Quinta parte: Ocupación misionera protestante

Como hemos visto, el monopolio religioso del catolicismo en Sudamérica terminó con el monopolio político de España y Portugal.

Con los regímenes liberales de las nuevas repúblicas y los principios de la tolerancia religiosa escritos en la mayoría de las constituciones, estaba abierta la puerta para las comunidades evangélicas, y desde entonces el movimiento protestante creció en forma sostenida tanto en fuerza como en volumen.

INTENTOS SIN ÉXITO

Sorprende comprobar que la primera aparición del protestantismo en Sudamérica ocurrió tan sólo poco más de medio siglo después que españoles y portugueses avistaran las orillas del continente. Acerca del primer esfuerzo de las iglesias protestantes después de la Reforma en emprender misiones extranjeras, comentó Barbieri:

“Hacia el fin de 1555 una expedición dirigida por Nicolás Durand de Villegaignon tomó posesión de una pequeña isla a la entrada de la bahía de Río de Janeiro, Brasil. Esperaba conseguir un refugio para los hugonotes que estaban pasando por duras pruebas en Francia debido a la oposición católica. Sin embargo, después de pocos años Villegaignon se reveló un mal administrador y traidor de la fe protestante. Debido a esto, el primer intento protestante de colonizar parte de Sudamérica terminó en la tragedia. No quedó ningún vestigio de la colonia”.[1]

El siguiente intento de introducir el protestantismo, que de haber tenido éxito hubiese significado la formación de un fuerte estado protestante en Sudamérica, fue hecho por los holandeses entre 1624 y 1654, durante el período de 30 años en que ocuparon, en varias oportunidades, Bahía, Pernambuco y otras partes de la costa de Brasil. Durante ese breve período los misioneros holandeses “trataron de hacer de la región una colonia protestante y de sustituir la influencia católica mediante principios protestantes”. [2] Sin embargo, poco y nada quedó del trabajo de esos treinta años después que los portugueses echaron a los holandeses.

Al fracasar estos dos intentos, el protestantismo estuvo completamente ausente de Iberoamérica durante más de tres siglos. Sin embargo, el período de las revoluciones y los años que siguieron inmediatamente a la independencia de las repúblicas sudamericanas presentaron una oportunidad muy favorable para la entrada de los grupos evangélicos… podríamos decir, la oportunidad más favorable.

Desde entonces el protestantismo ha crecido con gran empuje, siendo motivo de preocupación para los dirigentes de la Iglesia Católica Romana.

“En la actualidad hay por lo menos seis millones de creyentes protestantes en Latinoamérica. Este número se debe en parte a la inmigración, pero mayormente al esfuerzo misionero y a la consagración de los nuevos conversos y de las iglesias nuevas organizadas. Esto es algo muy significativo, especialmente si consideramos la oposición decidida y organizada de la Iglesia Católica Romana y el comienzo tardío de la obra misionera protestante real”.[3]

“Este crecimiento fenomenal del protestantismo en los años recientes ha ocasionado alarma y no pequeña actividad en los círculos católicos”.[4]

En efecto, circunscripto durante siglos dentro de las paredes de sus claustros, sufriendo por falta tanto de sacerdotes como de competencia, el catolicismo no estaba preparado para hacer frente al agresivo evangelismo realizado por los grupos protestantes.

Al principio Roma trató de obstaculizar la obra de los misioneros protestantes usando el poder de la espada. La publicación Defensa Catholica, en México (1887) declaraba llanamente:

“Al servicio del Señor y por amor a él debemos, si es necesario, atacar a los hombres; debemos, si es necesario, herirlos y matarlos. Tales actos son virtuosos y pueden realizarse en nombre de la caridad católica”.[5]

Hoy, sin embargo, la iglesia establecida ha abandonado la violencia física en favor de métodos más sutiles. Está extendiendo sus actividades por toda América latina y haciendo serios esfuerzos por “recapturar”, como ellos dicen, el continente. Están tratando de aplicar o imitar los métodos de los misioneros protestantes. Están tratando de distribuir la Biblia, por supuesto con algunas notas; están tratando de celebrar conferencias evangelísticas. Algunas personas se están confundiendo ahora porque sus métodos son tan semejantes a los de los protestantes. Stanley Rycroft escribe:

“Es indudablemente cierto que el cristianismo protestante ha tenido un efecto benéfico sobre la práctica de la religión católica. El autor ha sido informado que en cierto país latinoamericano un obispo católico dijo cierta vez que le gustaría ver a un misionero o pastor protestante en cada parroquia de su diócesis”.[6]

De esta forma el protestantismo ha revitalizado la iglesia de Roma que está ahora llevando a cabo una vigorosa campaña para “recatolizar” América central y meridional.

LA EXPLOSIÓN ADVENTISTA

La emancipación política de Latinoamérica es contemporánea del movimiento adventista en los Estados Unidos del cual surgió la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Sin embargo, fue sólo a comienzos de la década del noventa cuando los adventistas despertaron a la realidad que Latinoamérica era un campo grande y necesitado.

En 1894 la Asociación General envió a Francisco H. Westphal a iniciar la obra, y desde entonces la Iglesia Adventista echó raíces en el suelo iberoamericano y mostró el vigor de un irresistible crecimiento.

En las palabras de la Sra. Elena de White (1827-1915), podemos ver una visión del adventismo triunfante en el continente olvidado:

“En la pagana África, en las tierras católicas de Europa y de Sudamérica, en la China, en la India, en las islas del mar y en todos los rincones oscuros de la tierra, Dios tiene en reserva un firmamento de escogidos que brillarán en medio de las tinieblas para demostrar claramente a un mundo apóstata el poder transformador que tiene la obediencia a su ley”.[7]

Cuando se escribían estas palabras inspiradas había sólo unas pocas y débiles luces adventistas resplandeciendo en el continente sudamericano. Desde entonces, sin embargo, miles y miles de hijos de Dios están siendo arrancados de las masas bajo la proclamación del mensaje del tercer ángel.

La Iglesia Adventista en Sudamérica creció al principio a paso de tortuga. Después de 55 años de arduo trabajo, muchas luchas y sacrificios, nuestra feligresía en 1949 alcanzaba a sólo 50.000 miembros bautizados. A partir de esa fecha, sin embargo, el movimiento adventista comenzó a mostrar señales de vida. Hacia 1959 la población adventista en Sudamérica había alcanzado las 100.000 almas. De ahí en adelante la causa adventista avanzó con un impulso tremendo, alcanzando la cifra de 200.000 conversos en 1967.

¿Cómo se explica este rápido crecimiento? Creemos que los siguientes factores son los más importantes:

  1. La rebeldía de la generación joven contra las antiguas tradiciones. Como resultado de esta rebeldía, miles de católicos están dejando su iglesia cada día. En su actitud no conformista, los jóvenes están buscando hoy nuevas doctrinas y nuevos ideales.
  2. El surgimiento de un evangelismo más agresivo que el incendiario e intrépido evangelista Walter Schubert inició en dramáticas campañas que organizó y dirigió, especialmente entre los años 1948 y 1954. Antes de esa fecha parecía que la Iglesia Adventista en Sudamérica había llegado a institucionalizarse o había alcanzado una impasse, y estaba sufriendo un complejo de inferioridad debido al fuerte prejuicio popular y a la oposición que había sufrido; y
  3. El abandono del método protestante tradicional en el evangelismo, introducido por misioneros estadounidenses, y la adopción de métodos nuevos y más efectivos para alcanzar a los católicos. Esta nueva forma de acercamiento fue sistematizada por Walter Schubert y modificada más tarde según las necesidades de un continente cambiante.

Sudamérica, la ‘‘tierra prohibida” del pasado, está abierta de par en par al Evangelio. Hay ciudades donde hace quince años el mensajero del Evangelio habría sido apedreado, como ocurrió en algunos lugares. Ahora los están invitando a ir para predicar. Pero no sabemos lo que nos reserva el futuro. Se registran grandes e imprevistos cambios, y parece que aún mayores vendrán en el futuro. Esto es lo que los acontecimientos contemporáneos nos dicen con lenguaje elocuente. La experiencia de Cuba, donde las puertas han sido cerradas para los misioneros extranjeros y hasta para una obra evangelística nacional sistematizada, debiera ser una permanente advertencia para nosotros y una motivación para multiplicar nuestros esfuerzos en los lugares donde hoy tenemos la oportunidad de anunciar el poder transformador del Evangelio.


Referencias:

[1] Sante Uberto Barbleri, Land of Eldorado, págs. 62, 63. Friendship Press, Nueva York, 1961.

[2] Id., pág. 63.

[3] Id., pág. 67

[4] Rycroft. Opus cit., pág. 137.

[5] Robert E. Speer, Opus cit., pág. 231.

[6] Rycroft, Opus cit., pág. 139

[7] E. G. de Whlte, Profetas y Reyes, pág. 140. Pacific Press, Mountain View, 1957.