Con la jubilación, el pastor cambia la actividad directa por la actividad indirecta.
El término jubilación, referente a la condición de una persona que fue agraciada por el retiro, en el pasado era aplicado principalmente a trabajadores que, habiendo cumplido su trabajo, se retiraban y continuaban recibiendo salario. La jubilación carga la idea de contentamiento, júbilo, gran alegría. A su vez, el retiro carga con la idea del hogar, de un lugar donde morar, razón por la que, a veces, la expresión parece envuelta en cierta nostalgia. Aun cuando esa condición sea una especie de premio justo y merecido, en función del largo período de trabajo, el trabajador vocacional necesita estar preparado para el momento de la jubilación. En caso contrario, podrá sucumbir a la tristeza y alimentar sentimientos depresivos. Esa es una fase que necesita ser vivida con alegría.
En nuestro ambiente eclesiástico, cuando un ¡oven servidor inicia su carrera, en cualquier sector, lo hace con vivida satisfacción. Siente el privilegio de ser una pieza importante en un movimiento cuya misión es la evangelización del mundo entero, con sus desafíos geográficos, políticos y socioculturales. Y ejecuta su trabajo con dedicación, fe y alegría, sin importarle poco la irreversible sucesión de días y noches, hasta que se enfrenta con la llegada del tiempo de la jubilación, que le impone la necesidad de transferir su trabajo a otra persona.
Para mucha gente, esta es una experiencia dolorosa, por no haberse preparado para la ocasión. Si lo hubieran hecho, la jubilación les causaría nada menos que una saludable sensación de libertad y renovación de ideas, considerando que la jubilación trae solo un cambio de estado, que no significa el fin del ministerio.
Se deja la actividad directa por la actividad indirecta. Y el horizonte se amplía. Como Abraham, que a los 75 años dejó su limitada Ur en dirección a Canaán, el pastor jubilado contempla las estrellas como su límite. De manera semejante a Moisés, que a los 80 años cambió Madián por la amplitud sin par del alto del Nebo.
El amor a la causa de Dios jamás se apaga; y el Señor de esa causa mostrará, a sus fieles siervos, cómo pueden continuar alistados en alguna actividad, siempre de concierto con los servidores de tiempo completo, con los demás miembros y con los misioneros voluntarios de la iglesia.
En su libro Celebrando la vida después de los 50, Roger C Palms narra la historia de decenas de pastores, médicos, profesores y administradores que, después de jubilados, fueron invitados a prestar servicios a iglesias e instituciones cristianas a través del mundo. Todavía hoy contribuyen al desarrollo misionero, a través de sus talentos y experiencia, y con resultados notables.
Con mucha oración, me preparé para la jubilación, después de aproximadamente cuatro décadas de trabajo. Reorganicé la mente, escogí el lugar donde morar (no muy distante de los hijos, los amigos y los conocidos), tomando en cuenta la posibilidad de continuar ayudando a la iglesia. Seis meses antes, para que la administración del Campo pudiera planificar mi sustitución, envié a la Junta Administrativa la siguiente carta:
“Señor Presidente:
“Con profunda emoción e inmensa gratitud a Dios me dirijo a esta respetable Junta para pedir mi cambio de estado: de pastor activo a jubilado, a partir del 31 de diciembre de este año, en virtud de completar mi tiempo de trabajo (por edad).
“Espero continuar siendo objeto de la bendición divina y de los administradores de este Campo, recibiendo credencial de Ministro Ordenado, pues mi propósito es continuar sirviendo a Dios y a su iglesia, donde la Providencia me lo indique, naturalmente con los límites que me imponen los años.
“Mi familia y yo estamos inmensamente agradecidos a Dios y a su iglesia por el privilegio de la educación adventista, al igual que por el trabajo confiado en los Estados de Río Grande do Sul, Goiás, Tocantins y San Pablo. Solo en la Asociación Paulista Central fueron 16 maravillosos años. Agradezco por el amor y la bondad de todos, por la manutención que nos proporcionó bienestar y seguridad, por la disposición de los colegas a suplir la ausencia durante las vacaciones, por la sana convivencia durante los concilios pastorales.
“De aquí en más espero, gracias a Dios y el poder del Espíritu Santo, continuar haciendo lo mejor por aquel que, dejando la gloria en el cielo, se hizo siervo para salvarnos: Jesucristo. Cuando todo termine y el Señor Jesús regrese en gloria para buscarnos, quiero caer a sus pies y decir: ‘Amado Creador, hice lo mejor que pude’ ”.
Querido colega pastor: nunca dejes de ser consciente del elevado y sublime privilegio de servir al Señor. Al llegar el momento de la jubilación, recíbelo jubiloso. Retírate feliz y continúa con el mismo entusiasmo de siempre. Recuerda: tu vocación es vitalicia.
Sobre el autor: Pastor jubilado, reside en Campinas, Engenheiro Coelho, SP, Rep. del Brasil.