“Y mi esposa no hacía más que reírse”, decía el ministro amigo.
Alguien se ha referido al hecho de que el teléfono suena continuamente en la casa del pastor, y a las horas a veces inconvenientes en que lo hace. En el caso de este ministro, relataba la vez en que un miembro de la iglesia lo llamó a las cuatro de la mañana. La noche antes el pastor había tratado de hablar con ese miembro, pero se le informó que se hallaba de viaje y que regresaría en cualquier momento.
—Por favor, avísele que me llame cuando regrese —solicitó.
El hombre estuvo de vuelta cerca de las cuatro de la mañana, vio el mensaje que le habían dejado y llamó.
No es agradable despertarse con la campanilla del teléfono en las horas tranquilas y breves del descanso. Cuando se contesta a su requerimiento la mente se imagina todo tipo de posibilidades temibles. En el caso relatado la esposa del pastor se despertó algo sobresaltada, preguntándose quién llamaría a esa hora. Cuando se enteró del asunto y de su trivialidad fue cuando “no hacía más que reírse”.
Al oír eso pensé: “Afortunado el pastor que tiene una esposa que puede reír en un momento tal. ¡Cuántas se quejarían amargamente de la gente desconsiderada que llama a semejante hora a un pastor fatigado!”
Recuerdo la vez que invitamos a una pareja anciana muy apreciada para el almuerzo del sábado. Habíamos hecho el plan de sentarnos tranquilamente después de la comida para comentar algunos de los grandes temas de la Biblia. Pero nuestra invitación estaba destinada a crecer y multiplicarse.
Primero llamó la viejecita el jueves para decirme que su nieta la había llamado por teléfono para comunicarle que estaría con ella el fin de semana.
—Tráiganla con ustedes —le respondí.
Volvió a llamar el viernes.
—También viene Rosalina —dijo, refiriéndose a su otra nieta—. Tal vez sea mejor que nos quedemos en casa, porque ella vendrá con su novio.
—Que vengan ambos también.
Al día siguiente teníamos en la iglesia a un visitante de un país de ultramar. Curiosa por saber si alguien lo habría invitado a comer lo interrogué.
—No —fue su respuesta.
—Bien, venga a casa con nosotros, por favor. Nos resultará muy grata su visita.
—Con mucho gusto aceptaré su invitación —dijo—, pero el pastor Blanco fue quien me trajo desde N… ¿La invitación lo incluye a él?
—Por supuesto —respondí, y me puse a buscar al pastor Blanco.
—Gracias —dijo amablemente cuando lo invité—. Ha venido también mi esposa.
—Magnífico —y acepté el desafío una vez más. Al volverme para ir rápido a casa me encontré con mi hija.
—Mamá —comenzó—, Juanita vino a la iglesia esta mañana. ¿Podemos invitarla a casa a comer para que pueda ver cómo se guarda el sábado? (Juanita era una compañera escolar no adventista que se había interesado por asistir a nuestros cultos).
—Seguro que sí —le dije— pero tendrás que venir conmigo ahora para aumentar la comida.
Por fortuna tenía una buena cantidad de verduras para ensalada y en conserva, y requesón como para preparar un almuerzo para todos, y pronto nos hallábamos sentados —doce en total— disfrutando de un agradable momento. ¡Cómo nos reímos después de esa invitación que no cesaba de crecer! No pudimos tener la conversación que habíamos planeado con nuestros amigos, pero fue una ocasión grata que gozamos juntos.
Sí, a veces nos encontramos en toda suerte de situaciones imposibles, y algunas de ellas pueden molestarnos bastante, si permitimos que nos molesten. Tomémoslas como vengan, aceptemos el desafío que nos presenten y hagamos que todos, incluyéndonos nosotras mismas, se sientan felices.
Sobre el autor: Esposa de pastor, Angwin, California