En su primera carta a los cristianos de Corinto, en el capítulo 12, el apóstol Pablo habla de la iglesia valiéndose del símbolo de un cuerpo. La descripción es realizada en el contexto de la enseñanza acerca de los dones espirituales, recibidos y ejercidos de forma armoniosa e interdependiente por los creyentes, al igual que los miembros de un cuerpo tienen funciones diferentes, pero actúan conjuntamente en función del bienestar orgánico integral. Escribe el apóstol: “Tara que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. […] Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Cor. 12:25, 27).

Como participantes de la comunidad de la fe, todos los creyentes reciben dones espirituales, a fin de desempeñar, unidos, diversos ministerios. Ser cristiano es ser miembro activo del cuerpo simbólico de Cristo. Esto significa que el creyente debe ser incluido en un grupo o ministerio de servicio útil en el Reino de Dios. En la visión paulina, al igual que en toda la Biblia, no existe la idea de que un converso sea bautizado y sobreviva aparte del cuerpo. Por el contrario, todos deben ser alistados en alguna actividad útil, delegada por el Espíritu Santo, que es el administrador de la iglesia.

De entrada, no es difícil concluir que el desempeño de los dones espirituales en la iglesia, por medio de los ministerios organizados, es la base para la construcción de una comunidad espiritual sólida y fructífera.

Podemos definir a los ministerios como grupos pequeños relaciónales de servicio, en los que se busca la comunión acogedora, y donde el placer de participar y realizar el bien se convierte en el motor propulsor de la vida cristiana. En lugar de que el pastor centralice el liderazgo, un sistema de ministerios distribuirá responsabilidades. Jesús ejemplificó perfectamente esa actitud.

Por dónde comenzar

“El hecho de que Jesús siempre ministró en un grupo y siempre envió discípulos en grupos, o al menos de a dos, debiera hacernos pensar seriamente en nuestro método de trabajar solos. Si somos cristianos bíblicos, seguiremos el plan del Maestro y trabajaremos en grupos, tal cual nos enseñó Jesús. ¿Por qué parece tan extraño hacer exactamente lo que Jesús nos instruyó que hiciéramos?”[1]

El primer paso en esa dirección es el descubrimiento de los dones existentes en la congregación. Luego, es necesario ministrar entrenamiento a sus poseedores y planificar la utilización de esos dones. “Donde sea que comencemos el desarrollo de la iglesia, utilizando los dones que existen, estamos comenzando con el tesoro que Dios dio a la iglesia. Por eso, tal proceso es alegre y liberador […] Los cristianos no tienen que hacer todo, sino tienen que hacer aquello para lo que Dios los capacito y los llamó a realizar”.[2]

Pero, de nada valdrá el descubrimiento de los dones espirituales si, en primer lugar, la mentalidad y la forma de comprender la iglesia, al igual que la vida cristiana, no están conectadas con la visión del Nuevo Testamento. Para que eso suceda, debe haber un esfuerzo consciente y dirigido hacia el cambio de paradigmas superados. La “nueva” visión debe ser compartida constantemente. En el caso de que ese proceso sea descuidado, todo el programa eclesiástico estará sujeto al fracaso. Los miembros de iglesia pensarán que todo no es más que “un programa más”, como tantos otros que surgen y desaparecen, conforme los pastores son transferidos de iglesia.

Generalmente, todo movimiento en dirección a cambios en los métodos de trabajo encuentra alguna resistencia inicial, manifestada en las siguientes formas: tradicionalismo, expresado en declaraciones como: “Las cosas siempre se hicieron así, ¿por qué tenemos que cambiar?”; miedo a lo nuevo, presente en preguntas como estas: “Este programa ¿no está equivocado? ¿No va contra los principios de la iglesia? ¿No estaremos facilitando el surgimiento de divisiones?”; o comparación con otras denominaciones. En ese caso, algunos dicen: “Estas ideas parecen pentecostales, congregacionalismo”, y otras por el estilo.

Algunos miembros incluso preguntarán: “¿Hemos estado equivocados todo el tiempo?” De ese modo, revelan desconocimiento de que los métodos utilizados sencillamente se vuelven obsoletos, y necesitan ser sustituidos por métodos adecuados a las exigencias de la actualidad.

De la teoría a la práctica

Luego de hacer el inventario de los dones y el entrenamiento de los creyentes, es necesario establecer el propósito de la existencia de la iglesia en el barrio o en la ciudad, a través de una declaración de misión específica. Declaraciones como “predicar el evangelio” o “llevar el mensaje” suenan genéricas. Una declaración de misión debe contener el blanco propuesto y los medios por los que será perseguido. En una iglesia pequeña de nuestro distrito, en Bello Horizonte, establecimos la siguiente declaración de misión: “Llevar salvación a la comunidad de Nueva Vista, a través de la evangelización y el servicio social”.

El siguiente paso es el establecimiento de una visión panorámica del trabajo que debe ser realizado. Esa visión consiste en especificar el público blanco que debe ser alcanzado; los objetivos que se pretende alcanzar; los programas que serán desarrollados con ese propósito; y los ministerios incluidos en el trabajo. Cada ministerio debe reunir a las personas específicamente dotadas. Por ejemplo, quien posee el don de la hospitalidad debe ser colocado en actividades que permitan el contacto con otras personas. Quien tiene el don de enseñar, debe enseñar, el evangelista evangelizar, y demás. Cada conjunto de dones cumplirá su misión de manera específica, complementando mutuamente el trabajo.

En el caso de que alguien sea señalado para realizar una tarea para la que no se siente habilitado, no podemos esperar entusiasmo ni resultados compensadores. Por esa razón, es extremadamente necesario que estemos atentos, con el fin de colocar a las personas correctas en los lugares adecuados; ofrecerles entrenamiento correcto, inspiración; y equiparlos, además de supervisión constante.

“Los ministerios se abren como oportunidades para que los miembros crezcan en su mayordomía -al compartir una prenda-, crezcan en el servicio y en la generosidad, al dar de sus recursos para servir a los que están sufriendo. Esto no es distraer a la iglesia en el cumplimiento de la misión; muy por el contrario, espera y busca fortalecerla”.[3]

En la formación de ministerios, es importante prestar atención a situaciones que puedan comprometer el trabajo. Por eso, el pastor debe realizar reuniones de evaluación, intercambio de ideas, motivación y oración, que pueden realizarse en un ambiente de confraternización social que fomente la amistad y el compañerismo. Pequeños gestos por parte del pastor representan una gran ayuda e incentivo para las personas que participan del trabajo. Ejemplo de esto es el envío de algún mensaje especial en el día del cumpleaños de cada persona, además del reconocimiento público, en toda oportunidad que se presente, por la dedicación y por los resultados conseguidos.

En suma, con el fin de colocar a la iglesia en el rumbo correcto de la misión, alistando a los diversos ministerios existentes, es necesario que el líder tome en cuenta los siguientes puntos:

  • Contenido direccionado a un fin concreto, con propósitos definidos por los participantes de cada ministerio, fomentando así la mentalidad de compromiso con el proyecto.
  • Entrenamiento para el desarrollo de las funciones.
  • Plazo para inicio y término.
  • Evaluación periódica, en constantes reuniones formales e informales.
  • Presupuesto disponible.
  • Reconocimiento público a los participantes, por los servicios prestados.

Finalmente, es oportuno que reflexionemos en las palabras del pastor Jan Paulsen, presidente mundial de la Iglesia Adventista, cuando expresó lo siguiente: “Algunas veces, quedo admirado de que podamos estar más inclinados a observar la pared que está a nuestra retaguardia, examinándola, reparando eventuales brechas, que centrándonos en la dirección hacia la que debemos avanzar. Es aquí que siento el deber de recordar a todos: la única vida que tenemos para vivir es la que está delante de nosotros”.[4]

Es imprescindible que nos programemos para hacer avanzar a la iglesia.

Sobre el autor: Pastor en Belo Horizonte, Associación Mineira Central, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Russell Burril, La iglesia revolucionada del siglo XXI (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2007), p. 52.

[2] Christian A. Schwarz, Mudanza de Paradigma na Igreja, (Curitiba, PR: Evangélica Esperanza, 1999), p. 185.

[3] Miguel Bernui Contreras, “Movilizando a la iglesia para servir”, Ministerio Adventista (mayo-junio 2007), p. 12.

[4] Jan Paulsen, “La iglesia del futuro”, ML, p. 18.