Cómo implementar ministerios de acuerdo con los dones en la iglesia local.

En el libro Message, Mission and Unity of the Church, Denis Fortin explica que el Nuevo Testamento demuestra con facilidad que el Espíritu Santo es el responsable por los varios ministerios de la iglesia. Él, además, agrega que “la obra y las actividades del Espíritu Santo no pueden circunscribirse en forma estricta a la actividad y la existencia de la iglesia”.[1] Con eso en mente, cuando hablamos acerca de la transformación de una congregación en una comunidad que implemente sus respectivos ministerios, tal vez venga a la mente la idea de que necesitamos deshacernos de los departamentos existentes, creando, de esa manera, una nueva estructura de funcionamiento. Sin embargo, ese no es el propósito de este artículo.

Es importante recordar que los departamentos constituyen una estructura que beneficia el funcionamiento congregacional en muchos aspectos. Ellos fueron organizados a lo largo de los años con el objetivo de suplir las más diversas necesidades de la iglesia. Por eso, mi intención es sugerir alternativas para que los departamentos consideren la interrelación entre los dones de sus miembros y sus respectivos ministerios, a fin de promover la misión de la iglesia.

Del departamento al ministerio

En la Biblia, la mayoría de los pasajes que destacan los dones espirituales (Rom. 12:4-8; 1 Cor. 12:2-11, 27-31; Efe. 4:7-16; 1 Ped. 4:8-11) compara a la iglesia con el cuerpo humano, en el que todos los miembros tienen una función específica. La intención es comunicar el funcionamiento orgánico regido por diferentes dones y ministerios. De acuerdo con Efesios 4, cuando todos los miembros del cuerpo están en funcionamiento correcto, el cuerpo es edificado según la unidad y la estatura de Cristo (Efe. 4:13).

Frente a esto, necesitamos comprender claramente que mientras los miembros de la iglesia no descubran su propósito personal en el Reino de Dios, su vida como cristianos no tendrá ningún sentido. Ellos presentarán rápidas señales de desánimo y estarán cada vez más próximos a la apostasía. De esa manera, un miembro únicamente podrá descubrir su función a partir del momento en que identifique claramente su don y, por consecuencia, el ministerio específico en el que debe servir. De hecho, la mayoría de los cristianos no están preocupados por la aplicación de sus dones en la misión, solo porque no fueron educados para eso. Por lo tanto, debemos aprovechar urgentemente esta gran cantidad de talentos desperdiciados.

En ese contexto, los líderes de departamento ejercen un papel fundamental para que los miembros pongan en práctica sus respectivos dones y, como efecto, sus ministerios. A fin de alcanzar ese objetivo, es necesario un cambio en la manera en que se conducen los departamentos. Para que se dé la transición del concepto de departamento, en un sentido restricto y meramente administrativo, hacia el de ministerio, el director necesitará: (1) tener conciencia de que su elección para el liderazgo tiene como objetivo auxiliar a los creyentes de su iglesia en el descubrimiento de sus dones específicos, a fin de aplicarlos en su ministerio; y (2) reconocer que su responsabilidad es planificar actividades, tomando en consideración los dones individuales de cada miembro, en lugar de preparar programas para la iglesia. En último análisis, su responsabilidad es discipular a sus compañeros para que desarrollen sus competencias.

Por ejemplo, el Ministerio de la Mujer no se constituye en un ministerio por recibir ese título. Si la dirección contribuye para ayudar a las mujeres a ejercer sus propios ministerios, puede –de hecho– ser considerado un ministerio. Pero, si después de un tiempo de trabajo, las mujeres de la iglesia apenas acompañan las actividades desarrolladas por la dirección, si sus dones no fueron descubiertos, ni desarrollados, ni aplicados en ministerios, si ellas continúan ociosas, entonces, no puede ser considerado, en forma genuina, un ministerio, sino un departamento. Para ser un ministerio legítimo, las mujeres de la iglesia deben ser entrenadas para descubrir en qué tareas específicas ellas podrían actuar de acuerdo con sus dones y las necesidades locales.

Sin embargo, a partir del mismo ejemplo que recién acabamos de presentar, podríamos indagar: ¿cuáles serían los ministerios específicos atribuidos a las mujeres? De hecho, esa pregunta solo podrá ser respondida a la luz de las necesidades y las aptitudes de cada una dentro de su contexto como iglesia. De manera más genérica, podríamos insertarlas en actividades que previenen los embarazos en la adolescencia, en estudios bíblicos, trabajos individuales con personas depresivas, visita a enfermos, educación culinaria, alfabetización de adultos, atención psicopedagógica, entre otras acciones. La simple existencia de un Ministerio de la Mujer, con todas sus funciones administrativas completas, no representa una ganancia real para la misión. Eso puede ser dicho en relación con todos los otros departamentos de la iglesia local. A la luz de 1 Corintios 12:4 al 6, cada departamento debe involucrar a los miembros en actividades regidas por sus ministerios específicos, a partir del conocimiento de sus dones personales.

Los líderes de los departamentos podrán producir un impacto en la misión solamente si asumen su función como pastores-maestros, lo que incluye pastoreo y enseñanza. ¿Qué tipo de enseñanza? Acerca de los dones espirituales y de los ministerios. Debe haber una unión de fuerzas entre todos los líderes para que los miembros estén involucrados en la misión. Esa realidad ocurrirá solo cuando las habilidades individuales sean identificadas y aplicadas en los respectivos ministerios.

En ese sentido, cualquier actividad promovida por la iglesia que involucre a los miembros en la misión, por generalizada o colectiva que sea, asume una característica individual. Eso ocurre justamente porque el miembro posee una función exclusiva en el Reino de Dios, aunque sea orientado colectivamente. De esa manera, además de los trabajos misioneros convencionales, tales como distribuir folletos, visitar a personas interesadas o dar estudios bíblicos, existen muchas otras actividades que pueden ser realizadas a partir de competencias personales que, muchas veces, no acostumbran ser encaradas como herramientas para la misión. Por ejemplo, si un determinado grupo de personas quisiera evangelizar a los niños de una comunidad, deberá hacer uso de trabajos de escenificaciones con muñecos y, a partir de ahí, después de conquistar la simpatía de los pequeños, presentar algún contenido bíblico. De esa manera, ambas actividades estarán involucradas en la misión.

Mientras la iglesia esté estrictamente interesada en concentrar sus esfuerzos y su atención en los métodos de evangelización convencionales, conseguirá involucrar apenas a un porcentaje mínimo de sus miembros, que en la mayoría de los casos siempre está comprometido con alguna actividad en la congregación. A fin de que todos los miembros estén involucrados en la misión utilizando sus dones particulares, es necesaria la toma de conciencia de parte de cada uno de ellos sobre la existencia de ministerios específicos que, aunque personales, contribuyen al desarrollo del cuerpo de Cristo. Evidentemente, no estoy diciendo que la iglesia necesita abandonar el funcionamiento de sus ministerios convencionales, por el contrario; es necesario transformarlos cada vez en estructuras más funcionales, incluyendo los dones específicos de cada miembro. Si eso no ocurre, todas las posibilidades de compromiso dentro de la misión quedan limitadas y, por consecuencia, el crecimiento de la iglesia queda comprometido.

Liderazgo y crecimiento

Estudios demuestran que las iglesias que experimentan crecimiento significativo de sus miembros acostumbran capacitarlos para que desarrollen sus respectivos ministerios, tanto en las actividades eclesiásticas como en la comunidad en la que están ubicados.[2]

Mike Regele y Mark Schulz enfatizan que, “al contrario de la mayoría de las instituciones, la iglesia no puede limitar su atención a ciertos grupos de personas”.[3] Por su parte, Bill Hybels destaca que la razón para el crecimiento de la iglesia y el mantenimiento de sus miembros es justamente la estructura organizada para el desarrollo de ministerios que faciliten la asimilación de nuevos creyentes. Para él es esencial motivar las oportunidades para el discipulado, expandir las opciones de servicio y formar nuevos líderes.[4] Así, según Hybels, de los pasos estratégicos que identifican a una iglesia que crece, uno de ellos es “realizar los ministerios de acuerdo con los dones espirituales”.[5] Por último, Christian Schwarz también destaca los “ministerios orientados por los dones”, como marca fundamental para la expansión natural de la iglesia.[6]

En el contexto de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, el libro En esto creemos afirma: “Los que reciben dones espirituales deben servir especialmente a los creyentes, preparándolos para las clases de ministerio que se ajustan a sus dones. Esto edifica a la iglesia hacia una madurez que alcanza la plena estatura de Cristo. Estos ministerios aumentan la estabilidad espiritual y fortalecen a la iglesia”.[7]

Una de las dificultades existentes en relación con la implementación de ministerios de acuerdo con los dones está relacionada con el liderazgo. Tenemos la necesidad de que los líderes seleccionados para sus cargos comprendan que las personas involucradas en sus departamentos deben utilizar los dones como respuesta al llamado de Dios.

De esa manera, pastores y líderes de una determinada congregación deben ayudar a los miembros para que descubran sus dones y, posteriormente, entrenarlos a fin de que sus competencias sean puestas en práctica. A continuación, se enumeran algunas breves sugerencias para lograr esto:

1. La planificación de las acciones de la iglesia, que involucra a los miembros, debe incluir los dones espirituales de cada uno de ellos, cuando sea posible.

2. Se deben identificar las necesidades locales. Es necesario que los líderes tengan conocimiento del ambiente social en el que la iglesia está insertada y, a partir de lo que puede ser realizado por sus miembros, buscar atender positivamente las necesidades de la comunidad.

3. Los miembros deben tener un conocimiento básico, claro y simple respecto de cómo utilizar sus dones diariamente, en conformidad con la experiencia de la iglesia apostólica.

4. Los líderes necesitan ser conscientes de que no deben trabajar solos. Ellos tienen apenas el papel de facilitadores para que los miembros, bajo su responsabilidad, pongan en práctica lo que pueden realizar de mejor manera para el Reino de Dios.

Conclusión

Los miembros de la iglesia necesitan ser conscientes de cómo cruzar el puente entre sus dones personales y los ministerios que les fueron relacionados. A menos que los líderes comprendan la importancia individual de cada creyente, la mayoría de ellos no sabrá cómo utilizar sus talentos para la misión. De hecho, practicar una actividad aislada y suelta no significa ejercer un ministerio. Para que un servicio sea considerado un ministerio legítimo, es necesario que sea ejercido con base en los dones individuales. Muchos ministerios, sin embargo, podrán ser identificados a partir de actividades diarias; es decir, de algo que estará comúnmente asociado a aquello que le es placentero. El don individual de cada miembro esconde un ministerio guardado en el corazón y necesita ser expresado como servicio para el Reino de Dios. Por eso, el trabajo no puede ser impuesto, es decir, determinado, sin considerar las aptitudes de los miembros y las necesidades de la comunidad local.

Finalmente, cuando ayudamos a los demás a descubrir sus dones y a aplicarlos en ministerios, no estamos apenas auxiliándolos en el crecimiento espiritual, sino también creciendo en términos de madurez cristiana.[8]

Sobre el autor: pastor en São Roque, San Pablo (Rep. del Brasil).


Referencias

[1] Denis Fortin, “El Espíritu Santo y la iglesia”, en Ángel Manuel Rodríguez (ed.), Mensaje, misión y unidad de la iglesia (Buenos Aires: ACES, 2015), pp. 320, 321.

[2] Eddie Gibbs, Para Onde Vai a Igreja? (Curitiba: Editora Esperança, 2012), p. 23.

[3] Mike Regele y Schulz, Mark, The Death of the Church (Grand Rapids: Zondervan, 1995), p. 1.

[4] Bill Hybels y Lynne, Redescobrindo a Igreja (San Pablo: Editora Hagnos, 2003), p. 169.

[5] Ib.d.

[6] Christian Schwarz, O Desenvolvimento Natural da Igreja (Curitiba: Editora Evangélica Esperança, 1996), pp. 22-38.

[7] Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, Creencias de los adventistas del séptimo día (Buenos Aires: ACES, 2007), p. 241.

[8] Curtis James, Encountering God by Serving Others. Disponible en www.npfcc.org. Consultado el 30 de diciembre de 2010.