Dios habla. Él nos ordena que nos apartemos y que tengamos comunión con él.
En una mirada retrospectiva, he percibido con cuánta frecuencia he sido despertado mientras dormía. En este sentido, las palabras de Pablo son muy significativas: “Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz” (Rom. 13:11, 12).
A lo largo de los años, he descubierto que Dios está constantemente tratando de despertarme y, siempre que me quiero dormir espiritualmente, él me despierta. Creo que esto también es verdadero para los cristianos y para la iglesia en conjunto.
Hasta julio del año pasado, Janet y yo disfrutábamos de nuestro ministerio liderando la Asociación Central de California, EE.UU. Sin embargo, durante la asamblea mundial de la iglesia, realizada en Atlanta, el pastor Ted Wilson me comunicó que estaba siendo llamado a unirme al equipo de la Asociación Ministerial. Después de un intenso proceso de buscar al Señor en oración, aceptamos la invitación que, de hecho, representó un despertar en nuestra vida y en nuestro ministerio. Pero esta no fue nuestra primera experiencia de este tipo.
Primer despertar
Crecí en el hogar de un pastor adventista y de una profesora adventista. Mis padres amaban servir al Señor, pero, aparentemente, yo no conocía a Jesús ni tenía la certeza de mi salvación cuando era adolescente. Mientras ellos cumplían su ministerio, yo me quedaba en casa viendo televisión. Mis acciones eran rebeldes y destructivas. Fui expulsado de tres colegios adventistas, me vi involucrado con drogas y quería ser completamente libre de cualquier cosa relacionada con la iglesia o con la religión En mi juventud, asistí a una escuela pública, donde me uní a otros rebeldes, y hacíamos todo lo que queríamos.
Pero Dios tenía planificado un gran despertar para mí. Mis padres comprendieron que tenía una gran lucha y pedían a todos cuantos podían que oraran por su hijo perdido. Un sábado de noche, después de un día entero de ingerir droga, mi novia y yo conversábamos sobre cuánto odiábamos a las personas y por qué no éramos felices. Durante la conversación, en un destello de lucidez, comprendimos que las únicas personas que se interesaban por nosotros eran los cristianos adventistas.
Nuestros padres nos enviaron a un pastor (un alcohólico rehabilitado) a conversar con nosotros. Le cerramos la puerta en la cara, pero él dejó su tarjeta de visita, que decía: “Ustedes me necesitarán algún día; cuando eso ocurra, me pueden llamar”. Esa noche, nos acordamos de todo lo que habíamos aprendido en la infancia, concluimos que la única alegría real era el amor y decidimos darle una oportunidad a Jesús. /Experimentamos un maravilloso despertar!
Seis meses después, tras haber experimentado el amor y la aceptación de un maravilloso grupo de hermanos en una pequeña iglesia, me matriculé en el curso de Teología en la Universidad Andrews y, durante el período de estudio, procuré involucrarme en el trabajo en favor de otros. En esa universidad, el Señor me despertó al poder de la oración, a la alegría de la certeza de la salvación, a la fuerza del ministerio de los Grupos pequeños y a otras actividades evangelizadoras.
El segundo despertar
El otro despertar ocurrió en el sudeste de Illinois, en mi primer distrito pastoral, compuesto por dos iglesias y un grupo. En la época, animado por los líderes de la Asociación, planté una nueva iglesia. Joven y animado, involucrado con la predicación, la visitación de los miembros, estudios bíblicos, la escuela y tantos otros programas como me era posible, algunas veces me llegué a dormir al volante. Tiempo después, fui llamado a otra Asociación. Aquellas iglesias crecieron y el grupo se convirtió en una iglesia organizada. Pero, comprendí que no estaba pastoreando conforme al modelo bíblico; es decir, no estaba entrenando ni discipulando a los miembros.
Entonces, resolví seguir el principio del “sacerdocio de todos los creyentes”, entrenando y equipando a la hermandad para el trabajo misionero. Comprender y enseñar sobre los dones espirituales representó otro gran despertar para mi iglesia y para mi ministerio. Cuando fui designado por la Asociación para entrenar a los hermanos en varios ministerios, acepté con alegría. Durante cinco años, Dios siguió abriendo mis ojos a nuevos aprendizajes y orientaciones.
El tercer despertar
En Pensilvania, fui bendito con uno de los mayores llamados a despertar por parte de Cristo. Ahí trabajé como secretario ministerial y director de Ministerio Personal, secretario y presidente de la Asociación. Mi esposa y yo sabíamos que las personas estaban orando por nosotros, porque en todos los lugares ellas nos lo decían. En cierta ocasión, en una reunión campestre, los hermanos fueron incentivados a orar, al inicio del día, para que los líderes recibieran el bautismo del Espíritu Santo.
Sin comprender plenamente el poder de la oración intercesora, tardé un poco en integrarme al programa. Inicialmente, Janet sintió la alegría del Espíritu Santo en su corazón. Pero yo me resistía, imaginado que, como presidente de la Asociación, era un líder bastante espiritual y que no necesitaba ser ayudado espiritualmente por otras personas. La realidad fue que, con el paso del tiempo, la nueva experiencia de oración y de amor que Janet vivía con el Señor me incomodaba y me hacía sentir culpable.
Fue durante un encuentro de oración que Dios, finalmente, captó mi atención. Janet estaba respondiendo al llamado del Espíritu Santo y creciendo en su nueva experiencia. Al observarla, cierta mañana, me acordé de una señora que la había herido. En silencio, le pregunté a Dios: “Si ella está creciendo espiritualmente, ¿por qué sigue molesta con esa mujer?” En la mañana siguiente vino la respuesta. Impresionada por Dios, Janet llamó a la mujer y, con palabras de gracia que le fueron dadas por el Señor, le ofreció perdón. Cuando vi y comprendí lo que Dios había hecho, mis muros de resistencia cayeron como los de Jericó. Aprendí a pasar más tiempo en oración. Dios nos ha mostrado nuevas y maravillosas formas de adorar y orar, en la medida que nos volvemos más íntimos con él y nos alegramos en él.
La siguiente declaración de Elena de White me ha dirigido en algunos de los tiempos más productivos y significativos de mi jornada cristiana y pastoral: “En medio de esta precipitación enloquecedora, habla Dios. Nos invita a apartarnos y tener comunión con él. ‘Estad quietos, y conoced que yo soy Dios’. Muchos, aun en sus momentos de devoción, no reciben la bendición de la verdadera comunión con Dios. […] Con pasos presurosos penetran en la amorosa presencia de Cristo y se detienen tal vez un momento dentro de ese recinto sagrado, pero no esperan su consejo. […] Vuelven con sus preocupaciones al trabajo. Estos obreros jamás podrán lograr el éxito supremo, hasta que aprendan cuál es el secreto del poder. Tienen que dedicar tiempo a pensar, orar, esperar que Dios renueve sus energías físicas, mentales y espirituales” (La educación, p. 260). En otra declaración, ella dice que un reavivamiento de la verdadera piedad es nuestra mayor y más urgente necesidad; y esto será posible solo en respuesta a la oración (Mensajes selectos, t. 1, p. 141).
Si deseamos un reavivamiento y una reforma, debemos pasar tiempo con Jesús y permitir que él habite en nosotros El reavivamiento y la reforma de nuestras iglesias se iniciarán con nuestra unión con Jesucristo. Como en Hechos 6, cuando focalicemos la oración y el ministerio de la Palabra, la iglesia florecerá.
Un despertar, hoy
Ciertamente, deseamos entrenar a los pastores en las diferentes áreas del ministerio y desarrollar recursos para su ministerio. Sin embargo, nuestra máxima prioridad es la unidad con Jesús.
Individualmente y en equipo, estamos apartando tiempo para orar, pidiendo que Dios nos dirija. Sabemos que esta experiencia de oración y de comunión producirá pastores y líderes con tanto poder como nunca imaginamos o soñamos. Está también el “Proyecto 777”, que nos incentiva a orar siete días por semana, a las siete (de la mañana o de la tarde), para que el Espíritu Santo nos capacite; tanto a nuestros líderes, como a nuestras familias e iglesias. Participa de este proyecto, únete a los millares de pastores que, en todo el mundo, están comprometidos con la vida de oración. Acuérdate de la promesa de Jesús “Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos” (Mat. 18:19).
“Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Cor. 15:58).
Sobre el autor: Secretario ministerial de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.