Existe una gran tendencia a ajustar la obra de Dios a un patrón determinado. Vivimos en la época de la uniformidad y hasta las cosas espirituales sufren los efectos de la secularización en esta era de la cibernética.

Las ciencias políticas y sociales trazan nuevos rumbos y señalan nuevas soluciones —en su mayoría utópicas— para los problemas humanos.

La administración de la iglesia de Dios en la tierra no es todavía una cuestión técnica como muchos piensan. La obra de comunicar a los hombres los planes de Dios y de extender su reino en este mundo es mucho más que una empresa, según la aplicación moderna que se da a esta palabra. No somos empresarios, sino misioneros. Colocar los negocios de la iglesia en las manos de técnicos en administración, formados en las mejores universidades, sería correr el gran riesgo de ver un brusco retroceso en la causa de Cristo.

Para dirigir los asuntos divinos hace falta una mente iluminada por la Divinidad. Las cosas de Dios sólo se pueden manejar con sabiduría celestial, visión y discernimiento provenientes del Espíritu Santo. En 1 Corintios 2:14 Pablo afirma que las cosas espirituales “se han de discernir espiritualmente”.

Quien no tiene la mente de Cristo no puede dedicarse con éxito a las cosas de la causa de Cristo. Nuestros problemas son espirituales, no técnicos.

Hace poco leí en el libro The Story of Redemption, de la Sra. de White, algo que me hizo meditar. En las páginas 349 y 350 habla de Lutero y de Melanchton. La obra de la Reforma debía avanzar y Dios escogió dos personalidades distintas para promoverla. Lutero era intrépido, valiente hasta la temeridad. Melanchton en cambio, era sereno, reflexivo, prudente. Los caracteres de ambos se complementaban. Cuando Lutero se excedía en su ardor por la Reforma, Melanchton actuaba a manera de freno para tanto ímpetu. La Sra. de White termina el párrafo diciendo:

“La cautela muy previsora de Melanchton a menudo desvió dificultades que habrían afectado a la causa si la obra hubiera quedado solamente en manos de Lutero; y muchas veces la obra no habría adelantado si hubiera quedado a cargo únicamente de Melanchton. Me fue mostrada la sabiduría de Dios al elegir a estos dos hombres para promover la obra de la Reforma”.

Si la obra de la Reforma hubiera sido tarea puramente humana, un técnico administrativo posiblemente hubiera considerado impropio emplear a Melanchton o quizá a Lutero mismo para esa misión. Como lo afirma Pablo:

“Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (1 Cor. 2:6-8).

La mera sabiduría humana no sirve para hacer la obra de Dios en la tierra. El que no aprende con Dios no puede ser un obrero de Dios.

Por lo tanto, lo mejor que podemos hacer es pedirle a Dios que él mismo dirija su obra, llamando a las criaturas y capacitándolas con poder de lo alto para hacer la tarea que debe ser hecha.

Más conocimiento de Dios y menos confianza en la sabiduría humana. Más oración y menos ocupación.

Más dependencia de Dios y menos dependencia de los recursos técnicos.

Menos crítica y más confianza en la conducción que Dios estableció en la obra.

Sobre el autor: Pastor de la iglesia del Instituto Adventista Cruzeiro do Sul, Taguara, Río Grande do Sul, Brasil