La primera razón por la cual debiéramos ser lentos y cuidadosos en juzgar a nuestros semejantes reside en que muchas veces desconocemos los hechos. Es fácil ser inducidos a error por conocer tan sólo una parte de la realidad, y en definitiva demasiadas veces no mostramos a los demás sino una parte de nosotros mismos. ¡Cuán poco seguimos el consejo dado por nuestro Señor: “No juzguéis según lo que parece!” (Juan 7: 4.)
El sacerdote Eli se dejó guiar por las apariencias y confundió a una mujer que oraba, con una ebria. ¡Cuánto reproche merece Eli! ¡Cuán poco se percató de la amargura de alma de esa pobre mujer, del esfuerzo perseverante de sus oraciones, del santo anhelo de su corazón de llegar a ser madre de un hijo que pudiera dedicar a Dios! El motivo de su juicio precipitado. Su celo por la pureza de la casa de Dios era correcto, pero su conocimiento era imperfecto. pues era incompleto.
El Cordero de Dios. Hace muchos años trabajaba cierto carpintero en el arreglo del techo de una iglesia, cuando repentinamente perdió el equilibrio y cayó. Paciendo allí cerca, había un cordero, sobre el cual cayó el cuerpo del carpintero, quien se salvó de una muerte casi segura, no así el cordero, que de resultas del golpe murió. En su gratitud el carpintero esculpió en una piedra de la entrada la figura de un cordero.
Toda verdadera iglesia de Cristo tiene aquel Cordero esculpido en las piedras de sus muros: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (S. Juan 1:29).
Las Marcas del Señor Jesús. Después de haber conquistado Persia y la India, Alejandro Magno anunció a su ejército veterano, en Opis, que las guerras habían concluido y que todos aquellos que lo habían servido bien, muchos de los cuales estaban heridos, llenos de nostalgia por sus hogares y debilitados por las privaciones, serían enviados de regreso a su patria, Macedonia. Tenía el propósito de cambiar su ejército macedónico- griego por otro de extranjeros y de estructura persa.
Al oír sus hombres este anuncio, levantaron un coro de protestas, diciéndole: “¡Te hemos sido útiles y ahora nos apartas! Toma tus soldados bárbaros. ¿Quieres conquistar el mundo con mujeres? Vayámonos todos. Quédate, con todos o con ninguno. ¿Por qué no consigues que tu padre Ammón nos ayude?”
Irritado por este motín, Alejandro descendió de la plataforma de la cual hablaba y puso a varios de los cabecillas bajo arresto. Entonces se volvió para hacer frente a su ejército insubordinado y lo arengó con un vibrante discurso que demostraba que no sólo era un gran militar sino un buen orador. Entre otras cosas les dijo:
“¿Puede alguien decir que mientras sufrió privación, yo no la sufrí también? ¿Quién de vosotros puede decir que sufrió más por mí que yo por él? ¿Quién tiene heridas? Que me las muestre y yo le mostraré las mías. Ningún miembro de mi cuerpo está sin heridas; no hay arma alguna de la cual no lleve alguna cicatriz. He sido herido por espada, por flecha, por proyectiles arrojados con catapulta. He sido herido por piedras y hasta he sufrido palos mientras os guiaba a la victoria y a la gloria y a la abundancia, a través de todas las tierras y mares, a través de ríos, montañas y planicies.”
Así, por sus heridas y cicatrices, Alejandro el Grande demostró a sus soldados su coraje, patriotismo y devoción personal.
De la misma manera el apóstol Pablo pudo deponer sus vestiduras y decir: “Traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús.” (Gál. 6:17.)
Y Religión. El casamiento de Mark Twain con la señorita Olivia Langdon demuestra cómo la incredulidad del esposo afecta a la fe de una esposa creyente. Esta señora era una sencilla y devota cristiana. En los primero- días después del casamiento daban gracias antes de comer y leían un capítulo de la Biblia diariamente. Pero pronto se abandonó tan buena práctica. Más tarde, la joven esposa confió a su hermana que había abandonado algunas de sus convicciones. Sus viajes por Europa acompañando a su esposo, las consideraciones filosóficas que había escuchado de labios de amigos de su esposo y de su esposo mismo, y la multitud de personas que ella había visto en sus viajes, todo eso sacudió su fe en la providencia de Dios. En cierto momento de gran pesar. Mark Twain le dijo a su esposa: “Livy, si te reconforta apoyarte en la fe cristiana, hazlo.”
Pero ella le contestó:
—No puedo, Youth (el nombre por el cual ella siempre llamó a su esposo), ya no tengo fe.
El pensamiento de que él hubiera destruido la fe de su mujer, aun cuando para él era sólo una ilusión, con frecuencia volvió a su alma con remordimiento en los días que siguieron. La más pura y la más alta convivencia del hogar sólo será posible si hay unidad de corazón, y fe en el amor de Dios y en su poder para conducirnos por la senda ascendente.