Cuando Jesús dejó a sus discípulos, les encomendó sólo una tarea. Fue la de evangelizar al mundo. Imagino que al conversar con ellos les dirigió más o menos estas palabras: “Voy a dejar vuestra compañía y partir por mucho tiempo. Durante mi ausencia, quiero que llevéis este Evangelio a todo el mundo. Haced que todas las naciones, tribus y lenguas lo oigan”.
Esas fueron sus instrucciones. Esa fue la única cosa que les mandó que hiciesen, y ellos lo entendieron perfectamente. Sin embargo, ¿qué es lo que la Iglesia viene haciendo mientras El no regresa? ¿Será que estamos ejecutando sus órdenes? ¿Será que estamos obedeciendo su mandato? La verdad es que lo hicimos todo, excepto la única cosa que Él nos mandó hacer. Jesús jamás nos mandó construir escuelas, colegios, universidades, pero lo hacemos. Nunca nos mandó levantar hospitales, asilos u hogares para ancianos. Nunca nos dijo que deberíamos construir iglesias u organizar escuelas cristianas de vacaciones o congresos de jóvenes, y aun eso estamos haciendo. No cabe duda de que debemos hacer estas cosas, dado que son importantes y valen la pena.
Leímos en el periódico Palavra da Vida: “No obstante, la única cosa que nos encomendó hacer, fue la única cosa que dejamos de hacer. No llevamos el Evangelio a todo el mundo. No cumplimos sus órdenes”.
Algunos de nosotros podremos disentir con este enfoque. La verdad es que algo estamos realizando para el Señor. Sin embargo, cuando hacemos un análisis tomando en cuenta cuántos somos y cuánto realizamos, llegamos a la triste conclusión de que aún hay mucha tierra por conquistar.
Del estudio y las recomendaciones sobre la terminación de la obra realizados en la Asociación General, nos gustaría subrayar los pasos a seguir:
“Satanás atacará a la iglesia tanto desde adentro como desde afuera con el propósito de hacerle perder el rumbo. Lo conseguirá si logra mantenernos ocupados en cosas secundarias que, aunque importantes, no constituyen la verdadera misión de la iglesia.
“El crecimiento mismo de ella y la influencia del mundo que nos rodea, pueden distraernos de nuestra obra primordial, induciéndonos a crear y lanzar programas o actividades que en vez de ayudar a evangelizar el mundo sean una rémora que demore esa obra. El abandono de la evangelización directa y agresiva, y su reemplazo por programas indirectos e infructíferos, detuvo a los grandes movimientos religiosos del pasado, y es la causa de su estancamiento y retroceso actuales. Por las mismas razones podría fracasar el pueblo remanente.
“Por eso nos corresponde ahora determinar qué pasos vamos a dar para que la evangelización tenga prioridad absoluta en todos los niveles y en todos los frentes. A fin de lograrlo, deberíamos abandonar ciertas actividades que ahora consumen nuestro tiempo y atención, y retornar a la auténtica misión de la iglesia: la evangelización dinámica. Si no lo hacemos, podríamos transformarnos en víctimas de actividades secundarias y llegaríamos a existir sin actuar. Alguien lo expresó así: ‘Podemos llegar a estar tan ocupados haciendo lo urgente, que no tengamos tiempo para hacer lo importante’…
“Estamos plenamente convencidos de que, con nuestro potencial humano y financiero, totalmente sometido a la dirección del Espíritu Santo, y plenamente seguros del cumplimiento de las promesas de Dios, es posible dar a la obra un empuje que apresure el retorno de Cristo.
“En algunas regiones, tratar de mover a la iglesia y su estructura para que la evangelización, el reavivamiento y la reforma tengan incuestionable prioridad, es tarea sumamente difícil. Hay otras actividades más atrayentes. El momento exige, sin embargo, una convicción y una acción decididas, indispensables para establecer las prioridades que requiere la terminación de la obra”.
“Recae sobre nosotros la grave responsabilidad de amonestar a un mundo con respecto a su condenación venidera… La Iglesia, piadosamente consagrada a la obra, ha de llevar este mensaje al mundo: Venid al banquete del Evangelio; la cena está preparada, venid… Ha de ser hallada la perla perdida. Hay que volver a poner la oveja perdida a salvo en el redil” (El Evangelismo, pág. 16).
Cristo desea regresar. Entonces, ¿por qué no regresó todavía? Él está esperando que hagamos lo que nos mandó hacer.