La alabanza es uno de los medios más eficaces para impresionar la mente con las verdades bíblicas.

“Lo correcto siempre estará correcto, sin importar quién lo haga”. Esa fue la respuesta de un alumno, cuando propuse que todos escribieran lo que siempre escucharon decir a sus madres. Eso puede ser muy claro para los adultos y, para quien es cristiano, mucho más. A fin de cuentas, buscamos vivir de acuerdo con los principios bíblicos que siempre y en cualquier situación nos señalan lo indiscutible. El peligro se encuentra en las filosofías alojadas en la sociedad y que, a veces, consiguen infiltrarse en la iglesia y causan muchos males.

Por ejemplo, filosofías como la de la época del Iluminismo,[1] según la cual somos responsables por crear nuestros propios modelos o patrones de vida; y estos, a su vez, no son absolutos, y dependen de las exigencias de la vida. De ese modo, mucho de lo que ha sido defendido durante años pierde paulatinamente su valor. En otros momentos, es considerado una cuestión polémica o cultural, careciendo de evaluación criteriosa en determinadas circunstancias. Un ejemplo claro es la adoración.

Lo mejor para Dios

La palabra adoración se refiere al respeto y la reverencia hacia el que es digno. ¿Y quién podría ser más digno de honra que Dios? De acuerdo con Rick Warren, adoración es “expresar nuestro amor por Dios, por quién es él, por lo que dice y por lo que está haciendo”.[2] Si observamos la forma en que nuestros padres realizan el culto, podemos extraer lecciones importantes. A pesar de que aparecen diferentes instancias relacionadas con la adoración en la Biblia, muchas veces, el énfasis recae sobre la adoración comunitaria. Cada reunión era precedida por mucha preparación. Era de suprema importancia que todos los participantes estuvieran conscientes de sus responsabilidades. En ocasión del Yom Kipur, por ejemplo, no se podían pasar por alto algunos detalles: la sensibilidad de la nación ante el pecado, las vestimentas del sacerdote, el ritual sacrificial, la entrada en el templo, el cántico final de júbilo por la certeza de perdón. Perciba que, para cada aspecto, el propio Dios dejó expresada su voluntad. Todo era realizado con perfección para aquél que es perfecto; nada era descuidado. Eso nos dice mucho acerca de la manera en que debemos reverencial a Dios, y cuáles son las características de la adoración genuina.

La Biblia nos dice que somos templo del Espíritu Santo: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Cor. 3:16). La mención de un templo trae a la mente la imagen de un lugar bien arreglado, limpio, organizado, en el que existen cánticos y palabras vivas. Es cierto que existen templos que se parecen más a sepulcros blanqueados: son fríos, vacíos y oscuros. Pero el texto bíblico se refiere al primer caso, donde Dios habita, y de él podemos extraer preciosas lecciones.

Santuarios atractivos

Si somos templo del Espíritu Santo, independientemente del momento o del lugar, estamos constantemente ante la presencia del Dios vivo. Y esa percepción nos lleva a una experiencia de adoración sincera y constante. No solo es algo espasmódico o inconstante, solo en el lugar de reuniones, como muchos parecen imaginar. Nuestra vida se convierte en un perfume suave que asciende al cielo. Acerca de esto, encontramos en el libro Mensajes para los jóvenes la siguiente afirmación: “La verdadera reverencia hacia Dios es inspirada por un sentimiento de su grandeza infinita y de su presencia. Y cada corazón debe quedar profundamente impresionado por este sentimiento de lo invisible”.[3] Así, es necesario que evaluemos a cada instante nuestro proceder, nuestro hablar y nuestro pensar. A fin de cuentas, el Espíritu está en nosotros.

El modo en que nos presentamos ante Dios y los hombres debe revelar la veracidad al igual que la acción del evangelio en nuestra vida. Tal como ocurría en los tiempos bíblicos con la vestimenta de los ministros de Dios, lo que usamos debe representar simbólicamente a Cristo. Debe haber modestia y gusto refinado, tomando siempre en cuenta lo que agrada a Dios, pues es él quien debe estar en evidencia.

En nuestros días, se enfatiza mucho la cuestión cultural, pero ese es un punto en que debemos tener mucho cuidado. A Dios no le agradan las tradiciones humanas contrarias a su voluntad. Su Palabra nos alerta con respecto a seguir preceptos humanos en detrimento del “así dice Jehová”. La voz del pueblo está lejos de ser la voz de Dios y, en ese sentido, el mejor camino es seguir el consejo bíblico: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 Ped. 3:4).

“Los cristianos deberían seguir a Cristo y conformar su vestuario con la Palabra de Dios. Deberían evitar los extremos. Deberían seguir humildemente una conducta recta, indiferentes al aplauso o la censura, y aferrarse a la justicia por causa de sus propios méritos”.[4]

El poder de la alabanza

La alabanza es uno de los medios más eficaces para impresionar la mente con las verdades bíblicas. Dondequiera que haya alabanza, hay paz y armonía. En cualquier circunstancia, el corazón del cristiano siempre necesita estar rodeado por una música buena y agradable. De esa forma, habrá renovación de pensamientos, al igual que serán eliminadas del alma la tristeza y la amargura, y se dará lugar a la acción de gracias a Dios. Nuestra vida será más feliz si es una alabanza. Así comunicaremos a otros a quién pertenecemos y estaremos rodeados por una atmósfera celestial. “Alegraos, oh justos, en Jehová; en los íntegros es hermosa la alabanza” (Sal. 33:1). Cuando la alabanza es auténtica, Dios ciertamente está presente, y “el alma puede elevarse hasta el cielo en las alas de la alabanza”.[5]

En tiempos peligrosos como los que vivimos, necesitamos ser sobrios y conocedores de todas las cosas que intentan alojarse en nuestra vida, a fin de minar la influencia del Espíritu Santo de Dios. No podemos olvidar las trampas que el enemigo de Dios teje para atraernos. Jamás debemos ceder a los principios del mundo, cuyo principal objetivo es desviar nuestra atención de lo que es puro, agradable, virtuoso y bueno. No nos engañemos: todas las cuestiones con que nos enfrentamos giran alrededor de la adoración: ¿A quién debemos servir? ¿A quién constituiremos soberano de nuestra vida? Como líderes de la causa de Dios, necesitamos ser conscientes de nuestro papel como templos del Espíritu Santo, bien arreglados, emisores de alabanza. Así, todos los que se aproximen a nosotros verán el poder de Dios actuando en nuestra vida y serán influenciados por esa bendita atmósfera.

Sobre la autora: Profesora y esposa de pastor en la Asociación Sur Paranaense, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Colin Brown, Filosofía e Fé Cristã (São Paulo, SP: Edições Vida Nova, 2001).

[2] Rick Warren, Uma Igreja com Propósitos (São Paulo, SP: Editora Vida, 2005), p. 235.

[3] Elena G. de White, Mensajes para los jóvenes, p. 24.

[4] Ibíd., p. 348.

[5] White, El camino a Cristo, p. 104.