Ya han pasado más de seis mil años desde el momento en que fue celebrado el primer sábado en la Tierra; y, en el tiempo, la distancia es fatal. Con el transcurrir de los días, los meses, los años y los siglos, también en este caso, tienden a apagarse las intenciones originales que tenía el Creador al instituir ese memorial sagrado. Junto con el pasar del tiempo, el enemigo actúa en el sentido de hacer que ocurra exactamente esto: la disipación del recuerdo del sábado en la mente de los hombres y las mujeres, o la confusión de su significado. Durante siglos, los sinceros hijos de Dios han mantenido la observancia del sábado entre el legalismo o el liberalismo, la obligación y el placer, entre las formas externas y las actitudes del corazón.

Pero el relato bíblico de la institución de ese día en la semana de la Creación es contundente al revelarnos la manera en que Dios lo consideró: “Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos. Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Gén. 2:1-3).

Es decir, no existe duda con respecto al hecho de que Dios santificó el sábado, si bien el relato no provee detalles con respecto a la manera en que Adán y Eva observaron el primer sábado, al igual que no se nos dice cuántos sábados pasaron entre la Creación y la triste experiencia de la caída del hombre.

Propósito original

A pesar de todo, dos importantes declaraciones encontradas en el libro Patriarcas y profetas, de Elena de White, nos ayudan a conocer, con más precisión, el propósito de Dios al instituir el sábado. La primera nos dice: “Siguiendo el ejemplo del Creador, el hombre había de reposar durante este sagrado día, para que, mientras contemplara los cielos y la tierra, pudiese reflexionar sobre la grandiosa obra de la creación de Dios; y para que, mientras mirara las evidencias de la sabiduría y bondad de Dios, su corazón se llenase de amor y reverencia hacia su Creador” (p. 28).

Perciba los tres verbos especialmente utilizados en esta declaración: “reposar”, “reflexionar” y “contemplar”. Ellos constituyen el camino a través del que el corazón del ser humano se llenaría “de amor y reverencia hacia su Creador”. Ahora, la segunda afirmación: “Dios vio que el sábado era esencial para el hombre, aun en el paraíso. Necesitaba dejar a un lado sus propios intereses y actividades durante un día de cada siete para poder contemplar más de lleno las obras de Dios, y meditar en su poder y bondad. Necesitaba el sábado para que le recordase más vivamente la existencia de Dios, y para que despertase su gratitud hacia él pues todo lo que disfrutaba y poseía procedía de la mano benéfica del Creador” (p. 29).

Aquí, los principales verbos son: “dejar”, “contemplar” y “meditar”, que contienen la misma idea. Así, de acuerdo con la primera cita, el sábado fue instituido con el objetivo de que el corazón humano se llenara del amor y de la reverencia hacia el Creador. La segunda declaración afirma que la institución de ese día tiene como objetivo que el hombre tenga la oportunidad de manifestar gratitud a Dios, en virtud de las maravillas creadas. Incluso hoy, las actividades realizadas durante las horas sabáticas deben inspirar los mismos sentimientos de amor, reverencia, admiración, alabanza y gratitud.

Después del pecado

En el ambiente puro y santo del Edén, antes de que la mancha del pecado lo afectara, la gratitud y la adoración eran los sentimientos naturales de la criatura hacia su Creador. Pero, luego de la entrada del pecado, surgió un motivo más de agradecimiento, esbozado en el primer anuncio de la venida de un Salvador: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Este texto nos presenta el plan de redención, diseñado por un amor eterno. La entrada del pecado y el pasar del tiempo no hicieron más que aumentar esa necesidad. Y la función del sábado se hace cada vez más nítida: adoración a Dios.

Es cierto que necesitó definir en términos prácticos para el pueblo de Israel lo que significaba “dejar”, “reposar”, “reflexionar” y “contemplar”. Con eso, deseaba mostrar medios o formas que podían ser empleados a fin de hacer del sábado un día especial.

Más tarde, la historia de los israelitas fue marcada por una cadencia cíclica. Cuando vivían momentos de prosperidad, eran poseídos por sentimientos de superioridad, creían que ellos mismos eran los artífices de su éxito, comenzaban a relacionarse con los pueblos vecinos y, paulatinamente, iban cayendo en la apostasía y la idolatría. Finalmente, agotaban la paciencia de Dios. Con pesar, el Señor permitía que alguna nación cercana los dominara. Bajo la esclavitud y el dominio extranjero, el pueblo de Dios clamaba a él, que respondía una vez más, escogiendo a un líder fiel que los libertara. Obtenían entonces nuevamente la libertad hasta que, años más tarde, reiniciaban el ciclo.

De esta sucesión de hechos, el pueblo de Dios aprendió que la prosperidad y la paz estaban inseparablemente acompañadas por la fidelidad. Entonces, los israelitas crearon centenares de leyes que prescribían “cómo” debía ser guardado el sábado, a fin de no ser hallados infieles. De ese modo, lo que era un “medio” para hacer de ese día algo especial, en muchos casos llegó a ser un “fin”. Entonces surgió el frío legalismo, que reinó incluso en el período en que Jesús vivió entre los hombres.

El testimonio bíblico

Las Escrituras Sagradas son muy claras en promover el objetivo original de Dios para el sábado. Sus escritores dejan ejemplos claros de defensa del verdadero sentido de ese día. Isaías es uno de ellos: “Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado”.

Si bien como pastores participamos de muchas actividades durante el sábado, no debemos olvidarnos de que también somos incluidos entre los adoradores del Dios creador de los cielos y de la tierra. Así, las muchas actividades no nos eximen del contacto personal con la Biblia. Ese es el medio ideal para aumentar nuestra fe: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Rom. 10:17); para llevar a un conocimiento cada vez más profundo de Cristo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39), y para transformar la vida: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.

Es nuestro privilegio experimentar ese encuentro con Dios a través de su Palabra; aproximarnos con actitud de hijos que conversan con sus padres, exponiendo sus temores, sus preocupaciones, sus luchas y sus ansiedades, recibiendo consejos. Aquella entrevista que acontecía cara a cara entre el Creador y sus criaturas humanas, allá en el Edén, se hizo imposible por causa de la barrera del pecado. Pero, entre otros medios, hoy es posibilitada a través de su Palabra. Esta es la relación del sábado con la Biblia: juntos, ellos nos dan la oportunidad de experimentar la comunión que Dios planeó tener con sus hijos.

Cuando la barrera del pecado sea eliminada definitivamente, cuando se cierre el paréntesis del pecado, ya no necesitaremos más de la Biblia. Veremos a Dios cara a cara, y el sábado será eterno, pues estaremos contemplando, reflexionando, agradecidos, llenos de amor y reverencia ante nuestro Creador, por los siglos de la eternidad.

“Al bendecir el séptimo día en el Edén, Dios estableció un recordativo de su obra creadora. El sábado fue confiado y entregado a Adán, padre y representante de toda la familia humana. Su observancia había de ser un acto de agradecido reconocimiento de parte de todos los que habitasen la tierra, de que Dios era su Creador y su legítimo soberano, de que ellos eran la obra de sus manos y los súbditos de su autoridad. De esa manera la institución del sábado era enteramente conmemorativa, y fue dada para toda la humanidad. No había nada en ella que fuese obscuro o que limitase su observancia a un solo pueblo”.

“Dios quiere que el sábado dirija la mente de los hombres hacia la contemplación de las obras que él creó. La naturaleza habla a sus sentidos, declarándoles que hay un Dios viviente, Creador y supremo Soberano del universo. La belleza que cubre la tierra es una demostración del amor de Dios. La podemos contemplar en las colinas eternas, en los corpulentos árboles, en los capullos que se abren y en las delicadas flores. Todas estas cosas nos hablan de Dios. El sábado, señalando siempre hacia el que lo creó todo, manda a los hombres que abran el gran libro de la naturaleza y escudriñen allí la sabiduría, el poder y el amor del Creador”.

“Al establecer nuevas iglesias, los ministros deben dar instrucción cuidadosa en cuanto a la debida observancia del sábado. Debemos precavernos, no sea que las prácticas flojas que prevalecen entre los observadores del domingo sean seguidas por aquellos que profesan observar el santo día de reposo de Dios”.

“Generalmente la predicación de nuestras reuniones del sábado debe ser corta. Debe darse a los que aman a Dios oportunidad de expresar su gratitud y adoración”.

“Los que ocupan algún puesto como dirigentes de la iglesia no deben agotar sus fuerzas físicas y mentales durante la semana al punto de no poder hacer sentir la influencia vivificadora del Evangelio de Cristo en la reunión del sábado. Reducid vuestros trabajos temporales diarios, pero no robéis a Dios dándole en sábado un servicio que no puede aceptar”.

“No debéis carecer de vida espiritual. Los hermanos necesitan vuestra ayuda en sábado. Dadles alimento de la Palabra. Traed vuestros dones más selectos a Dios en su santo día. Dedicadle la preciosa vida del alma en un servicio consagrado”.

“Nunca se han de descuidar las necesidades de la humanidad doliente. Por su ejemplo, el Salvador nos ha mostrado que es correcto aliviar los sufrimientos en sábado”.

“El sábado no ha de ser un día de ociosidad inútil. Tanto en el hogar como en la iglesia, debe manifestarse un espíritu de servicio. El que nos dio seis días para nuestro trabajo temporal, bendijo y santificó el séptimo día, y lo puso aparte para sí. En este día bendecirá de una manera especial a todos los que se consagran a su servicio”.

“Todo el cielo observa el sábado, pero no de una manera desatenta y ociosa. En ese día, cada energía del alma debe despertarse; porque ¿no hemos de encontrarnos con Dios y con Cristo nuestro Salvador? Podemos contemplarle por la fe. Él anhela refrescar y bendecir toda alma”.

“Cada uno debe sentir que tiene una parte que desempeñar para hacer interesantes las reuniones del sábado. No hemos de reunimos simplemente por formalismo, sino para un intercambio de pensamientos, para relatar nuestra experiencia diaria, para expresar agradecimiento y nuestro sincero deseo de ser iluminados divinamente, para que conozcamos a Dios y a Jesucristo al cual él envió”.

Sobre el autor: Director de Escuela Sabática de la División Sudamericana.