Dios sacó a Israel de Egipto para darles como heredad una tierra de prodigios. Se describe a Canaán como “buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes; tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel; tierra… cuyas piedras son hierro, y de cuyos montes sacarás cobre” (Deut. 8:7-9). Los racimos y las granadas traídos por los espías eran una muestra de aquella pródiga tierra.

Sudamérica es también una tierra de bendiciones. A pesar de que ha habido que hacer frente a severa oposición en el pasado, la obra ha progresado desde humildes comienzos hasta ser lo que hoy es.

Un inmigrante que regresaba con un mensaje oído en tierras lejanas; un paquete de publicaciones en manos de un alcohólico; un comentario burlón contra un bautismo adventista realizado a miles de kilómetros, fueron, entre otros, los medios usados por Dios para abrir un continente oscurecido por la superstición religiosa de origen pagano-cristiano. Hoy, pasados setenta y pocos años, vemos maravillas obradas por la fe y la dedicación: baluartes de la fe en cada rincón del continente; 7.000 jóvenes bautizados en un solo fin de semana, congregaciones formadas por millares de creyentes; instituciones representativas que progresan a pasos de gigantes, aumentando su benéfica influencia en favor de la verdad y una legión de obreros que abandonaron nuestras playas para colaborar como misioneros de la verdad en los cinco continentes.

Escribimos estas notas rodeados de enormes montañas en el sur boliviano. Hemos viajado kilómetros y kilómetros por lugares inhóspitos rumbo a La Paz. Ayer, al ver un grupo de viajeros con una recua cargada con el equipaje, recordamos a Stahl y sus hazañas. Cuando el pensamiento se esfumó de la mente ya estábamos en lugares que él habría alcanzado después de horas o días de penosa marcha. Recorremos hoy en minutos u horas, distancias que él cubría en semanas. Anoche en medio de la penumbra divisamos un grupo de viajeros, con sus acémilas cargadas, descansando a la orilla del camino, después de una jornada agotadora. Así pasaron Stahl, Kalbermatter, Westphal, Spies y muchos más, noches enteras y semanas de sacrificios. Sudamérica parecía un continente de desiertos espirituales, y de dificultades interminables.

Pero esos sacrificios y esa dedicación no fueron en vano. Sudamérica dio sus frutos. Hoy casi cada ciudad, villa o aldea de esas regiones donde ellos trabajaron tienen luces adventistas encendidas.

Las cosas han cambiado. Hoy viajamos en jets y en cómodos automóviles. Usamos el teléfono y tenemos ayudas audiovisuales. Somos un pueblo respetado y apreciado. Y Sudamérica sigue siendo una tierra de maravillas.

El interés por la verdad está aún latente y parecería que en algunas zonas es más intenso que nunca: Laicos y obreros reúnen multitudes ansiosas de salvación; las carpas vuelven a levantarse como en décadas pasadas; en tres años, más de 90.000 almas fueron agregadas al pueblo de Dios. Durante la Semana Santa de 1973 nuestro mayor problema fue dar cabida a los miles de oyentes ansiosos que querían saber más de Cristo.

Pero no nos podemos ni debemos dormir en los laureles, pues es más lo que queda por hacer que lo que ha sido hecho ya. La siembra milagrosa de tantos años, debe germinar milagrosamente también. Tal vez estará regada por tormentas y dificultades, pero debe germinar y dar abundante fruto.

En Canaán había gigantes y los hay en Sudamérica también. Los cambios políticos son bruscos en algunas de las ocho naciones de nuestro continente y aunque nuestro pueblo está alejado oficialmente de cualquier corriente política, no sabemos qué consecuencias esos vaivenes podrían tener sobre las libertades que hoy tenemos para realizar nuestra tarea, llevar adelante lo iniciado y acometer empresas nuevas.

Los bosques de antenas de televisión que se levantan sobre grandes edificios de departamentos o humildes chocitas de los cantegriles (villas miserias) de las selvas o de las alturas, son una competencia implacable para la predicación. Hay lugares en los que ayer era fácil reunir multitudes pero que ahora no lo es más. Aun algunas de nuestras iglesias han sentido el impacto y la vivacidad de la TV. “Cuando yo era pastor en esta ciudad hace quince años se podía reunir a la gente con mayor facilidad” nos dijo pensativo un ministro hace poco. Es el drama de muchas ciudades y de muchos ministros.

Pero hay más lugares fértiles que áridos. Se han secado algunas higueras, es cierto, y algunas vides, pero hay aún miles que están en todo su esplendor y lozanía y que auguran una brillante cosecha. Así como la situación en algunos lugares hace pensar que tal vez éstos se han cerrado para la predicación, hay centenares que ayer estaban herméticamente cerrados y que hoy se han abierto de par en par. Otro ministro nos dijo: “Es increíble lo que está sucediendo en… —” y citó un lugar donde él había trabajado en el pasado sin lograr frutos.

Comparemos Sudamérica con otros continentes. En la Unión del Medio Oriente, que abarca países con un total de 142 millones de habitantes, hemos predicado por décadas, hemos invertido allí mucho dinero y elemento humano y hay actualmente sólo 3.650 miembros. Allí el islam es enemigo declarado de la verdad.

Europa está más o menos aplastada por el materialismo en países como Alemania, Bélgica, Holanda y otros; por el ocultismo en Inglaterra y por la inmoralidad en los países nórdicos. En Francia hemos predicado por años, con un fruto magro. España se abre ahora a la predicación luego de siglos de intolerancia que han dejado huellas difíciles de borrar en la mente de millares.

La América del Norte hace frente a los problemas morales producidos por las facilidades de una vida llena de automóviles, máquinas y mil comodidades que hacen que los mil pasatiempos quiten el interés por lo espiritual. Mientras que lo tradicional parecería ya no apelar más, con las consiguientes pérdidas para millares de congregaciones protestantes o católicas, vemos levantarse en su lugar lo esotérico o misterioso, lo importado del oriente o lo resucitado del África milenaria.

El lejano oriente tiene sus tierras fértiles como las Filipinas, que, con una población de alrededor de 40 millones de habitantes, tiene una feligresía de 130.000 miembros de iglesia, o Corea que con sus 31 millones tiene 40.000 miembros. Pero tiene también el “desierto” del Japón donde hay 7.500 miembros de iglesia en una población de 103 millones de habitantes. El paganismo es una formidable barrera.

Sudamérica tiene un poco de cada una de las regiones nombradas: tiene comodidades, abundancia y progreso en muchísimos lugares, supersticiones e intolerancia aún en algunos, problemas morales serios en otros, y suficiente espiritismo en ciertas zonas como para alarmar a cualquiera. Sí, hay problemas, pero podemos predicar donde, cuando y como se nos ocurra, sin temores. Podemos emplear la radio, la prensa y hablar en teatros, carpas, templos, salones alquilados o simplemente en las calles o en las plazas. La labor social vastísima, realizada por nuestros hospitales, lanchas y OFASA (ASA) es conocida y altamente apreciada. No se nos persigue en ningún lugar; la feligresía en general es preparada y tiene celo misionero; hay facilidades de viajar, de comunicarse; y para mayor alegría, podemos y debemos reconocer que nuestro pueblo es receptivo al mensaje. ¿Qué más podríamos esperar?

Gracias a Dios por vivir en una tierra que fluye leche y miel y en la que podemos tener una excelente cosecha. Pero, tal vez la comodidad adormece. Un chofer se duerme más fácilmente manejando en un camino recto y sin obstáculos que en la montaña llena de curvas y peligros. Por eso debemos colocar en el camino algunas señales de alerta que, a semejanza de las que hay en nuestras carreteras, antes de un cruce de ferrocarril, hagan vibrar el vehículo y alerten al conductor del peligro potencial que se levanta ante él.

Algunos hemos estado cosechando lo que estaba al alcance de nuestra mano, sin tener que hacer reales sacrificios. Otros hemos sido más administradores y organizadores que mensajeros del cielo, ministros de la reconciliación, y quizá alcancen los dedos de las manos para contar las almas que hemos llevado a los pies de Jesús. Esta situación no puede continuar así. Todos necesitamos sentir urgencia por arrancar los pecadores de la corriente impetuosa del pecado. Ha llegado el tiempo de cosechar de veras, de cosechar con dedicación y con la consagración de todas nuestras fuerzas, medios y talentos. De cosechar con hoz y guadaña, pero también de cosechar con cosechadoras mecanizadas; que coseche nuestro más humilde laico, pero que también se movilice todo nuestro cuerpo administrativo, departamental, institucional y eclesiástico. Todos unidos para cosechar de veras.

Nuestro ministerio sólo será fecundo cuando dé frutos en almas rescatadas. Lo demás es sólo relleno. El buen maestro sólo será ministro cuando oiga la respuesta de un alma arrepentida que como resultado de su ministerio se entrega al Señor. El presidente se verá realizado cuando bautice las almas que él ha llevado a la verdad a través de una vigorosa campaña de evangelización.

¡ES HORA DE COSECHAR! Tal vez mañana un aguacero malogrará lo que hoy está maduro. O vendrán otros segadores que no son los que sembraron y hurtarán los frutos de nuestro trabajo. ¿Nos concederá el Señor como iglesia en esta tierra de maravillas, la fuerza y la sabiduría para hacer el trabajo como conviene y cuando aún es tiempo de cosechar?