“Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Tim. 4:16).
Encontramos en este versículo algunos conceptos de singular importancia, dignos de figurar en los tratados de los deberes y los derechos del ministerio.
Su autor, el apóstol Pablo, se dirige a Timoteo, joven ministro de Éfeso, y lo exhorta con ternura y afecto: “Ten cuidado de ti mismo”.
No hay ocupación de mayor importancia ni de mayor trascendencia que la de anunciar las buenas nuevas de redención. En efecto, la predicación constituye la función principal de un hombre al servicio del Evangelio.
Ahora bien, para predicar con éxito es preciso que el predicador esté en buenas condiciones físicas.
PREPARACIÓN FÍSICA
“Vela por ti mismo”, cuida de tu salud. Timoteo sufría frecuentes enfermedades, de ahí el oportuno consejo de Pablo.
Algunos predicadores, aunque se hallan bien preparados intelectual y espiritualmente, no alcanzan el éxito deseado por falta de salud física.
Más que nadie, el predicador necesita una “mente sana en un cuerpo sano”. Para disfrutar de esta condición debe velar por sí mismo, cuidando de no violar las leyes de la salud.
No hay nada más lamentable y contradictorio que ver un predicador enfermizo y débil tras un pulpito, esforzándose por destacar la importancia del evangelio de la salud.
“Cuida de ti mismo”. Hay reglas que deben respetarse si deseamos gozar de buena salud. Algunas de ellas son:
1. Dormir bien, aunque no demasiado. El sueño restaura las energías gastadas. La fisiología enseña que el organismo sufre un desgaste diario de unos dos kilogramos, y este desgaste debe ser reparado principalmente a través del sueño y la alimentación.
Debemos cultivar el arte del reposo nocturno. Cuando nos preparamos para dormir, debemos también apagar todos los pensamientos que se relacionan con la atención de la iglesia o con los problemas de evangelismo. Sólo así podremos disfrutar de los beneficios plenos que resultan del sueño nocturno.
Otra regla importante:
2. Alimentación frugal y bien equilibrada.
Vela por ti mismo y por tu estómago. Una comida rica en condimentos y grasas entorpece el cerebro y sobrecarga los órganos digestivos.
Pablo, en su carta a Tito, denunció los deméritos de los cretenses, reproduciendo las palabras de Epiménides, poeta natural de Creta: “Los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos” (Tito 1:12).
La glotonería y la ociosidad son compañeras inseparables.
3. Preparación espiritual.
“Ten cuidado de ti mismo”. Este cuidado debe abarcar también la preparación espiritual. “‘Ten cuidado de ti mismo’. ‘De ti mismo’ requiere la primera atención. Primero entréguese al Señor para ser purificado y santificado. Un ejemplo piadoso influirá más para la verdad que la mayor elocuencia, si no va acompañada de una vida bien ordenada. Aderezad la lámpara del alma, y volvedla a llenar del aceite del Espíritu. Pedid a Cristo aquella gracia y claridad de comprensión, que os habilitará para trabajar con éxito. Aprended de él lo que significa trabajar en favor de aquellos por quienes dio su vida” (Obreros Evangélicos, págs. 110, 111).
Al analizar la historia del movimiento adventista, descubrimos las experiencias dramáticas de hombres que cuidaron de la doctrina pero no velaron por sí mismos.
Owen R. L. Crossier, después del gran despertar de 1844, colaboró con Hiram Edson en el estudio de la doctrina del santuario. A ellos les debemos esta notable contribución teológica. Sin embargo, algunos años más tarde Crossier repudió sus creencias y abandonó el movimiento adventista.
Tomás M. Preble fue el primer adventista que defendió el sábado por medio de la página impresa. Sus argumentos convencieron a José Bates de la importancia del cuarto mandamiento. No obstante, con posterioridad abandonó este movimiento y se identificó con los adversarios de la iglesia de Dios.
Cuidaron de la doctrina pero no velaron por sí mismos.
Pocos hombres prestaron a esta causa una contribución mayor que la del Dr. Kellogg. La iglesia se vio favorecida extraordinariamente por su brillo, cultura y capacidad de trabajo. Sin embargo, Kellogg permitió que la presunción, el orgullo, la suficiencia propia y las ambiciones no santificadas dominasen su vida. Cuidó del evangelio de la salud, pero no veló por sí mismo.
La versión de Torres Amat rinde el pasaje así:
“Vela sobre ti mismo, y atiende a la enseñanza de la doctrina, insiste y sé diligente en estas cosas”.
Hay un problema que de un tiempo a esta parte viene preocupando a los administradores, a saber: El crecimiento numérico de obreros-problemas; ministros que descuidaron la preparación personal para enseñar la Palabra.
En ninguna época de la vida el ministro se ve más tentado que cuando se halla en la edad madura, período en que le sobreviene una laxitud mental que debilita el entusiasmo por la investigación teológica y el estudio disciplinado.
La mente parece encontrar placer en la lectura amena y no siente ya más emoción con las obras de teología o en la consulta a los comentarios bíblicos eruditos. La biblioteca deja de crecer por falta de selección y de esta manera la mente se acomoda al ámbito confortable de la producción mediocre. El ministro se transforma entonces en un predicador vulgar, desposeído de interés y poder.
El Dr. Nicolás Murray Butler, presidente de la Universidad de Colombia, escribió: “Si la curva de eficiencia de un hombre es ascendente a los 45 años y se mantiene en ascensión después de este período, bien puede continuar subiendo toda la vida; pero si a los 45 años la línea es descendente, jamás se podrá recuperar”.
Este irreversible proceso de atrofia mental podría ser evitado si el consejo paulino fuese debidamente atendido.
DILIGENCIA Y PERSEVERANCIA
“Insiste y sé diligente” en la preparación para el pulpito. “Persiste en ello”.
Dante, el poeta renacentista, trabajó treinta años para completar su obra inmortal: La Divina Comedia.
Newton, el célebre astrónomo, dio comienzo quince veces a su trabajosa Cronología, hasta quedar satisfecho.
Virgilio dedicó veinte años a su obra Eneida, y antes de morir quiso destruirla porque pensaba que no merecía ser publicada.
Herschel quiso construir un espejo cóncavo para uno de sus telescopios. El primero no lo satisfizo; el segundo tampoco. Hizo un tercero, un cuarto. . . un centésimo, que desechó como a los demás. Fabricó más de doscientos espejos cóncavos hasta que produjo uno que fuese absolutamente perfecto.
“Insiste y sé diligente”.
“Nuestros ministros tendrán que rendir cuenta a Dios del enmohecimiento de los talentos que él les ha dado para que los desarrollaran por el ejercicio. Podían haber hecho diez veces más obra inteligentemente si se hubieran tomado la preocupación de llegar a ser gigantes intelectuales. Toda su experiencia en su alta vocación es empequeñecida porque se contentan con permanecer donde están. Sus esfuerzos por obtener conocimiento no obstaculizarán en lo más mínimo su crecimiento espiritual, si estudian con motivos correctos y blancos adecuados” (Testimonios para los Ministros. pág. 195).
LA RECOMPENSA
“Te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”.
La tumba de Adán Clarke, en Londres, presenta una vela quemada hasta el candelero. El pabilo está casi consumido y la cera derretida. En efecto, la vida ministerial de Clarke fue una vela que se consumió por los demás, en el servicio de Dios.
¿Cuál es la recompensa del servicio fiel? “Salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”, escribe el apóstol Pablo.
Ojalá en aquel día bienaventurado podamos decir: “Heme aquí, Señor, con los que oyeron de mis labios las buenas nuevas de la redención”.
En respuesta oiremos en suaves acentos la voz de Dios: “Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor”.