio.

Confianza

 “Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; más lo entenderás después” (vers. 6, 7).

 En su ímpetu, Pedro se comportó con total ingenuidad. Pero la respuesta de Jesús fue espectacular: en lugar de criticarlo, el Maestro respondió presentándole una perspectiva de futuro. Jesús creía que Pedro entendería las cosas, que maduraría. Y estaba en lo cierto: Pedro se transformó en el primer gran adalid de la iglesia apostólica.

 No tenemos derecho a dudar de las personas. Cuántas veces pensamos sobre alguno: “No hay forma, él es así… ¡no tiene cura!” Tal vez, en el futuro, aquel adolescente rebelde o aquella muchacha antipática se conviertan en excelentes profesionales, exitosos y totalmente involucrados en la misión de la iglesia. Imagina si de aquí a algunos años se cruzan con nosotros por la calle. Si los hubiéramos despreciado, ¿cómo nos mirarían? Y ¿cómo haríamos para mirarlos?

 Me gustaría oír de parte de ellos: “Adolfo, esas palabras que me dijiste cuando fui a pedirte consejo me ayudaron mucho. ¡Tú creíste en mí!” ¿No te gustaría oír esas palabras para ti también? Para ello, necesitamos creer que un día las personas madurarán. De este modo, Cristo nos enseña que debemos creer en el talento de nuestros liderados y ayudarlos a desarrollar ese potencial.

Santidad

 “Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza” (vers. 8, 9). Jesús probablemente haya hecho referencia a la costumbre de bañarse antes de ir a una fiesta. Por lo tanto, cuando los invitados llegaban a la fiesta, solo necesitaban lavarse los pies. Por lo visto, la situación fue útil para una lección espiritual: los discípulos deben ser purificados constantemente, pues el pecado siempre nos tienta y muchas veces nos hace caer. De esta manera, el Maestro nos enseña que es nuestro deber participar activamente de la vida espiritual de nuestros liderados, recordándoles siempre la necesidad de tener una vida pura y santa, proceso que se debe renovar diariamente.

Transparencia

 “Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos” (vers. 10).

 Jesús no escondió la verdad. Dijo que alguien no estaba limpio. Y, quien no estaba limpio, por cierto, entendió el recado. Es necesario que digamos la verdad, con sabiduría y cuidado, evaluando el desempeño del otro con transparencia y justicia. En lo posible, debemos evitar la confrontación, pero no esconder los hechos. Tenemos que compartir la evaluación negativa y dar el consejo que puede poner la vida de nuestro liderado en la dirección correcta. La verdad debe ser dicha en el momento justo y con las palabras adecuadas. Ocultarla, en estos casos, es negar al liderado la oportunidad de crecer y madurar.

 Debemos decir la verdad con cariño, tacto y responsabilidad. Con su ejemplo, Jesús nos enseña que debemos ser transparentes y actuar de manera amorosa.

Sensibilidad

 “Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos” (vers. 11).

  Algunas preguntas son muy pertinentes a la función del liderazgo servicial, como, por ejemplo: ¿Cómo explicar el comportamiento de las personas? ¿Qué contribuye a su felicidad? ¿Cómo aprenden? ¿De qué manera podemos motivarlas a participar de la misión? El dirigente necesita tener buenas respuestas para estas preguntas. Para ello, necesita conocer la naturaleza y el comportamiento humanos, conversando con especialistas, leyendo buenos libros y, principalmente, observando a las personas. Recuerda que “a fin de conducir a las almas a Cristo, debe conocerse la naturaleza humana y estudiarse la mente humana”.[1]

 Por lo tanto, Cristo nos enseña que es necesario conocer más que solo el nombre y el apellido de nuestros liderados; necesitamos conocer bien la naturaleza humana.

Reflexión

 “Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho?” (vers. 12).

 El momento fue concreto, con elementos palpables: toalla, lebrillo y agua. Pero Jesús sale del mundo puramente concreto y entra en el mundo de la abstracción, de la reflexión: “¿Sabéis lo que os he hecho?” Desdichadamente, Juan no dejó descripción de la respuesta; solo de las palabras del Maestro.

 El Maestro indujo a la reflexión; sugiere salir del campo del pragmatismo y va al campo de las ideas, del pensamiento: “¿Sabéis lo que os he hecho?” Él nos enseña a provocar, en los liderados, la voluntad de ir más allá de la acción: profundizar en la comprensión de acciones y hechos.

Función

 “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (vers. 13, 14).

 Cristo había terminado de realizar un acto “servil”: lavar los pies de todos los discípulos. Sin embargo, eso no disminuyó su rol en nada. Él continúa siendo el Maestro y el Señor. Continúa enseñando y comandando. La tarea simple y humilde no disminuyó su dignidad.

 Con esto, Jesús nos enseña que el líder servicial debe ser humilde y consciente de su atribución. Todos tenemos una función y ejercemos influencia; todos nosotros enseñamos y lideramos. El Señor colocó esas responsabilidades sobre nosotros, y tenemos que honrarlas de la mejor manera y con humildad.

Modelo

 “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (vers. 15). Elena de White afirmó que “un cristiano bondadoso y cortés es el argumento más poderoso que se pueda presentar en favor del cristianismo”.[2] Esta declaración señala el poder del testimonio personal. Parafraseando, podemos decir: “El ejemplo de vida de un líder es la mejor enseñanza que puede dar”.

 Lamentablemente, la sociedad, en general, es permisiva y no defiende normas morales consistentes. Por eso, más que nunca, las personas necesitan orientación. Necesitan saber que hay líderes interesados en mostrarles el verdadero sentido y significado de la vida. Los miembros de iglesia necesitan ejemplos valientes, que estén dispuestos a mostrarles el camino y a andar junto a ellos. Necesitan modelos, personas en las cuales puedan reflejarse y confiar; personas diferentes de todo lo que ven diariamente. Debemos asumir ese papel. Ese es el desafío que Dios tiene para nosotros. Con su procedimiento, Jesús nos enseña que debemos ser modelos, ejemplos positivos para aquellos con quienes convivimos.

Conclusión

 El dirigente cristiano es un siervo que está al servicio de sus liderados; su lema debe ser: “No estoy en esta función para ser servido, sino para servir”. A fin de cuentas, la iglesia no es un lugar para mostrar lo que somos capaces de hacer o la autoridad que tenemos en nuestras manos; ¡no! La iglesia es un lugar para servir.

Sobre el autor: rector del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología.


Referencias

[1] Elena de White, Mente, carácter y personalidad (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2013), t. 1, p. 8.

[2] Elena de White, Obreros evangélicos (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 125.