El cuerpo está constituido por diferentes miembros, pero todos son necesarios

La Iglesia Adventista del Séptimo Día posee un conjunto de 28 creencias fundamentales. Algunas de ellas son compartidas con muchas otras denominaciones cristianas, como es el caso de las referentes a las Sagradas Escrituras y a la Trinidad. Otras nos distinguen, como es la creencia sobre la santidad del sábado o la del don de profecía. Una de las más conocidas y apreciadas es la que se refiere al Hijo de Dios, pues es únicamente en Cristo que se concentra nuestra esperanza de salvación. Este artículo, sin embargo, trata de aquella que es la creencia fundamental menos predicada, enseñada y conocida, la que trata sobre los dones espirituales. El propósito es explorar algunas ideas contenidas en el capítulo más importante del Nuevo Testamento sobre el tema, 1 Corintios 12, a fin de extraer conceptos aplicables para el vivir cotidiano de la iglesia.

El significado

 ¿Qué es un don espiritual? Para definirlo, es necesario compararlo y contrastarlo con un don natural. Don o talento natural es la capacidad dada por Dios para que alguno de nosotros haga bien alguna cosa. Podemos nacer con un don o un talento en potencial, como adquirir tal habilidad. Los dones naturales no tienen relación con nuestra condición espiritual ni con nuestra relación con Dios. De esa manera, un cristiano puede ser un buen mecánico de automóviles, pero un pagano o un ateo también lo puede ser. Así como el Señor “hace nacer el sol sobre buenos y malos y que hace llover sobre justos e injustos” (Mat. 5:45), de la misma manera concede dones naturales a todos, según su voluntad.

 Un don espiritual, por su parte, también es una capacidad dada por Dios para que se pueda realizar bien una actividad, pero que tenga un significado espiritual y que, necesariamente, auxilie a la iglesia en el cumplimiento de su misión. Los dones espirituales son concedidos solamente a aquellos que, habiendo escuchado el evangelio, creyeron en Cristo y lo recibieron como Salvador y Señor de sus vidas.

 Es importante que se diga que un don espiritual no es un don natural perfeccionado o consagrado a Dios, sino que es algo especial, sobrenatural. Alguien puede tener un don espiritual en la misma área en la que tiene un don natural, pero eso depende de la voluntad del Espíritu Santo (1 Cor. 12:4-11). Por ejemplo, el hecho de que un cristiano sea un directivo exitoso en una empresa no significa, necesariamente, que será un líder eficiente en la iglesia.

 En 1 Corintios 12, el apóstol Pablo describió dos listas de dones espirituales: una en los versículos 8 a 10 y la otra en el versículo 28. En esta última leemos: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas”. Hay otras listas de dones en el Nuevo Testamento (Rom. 12:6-8; Efe. 4:11, 12), y a lo largo del tiempo, otros dones pudieron haber sido dados para capacitar a la iglesia con el fin de cumplir su misión en el mundo.

Los dones

 Es un hecho que la Trinidad está involucrada en la cuestión de los dones (1 Cor. 12:4-6). El Espíritu Santo tiene la gran obra de distribuirlos a aquellos que pertenecen al pueblo de Dios. El mismo Espíritu que nos conduce a Cristo es aquel que nos otorga los dones espirituales (ver. 2, 3). Tal distribución es realizada de manera individual: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (ver. 11).

 Todos los creyentes son dotados con algún don (Efe. 4:7), y nadie puede decir: “¡El Espíritu Santo no me dio ningún don!” Por otro lado, nadie puede afirmar que tiene todos los dones y que no necesita de la cooperación de ninguno de sus hermanos. En la práctica, lo que ocurre es que algunos descubrieron sus dones y los están usando; otros ya los descubrieron, pero todavía no los están empleando; y otros todavía no están usando sus dones espirituales porque hasta el momento no saben cuáles son. Lo importante es que cada cristiano ore, y se empeñe por descubrir y usar los dones que el Espíritu de Dios le dio.

Los ministerios

 El versículo 5 del mismo capítulo de 1 Corintios declara: “Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo”.

 Podemos decir que el ministerio es el servicio que realizamos con los dones espirituales que recibimos. El don puede ser el mismo, pero el ejercicio del ministerio, diferente. Mientras el ministerio de los apóstoles Santiago y Juan tuvo su centro en el pueblo judío, el del apóstol Pablo y de Bernabé fue, principalmente, entre los gentiles (Gál. 2:7-9).

 Así como hay diversidad de dones, también hay diversidad de ministerios. Algunos tienen su ministerio entre los incrédulos y fueron capacitados para evangelizarlos. Otros ejercen su ministerio perfeccionando y conservando en la fe a los que ya se convirtieron. Algunos tienen su ministerio en otras tierras, y nosotros los llamamos “misioneros”. Hay también quien ministra a los niños y aquellos que trabajan con los universitarios. En fin, hay una amplia variedad de ministerios.

 Es importante destacar, sin embargo, que mientras los dones espirituales son de la competencia del Espíritu de Dios, los ministerios son facultad del Señor Jesús, de acuerdo con lo que afirma el versículo 5. Es el Hijo de Dios quien determina nuestra esfera de acción.

El poder

 Además de la diversidad de dones y de ministerios, también hay diversidad en las realizaciones. “Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo” (1 Cor. 12:6). Cuando la Biblia habla de realizaciones o de operaciones, se refiere al grado de poder con el que un don se manifiesta en una ocasión específica. De esa manera, dos cristianos pueden tener el mismo don y hasta el mismo ministerio, pero tienen métodos de trabajo o resultados diferentes. Entonces, tanto el método de trabajar como el grado de poder para realizarlo son concedidos por Dios, según su voluntad. De esa manera, entendemos que el Espíritu Santo concede los dones espirituales, Cristo designa los servicios y Dios, el Padre, el método o el poder necesario.

Diversidad en el cuerpo de Cristo

 A fin de destacar la relación entre los diversos dones, los ministerios y las realizaciones en la iglesia, el apóstol Pablo utilizó la figura del cuerpo humano, en el que cada creyente es un miembro de acuerdo con el don que recibió. “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos” (1 Cor. 12:12-14).

 Un cuerpo está constituido por diversos miembros, órganos y sistemas. Son diferentes uno de los otros en tamaño, forma y funciones. Aquello que uno hace, el otro no lo puede hacer. Esa variedad de capacidades es una preciosa bendición. De acuerdo con lo que escribió Elena de White: “En todas las disposiciones del Señor, no existe nada más hermoso que su plan de dar a los hombres y mujeres una diversidad de dones”.[1]

 Algunos miembros del cuerpo, por su propia localización, función y apariencia son más notorios que otros. Por el mismo motivo, otros casi no son vistos. Eso también sucede en la iglesia. Mientras algunos están en evidencia, otros pasan desapercibidos. Sin embargo, todos son necesarios.

 De esa manera, nadie debe juzgarse inferior. En palabras del apóstol Pablo: “Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso” (1 Cor. 12:16-18).

 El apóstol Pablo también advierte a quien se juzga superior por causa de su don. “Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios” (1 Cor. 12:21, 22).

 En síntesis, Dios quiere que su iglesia posea los más variados dones, de manera que crezca y cumpla su misión. “En su vasto plan, el Señor tiene un lugar para cada uno.  No ha dado talento alguno que no sea necesario. ¿Es el talento pequeño? Dios tiene un lugar para él, y si es usado con fidelidad hará precisamente aquello para lo cual Dios lo dio. Los talentos de quien habita una casa humilde se necesitan para la obra de casa en casa, y pueden lograr más que los dones brillantes”.[2] Y aquel que usa rectamente su único talento será tan ciertamente recompensado como el que usa cinco talentos.

Unidad en el cuerpo de Cristo

 Una característica bastante evidente del cuerpo de Cristo es la unidad. Cada uno de nosotros es parte del todo. Hay unidad en la diversidad. Todos operan para el bien común. Simplemente, cada uno hace aquello que sabe hacer, y lo hace para el bien de todo el cuerpo, sin distanciamientos ni rivalidades.

 De esa manera, la unidad se manifiesta en la cooperación entre los miembros que trabajen lado a lado en la ejecución de las tareas. Elena de White subraya que “se necesitan diversos dones combinados para el éxito de la obra”.[3] Aquella virtud también se debe hacer evidente en la colaboración entre los miembros cuando trabajan unos después de los otros. “Nadie piense que es su deber comenzar y llevar adelante una obra enteramente por sí mismo. Siendo posible que el Señor tenga otros dones en otros obreros que trabajen por la conversión de las almas, coopere gustosamente con los demás”.[4]

 Además de esto, unidad implica estar juntos. Dios no está guiando a individuos aislados, sino a un pueblo para su Reino. Si nos negamos a congregarnos con nuestros hermanos, estamos desobedeciendo la orden divina y perdiendo sus bendiciones (ver Heb. 10:25). La ilustración del cuerpo humano nos recuerda que en poco tiempo, cualquier miembro que se separa del cuerpo acabará muriendo.

 La unidad también presupone ausencia de divisiones. El propósito de Dios es “que en el cuerpo no haya división” (1 Cor. 12:25, LBLA). Los miembros no operan aisladamente ni se agreden unos a otros. Ningún miembro hiere o lastima a otro miembro.

 Como consecuencia, la unidad requiere ayuda mutua. “Para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros” (1 Cor. 12:25). Los miembros deben ayudarse mutuamente, cuidando los unos de los otros.

 Por último, la unidad ocurre en las diferentes situaciones de la vida. Tanto en los momentos tristes como en los alegres, los miembros se unen para auxiliar o para celebrar. “De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan” (1 Cor. 12:26).

Los dones en el cuerpo de Cristo

 De acuerdo con el apóstol Pablo, los dones espirituales son concedidos “a cada uno […] para provecho” (1 Cor. 12:7). ¿Qué provecho es ese? La respuesta se encuentra en este y en otros capítulos de la Biblia que tratan del asunto. Veamos algunos ejemplos:

 Los dones espirituales favorecen la mutua cooperación: “Para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan” (1 Cor. 12:25, 26). Los creyentes bendicen los unos a los otros según los dones que recibieron.

 Los dones espirituales promueven la gloria de Dios.

 Sea cual fuere el don espiritual que hayamos recibido, debemos usarlo; ante todo, para glorificar a Dios (1 Ped. 4:11) y llevar a las personas que son alcanzadas para él a darle gloria también.

 En complemento de las ideas presentadas en 1 Corintios 12, el apóstol Pablo afirma en Efesios 4:11 al 16 que Dios “constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”.

 Aquí observaremos otros beneficios cuando los dones son utilizados de la manera en que Dios lo planificó.

  1. Los dones espirituales resultan en el perfeccionamiento de los santos. (Efe. 4:11, 12): Los dones dados a los apóstoles, a los profetas, a los evangelistas, a los pastores y a los maestros sirven como instrumentos de Dios para perfeccionar a nuestros hermanos en la fe, de modo que también ellos sepan usar sus dones.

  2. Los dones espirituales hacen posible que los miembros de la iglesia desempeñen bien su servicio. (Efe. 4:12): Cada cristiano tiene un ministerio que debe desempeñar en la iglesia, y fue capacitado para eso mediante los dones espirituales que recibió de Cristo.

  3. Los dones espirituales hacen posible que la iglesia alcance el blanco de la “unidad en la fe”, del “pleno conocimiento del Hijo de Dios” y de la “estatura de la plenitud de Cristo” (Efe. 4:12, 13).

  4. Los dones espirituales nos capacitan para que permanezcamos firmes, inamovibles, en nuestra fe y promueven la edificación y el crecimiento de la iglesia (Efe. 4:12, 14-16). Nadie consigue engañarnos ni somos sacudidos por falsas enseñanzas. Permanecemos en la verdad, pero en amor (4:14, 15).

 Por lo tanto, la enseñanza bíblica sobre los dones espirituales es fundamental y merece nuestra atención. Comprenderla y ponerla en práctica es indispensable para que la iglesia sea unida, crezca en todos los aspectos y cumpla su misión.

Sobre el autor: profesor de Teología en la UNASP, campus Engenheiro Coelho, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Elena de White, El evangelismo (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1997), p. 77.

[2] ______________, Testimonios selectos, t. 5 (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2003), p. 153.

[3] ______________, El evangelismo (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1997), p. 80.

[4] Ibíd., p. 248.