La importancia del principio Solus Christus en un mundo cada vez más plurarizado

El principio Solus Christus afirma que Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim. 2:5; Juan 14:6). Junto con Sola gratia y Sola fide, Solus Christus expresa la fe protestante que afirma que “no hay salvación en ningún otro nombre”, a no ser el de Jesús (Hech. 4:12). En una era “que más y más está siendo llamada posmoderna” y que “se encuentra a la deriva en un mar de perspectivas pluralistas, de posibilidades filosóficas en exceso”,[1] más que nunca la enseñanza bíblica respecto de la singularidad de la persona de Cristo debe estar clara en nuestra mente. De hecho, porque Jesús es singular y exclusivo, su obra es toda suficiente. De esa manera, la Biblia enseña que somos salvos sobre la base de lo que Jesús es y de aquello que él hizo por nosotros.

La singularidad de Jesús

Las Sagradas Escrituras dan testimonio acerca de la plena divinidad de Cristo al mismo tiempo que afirman que él es plenamente humano. Ese es un misterio insondable para la mente humana, que aceptamos por la fe. Al venir al mundo, Jesús tenía total conciencia de su identidad y de su misión. Eso se demuestra por sus acciones registradas en los evangelios. Además de esto, el apóstol Pablo y los demás escritores bíblicos dejan claro en sus epístolas su pleno reconocimiento de Cristo como el Hijo de Dios encarnado.

La autoconciencia de Cristo

Jesús declaró que el Antiguo Testamento apunta hacia él (Juan 5:39; Luc. 24:27). Esa no es una afirmación común. Alegaba ser el cumplimiento de “todos los tipos y las sombras del Mesías en el Antiguo Testamento, y que él era, también, el Hijo eterno, identificado con el Señor de la alianza y, por lo tanto, Dios, igual al Padre en todos los sentidos”.[2] De esa manera, es imposible agotar todo lo que la Biblia habla sobre su singularidad. Presentaremos apenas algunos pocos ejemplos.

Jesús era todavía un adolescente cuando se refirió a Dios como su Padre por primera vez (Luc. 2:42, 49). En los evangelios, lo hizo casi unas cincuenta veces. La Biblia explica el significado de esa expresión a partir del relato de Juan sobre una controversia entre Cristo y los judíos. Cuando él llamó a Dios “mi padre”, en Juan 5:17, los judíos entendieron que “decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios”.

En Mateo 16:15, cuando preguntó a los discípulos: “¿Quiénes dicen que yo soy?”, Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mat. 16:16). En su respuesta, el apóstol afirmó que Jesús es el Mesías y lo identificó como Dios. Cristo reaccionó a la afirmación de Pedro llamándolo bienaventurado por haber alcanzado esa percepción, y aclaró que esto procedía de “su Padre” (Mat. 16:17).

Los evangelios sinópticos mencionan que Jesús perdonó los pecados de un paralítico (Mat. 9:2; Mar. 2:5; Luc. 5:20), y los judíos, posiblemente sobre la base de Isaías 43:25 y otros pasajes del Antiguo Testamento (Sal. 32:5; 130:4; Isa. 44:22; 55:7), alegaron blasfemia (Mat. 9:3; Mar. 2:7; Luc. 5:21). La acción perdonadora de Cristo fue interpretada por los escribas y los fariseos como una referencia a su divinidad; de hecho, no solo ese sino los demás milagros de Jesús atestiguaban eso (Juan 20:30, 31). Cuando Juan el Bautista estaba preso, al oír hablar de las obras de Jesús, envió a sus discípulos con la siguiente pregunta: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperamos a otro?” (Mat. 11:3). Esa pregunta nos remite al significado cristológico de las acciones de Jesús. La respuesta de Cristo en Mateo 11:4 y 5 lo identifica como el cumplimiento de textos mesiánicos como Isaías 29:18 y 19; 35:5 y 6; y 61:1. A partir de Isaías 9:6, observamos que los judíos identificaban al Mesías como el propio Dios en carne. En Juan 17:5, Jesús habla de su preexistencia eterna. En este pasaje, Padre e Hijo compartían la misma gloria. En ese caso, Jesús está también afirmando su divinidad, ya que, según Isaías 42:8 y 48:11, Dios no comparte su gloria con nadie. En Juan 8:58 (Juan 10:36), Jesús reivindica el título con el que Dios se identifica a Moisés en Éxodo 3:14. Los judíos, “tomaron entonces piedras para arrojárselas” (Juan 8:59; 10:31-33; 11:8). En el Antiguo Testamento, el apedreamiento era la punición prescrita para la blasfemia (Lev. 24:15, 16).[3] En Juan 14:6, porque Jesús tenía conciencia de su divinidad y humanidad combinadas, se presenta como el único medio de acceso al Padre. Schnackenburg observa que ese versículo “forma un sumario clásico de la doctrina joanina de la salvación, que está basada enteramente en Jesucristo”.[4] Jesús sabía que solamente su vida podía pagar el precio de nuestro rescate (Mat. 20:28). Más que eso, dejó en claro que solamente permaneciendo en él, sobre la base de lo que él continuamente realiza por nosotros, es que podemos permanecer salvos (Juan 15:6).

El testimonio de los apóstoles

Marcos inicia su Evangelio con una frase de profundo significado teológico: “Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mar. 1:1). Como sabemos, el término Cristo es la traducción griega del hebreo Mesías. Esa palabra denota el cumplimiento de la expectativa israelita de un libertador.[5] Siendo así, el evangelista está expresando una creencia que es compartida por los apóstoles: Jesús es el Mesías largamente esperado por Israel; ¡él es Dios en carne! El término Cristo aparece asociado a Jesús casi 250 veces, y el título Hijo de Dios está relacionado con él más de diez veces en el Nuevo Testamento.[6] De hecho, constantemente los apóstoles atribuían ese título a Cristo (Gál. 2:20; 1 Juan 5:20).

Juan 1:14 declara que el Verbo se hizo carne, a la vez que 1:1 al 3 es una categórica afirmación de su preexistencia eterna. El apóstol Pablo también identifica a Cristo como Dios eternamente preexistente (Fil. 2:6, 7),[7] pero también como hombre (Fil. 2:7, 8). Sin embargo, un hombre singular, tomando en cuenta que “en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9; ver 1:19).[8] En Hebreos 1:1 al 3, el Hijo es presentado como la cúspide de la revelación de Dios, ya que él es “la expresión exacta de su ser” (Juan 14:9; 2 Cor. 4:4; Col. 1:15). Por su parte, Cristo realmente se transformó en un hombre “a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (Heb. 2:9). El autor del libro de Hebreos demuestra que, “para que pudiera entrar en todas las experiencias de la humanidad, Cristo se transformó en hombre” (Heb. 2:14).[9] Según Hebreos 2:17, “por lo cual debía ser [Cristo en todo semejante a sus hermanos”. El término griego traducido como “por lo cual debía” es ōpheilen (de ōpheilō). Ese verbo es usado en el Nuevo Testamento para indicar algo que es debido en términos financieros (Mat. 18:28), pero también para indicar “deber” en el sentido de algo que es necesario, compulsivo u obligatorio (1 Cor. 5:10; 7:36).[10] De esa manera, en Hebreos 2:17, el texto afirma que era necesario que Jesús se hiciera semejante a sus hermanos. No había otra forma de salvar a la humanidad.[11]

Por lo tanto, en Cristo tenemos combinadas dos características fundamentales para nuestra salvación. Como afirma Kevin Vanhoozer, “en Cristo no hay meramente perfecta humanidad (Heb. 4:15), sino también toda la plenitud de la divinidad habitando corporalmente (Col. 2:9)”.[12] Porque Jesús es singular, su obra es exclusiva. Lo que él hace no está disociado de quien él es. La Biblia afirma que Dios, en Cristo, estaba reconciliando consigo al mundo (2 Cor. 5:19), porque frente a la universalidad del pecado, solamente Dios en Cristo podía remediarlo.[13]

Completa suficiencia

Las Sagradas Escrituras utilizan un lenguaje peculiar a fin de identificar a Cristo como nuestro suficiente Salvador. En Hebreos 7:27, a partir de la expresión “una vez para siempre”, la Biblia contrasta la naturaleza repetitiva del ritual en el Santuario terrenal con la completa y absoluta eficacia del sacrificio de Jesús. Esa misma fraseología es utilizada en otros lugares con la misma finalidad (Heb. 7:27; 9:12, 26; 10:10). Otras expresiones que indican suficiencia aparecen a lo largo del Nuevo Testamento: un solo hombre, Jesucristo (Rom. 5:15); uno solo, a saber, Cristo Jesús (Rom. 5:17); un solo acto de justicia (Rom. 5:18); obediencia de uno solo (Rom. 5:19); por un hombre (1 Cor. 15:21, 22). La completa suficiencia de Cristo como nuestro Salvador también es enfatizada a partir de la idea de que es Profeta y Sacerdote–rey.

Profeta

En Deuteronomio 18:15 al 19, Moisés afirma que Dios levantaría un profeta semejante a él. Aunque el contexto inmediato del pasaje indique que ese nuevo profeta era Josué (Jos. 1:1-8), es necesario tomaren consideración dos cuestiones: 1) para algunos estudiosos, tal vez Josué sea la figura del Antiguo Testamento más tipológica de Jesús.[14] 2) el Nuevo Testamento aplica Deuteronomio 18:15 al 19 directamente a Cristo (Hech. 3:22-26; 7:37). Otros pasajes hacen referencia a Jesús como profeta (Mat. 16:14; Luc. 7:16; 9:8; Juan 4:19; 9:17). Sin embargo, él es más que un profeta, tomando en consideración que es Aquel de quien todos los profetas hablaron (Luc. 24:24-27, 44-47; Juan 5:45-47; 1 Ped. 1:10-12). Además de eso, un profeta habla por la autoridad que le es dada por Dios; en contraste, Cristo habla por su propia autoridad: “Pero yo os digo” (Mat. 5:22, 28, 32, 34, 39, 44). Él tiene toda la autoridad en el cielo y en la Tierra (Mat. 28:18).

Sacerdote–rey

Como sacrificio por el pecado (Heb. 5:7) y Sumo Sacerdote (Heb. 5:10), Jesús “vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Heb. 5:9). Cuando estudiamos el sacerdocio en el Antiguo Testamento, observamos que el sacerdote 1) es elegido por Dios; 2) representa al pueblo delante de Dios; y 3) ofrece sacrificios a Dios. En otras palabras, actúa como mediador. No obstante, el libro de Hebreos muestra que Cristo es mayor que los sacerdotes del Antiguo Testamento (Heb. 5:5-10; 2:5-18; 7:23-28; 9:12; 10:15-18; 9:11-15). En Apocalipsis 4 y 5 tenemos una escena en el Santuario celestial en que él reina como sacerdote–rey.[15] En 2 Samuel 7:12 al 16, Dios promete a David que siempre habría un descendiente en su trono (ver Sal. 132:11, 12). Sin embargo, sobrevinieron el cautiverio y la destrucción del reino, y entonces, las profecías sobre la restauración del trono de David (Isa. 11:1-5, 10; Jer. 23:5; 30:9; 33:14-22; Eze. 34:23, 24; 37:24, 25; Oseas 3:5). Una importante profecía en forma de poesía se ofrece en el Salmo 110, escrito por el rey David (ver Sal. 110:1; Mat. 22:41-45). Mateo 22:42 muestra que los judíos interpretaban ese Salmo como mesiánico. El rey no podría estar refiriéndose a la dinastía davídica, teniendo en vista el decreto de Dios en relación con el Señor de David: “Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Sal. 110:4). Hans LaRondelle explica:

“David jamás fue llamado sacerdote. La dinastía davídica vino de la tribu de Judá. Los dos oficios jamás se unificaron en la historia de Israel; eran enteramente separados (Núm. 8:19; 2 Crón. 26:16-20; 1 Sam. 13:9, 14). La promesa de Salmo 110:4 solamente puede, por lo tanto, referirse al Mesías”.[16]

De esa manera, el Nuevo Testamento explica el ministerio sacerdotal de Cristo en el cielo como del sacerdote–rey del Salmo 110 (Hech. 2:30-36). De hecho, este es el Salmo más citado en el Nuevo Testamento. En palabras de LaRondelle, “este es un testimonio de importancia primordial para la iglesia del Señor Jesús”.[17]

Para finalizar esta sección, me parece perspicaz la observación de Herman Bavinck: “La obra que el mediador estaba encargado de cumplir no terminó con su sufrimiento y muerte […]. Aunque él haya completado toda la obra para la que el Padre lo instruyó para realizar en la Tierra, en el cielo continúa su actividad profética, sacerdotal y real”.[18] Como tal, Jesús es Salvador y Mediador totalmente suficiente (Hech. 5:30, 31).[19] ¡No necesitamos de ningún otro!

Desafío contemporáneo

De acuerdo con lo que destaca la declaración “La unicidad de Cristo en nuestro mundo plural”,[20] vivimos en un mundo de diferentes culturas, lenguas, puntos de vista, alternativas, códigos morales, sistemas científicos y religiones. Un mundo cada vez más diverso, en el que la creencia según la cual Cristo es nuestro único Salvador y Mediador es recibida con desconfianza. Después del Iluminismo, “la mayoría de las personas considera imposible creer en las verdades y en los últimos intereses de la cosmovisión cristiana”.[21] En ese contexto, el principio Solo Christus parece más urgente hoy de lo que lo fue en el período de la Reforma.

Jesús insistió en que el evangelio del Reino debía ser predicado en todo el mundo (Mat. 24:14; 28:18-20). Más de dos mil años han pasado, y todavía hay mucho por hacer. Sus palabras todavía resuenan para los cristianos contemporáneos: “Hagan discípulos de todas las naciones”. Él es el único a quien el Padre concedió “toda autoridad en el cielo y en la tierra”. A fin de cuentas, ¿quién puede salvar totalmente a quienes se acercan a Dios por su intermedio? Y ¿quién vive siempre para interceder por ellos? ¿Quién es el Ser divino que vino al mundo para asumir la naturaleza humana? ¿Quién es el Mediador entre Dios y los hombres? ¿Quién es la Verdad, la Vida, y el único camino de acceso al Trono del Padre? Como cristianos, propaguemos este mensaje al mundo: ¡solamente Cristo!

Sobre el autor: doctorando en Teología por la Universidad Andrews, Estados Unidos.


Referencias

[1] James Sire, O Universo ao Lado: Um catálogo básico sobre cosmovisão, 4a ed. (San Pablo: Hagnos, 2009), p. 264

[2] Stephen Wellum, Christ Alone: The uniqueness of Jesus as Savior. What the reformers taught and why it still matters (Zondervan: Kindle Edition), p. 51. Ver Mat. 11:1-15; 12:41, 42; 13:16, 17; Luc. 7:18-22; 10:23, 24; Juan 17:3.

[3] Más detalles en Andreas J. Köstenberger, “John,” en Commentary on the New Testament Use of the Old Testament (Grand Rapids, MI; Nottingham, UK: Baker Academic; Apollos, 2007), p. 459.

[4] Citado por George R. Beasley-Murray, John, v. 36, Word Biblical Commentary (Dallas: Word, Incorporated, 2002), p. 252.

[5] William Arndt, Frederick W. Danker y Walter Bauer, A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature (Chicago: University of Chicago Press, 2000), p. 1.091.

[6] Mat. 27:54; Mar. 1:1; Juan 11:4; 20:31; Hech. 8:37; 9:20; Rom. 1:4; 2 Cor. 1:19; Heb. 4:14; 1 Juan 4:15; 5:5; 5:20. Si sumamos las veces que el nombre de Jesús no está explícitamente declarado pero se desprende del contexto, el número de ocurrencias puede elevarse a más de treinta veces. Para más detalles, ver Bruce Manning Metzger, A Textual Commentary on the Greek New Testament (Londres; Nova York: United Bible Societies, 1994), p. 315.

[7] Para una explicación sobre la expresión “en forma de Dios”, ver Gordon D. Fee, Pauline Christology: An exegetical-theological study (Peabody, MA: Hendrickson, 2007), pp. 372-375, 522-525.

[8] Fee observa que, en Colosenses 2:9, “el apóstol Pablo específicamente se refiere al Hijo como encarnación divina. Eso se hace evidente a partir de la referencia final con la adición del enfático ‘corporalmente’ ”. Ver Fee, Pauline Christology, p. 308.

[9] Francis D. Nichol, ed., The Seventh-Day Adventist Bible Commentary (Review and Herald Publishing Association, 1980), t. 7, p. 406.

[10] W. Arndt, F. W. Danker y W. Bauer. A Greek-English Lexicon, p. 743.

[11] La exclusividad de la obra expiatoria de Jesús es enfatizada por el apóstol Pablo innumerables veces, a partir de la frase “en Cristo”. Ejemplos: Rom. 3:24; 6:3, 11, 23; 1 Cor. 15:22; 2 Cor. 5:17-19; Efe. 1:3, 9, 12, 20).

[12] Kevin J. Vanhoozer, Biblical Authority After Babel: Retrieving the Solas in the spirit of mere Protestant Christianity (Grand Rapids, MI: Brazos, 2016), p. 149.

[13] Ángel Manuel Rodríguez, “World Religions and Salvation: An Adventist View”, en Message, Mission and Unity of the Church, ed. Ángel Manuel Rodríguez (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 2013), p. 432.

[14] W. A. Gage, Theological Poetics: Typology, Symbol and the Christ (Fort Lauderdale, FL: Warren A. Gage, 2010), p. 34.

[15] Richard M. Davidson, “Sanctuary Typology”, en Symposium on Revelation: Introductory and exegetical studies, Book 1, ed. Frank B. Holbrook (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 1992), p. 110.

[16] Hans K. LaRondelle, Deliverance in the Psalms: Messages of Hope for Today (Bradenton, FL: First Impressions, 2006), p. 185.

[17] Ibíd., p. 186.

[18] Citado por Norman Gulley, Systematic Theology: Creation, Christ, Salvation (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2014), p. 663.

[19] Wellum destaca cinco puntos de contraste entre Cristo y los sacerdotes en el Santuario terrenal. Para más detalles, ver Stephen Wellum, Christ Alone, pp. 142, 143.

[20] El título original en inglés es The Unique Christ in Our Pluralistic World. Se trata de un documento publicado como resultado de un encuentro en Manila, Filipinas, en junio de 1992. Como resultado de las discusiones, se emitió la referida declaración, que consiste en el volumen 5 de la serie WEF Theological Commission’s “Outreach and Identity”.

[21] Stephen Wellum, Christ Alone, p. 277.