En un mundo lleno de ruidos, música sensual, palabras baratas; en un mundo lleno de promesas vacías y expresiones egoístas; en un mundo lleno de lenguaje vulgar y obsceno; fraseología política de doble significado; de tricotomía verbal y debates sin sentido; en un mundo lleno de gritos y tragedias, de gemidos por hambre y sufrimiento; en un mundo de voces solitarias que claman por la liberación de injusticias opresivas, resultado de actos crueles e inhumanos del hombre contra el hombre mismo; en un mundo donde a veces es difícil distinguir los sonidos de la verdad de los sutiles susurros de la falsedad; en un mundo en que lo puro, lo noble, lo espiritual y la voz de Dios son ahogados por el ronco estrépito de los placeres humanos depravados, me siento muy agradecido porque podemos comenzar cada día hablando y escuchando a Jesucristo nuestro Señor y Salvador.

Deberíamos apreciar más los tesoros que tenemos en la Palabra de Dios y en el don del espíritu de profecía. ¡Cuán superficial sería el mundo sin la revelación divina del propósito, el carácter y las promesas de Dios! Me siento feliz e inspirado esta mañana por la invitación de mi Señor que se encuentra en Zacarías 10:1: “Pedid a Jehová lluvia en la estación tardía. Jehová hará relámpagos, y os dará lluvia abundante, y hierba verde en el campo a cada uno”.

Se nos invita a pedir al Señor la lluvia tardía que madure el grano y haga posible una rica cosecha. El Señor ha dicho que como respuesta, él enviará relámpagos y lluvia abundante. Habrá relámpagos, truenos y una demostración de su poder y su gloria, y esto producirá lluvia para que cada uno tenga hierba en su propio campo. Se nos dice que los lugares secos de la tierra se convertirán en pastizales exuberantes, y lo más importante de todo es que Dios vindicará la fe de su pueblo en su providencia y cuidado. Dios nos dice que todo esto es un símbolo del derramamiento del Espíritu Santo. Dios nos pide con urgencia que busquemos este poder adicional para la proclamación del Evangelio y la obra de la cosecha. Lo que más teme Satanás es que nosotros despejemos el camino para que haya arrepentimiento y reavivamiento, para que podamos recibir esta bendición. Dios ha confirmado que cerca de la terminación de la siega de la tierra habrá una dádiva especial de gracia espiritual para preparar a la iglesia para la venida del Hijo del hombre.

He descubierto que el título de mi mensaje devocional, Terminemos la Obra de Dios Ahora, induce a algunas personas a sentirse inquietas. Puede ser que alguno de vosotros se esté preguntando, ¿no despierta este tema muchas preguntas innecesarias que crean una atmósfera de incertidumbre? ¿Qué quiere usted decir con terminar la obra ahora? Si es la obra de Dios, ¿por qué no dejamos que él se encargue de ella? Deje este asunto en sus manos. ¿Para qué suscitar en nosotros un complejo de culpabilidad que trastorne nuestra complacencia? Al usar la palabra ahora, ¿no estamos tratando de manejar a Dios? ¿No estamos tratando de fijar una fecha? En mi mensaje devocional de esta mañana trataré de contestar estas preguntas. Al hacerlo, tengo también la esperanza de introducir el primer punto y el más importante del temario del Concilio Anual de 1976.

En la oración de Cristo registrada en Juan 17:4, él dijo: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese”. En Hebreos 9:28 se nos da la seguridad de que Jesús mismo terminará la obra y la abreviará en justicia. Ahora bien, la frase “terminar la obra de Dios” ha significado un desafío y una inspiración para el pueblo adventista durante muchos años. Más y más personas, aun adventistas del séptimo día, están empezando a preguntarse qué significa esta frase en realidad. Cuando se agrega la palabra ahora, hay quienes se ponen cínicos, porque dicen que “todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación”. Este es un problema que no debemos pasar por alto porque cada vez más uno encuentra que ciertas palabras y frases son rechazadas. A nosotros nos gustan, como también nos gusta su significado.

Nuestros hermanos están confundidos; han estado esperando algo y se sienten chasqueados. En muchos sentidos los lemas y los acuerdos de junta se están volviendo contraproducentes. Producen pocos resultados. Muchos consideran que probablemente lo que realmente queremos decir en todos esos acuerdos es: “Volvamos a casa y hagamos las cosas como de costumbre”. Quizá deberíamos encarar la situación modestamente y suspender la formulación de otros acuerdos hasta que estemos listos a hacer algo para terminar realmente la obra de Dios ahora.

La Iglesia Adventista nació como un movimiento evangelizador. La profecía describe a esta iglesia como un movimiento evangélico. Ser evangelista equivale a ser como Cristo. Es un engaño fatal pensar que la ganancia de almas es opcional; es una de las funciones de la iglesia. De hecho, el enfoque básico de los creyentes del Nuevo Testamento no era el de una iglesia institucional, sino evangélica. Después que se extendió la evangelización, la necesidad y el propósito de la iglesia llegaron a ser evidentes.

En El Deseado de Todas las Gentes, página 587, leemos: “Así también ahora, antes de la venida del Hijo del hombre, el Evangelio eterno ha de ser predicado a toda nación y tribu y lengua y pueblo”. Seguimos leyendo en la misma página: “No afirma que todo el mundo se convertirá, sino que ‘será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, por testimonio a todos los gentiles; y entonces vendrá el fin’. Mediante la proclamación del Evangelio al mundo, está a nuestro alcance apresurar la venida de nuestro Señor. No sólo hemos de esperar la venida del día de Dios, sino apresurarla. Si la iglesia de Cristo hubiese  hecho su obra como el Señor le ordenaba, todo el mundo habría sido ya amonestado, y el Señor Jesús habría venido a nuestra tierra con poder y grande gloria”. ¿Por qué, entonces, no ha venido Jesús todavía? La respuesta es relativamente sencilla y también es obvia: La obra no está terminada.

Cuando hablamos de la obra terminada nos referimos realmente a dos cosas. Primero, el pueblo de Dios no está preparado. No ha experimentado la justicia que es por la fe. No ha vencido el pecado ni ha permitido que el carácter de Cristo sea reproducido plenamente en su vida. No se puede sin riesgo confiar en ellos ni salvarlos.

Segundo, el Evangelio no ha sido proclamado en todo el mundo. No hemos tomado en serio nuestra responsabilidad de compartir, testificar, amonestar, vivir y preparar a otros a fin de estar listos para recibir al Señor. El Espíritu Santo y la lluvia tardía han sido prometidos al pueblo de Dios para ayudarle a obtener la victoria y prepararse para recibir al Señor, y también para conceder poder con el fin de encontrarse con la gente y dar testimonio de que Cristo salva hasta lo sumo.

Yo pienso que es claro que la obra de preparar a un pueblo que refleje el carácter de Cristo por un lado, y la obra de proclamar el Evangelio al mundo entero por otro, están interrelacionadas; en realidad, están inseparablemente encadenadas. Dios nos dice que si no testificamos, no sentiremos la necesidad de crecer espiritualmente. Y si no estamos ganando victorias, creciendo espiritualmente y reflejando el carácter de Cristo, no tenemos en realidad nada para compartir o acerca de lo cual testificar. El Señor nos dice que para obtener la conversión de un alma deberíamos utilizar nuestros recursos hasta lo sumo. Un alma ganada para Cristo hará resplandecer la luz del cielo a su alrededor. Debemos hacer resonar la alarma a lo largo y a lo ancho de toda la tierra. Debemos advertir a la gente que “cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo”. ¡Que nadie quede sin ser amonestado! La crisis está por sobrecogernos. ¡Cuán agradecidos deberíamos estar de ser partícipes de este gran programa redentor! Pero siempre debemos recordar que es el poder del Espíritu Santo el que producirá convicción y dará éxito. Se nos dice que “grandes cambios están a punto de producirse en el mundo” y que “los movimientos finales serán rápidos”. Por ello el pueblo de Dios debe estar investido con el Espíritu Santo, para que con sabiduría celestial pueda encarar las emergencias de esta época y contrarrestar los movimientos desmoralizadores del mundo.

Dios está ansioso hoy día por realizar una obra rápida. Él ha prometido terminar la obra y abreviarla en justicia. Esto significa una obra interior y otra exterior. Un pueblo salvado por gracia que trabaja para salvar a otros. Creo firmemente que Dios espera que este grupo de dirigentes acepte el desafío de evangelizar y terminar la obra de Dios AHORA. Transmitid la invitación a nuestros hermanos. Deben darse cuenta que las cosas serán diferentes después de este concilio anual. Los asuntos de menor importancia no seguirán ocupando nuestra atención. No nos limitemos a hacer declaraciones y tomar acuerdos, sino que, con la ayuda de Dios, demos significado a nuestras palabras por medio de la acción individual y de toda la iglesia.

Pero, mis hermanos, mis compañeros dirigentes, hay un precio que pagar. Dios nos dice: “Costó abnegación, sacrificio propio, energía indomable y mucha oración sacar adelante las diversas empresas misioneras hasta donde están”. Esto fue escrito en 1900. “Si se manifestase en el cumplimiento actual de la obra la misma diligencia y abnegación que se vio en sus comienzos, veríamos resultados cien veces mayores que los alcanzados ahora” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 52).

Este es un cuadro glorioso de lo que puede acontecer en la iglesia hoy. Dios dice que si los dirigentes se mueven de mala gana, el pueblo no se moverá en absoluto, pero si estamos dispuestos a movernos como deben moverse los dirigentes, Dios asegura que podremos poner en operación un movimiento de una naturaleza nunca vista por el mundo y, además, los que capten la visión encenderán mil antorchas.

Pensemos qué pasaría si lográramos cien veces más de lo que ahora estamos alcanzando. Pensemos qué pasaría si se encendieran mil antorchas en cada asociación y misión. Estas no son palabras vanas; son promesas de Dios. ¿Las creéis vosotros lo suficiente como para reclamarlas? ¿Estáis suficientemente convencidos como para uniros en una acción concertada a fin de preparar el camino para la venida del Señor? Os invito, os exhorto y os insto a hacerlo. En nombre de Cristo, hermanos dirigentes, indiquemos el camino a seguir estableciendo la prioridad de la evangelización, y encendamos mil antorchas, y con el poder del Espíritu Santo, no dejemos duda alguna en la mente de nadie de que creemos realmente en la terminación de la obra de Dios AHORA.

Sobre el autor: Resumen de un sermón pronunciado por el pastor Neal C. Wilson en 1976 en ocasión del Concilio Anual de la Asociación General. Creemos oportuno reproducir estos conceptos para conocer el pensamiento de quien es ahora el presidente de la Asociación General.