Me extrañó la reacción de un compañero de jornada ministerial cuando, en cierta ocasión, le pregunté acerca de sus sentimientos, su nivel de satisfacción y de realización personal experimentados a lo largo del trabajo pastoral. Su respuesta, mezclada con alguna pizca de ironía, fue: “Soy solo pastor de iglesia”. Enfaticé, a aquel querido compañero, que ser pastor de iglesia es una función extremadamente gratificante; en verdad, la vocación más elevada de la tierra, y no existe ninguna otra con la que pueda ser comparada.
Es probable que, en algún momento, hayas sido asaltado por el pensamiento de que tu ministerio pastoral no es objeto de atención y reconocimiento por parte de la iglesia y de sus líderes, pero esta idea es engañosa. En el contexto jerárquico de la Iglesia Adventista, el pastorado de congregaciones es el trabajo más valioso; sencillamente porque, sin él, el camino al éxito de nuestra misión se vería altamente dificultado.
Pensando en esto y a propósito del Día del Pastor, conmemorado el último sábado de octubre, deseo felicitar con mucho cariño y merecido reconocimiento a los pastores de la División Sudamericana. Me refiero especialmente a ti, pastor de iglesia, que luchas en el frente de batalla, teniendo el privilegio de llegar a los corazones necesitados con más frecuencia, y hasta con más autoridad, que cualquier otro ministerio que sirva en funciones administrativas.
Tu trabajo es consolar, aconsejar, indicar el camino de la salvación, aplicar el bálsamo de la restauración a las personas heridas tanto en el sentido emocional, como físico y espiritual. En general, esta tarea se muestra ardua; y a veces te sientes exhausto, al límite del desánimo, ante miles de problemas a los que debes encontrar solución. Pero recuerda que, ante los ojos de Dios, ese trabajo, que a veces no parece fructificar a corto o mediano plazo, no pasa desapercibido, y en la eternidad mostrará sus resultados. Busca sentir la paz, la tranquilidad y la alegría que brotan de la certeza del deber cumplido. No te desalientes.
El pastor de iglesia tiene, en su rebaño, una extensión de su familia, cuyos miembros conoce como nadie. Conócelos por su nombre, conoce sus luchas, inquietudes, debilidades y conquistas, tristezas y alegrías. En esto, el pastor se iguala al Supremo Pastor y, a su semejanza, se empeña en la búsqueda de la satisfacción de las necesidades de las ovejas.
Permanece constantemente sentado a los pies de Cristo, pastor. Alimenta tu amor por él por medio de la comunión diaria, estudiando la Biblia y orando sin cesar. Así verás crecer tu amor por el llamado que recibiste, por la iglesia y por sus miembros. No hay otra manera de sentirse feliz como pastor. En caso de que no tengas en cuenta esta fórmula, tendrás en el pastorado una carga insoportable y todo cuanto hicieres para desarrollarlo será considerado un sacrificio doloroso. Aprovecha esta ocasión para reafirmar tu dedicación al servicio del Maestro y de la causa del evangelio. Mantente firme, fiel a tu vocación.
Recibe el reconocimiento sincero de la iglesia y de su liderazgo por todo lo que has hecho, haces y harás en favor de la causa de Dios. Medita en el consejo del apóstol Pedro y, cuando seas tentado a enfrascarte en el vacío de la aparente falta de gratitud y reconocimiento humanos, disfruta anticipadamente la gloriosa recompensa prometida: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Ped. 5:1-4).
Sobre el autor: Secretario de campo de la División Interamericana.