El hombre, que fue creado soberano y libre, renunció a la soberanía y se entregó a la tiranía. Renunció a la amorosa soberanía divina y se entregó a la esclavizante tiranía de Satanás.

Para ser reintegrado al plan divino de la salvación, ese hombre debe renunciar a la tiranía esclavizante de Satanás, y retornar a la soberanía amorosa y paternal del Dios eterno.

El cristianismo es, pues, una filosofía de renunciamiento. Uno de sus postulados básicos es la renuncia. La invitación a que un miembro de la iglesia se transforme en un ministro, en un predicador, exige una renuncia mayor aún.

La primera renuncia

“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”, [1]

El ministro renuncia a sí mismo, y la voluntad de Dios pasa a ser la voluntad del ministro. “Mas nosotros -dice Pablo- tenemos la mente de Cristo”. [2]

Al tener la mente de Cristo, el ministro pasa a pensar como Cristo piensa, a amar como Cristo ama, a trabajar como él trabajó. De él se dijo: “Tan plenamente estaba Jesús entregado a la voluntad de Dios que sólo el Padre aparecía en su vida”. [3]

Allí residía el secreto de la vida victoriosa de nuestro Señor. Un renunciamiento completo, una entrega total. Cuando debía tomar decisiones importantes, Jesús decía: “Hágase tu voluntad”; “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”; “Porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”.[4] Era una sumisión tan plena que solamente afloraba la voluntad del Padre. Era una renuncia tal, que no daba lugar ni oportunidad para buscar la satisfacción de la voluntad propia.

Cuando nosotros, los ministros, vivamos la teología del renunciamiento, cuando renunciemos como él renunció, podremos decir: “No vivo yo, mas vive Cristo en mí”. [5]

Dentro de cada uno de nosotros vive un perverso y pecaminoso tirano llamado yo. Está siempre exigiendo nuestra atención. Es a ese tirano al que debemos renunciar. Tan completa debe ser la renuncia, tan plena la sumisión, que sólo Cristo aparezca en la vida del ministro.

Los sermones que son más difíciles de predicar son los que hablan de renuncia y abnegación. Son difíciles de predicar porque es difícil vivirlos. “A continuación de la palabra egoísmo aparecen todos los demás pecados”.[6] “Subiré al cielo”; “Seré semejante al Altísimo”; “Levantaré mi trono”.[7] La renuncia es la piedra angular del edificio del carácter cristiano.

La primera renuncia: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”, [8] La base del llamado al santo ministerio es el renunciamiento. Su fundamento es ‘‘negarse a sí mismo”.

Negarse a sí mismo equivale a ocultarse, a esconderse, “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. [9] En un ministro que está escondido con Cristo en Dios sólo aparece Cristo, sólo habla el Espíritu Santo. Negarse a sí mismo es esconderse, ocultarse. “Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”, [10] El ministro que no vive para sí es una gloria para la iglesia. “Para mí el vivir es Cristo”. [11] “No vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. [12]

Negarse es tomar posición contra uno mismo, contra el yo. Es tratarse como si uno fuese un desconocido, sin que ello signifique odio contra sí. Se describe aquí la mentalidad semita: cuando se presenta un valor mayor, el valor secundario se reduce a la nada. Jesús es el valor mayor, la perla de gran precio, y yo soy el valor secundario. El yo desaparece para que Cristo aflore en la vida del ministro. La abnegación, la renuncia, el negarse a sí mismo, lejos de ser un irracional acto de autodestrucción, la pérdida de la personalidad y de la voluntad, es un acto de supremo amor para consigo mismo. Es un acto de máxima significación y de valorización de la personalidad del ser humano. “No vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Entonces comenzamos a reflejar la imagen de Dios. “La entrega del yo es la substancia de las enseñanzas de Cristo”. [13] Cierta vez el gran compositor Rubinstein tocaba el piano para un grupo de músicos. Cuando comenzaron a aplaudir, se levantó y dijo: “Amigos, no aplaudáis. Vuestros aplausos me llevan a pensar en mí mismo y desvían mi atención de la música”. Desdichados los que pasan el tiempo concentrados en sí mismos.

Somos llamados a renunciar

Las mayores contribuciones en favor de la historia y de la iglesia fueron realizadas por hombres que tuvieron la grandeza de renunciar. Renunciaron a sí mismos. Cuando Cristo llama, nada es mayor que el llamado. Cristo honra a los que son capaces de decirle no a la fama y a la fortuna. Si Saulo de Tarso hubiera seguido siendo el orgulloso y beato fariseo, dudamos que la historia hubiese recordado su nombre. Pero cuando dio la espalda a los deseos y ambiciones, decidido a servir a Dios y proclamar el Evangelio de la salvación en Cristo, fue llamado “el gran apóstol de los gentiles” porque su ministerio cristiano dejó una estela tan grandiosa que sólo fue superado por el ministerio de Jesús mismo. El Señor desea sacrificios vivos. “Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. [14] Nuestro Dios no se interesa en donaciones posteriores a la muerte, como los cuerpos que son donados para investigaciones médicas. El no es un ave de rapiña para que le entreguemos cadáveres. El Señor no está buscando hombres y mujeres que le den unas pocas noches o algunos fines de semana o un par de nuestros últimos años.

Una adecuada respuesta al sacrificio del Calvario no podría ser inferior a la sumisión incondicional. Un amor tan admirable y divino jamás podría satisfacerse con menos que con nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestros bienes y nuestro ser entero. Cuando los hombres entregan el corazón a Dios y la vida a su servicio, avanzan más rápidamente que los que viven para satisfacer una ambición egoísta.

La renuncia y la cruz

Negar al yo, simplemente, sin seguir el resto de las instrucciones del Maestro, equivaldría a dar origen a una vida negativa e infructífera. Por eso él dijo: “Tome su cruz cada día, y sígame”.

Los asirios inventaron la cruz como instrumento de tortura. Morir en una cruz era tan cruel, tan bárbaro, no sólo por el sufrimiento que significaba sino también por la prolongada agonía a que se sometía al ajusticiado. Se decía que morir en la cruz era morir mil veces. Para los cristianos la cruz se convirtió en un símbolo de gloria. Proclamar el sacrificio de la cruz y la salvación que allí se conquistó, es prestar el más significativo de los servicios.

Las medallas que confieren más honra tienen la forma de una cruz. En Brasil existe la Orden de la Cruz del Sur. La medalla de máxima distinción en el servicio militar norteamericano tiene un águila, un rollo con una inscripción y una cruz. Francia tiene la Cruz de Guerra y Alemania la Cruz de Hierro. Casi siempre se condecora con una cruz para exaltar el heroísmo. La organización humanitaria más importante del mundo, la Cruz Roja Internacional, colocó una cruz en su bandera.

La renuncia nos prepara para recibir la condecoración divina. Hemos de tomar la cruz y seguir al Maestro. El también fue condecorado. Los seres que él creó lo condecoraron con una cruz. Era una cruz pesada. Extremadamente pesada. En ella estaban depositados los pecados de la humanidad entera. Tanto pesaba la cruz, que el condecorado Cordero de Dios sucumbió bajo el peso físico de la condecoración.

El se brindaba a los demás

Poco tiempo después de la muerte de Felipe Brooks, su hermano mayor le dijo al Dr. Me Vicker:

-Si Felipe se hubiera cuidado, seguramente hubiese prolongado su vida. Otros trabajan, pero Felipe se daba a cuantos lo buscaban.

La respuesta del Dr. Me Vicker fue impresionante:

-Efectivamente, Felipe podría haberse cuidado. Pero si lo hubiera hecho nunca hubiese sido Felipe Brooks.

El mayor elogio que Jesús recibió provino de los labios de sus verdugos: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar”. Él vino para darse.

La renuncia de nuestra vida para dedicarla al santo ministerio debe ser completa, total, sin reservas. Muchos nunca se entregaron completamente, no vivieron en profundidad la experiencia de la renuncia. Con respecto a Judas, dice el espíritu de profecía: “Judas no llegó al punto de entregarse plenamente a Cristo. No renunció a su ambición mundanal” [15] ¡Es peligroso que ahora, en el fin del tiempo, haya en el seno de la iglesia ministros que no hicieron una entrega total, una renuncia total! Judas aceptó el llamado sin haber renunciado. Sin haber renunciado aceptó la imposición de manos. Sin haber renunciado aceptó la investidura y la bienvenida a las filas del santo ministerio. Fue un permanente insatisfecho durante sus tres años de ministerio.

El ministro “diariamente debe aprender el significado de la entrega propia”,[16] “Tome su cruz cada día, y sígame”. Para los discípulos, sus palabras, aunque vagamente comprendidas, significaban su sumisión a la más acerba humillación, una humillación hasta la muerte por causa de Cristo.[17]

El Hombre de la cruz

Para los que aceptan el llamado, la cruz es una condecoración. Esteban se convirtió al mensaje del advenimiento de Cristo en el Congo, donde vivía. Era un operario. Pronto surgió el problema de guardar el sábado. Esteban habló con su jefe y le explicó detalladamente las razones por las que no podía trabajar en sábado. El jefe se mostró comprensivo y condescendiente. Se detuvo, no obstante, en un detalle al que se le debía prestar atención. La firma llevaba una lista en la que se anotaban las ausencias y las razones de las mismas. Si el ausente estaba enfermo, la señal era así: (.). Si se trataba de asuntos particulares, la señal era diferente. La ausencia de Esteban por motivos religiosos, los dejó perplejos. ¿Qué señal pondrían cada sábado al lado de su nombre? El jefe pensó un momento. Luego su semblante se iluminó, y dijo:

-Coloque una cruz al lado del nombre de Esteban. El es un hombre de la cruz.

¡Qué hermoso tributo: ser un hombre de la cruz! Cualquiera de vosotros que no renuncie a sí mismo, no puede ser mi discípulo.


Referencias

[1] Mat. 16:24.

[2] 1 Cor. 2:16.

[3] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 354

[4] Mat. 6:10; 26:42; Juan 6:38; 5:30.

[5] Gál. 2:20

[6] Testimonies, tomo 4, pág. 384.

[7] lsa. 14:13, 14

[8] 0Mar. 8:34

[9] Col. 3:3.

[10] 2 Cor. 5:15

[11] Fil. 1:21.

[12] Gál. 2:20.

[13]  Deseado de Todas las Gentes, pág. 481

[14] Rom. 12:1

[15] E/ Deseado de Todas las Gentes, pág. 664.

[16] Los Hechos de los Apóstoles, pág. 385

[17] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 385