¿Principio bíblico o justificación protestante?
El factor predominante que en el siglo XVI marcó la ruptura entre la Iglesia Católica y la Reforma protestante fue la doctrina de Sola Scriptura. El Concilio de Trento (8 de abril de 1546) reaccionó contra este principio, al afirmar que la verdad divina está “contenida en los libros escritos y en las tradiciones no escritas”[1] que se han preservado en el seno de la Iglesia Católica. Esta posición no ha cambiado, y hoy la iglesia papal continúa enseñando que: (1) ella posee “‘el depósito sagrado’ (cf. 1 Tim. 6:20; 2 Tim. 1:12-14) de la fe (‘depositum fidei’) contenido en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura”;[2] por lo tanto, ambos “se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción”.[3] Desde la perspectiva católica, la Sola Scriptura no es una enseñanza bíblica, sino un argumento creado por los reformadores (s. XVI) para negar la autoridad de la Iglesia Católica. La Catholic Encyclopedia pregunta: “¿Dónde dice en la Biblia que la Biblia es la única fuente de fe?”[4]
El tema es de interés para todo adventista, puesto que de todas las confesiones religiosas que aceptan la Sola Scriptura consideran que la suya es la más coherente con este principio.
Qué es Sola Scriptura
Sostener la Sola Scriptura significa afirmar que fuera de la Biblia no existe otra autoridad infalible de fe y práctica para los cristianos, y que todo lo que ella contiene es suficiente para la salvación. Esta idea no es completa hasta que se contrasta con aquellas cosas que ella no es:
1. No significa que la Biblia posee todo lo que Dios ha dicho o hecho. En la misma Escritura se afirma que hay cosas que ella no contiene, pues su propósito es salvífico (Juan 21:25), no enciclopédico.
2. No significa negar la razón (Mat. 22:37; Mar. 12:30; Luc. 10:27), pero esta debe estar sujeta a la autoridad de la Escritura (1 Cor. 2:1-6; 2 Cor. 10:5).[5]
3. No significa que la Biblia pueda ser interpretada de manera descuidada, generando conclusiones absurdas (2 Ped. 1:19-21; 3:15, 16). Una interpretación adecuada se rige por “principios de una hermenéutica sana”.[6]
4. Tampoco descarta la autoridad de la iglesia como maestra de la verdad bíblica (1 Tim. 3:15), pero la iglesia misma debe sujetarse a la Palabra de Dios (2 Tim. 3:15-17; 4:15). Es decir, la iglesia “tiene un rol ministerial para defender la Escritura, pero no tiene una función magisterial sobre la Escritura”.[7]
5. No significa negar la utilidad de las tradiciones adecuadas, pero sí sostiene que la Escritura está por encima de cualquiera de ellas, pues es la norma por la cual se debe juzgar toda costumbre religiosa y rechazarse si está en contra de ella.
¿Se encuentra la Sola Scriptura en la Biblia?
En la Biblia no existe una declaración que exprese literalmente el concepto de Sola Scriptura, pero eso no significa que la doctrina no esté ahí. Es como la Trinidad: aunque la palabra no es bíblica, la doctrina sí lo es. En el caso de la Sola Scriptura, esta emerge al estudiar la naturaleza de la Escritura, al reflexionar cómo los hombres piadosos se relacionaron con ella, así como el lugar único que ellos le dieron en el ámbito personal, y su papel frente a las ideas y las costumbres religiosas de sus días.
Durante el proceso de formación de la Escritura, los profetas recibieron el mensaje divino y lo transmitieron oralmente, pero para que este se preservara Dios mismo ordenó que se pusiera por escrito (Deut. 6:1- 9; 11:18, 19; 29:29; cf. Éxo. 17:14; 34:27; Deut. 31:19; Núm. 33:2; Jer. 30:2). Por eso, ya desde los días de Moisés se consideraba las Escrituras como autoritativas (Éxo. 24:3, 7). La Palabra escrita fue usada como norma de obediencia por el rey (Deut. 17:18, 19; cf. 30:10; Jos. 1:8; 23:6a), y por el pueblo (Deut. 30:10; cf. 31:11, 12); como norma de conducta (Jos 1:7; cf. Deut. 17:20; 23:6b); para distinguir entre la verdad y el error (Isa. 8:20). A Israel siempre se le recordó que la obediencia a la Escritura traería bendición (Deut. 30:9, 10; 1 Rey. 2:3), pero su desobediencia solo traería maldición y destrucción (Deut. 27:26; 28:58-61).
En tiempos del Nuevo Testamento (NT), época en la que el canon del Antiguo Testamento (AT) ya estaba formado,[8] se puede observar que tanto Jesús como sus discípulos usaron la Escritura como la autoridad final para dilucidar toda controversia religiosa (Mat. 4: 4, 7, 10; 19:3-6; 22:41-46; Mar. 12:35-40; Luc. 10:25, 26; 20:39-44; 24:25-27, 44-46). Tanto los apóstoles como el resto de creyentes, siguiendo el ejemplo de Jesús, continuamente citaron las Escrituras para predicar, sustentar sus argumentos y desarrollar su teología (Hech. 1:15-17; 17:2, 3; 18:24, 28; Rom. 1:2, 17; 16:25, 26; 2:24; 3:4, 9-18; 4:17; 2 Tim. 3:15-17).
El concepto católico de tradición
De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, Cristo ordenó a los apóstoles predicar el evangelio, y para que “este evangelio se conservara siempre vivo y entero en la iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, ‘dejándoles su cargo en el magisterio’ (DV 7)”.[9] Así, se esperaba que “la predicación apostólica” se habría “de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos (DV 8)”.[10] A esta “transmisión viva llevada a cabo en el Espíritu Santo, es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, ‘la iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree’ (DV 8)”.[11] La Catholic Encyclopedia afirma que el Magisterio vivo de la iglesia es el que toma “los medios de transmisión” de la tradición (escritos de los padres griegos y latinos, concilios, monumentos, etc.) y busca en ellos “la expresión exacta del pensamiento vivo de la iglesia”.[12]
Según la Iglesia Católica, la tradición está en el mismo nivel de las Escrituras porque el NT así lo enseña: “Os alabo porque en todo os acordáis de mí y guardáis las tradiciones con firmeza, tal como yo os las entregué” (1 Cor. 11:2, LBLA); “Así que, hermanos, sigan firmes y no se olviden de las tradiciones que les hemos enseñado personalmente y por carta” (2 Tes. 2:15, DHH). El argumento es que en estos pasajes se les pide a los cristianos que retengan las verdades comunicadas por “tradición”, y no solo por las Escrituras. Según el Catolicismo, esto acaba con la Sola Scriptura.
Es indiscutible que durante los primeros años de la iglesia el evangelio se transmitió de forma oral (1 Cor. 15:3); luego, los apóstoles o sus colaboradores lo pusieron por escrito y lo enviaron a las diferentes iglesias (Col. 4:16; 1 Tes. 5:27). Ese mensaje escrito era inspirado por el Espíritu Santo (Juan 16:13; 1 Cor. 7:40; 2 Tim. 1:14), era autoritativo (Gál. 1:11, 12; Efe. 3:4, 5; 1 Ped. 1:12; 2 Ped. 3:15, 16; etc.) y se encontraba en armonía con el mensaje oral que se había dado (2 Tes. 2:15). Por esa razón, esos escritos apostólicos advertían contra la aceptación de mensajes espurios o la aparición de falsos maestros con una doctrina diferente de la que habían oído (Hech. 20:28-30; Tito 1:10, 11; 2 Tim. 2:17; 4:1-4; 2 Ped. 2:1-22; 2 Juan 1:1-7). Pedro denominó a esas falsas enseñanzas “herejías destructoras” (2 Ped. 2:1). Pablo también amonestó a los romanos: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos” (Rom. 16:17, 18). Y, cuando escribió a los Gálatas, llegó al punto de poner bajo anatema a cualquiera que “anunciare otro evangelio diferente” del que les había anunciado (Gál. 1:8, 9). Para Pablo, existía perfecta armonía entre su mensaje oral y el escrito, que nadie podía cambiarlo, ni ellos mismos, “ni aun un ángel del cielo”.
Por lo tanto, bien se puede decir que, en el siglo I, la Escritura y la tradición apostólica eran lo mismo. Cuando Pablo les pide a los creyentes que permanezcan en las “tradiciones”, no es otra que permanecer en las enseñanzas o “instrucciones” que les había entregado durante sus estadías evangelizadoras, enseñanzas que luego se pusieron por escrito en los documentos del NT. A su vez, la tradición católica difiere por completo de lo anterior, pues no solo consiste en un diverso, variado y algunas veces conflictivo conjunto de prácticas y enseñanzas reunidas a lo largo de los siglos, sino también continuamente contradice las Escrituras. Por lo tanto, la supuesta base bíblica para la teoría de la tradición católica sencillamente no existe.
Problemas con la tradición católica
Existe un notable parecido entre el concepto de revelación que tenían los fariseos en los días de Cristo y la doctrina católica de la tradición.[13] El fariseísmo afirmaba la existencia de una Ley escrita y una oral, provenientes del Sinaí, de las que se consideraban voceros.[14] El NT llama a esa tradición oral “la tradición de los ancianos” (Mat. 15:2), o “la tradición de los padres” (Gál. 1:14). Pero, lo más interesante es observar que Cristo, si bien mostró respeto por ciertas enseñanzas de los fariseos (Mat. 23:1-3), jamás se sometió a tradiciones que iban contra la Palabra de Dios, sino que las condenó como “mandamientos de hombres” (Mat. 15:9).
Para Jesús y sus discípulos, la ablución ritual de las manos carecía de base bíblica y no la practicaban,[15] razón por la cual los fariseos se quejaron (Mat. 15:1, 2; Mar. 7:1, 2, 5). En esa ocasión, Jesús les mostró que por su tradición quebrantaban el mandamiento de honrar al padre y a la madre (Mat. 15:3; Mar. 7:8), los acusó de invalidar “el mandamiento de Dios” (Mat. 15:4-6), y les recordó que una adoración que antepone las ideas humanas por encima de las Escrituras no tiene valor ante el Cielo (Mat. 15:7-9; Mar. 7:6-9).
Además de las evidencias presentadas, la tradición contiene otras limitaciones. El NT ejemplifica cómo una idea compartida a través de la tradición oral puede tergiversarse. En Juan 21:21 al 23 se lee que entre los discípulos se había extendido por tradición oral una inadecuada interpretación de las palabras de Cristo, en el sentido de que Juan no moriría, hasta que, como afirman Geisler y MacKenzie, el mismo Juan “desbarató esta falsa tradición en su autoritativo registro escrito”.[16]
La evidencia más clara de que la tradición oral no es confiable está en el hecho de que ella misma se contradice. Un ejemplo es el tema del milenio. Algunos padres como Papías de Hierápolis, Ireneo, Justino Mártir, Melitón de Sardis y Tertuliano creían que Cristo volvería y que reinaría mil años desde Jerusalén. Pero unos de los principales oponentes a esta idea fue Orígenes, quien enseñó que el milenio era alegórico. Hasta el año 396, Agustín aceptaba el milenarismo, pero luego enseñó que el milenio es todo el período de la iglesia.[17]
Otro ejemplo es la veneración de imágenes. Padres como Orígenes, Lactancio, Epifanio, Agustín, se opusieron a las imágenes en el culto. El Concilio de Elvira (¿? 300- 324), en su canon 36, también prohíbe esta práctica,[18] y Eusebio de Cesarea, cuando se enteró de que algunos expaganos habían hecho imágenes, incluso de Cristo, atribuyó esto al “uso pagano vigente entre ellos”.[19] Más tarde, Gregorio III favoreció las imágenes sin ninguna clase de atenuantes.[20] Finalmente, el Concilio de Nicea II, en 787, permitió la veneración de las imágenes y amenazó con excomulgar a los que se opusieran a esta práctica.[21] No existe consenso ni uniformidad en lo que el Catolicismo llama la tradición, pero lo más serio es que muchas veces contradice las Escrituras.
Conclusión
La Sola Scriptura no es un invento del siglo XVI, sino un principio que está en la Biblia. Por otro lado, no existe fundamento para el concepto católico de tradición. Aun así, para la Iglesia Romana es imposible abandonarla, pues, “si ella fuera a renunciar a la Tradición, el sistema completo se iría al suelo, ya que mucho de su doctrina y práctica no tiene otro fundamento”.[22]
En medio de este gran conflicto, los adventistas debemos tener presentes las siguientes palabras de Elena de White: “Pero Dios tendrá un pueblo en la Tierra que sostendrá la Biblia y la Biblia sola como regla fija de todas las doctrinas y base de todas las reformas. […] Antes de aceptar cualquier doctrina o precepto, debemos exigir un categórico ‘Así dice Jehová’ ”.[23]
Sobre el autor: Doctor en Teología y docente de Teología Sistemática en la Universidad Adventista de Bolivia (UAB).
Referencias
[1] H. J. Shroeder, The Canons and Decrees of the Council of Trent (Rockford, IL: Tan Books, 1978), p. 17.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica (Santo Domingo, RD: Librería Juan Pablo II, 1992), pp. 29, 31 [76, 84].
[3] Ibíd., p. 30 [82].
[4] “Tradition and Living Magisterium”, Catholic Encyclopedia, ver https://www.catholic.org/encyclopedia/view.php?id=11655 (consultado: 20 febrero, 2019).
[5] John T. Baldwin, “La fe, la razón y el Espíritu Santo en la hermenéutica”, en Entender las Sagradas Escrituras, pp. 19-32.
[6] José M. Martínez, Hermenéutica bíblica (Barcelona: Editorial CLIE, 1984), p. 23.
[7] Norman R. Gulley, Systematic Theology: Prolegomena (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2003), p. 321.
[8] Gleason L. Archer, Reseña crítica de una introducción al Antiguo Testamento (Grand Rapids, MI: Editorial Portavoz, 1987), pp. 75-86.
[9] Catecismo de la Iglesia Católica, p. 29 [77].
[10] Ibíd.
[11] Ibíd., pp. 29, 30 [78].
[12] “Tradition and Living Magisterium”, Catholic Encyclopedia, ver https://www.catholic.org/encyclopedia/view.php?id=11655 (consultado: 20 febrero, 2021).
[13] Daniel Carro, José Tomás Poe y Rubén O. Zorzoli, eds., Comentario bíblico mundo hispano: Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2001), t. 21, p. 210.
[14] Alfonso Ropero, Alfonso Triviño y Silvia Martínez, eds., Diccionario enciclopédico bíblico ilustrado (Barcelona: Editorial CLIE, 2016), s.v. “Tradición”, p. 1.557.
[15] Darrel L. Bock, Marcos, Comentario bíblico con aplicación NVI (Miami, FL: Editorial Vida, 2014), p. 323.
[16] Norman L. Geisler y Ralph E. MacKenzie, Roman Catholics and Evangelicals: Agreements and Differences (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1995), p. 195.
[17] Agustín, Ciudad de Dios, XX.
[18] José Vives, Concilios visgóticos e hispano-romanos (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1963), p. 8.
[19] Eusebio, História eclesiástica, VII, 18, 4.
[20] María Magdalena Ziegler Delgado, “¡Oh, Las Imágenes! El conflicto iconoclasta bizantino”, Revista de la SEECI, XIII, Nº 18 (2009), p. 53.
[21] Alfonso Hernández Rodríguez, “Iconoclasmo e iconodulia entre Oriente y Occidente (siglos VIII-IX)”, Byzantion Nea Hellás 30 (2011), pp. 77, 78.
[22] Ibíd.
[23] Elena de White, El conflicto de los siglos (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 653.