Al leer la Biblia, mucha gente revisa las diferentes listas que se encuentran en sus páginas. Las genealogías, las ciudades, las tribus o los nombres de los oficiales son ignorados por los lectores que no valoran la información que se presenta. Sin embargo, no están en el texto sagrado por casualidad, y siempre proporcionan valiosas lecciones para aquellos que se dedican a entenderlas. En 1 Crónicas 12:24 al 37 encontramos la lista, por tribu, de los guerreros que se unieron a David en Hebrón, con la idea de legitimarlo como rey en lugar de Saúl.

  La lista generalmente destaca la cantidad total y la capacidad militar de estos hombres, pero de repente se desvía de la regla en el versículo 32: “De los hijos de Isacar, doscientos principales, entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía hacer, cuyo dicho seguían todos sus hermanos”. Dos conceptos llaman la atención en este texto. En primer lugar, el cronista no revela cuántos soldados había, pero destaca el número modesto de jefes en relación con las demás tribus. A continuación, describe una importante cualidad de estos líderes: eran “entendidos en los tiempos”; tenían “conocimiento de lo que Israel debía hacer” (NBLA); “entendían las señales de los tiempos y sabían cuál era el mejor camino para Israel” (NTV); “eran hombres expertos en el conocimiento de los tiempos, que sabían lo que Israel tenía que hacer” (NVI).

 La variedad de versiones del texto nos ayuda a entender la diferencia que tenían los jefes de la tribu de Isacar. Ellos eran capaces de evaluar el rumbo de los vientos sociales, políticos y religiosos de Israel, y de trazar planes para avanzar en la dirección correcta. Ejercitando la imaginación, podemos conjeturar qué es lo que hacía que fuesen unos adalides tan diferentes.

 Probablemente, esos hombres eran buenos observadores. Y aquí cabe una distinción: no podemos confundir el poder de observar con la capacidad de ver. La mayoría de las personas ve, pero no muchas son hábiles en observar lo que está ante sus ojos. Esto significa que no prestan atención a los detalles, a los patrones previos a los hechos o a las diferentes perspectivas posibles. Los jefes de la tribu de Isacar eran conscientes del derrumbe de la gestión de Saúl, del liderazgo emergente de David y de su llamado divino.

 Más que observadores, posiblemente eran capaces de reflexionar sobre lo que habían observado. La reflexión es un ejercicio que demanda tiempo y acopio de información; lleva a la persona a hacer preguntas y a buscar respuestas que van más allá del sentido común, permitiendo elaborar conocimiento que debe tener aplicaciones prácticas. Tal vez por este motivo haya sido llamativo el hecho de que fueran “entendidos en los tiempos”.

 El retrato de los líderes de Isacar debe incluir, presumiblemente, la habilidad de planificación. Observación y reflexión son prerrequisitos para la elaboración de planes bien estructurados. Tener pericia y disposición para ir a la guerra es importante, pero conocer el campo de batalla, los recursos disponibles, la capacidad bélica del enemigo y las mejores estrategias es fundamental. La observación y la interpretación del contexto en el que vivían, sumadas a la capacidad de planificar para el futuro, probablemente hicieron de Isacar una tribu capaz de contribuir significativamente a la solidificación del reinado de David.

 Tal como en el siglo X a.C., el pueblo de Dios de hoy también necesita líderes: pastores que sean observadores y reflexivos, con buena capacidad de planificación y disposición para la acción. Necesitamos buscar la sabiduría divina (Sant. 1:5), para guiar a nuestro rebaño de la mejor manera a través de los desafíos que se levantan contra él. De hecho, los días en los que vivimos hacen que sea imperativo que sepamos evaluar el contexto en el que estamos insertos, para trazar un camino seguro a fin de cumplir los propósitos designados por el Señor, hasta que el Rey venga.

Sobre el autor: Editor de la revista Ministerio, edición de la CPB.