La arqueología y la proclamación final del evangelio

La misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, según Apocalipsis 14:6 y 7, es proclamar el evangelio eterno a todo el mundo. Debido a que este evangelio se encuentra en la Palabra de Dios, usamos las Escrituras para compartir nuestra fe. Sin embargo, muchos no creen que la Biblia sea un libro inspirado. Algunos piensan que ha sido manipulado innumerables veces a lo largo de los siglos. Otros cuestionan la confiabilidad histórica de los relatos bíblicos, considerándolos mitos. Estas preguntas socavan la confianza en la Biblia como Palabra de Dios. Entonces, ¿cómo podemos compartir las Escrituras con quienes dudan de su credibilidad?

El desafío surge cuando la Biblia deja de ser vista como un libro histórico y pasa a ser considerada una mera colección de leyendas, perdiendo su función como brújula moral y manual para la vida. Con esta suposición errónea, todo contenido bíblico se vuelve relativo, dependiendo solo del punto de vista o el interés personales. En este escenario de incredulidad y relativismo moral, la historicidad y la confiabilidad de la Biblia son puntos fundamentales para la predicación del evangelio. Aquí es donde la arqueología bíblica puede resultar tremendamente útil. Los descubrimientos arqueológicos realizados en los dos últimos siglos han contribuido significativamente a restablecer la credibilidad del relato bíblico y pueden seguir ejerciendo una influencia positiva en la realización de la obra que el Señor nos ha confiado.

Arqueología y la Iglesia Adventista

Basándose en las profecías del libro de Daniel, la Iglesia Adventista ha enseñado que el “tiempo del fin” comenzó en 1798 (cf. Dan 7:25; 8:19; 12:4). Curiosamente, ese mismo año, las tropas de Napoleón llegaron a Egipto y, en 1799, el ejército francés encontró la Piedra Rosetta, ahora expuesta en el Museo Británico. Este artefacto, que data del siglo II a. C., contiene el mismo mensaje en tres escrituras diferentes: jeroglífica, demótica y griega. El conocimiento de los jeroglíficos se había ido perdiendo a lo largo de la historia, y se despertó una gran curiosidad e interés por descifrarlos. La Piedra Rosetta, con su mensaje bilingüe (egipcio y griego) en tres escrituras (la egipcia había sido escrita en pictogramas [jeroglíficos] y en escritura cursiva [demótica]), parecía ser la clave para desbloquear los antiguos jeroglíficos.

Dos décadas más tarde, en 1822, Jean-François Champollion finalmente descifró los pictogramas egipcios de la Piedra Rosetta, lo que allanó el camino para futuros estudios de la cultura del antiguo Egipto. Este hallazgo no solo fue crucial para descifrar los jeroglíficos antiguos, sino también marcó el comienzo de la arqueología moderna y preparó el camino para la arqueología bíblica. En otras palabras, cuando comenzó el “tiempo del fin” de la profecía bíblica, también comenzó el estudio moderno de la arqueología, lo que aportó gran luz a la comprensión del Texto Sagrado.

Las décadas siguientes fueron de gran importancia para los acontecimientos proféticos. Varios movimientos intelectuales surgieron al mismo tiempo. Por un lado, William Miller estudiaba y predicaba sobre el pronto regreso de Jesús, que, según su interpretación, se produciría entre 1843 y 1844. Este movimiento, liderado en gran medida por Miller, dio origen posteriormente a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, que tiene la misión de proclamar la última invitación de la gracia de Dios al mundo (Apoc. 14:6-12).

Por otro lado, se estaban produciendo y publicando manuscritos que cuestionaban la historicidad del relato bíblico, como Vestiges of the Natural History of Creation [Vertigios de la historia natural de la Creación], de Robert Chambers, publicado en octubre de 1844); On the Origin of Species [Sobre el origen de las especies], de Charles Darwin (publicado en 1859, a raíz de los ensayos realizados entre 1842 y 1844); y Prolegomena zur Geschichte Israels [Introducción a la historia de Israel], de Julius Wellhausen (publicado en 1878), que atribuían la composición del Pentateuco a diferentes autores a lo largo de varios siglos.

Providencialmente, el comienzo del tiempo del fin fue un período de grandes expediciones desde países europeos hacia Medio Oriente, lo que dio como resultado numerosos hallazgos arqueológicos que corroboraron la historicidad del relato bíblico. Por ejemplo, la propia ciudad de Babilonia, cuya existencia había sido cuestionada anteriormente junto con la historicidad del libro de Daniel, reveló muchos tesoros arqueológicos tras ser excavada entre 1811 y 1917 por varios arqueólogos. Robert Koldewey fue el primero en realizar excavaciones científicas entre 1899 y 1917, y reveló numerosos ladrillos que llevaban el nombre del rey Nabucodonosor, mencionado en los libros bíblicos de 2 Reyes, 1 y 2 Crónicas, Esdras, Nehemías, Ester, Jeremías, Ezequiel y Daniel.

Otros ejemplos de hallazgos arqueológicos de este período que contribuyeron a la defensa de la historicidad de la Biblia son el Obelisco Negro, descubierto en 1846 por el arqueólogo Henry Layard en Nínive, y la Piedra Moabita, encontrada en 1868 por Frederick Augustus Klein, un misionero anglicano, en Dibón. Estas dos inscripciones son fuentes extrabíblicas que mencionan los nombres de personajes descritos en el texto bíblico. El Obelisco Negro menciona al rey Jehú de Israel rindiendo homenaje al rey Salmanasar III de Asiria (Jehú es descrito en 2 Rey. 9 y 10). La Piedra Moabita menciona los nombres “Israel” y “YHWH”, y la historia contenida en ella también se puede encontrar en 2 Reyes 3.

Por lo tanto, en el mismo período en el que algunos autores ponen en duda la historicidad de la Palabra de Dios a través de perspectivas escépticas, ateas y sincréticas (como la Alta Crítica y el Evolucionismo), surgió una nueva ciencia: la arqueología. Con ella se encontraron varios objetos que contribuyen a la credibilidad histórica de la Biblia, reforzando la veracidad de los relatos bíblicos.

Usos de la arqueología

Además de fortalecer nuestra confianza en la historicidad de la Biblia, la arqueología también revela detalles de la vida cotidiana de la gente en los tiempos bíblicos. Estos hallazgos son más frecuentes y numerosos. Nos ayudan a ver cómo vivía la gente y, en consecuencia, nos ayudan a comprender mejor las historias bíblicas. Los objetos cotidianos nos muestran cómo eran las casas de los israelitas, qué comían, cuáles eran sus principales ocupaciones, cómo eran sus ciudades, y cómo producían y almacenaban alimentos y bebidas. Estos hallazgos hacen que las historias bíblicas sean más vívidas. Es como si la Biblia se volviera multidimensional, con colores, topografía, clima, sonidos, sabores, olores y formas. Este conocimiento nos permite profundizar en el texto bíblico, al proporcionar beneficios significativos en nuestro estudio, comprensión y explicación de las Escrituras.

La Biblia fue escrita en tres idiomas (hebreo, arameo y griego), y la arqueología es como si fuera una “cuarta lengua” de la Biblia. Así como leer la Biblia en los idiomas originales nos da una percepción más profunda del texto, la arqueología nos permite comprender mejor las historias registradas en la Biblia hace tanto tiempo, en una cultura muy diferente de la nuestra.

Además, la arqueología es una fuente de nueva información sobre el Texto Sagrado. Como el canon bíblico está cerrado, no se le puede añadir ningún texto ni contenido nuevos. Sin embargo, los descubrimientos arqueológicos aportan nueva información y nos ayudan a situar estos textos en un contexto adecuado. Podemos comparar el papel de la arqueología con una pintura, en la que se presenta una figura en primer plano y el paisaje al fondo. El texto bíblico es el primer plano y la arqueología el segundo. Aunque el texto bíblico es suficiente para la instrucción religiosa, cuando se entiende en su contexto histórico y cultural se vuelve aún más poderoso para comunicarse con una audiencia contemporánea e impactar vidas positivamente.

Aplicaciones equivocadas

Lamentablemente, a veces la interpretación de los hallazgos arqueológicos se “extiende” para adaptarse a un propósito particular que termina distorsionando el relato arqueológico y el texto bíblico. La arqueología bíblica debe ser honesta, basada en los datos disponibles y cautelosa en sus afirmaciones, evitando interpretaciones que vayan más allá de la evidencia. Además, debe permanecer abierta a nuevos hallazgos que puedan presentar nuevos matices a las interpretaciones actuales.

Un error muy común es la descontextualización de los hallazgos arqueológicos. Cuando un artefacto se analiza fuera de su contexto, existe un gran riesgo de interpretaciones y conclusiones distorsionadas o anacrónicas. Por ejemplo, en 2002 se encontró un osario del siglo I (una caja funeraria utilizada en Judea para almacenar los huesos de una persona fallecida) que tenía la inscripción: “Santiago, hijo de José, hermano de Jesús”. Este hallazgo podría ser de gran valor para la humanidad y la historia del cristianismo, sugiriendo que se trata del osario de Santiago, hermano de Jesús, quien se convirtió en el líder de la iglesia en Jerusalén y es el autor de una de las cartas del Nuevo Testamento. Sin embargo, debido a la procedencia cuestionable y el contexto desconocido, la comunidad académica rechazó su autenticidad, cuestionando la datación de la inscripción que menciona “hermano de Jesús”. Por lo tanto, aunque aún puede ser una pieza auténtica, este artefacto fue descartado por falta de contexto y es visto por muchos como un posible fraude.

Hallazgos recientes

En el último siglo se han producido importantes descubrimientos arqueológicos relacionados con la Biblia, especialmente vinculados a la historia más importante de todos los tiempos: la muerte de Jesús. Entre estos hallazgos se encuentra el Osario de Caifás, el sumo sacerdote que juzgó a Jesús, descubierto en noviembre de 1990. Otro artefacto que reforzó la credibilidad histórica del Nuevo Testamento fue una piedra conmemorativa encontrada en Cesarea Marítima en 1961, con la inscripción del nombre de Poncio Pilato, gobernador de Judea durante el ministerio de Jesús. Hasta entonces, la historicidad de Pilato era cuestionada.

Otro objeto que tuvo un impacto significativo en la historicidad del relato de la muerte de Jesús fue el talón de un hombre crucificado. Antes de encontrar este hueso, los críticos dudaban de que los crucificados pudieran ser enterrados y arrojaban dudas sobre la exactitud del relato bíblico. Sin embargo, el descubrimiento del talón de un crucificado que luego fue enterrado demostró que las críticas se basaban más en una actitud escéptica hacia el texto que en hechos concretos. Hasta la fecha se han encontrado huesos del talón con agujeros metálicos para clavos y el posterior entierro de tres personas que fueron crucificadas: la primera en Israel, en 1968; la segunda en Inglaterra, en 2017; y la tercera en Italia, cuyo descubrimiento fue anunciado en 2018.

En 2023, un equipo del Departamento de Antigüedades de la Sapienza Universidad de Roma investigó y restauró la capilla dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro, ubicada sobre el lugar donde se cree que fue enterrado Jesús. Al abrir esta capilla, los arqueólogos investigaron las diversas restauraciones y construcciones, concluyendo que la cubierta más antigua de la llamada “tumba de Cristo” puede datarse en el reinado de Constantino (306-337 d. C.), lo que coincide con los escritos de los peregrinos y los padres de la iglesia. Por lo tanto, actualmente este sería el lugar más probable para el entierro de Jesús.

En 2022, Gershon Galil, profesor de la Universidad de Haifa, anunció la identificación de cinco inscripciones reales del rey Ezequías, fechadas en el 709 a. C. En el texto hay algunas expresiones que son citas directas del texto bíblico, como: “Ezequías, hijo de Acaz, rey de Judá” (2 Rey. 18:1), “hizo el estanque y el acueducto” (20:20), “llevó agua a la ciudad” (20:20). Estas son las inscripciones más antiguas que citan el Antiguo Testamento encontradas hasta la fecha. Proporcionan detalles que confirman el relato de cómo el rey Ezequías se preparó para el ataque del rey asirio Senaquerib.

Una experiencia personal

Sin duda, el mayor hallazgo arqueológico del siglo XX son los Rollos del Mar Muerto. Fueron encontrados por primera vez en 1946 por dos pastores beduinos mientras buscaban una oveja perdida a orillas del Mar Muerto, en un lugar donde abundan las cuevas. Posteriormente, las autoridades locales buscaron más rollos en otras cuevas de la región, y encontraron más manuscritos y fragmentos del Texto Sagrado. Se encontraron fragmentos de todos los libros del Antiguo Testamento, excepto el libro de Ester, que datan del 300 a. C. al 70 d. C. Lo más impresionante es que estos textos son prácticamente iguales a los de la Biblia hebrea (Antiguo Testamento) que tenemos hoy. En otras palabras, podemos confiar en que el Texto Sagrado se ha transmitido fielmente a lo largo de los siglos.

Los Rollos del Mar Muerto son una poderosa prueba de la confiabilidad del texto bíblico para las nuevas generaciones. Pude presenciar esto directamente en el aula. Una vez, durante

una clase de Religión, pregunté a los estudiantes qué pensaban acerca de la Biblia. Una estudiante expresó abiertamente su desconfianza, argumentando que, al tratarse de un libro muy antiguo, podría haber sido manipulado a lo largo de los siglos. En esa misma clase hablé sobre los Rollos del Mar Muerto. Durante las siguientes semanas y meses, noté una transformación en esta estudiante. El conocimiento de los Rollos del Mar Muerto la ayudó a cambiar su actitud hacia la Palabra de Dios. Al final del semestre, ella no solo participó activamente en las clases, sino también intentó hablarme sobre el tema. Me sentí muy satisfecha y agradecida con Dios por ver el impacto positivo de compartir la historia del descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto y su relevancia con ese grupo de estudiantes universitarios. Me imagino el bien que este conocimiento podría aportar si se difundiera y conociera más ampliamente.

El adventismo y el futuro de la arqueología

La Iglesia Adventista tiene una larga tradición en la arqueología bíblica. En la década de 1960, la Universidad Andrews inició un proyecto en Tell Hesban, Jordania, que más tarde llegó a ser conocido como el Proyecto Madaba Plains (MPP). El objetivo del equipo de Andrews era encontrar pruebas de la conquista de la Tierra Prometida por los israelitas tras el éxodo de Egipto, así como establecer una datación más precisa de estos acontecimientos. Sin embargo, después de algunas temporadas de excavación, se dieron cuenta de que el sitio arqueológico no tenía capas de ocupación del período del Éxodo. En lugar de manipular los resultados para que se ajustaran a una narración deseable, los investigadores fueron honestos en sus informes y declararon abiertamente que no encontraron evidencia de ocupación en ese sitio arqueológico que se remonta al período del Éxodo. Esta honestidad ha hecho que la arqueología adventista sea respetada como referencia en método y seriedad de investigación. El proyecto MPP sigue activo en Jordania hasta el día de hoy.

Aquí en Sudamérica, desde 1996, ya teníamos el Museo de Arqueología Paulo Bork. En los últimos años, el Doctor Rodrigo Silva ha jugado un papel fundamental en el avance

del conocimiento y la difusión de la arqueología bíblica. En noviembre de 2023 se inauguró el Museo de Arqueología Bíblica (MAB) en la sede de la UNASP, en Engenheiro Coelho. Este museo ha sido una bendición para el campus y para el avance del conocimiento teológico en Brasil. Recibe alrededor de diez mil visitantes al mes, y los domingos son los días de mayor actividad. Es común que recibamos buses y camionetas con grupos que vienen al campus de la UNASP solo para visitar el museo. Los estudiantes también muestran un gran aprecio por las clases impartidas en el sitio.

Visitar el MAB es una gran oportunidad para que nuestra comunidad cristiana profundice su conocimiento de la Biblia como Palabra de Dios y fuente histórica confiable. Los conocimientos adquiridos pueden ser una poderosa herramienta para la evangelización, al abrir corazones al mensaje divino y transformar vidas.

Sobre el autor: Profesora de Religión y Arqueología en la UNASP, Engenheiro Coelho.