Reconforta saber que hay un sólido fundamento bíblico para la evangelización. Según Mateo 28: 18-20, toda la empresa evangeliza- dora, con todas sus implicaciones, encuentra su base en el Señor Jesucristo. En consecuencia, el mensaje que se proclame, la metodología que se elija y los objetivos hacia los cuales se tienda, deben encontrar su justificación en la Palabra de Dios.[1] Lewis A. Drummond ha señalado con claridad que, si la iglesia cristiana contemporánea se propone evangelizar con éxito, “debe hacerlo a partir de una sólida base teológica”. Por otro lado, si la evangelización pierde de vista a la teología, perdería su propia objetividad y significado.

El autor antes mencionado propone tres razones para mantener unidas la evangelización y la teología. En primer lugar, nunca aparecen divorciados en el relato bíblico. Segundo, la evangelización cuando no tiene un contenido teológico claro, pronto se desvirtúa, degenerando en palabrerío, emocionalismo y sentimentalismo. La tercera razón está vinculada con el ‘‘hecho pragmático de que Dios ha honrado más” a aquellos evangelistas cuya predicación se ha apoyado en un “así dice el Señor”. Todos los apóstoles fueron evangelistas y a la vez teólogos. Se debe insistir, aunque parezca obvio, que ellos son los teólogos sobre cuya enseñanza se basa toda la investigación teológica posterior.[2] Además, la ausencia total o parcial de un pensamiento teológico bien establecido puede llegar a ser ocasión para el surgimiento de toda clase de desviaciones heréticas. El investigador sincero advierte que, cuando se analizan los hechos de la revelación divina, sujetándose con humildad a la autoridad de las Sagradas Escrituras, éstas proveen un conjunto armonioso de verdades esenciales para ser proclamadas por el evangelista. Y, aunque es verdad que evangelización y teología no pueden, ni deben, ser confundidos, la proclamación de las verdades redentoras, que Dios ha revelado en su Palabra, son las credenciales más seguras que tiene el evangelizador de que él está haciendo la obra del Evangelio.

Finalmente, una elaboración teológica rectamente hecha es decisiva para que el fruto de la misión evangelizadora -las almas que han sido rescatadas- se incorpore a la comunidad de los creyentes, la iglesia, y permanezca allí como testimonio vivo del poder de Cristo. El conocimiento teológico hace que el evangelista se sienta más seguro y presente el mensaje con mayor autoridad. La comprensión del contenido abundante y variado de las Escrituras llena de fervor, para hacer la obra de Dios, y de celo para salvar a las almas que perecen.

En el año 1894 Elena G. de White llamó la atención de los ministros adventistas sobre la necesidad de tener un fundamento teológico claro para hacer frente a los engaños satánicos. Ella dijo: “No os estáis presentando vosotros mismos; en cambio la presencia y el carácter precioso de la verdad es tan grande, y en verdad es tan abarcante, tan profundo, tan amplio, que se pierde de vista el yo… Predicad de manera que el pueblo puede posesionarse de las grandes ideas, y extraiga el precioso mineral escondido en las Escrituras” (El evangelismo, págs. 127, 128). Por supuesto, la ambición del evangelista será investigar cuidadosamente la Biblia para aprender tanto como sea posible acerca de Dios y de Cristo, a quien Él ha enviado. Cuando los ministros comprendan más claramente a Cristo y aprehendan su espíritu, con tanto mayor poder predicarán la verdad sencilla de la que Cristo es el centro.

Contenido de la proclamación evangelizadora

Lucas cuenta en Hechos, capítulo 2:14, que “Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz” (el énfasis es nuestro) y proclamó la verdad central de la evangelización. En esa proclama se destacan los siguientes puntos:

1. El mensaje de la evangelización, de toda evangelización que se conecta con ese origen glorioso del cual Pedro es un arquetipo, se funda en la autoridad de las Sagradas Escrituras. La autoridad para la proclamación evangelizadora no puede ni debe buscarse en el evangelista mismo, ya que si fuese ese el caso, el mundo de la evangelización se volvería un caos. Cuando el predicador adventista predica, si predica bien, según el modelo del Evangelio, no se funda en su propia autoridad, ni tan siquiera en la experiencia relacional que haya tenido con el Señor, y que se supone ha tenido. No, la autoridad a la cual se apelará es la Palabra de Dios escrita.[3]

2. El mensaje de Pedro no sólo se basa en las Escrituras, también apela a las necesidades humanas. Hay algo de lo que el hombre necesita salvarse, y ese algo, así como lo señaló Pedro, es el pecado. El mensaje del Evangelio ayuda al pecador a salvarse del pecado que reside en él y también del pecado de una sociedad pervertida.

3. El mensaje de Pedro tiene como centro de atracción a la persona de nuestro Señor Jesucristo. Él pudo decir con poder irresistible: “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. De todos los predicadores que existen en el mundo, el adventista ha de ser el que con mayor convicción y poder exalte al Señor. Cuán acertada está Elena G. de White cuando insiste en que “el sacrificio de Cristo como expiación del pecado es la gran verdad en derredor de la cual se agrupan todas las otras verdades. A fin de ser comprendida y apreciada debidamente, cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis al Apocalipsis, debe ser estudiada a la luz que fluye de la Cruz del Calvario” (El evangelismo, pág. 142).

4. Finalmente, el mensaje del Evangelio, según la versión de Pedro, llama a tomar una posición. No debe dudarse. El mensaje, la proclamación evangélica según el ministerio que actualicen los pastores adventistas debe reclamar una clara, definida y urgente respuesta al llamamiento divino. Pero a la vez debe reconocerse que “es el poder del Espíritu Santo lo que concede eficacia” a esos llamados al arrepentimiento que hace el evangelista (El evangelismo, pág. 211).

La iglesia y la evangelización

Con singular agudeza G. Campbell Morgan ha observado que “si la evangelización se separa de la iglesia es como si se estuviera separando de Cristo, y por lo tanto deja de ser evangelización”.[4] La única y genuina evangelización es la de Jesucristo proclamado por Jesucristo mismo a través de su iglesia en el poder del Espíritu Santo. Es inevitable, hay que adherir a esta conclusión, ya que en el eterno propósito de Dios, Él ha decidido que “la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia” (Efe. 3:10, 21).

El erudito adventista en labor misional, Gottfried Oosterwal, ha señalado que la misión de la Iglesia no se planifica hasta tanto se hayan actualizado cinco objetivos básicos:

1. La Iglesia es un instrumento, no el objetivo de la actividad divina. Esto significa que la finalidad de la Iglesia no podrá encontrarse en sí misma, sino en la finalidad de la misión de Dios.

2. La Iglesia debe crecer en santidad y en amor, en compañerismo y en fe, en gracia y en el conocimiento de Cristo.

3. La Iglesia fue organizada para servir, por lo tanto debe predicar la buena nueva por la palabra y por las obras.

4. Su participación en la gran controversia entre el bien y el mal será cada vez mayor. Su llamamiento profético acrecentará el compromiso que ella tiene como instrumento de la gracia redentora.

5. La obra de la Iglesia no se agota con la participación de unos pocos de los feligreses. Su actividad redentora será completa cuando se envuelva y se comprometa con la totalidad de su matrícula.[5] Naturalmente, este autor basa sus apreciaciones en el pensamiento de Elena G. de White sobre el particular.

Debe insistirse, entonces, que la naturaleza y el trabajo, o la misión de la Iglesia, están indisolublemente unidos, porque “el cuerpo de Cristo”, que es su Iglesia, no sólo es un instrumento del Evangelio, sino también la demostración viviente de lo que la gracia puede hacer en favor del pecador. En este sentido tenemos que reconocer que todos los creyentes son evangelizadores. Así que por naturaleza y por designio de Dios, la Iglesia no tiene más alternativa que hacer evangelización. Va contra su más recóndita esencia y a la vez traiciona su vocación más original cuando deja de hacer esta obra.

Después de lo afirmado, una conclusión se hace inevitable: La así llamada evangelización de “sostén propio” en la que el evangelista se separa de la Iglesia visible para hacer su obra de acuerdo con sus propias directivas, y no de acuerdo con el cuerpo organizado, podría tener su lugar únicamente por excepción. Elena G. de White anticipó un peligro. Dice ella “que algunos han emitido la opinión de que a medida que nos acerquemos al fin, cada hijo de Dios obrará independientemente de cualquier organización religiosa. Pero el Señor me ha indicado que en esta obra no hay tal independencia individual” (Obreros evangélicos, pág. 502).

Además de la evangelización que realizan todos los creyentes, algunos han recibido un don específico, en este caso, el de la evangelización “per se” (2 Tim. 4: 5; Efe. 4: 11; Hech. 21: 8). La palabra evangelista en estos tres pasajes tiene un significado específico: se refiere a una función especializada que se efectúa en favor de la Iglesia como un todo.[6]

La imagen que del evangelista nos da el Nuevo Testamento es la de uno que viaja de lugar en lugar, de país en país, para esparcir las buenas nuevas de salvación, invitando a hombres y mujeres al arrepentimiento y a formar parte del cuerpo de Cristo por medio del bautismo.[7] Ahora bien, ¿cómo podríamos caracterizar el evangelismo contemporáneo? El concepto que del evangelista tiene el autor de este trabajo podría expresarse así:

1. La evangelización es la proclamación de un evento que los hombres no pueden, ni deben, eludir (1 Cor. 1: 17-24), y es, al mismo tiempo, una invitación urgente para un encuentro cara a cara con-Cristo. (El evangelismo, pág. 190.)

2. La evangelización se define como el “ministerio de la reconciliación”, ministerio que Dios ha dado a su Iglesia (2 Cor. 5: 18, 19). El evangelista es un reconciliador, es el que quita la piedra que impide, de modo que la voz de Cristo, que llama a los muertos, pueda ser oída.

3. La evangelización es el impacto que el Espíritu Santo hace en los corazones humanos a través del evangelista. Es la llama divina de la verdad, es el fuego de Dios incendiando las vidas con la chispa divina de la salvación.[8]

4. La evangelización es, según D. T. Niles, “un mendigo diciendo a otro mendigo dónde encontrar pan”.[9] Pero el mendigo tiene la capacidad de adaptarse debido a que la Iglesia es una comunidad humana, puede hacer que Cristo se haga presente para todas las culturas: Su capacidad de adaptación, más que una debilidad, es su fortaleza (1 Cor. 9: 20-23).

5. La evangelización vendría a ser la acción salvífica de Dios canalizada a través del ejemplo de la unidad hermanadle, del servicio de amor y de la confiada proclamación de la Palabra (Hech. 2: 44; 3: 6; 5: 42). En realidad, como John T. Seamands lo ha significado, “hay cinco evangelios en total”.[10] Tenemos los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y el evangelio según usted.

6. El mejor don que Dios ha dado a su Iglesia en relación con su crecimiento, es la evangelización. El crecimiento de la Iglesia se hace visible cuando este don de la evangelización es usado, y para el ministro la búsqueda de este objetivo debe ser supremo.

7. Para los ministros adventistas, la evangelización es la comunicación viviente de la “verdad presente” (2 Ped. 1:12), pero esa verdad que se comunica debe estar enraizada en “todo el consejo de Dios” (Hech. 20:27). Y todo esto abre el camino para que la Iglesia se ejercite en el ministerio de la enseñanza.

En realidad, el plan de Dios para la evangelización no logra su planificación en el acto de llevar a hombres y a mujeres a un encuentro existencial con Dios. La obra completa exige que esos hombres y esas mujeres sean enseñados y confirmados en la verdad presente. A la Iglesia Adventista del Séptimo Día se le ha encomendado la misión de comunicar este mensaje glorioso, el cual es, aunque parezca redundante decirlo, el llamado final de Dios para la salvación, y este mensaje debe proclamarse a los creyentes y a los no creyentes por igual.


Referencias

[1] Harold Lindsell, An Evangélical Theology of Mission (Grand Rapids, Zondervan, 1970), pág. 64.

[2] Lewis A. Drummond, Evangelism: the Counter Revolution (Londres, Marshall, Morgan & Scott, 1972), págs. 41-43.

[3] John Bob Riddle, The Church Proclaiming and Witnessing (Grand Rapids, Baker Book House), pág. 63.

[4] G. Campbell Morgan, Evangelism (Grand Rapids, Baber Book House, 1976), pág. 25.

[5] Gottfried Oosterwal, Patterns of SDA Church Growth in America (Michigan, Andrews University Press, 1976), págs. 14-16.

[6] George W. Peters, Saturation Evangelism (Grand Rapids, Zondervan, 1970), pág. 22.

[7] John McArthur, Jr., The Church the Body of Christ (Grand Rapids, Zondervan, 1974), pág. 116.

[8] Salim Japas, Fuego de Dios en la evangelización (Mayaguez, Puerto Rico, Antillian College Press, 1977), págs. 1, 2.

[9] D. T. Niles, That they may have Use (New York, Harper & Row, 1951), pág. 96.

[10] John T. Seamands, The Suprema Task of the Church (Grand Rapids, Eerdmans, 1964), pág. 74.