Todas las familias tienen problemas; lo que cambia es la manera de enfrentarlos.

    Las peculiaridades de la vida del pastor, su esposa y sus hijos demandan la existencia de profesionales del área de la Psicología que se especialicen en atender esta clase diferente de personas y familias. En la República del Brasil, la doctora Claudia Bruscagin se ha destacado por su sólida producción académica vinculada a la experiencia clínica en la atención de familias pastorales.

    Doctora por la Pontificia Universidad Católica de San Pablo (PUC-SP), Claudia Bruscagin es vicecoordinadora de la especialización en Terapia de Parejas y Familia en la PUC-SO, y organizadora del libro Religiosidad y psicoterapia (2008), ganador del segundo lugar en el premio Jabuti (2009) en la categoría “Mejor libro de Educación, Psicología y Psicoanálisis”. Es autora de diversos capítulos en libros en el área de la psicoterapia familiar. Además de las actividades académicas, actúa como psicóloga clínica y conferencista en empresas, escuelas e iglesias.

Ministerio: ¿Cuáles son los principales impactos negativos de las demandas del trabajo del pastor sobre su familia?

    Dra. Bruscagin: Separar la vida particular de la vida “pública/pastoral” y encontrar el equilibrio es una tarea muy difícil. Los miembros de iglesia entran en contacto con el pastor por celular todo el tiempo, y demandan una respuesta inmediata. Los hijos pequeños se quejan porque el padre no se separa del celular y escuchan que dice que es por causa del trabajo. Muchas esposas protestan por soledad y por falta de una vida “normal”. Los esposos tienen muchas visitas o reuniones en horas de la noche, llegan tarde, cansados, desean quedarse “en su rincón”, con algún entretenimiento, y acaban yendo al dormitorio tarde en la noche. La mayoría de las esposas trabaja y se levanta temprano, con los hijos. En esa rutina, falta tiempo para conversar. Muchos pastores quieren evitar a la esposa el desgaste que produce los problemas de la iglesia y no comparten sus preocupaciones; por su parte, ellas sienten cuando las cosas no van bien, y no saber de qué se trata las angustia y aumenta la sensación de soledad e impotencia.

La familia pastoral tiene poca libertad para vivir libre de las expectativas y las exigencias de los miembros de las iglesias. ¿Cómo manejar esa intromisión velada?

    No creo que sea una intromisión velada; en general, es exageradamente explícita. “¿De qué área del departamento infantil va a cuidar su esposa?” “Su esposa ¿va a predicar aquí cuando usted esté en otra iglesia?” “Su hijo ¿ya es miembro del Club de Conquistadores?” Creo que el pastor, al llegar a una nueva iglesia, debe imponer límites correctos. Él es quien recibe un salario por pastorear a la iglesia; la esposa, como cualquier otro miembro, puede ayudar voluntariamente en las tareas de la iglesia. De esa manera, en la presentación de la familia pastoral, la manera en que el esposo presenta a la esposa es fundamental: debe destacar el nombre, su profesión, y en ese contexto puede indicar para qué actividades ella estará disponible. En relación con los hijos, debe presentarlos e informar a la iglesia, por ejemplo, que son pequeños y que, a veces, van a hablar en un volumen más alto, van a correr por la iglesia y que, por ejemplo, no les gusta que todo el mundo los esté besando y abrazando. Es importante que la iglesia los vea como niños normales. Esa imposición de límites demuestra el cuidado y el respeto que el pastor tiene hacia sus seres queridos. Posteriormente, si llegan quejas con relación a ellos, el pastor debe escuchar los dos lados y siempre proteger a su familia, independientemente de la posición que ocupe.

    Con esto no estoy queriendo decir que la familia pastoral sea “santa”, pero sí que debe ser protegida. Por ejemplo, los hijos necesitan saber que el padre cuidará de ellos en primer lugar y que, como padre, también va a corregirlos cuando sea necesario. Cuando los hijos y la esposa sienten que son prioritarios en la vida del pastor, las cosas fluyen con más tranquilidad.

Consejeros y psicólogos han enfatizado la necesidad que las familias pastorales tienen de desarrollar su lado emocional. ¿Cómo es posible realizar eso?

    Creo que la familia pastoral debe desarrollar su resiliencia; es decir, la capacidad de adaptarse bien cuando vivimos situaciones de crisis, traumas, tragedias, amenazas u otra fuente significativa de estrés.

     La resiliencia familiar se desarrolla cuando juntos pasamos tiempo de calidad y nutrimos intereses comunes. Cuando la familia se cuenta sus propias historias de vida, esos acontecimientos –difíciles o divertidos– van fortaleciendo la “complicidad” y la confianza de unos en los otros. La elaboración de costumbres familiares personalizadas (como festejar cumpleaños, modos de realizar el culto familiar, etc.) también contribuye para consolidar los lazos que los mantienen unidos. Además de esto, una familia fortalece su resiliencia cuando logra enfrentar sus problemas de manera proactiva, encarando la realidad y buscando medios efectivos, y no paliativos, para enfrentar las dificultades.

    En resumen, una familia resiliente responde positivamente a las condiciones de estrés de modo único, dependiendo del contexto, el nivel de desarrollo, la combinación de factores de riesgo y de su visión compartida.

¿Cómo evalúa los desafíos de las esposas de los pastores?

    Generalmente, la esposa del pastor carga un fardo muy pesado. Cuida de la casa, trabaja afuera, educa sola a los hijos la mayor parte del tiempo, es responsabilizada y criticada por el comportamiento de ellos; y además, sufre presión para que asuma una serie de actividades en la iglesia.

    Es necesario entender que ser esposa de pastor hoy es muy diferente de lo que era hace cincuenta años. Veo que algunas mujeres se casan con un pastor porque les gusta el ministerio, y hay algunas que se dedican más al pastorado que el propio marido. Algunos pastores se sienten bien con eso; pero otros, no. Ahí surgen conflictos. Sin embargo, la mayoría de las mujeres se casa con el hombre amado, que en este caso es pastor; como podría haber sido cualquier otra profesión. Cuando entienden lo que significa ser esposa de pastor, dejan en claro que “el trabajo es de él, no mío”.

    Otras se casan y, después de un tiempo, escuchan al marido decirles que siempre quiso ser pastor y que, entonces, necesitan dejar todo lo que tienen para ingresar en el seminario. En virtud de las dificultades financieras, algunas esposas necesitan trabajar de cualquier manera, lejos del apoyo de la familia paterna o de los amigos, teniendo que hacerse cargo de todo y apoyar “el llamado del marido”. Inevitablemente, algunas se sienten traicionadas. Cuando asumen un distrito quedan descolocadas, muchas veces sin profesión o sin poder ejercer aquella actividad para la que se prepararon. En este contexto desafiante, los hijos terminan siendo los más afectados.

    Por lo tanto, la esposa del pastor no puede ser más aquella “mujer sin nombre”. Tiene nombre, identidad, competencias, profesión, así como cualquier mujer casada. Ella va a participar de los trabajos en la iglesia como cualquier otro miembro de la congregación, no porque sea la “mujer del pastor”.

En la práctica, la esposa del pastor ¿puede gobernar las diversas demandas que se refieren a los aspectos familiares, profesionales y eclesiásticos?

    Ella va a lograr administrar todo eso si actúa en conjunto con el marido. De esa manera, la responsabilidad de cuidar de la familia debe ser compartida, en la medida de las competencias de cada uno. Eso no quiere decir que esa repartición deba ser exactamente un 50% para cada uno, sino que el matrimonio necesita desarrollar una actitud colaborativa.

    A pesar de esto, me llama mucho la atención el hecho de que algunas esposas no entienden que parte del trabajo del esposo se realiza en su oficina, en casa; es como si hubiera salido para trabajar. Porque realice home office no tiene que cuidar de los niños todos los días, todo el día o por un período fijo continuamente. Si saliera a trabajar afuera, ¿cómo manejaría esta situación el matrimonio?

    Además de esto, toda mujer necesita desarrollar su autonomía. Por eso, oriento a todas las mujeres casadas, independientemente de la profesión del marido, para que aprendan a manejar. Aunque no tengan dos autos, el matrimonio se puede organizar para disponer el uso del vehículo.

    También les recomiendo que realicen algún tipo de actividad física; de esa manera evitarán el agotamiento. El ejercicio físico es fundamental para disminuir la ansiedad y la depresión, para mantener el peso y para dormir mejor. Con disciplina, veinte minutos de caminata al aire libre cuatro veces por semana, ¡ayuda mucho!

El exceso de trabajo por parte del pastor ha sido una de las principales causas de los problemas del matrimonio pastoral. ¿Cómo puede ser solucionado ese aspecto?

    Creo que sería muy útil que los pastores aprendieran más sobre administración del tiempo. Quien realiza home office necesita concentrarse y tener una dirección para el trabajo. Por otro lado, veo que entre los pastores existe un cronograma de actividades que, muchas veces, me parece un poco rígido: estudio durante la mañana, visitación y estudios bíblicos durante las tardes y las noches, y el lunes libre. Sin embargo, ¿solamente puede realizarse la visitación en el período vespertino y nocturno? ¿No hay posibilidades de flexibilizar el horario del estudio personal? Si la esposa y los hijos trabajan y estudian durante la semana, ¿cómo podrá utilizar el lunes –como día libre– con la familia? ¿Por qué no se planifica para que el día libre contemple a la familia en su conjunto?

    Otro problema es que algunos pastores son centralizadores y entienden que deben estar todo el tiempo trabajando con los miembros de iglesia. Para mí, eso demuestra sus dificultades en administrar el tiempo y el trabajo. Administrar no es hacerlo todo ni acompañar lo que se hace todo el tiempo. Es necesario saber delegar, aceptar maneras diferentes de realizar las tareas y confiar en la capacidad de los demás. Evidentemente, tampoco es entregar todo y solamente recibir noticias. Es necesario encontrar el equilibrio.

¿Cómo pueden los pastores ayudar a sus hijos a convivir con las expectativas que recaen sobre ellos por parte de los miembros de la iglesia?

    De hecho, ellos sufren mucha presión por ser hijos de pastor. Muchos miembros esperan que sepan todas las doctrinas, que respondan a sus dudas cuando no consiguen hablar con el pastor y que tengan una vida perfecta.

    En cierta ocasión, un miembro de iglesia cuestionó al hijo del pastor, de diez años en aquel momento, acerca del motivo por el cual el pastor lo había retirado de determinado cargo. ¡Eso no se hace! Los miembros de iglesia necesitan ser informados en el sentido de que no pueden descargar sus frustraciones eclesiásticas sobre los hijos del pastor, y que el pastor tomará las medidas necesarias para protegerlos. Por eso es importante, ya en la presentación de la familia pastoral a la nueva iglesia, que el pastor establezca los límites de protección para con sus seres queridos.

    Otra situación que ha llamado mi atención es el regreso de los hijos de los pastores a la casa de los padres después de haber terminado sus estudios universitarios. Generalmente, van al internado en la adolescencia y siguen sus estudios de enseñanza secundaria hasta terminar la enseñanza superior. Ya graduados, algunos regresan a la casa después de haber vivido durante un largo período, en que experimentaron los mayores cambios de sus vidas; los padres ya no saben cómo convivir con ellos. Además de sustentarlos en casa, los padres se encuentran con el modo de vida de los hijos; que en algunos casos, ya no se alinea más con el estilo de vida adventista. En ese contexto, muchos miembros de la iglesia van a ver, cuestionar y comentar lo que le sucede al hijo del pastor.

¿Qué consejos daría a los pastores para que ejerzan mejor su paternidad?

    He visto un gran número de pastores delegar en las madres el cuidado y la educación de los hijos. Pero ¡los hijos necesitan de ambos! El Mandamiento dice: “Honra a tu padre y a tu madre.” ¿A quién le fue dado el shemá en el antiguo Israel? ¿Qué dice el apóstol Pablo sobre el pastor y su familia? No creo que el llamado del Señor para el servicio de la iglesia sea una justificación para que el pastor no cuide de sus hijos.

¿Quién será el modelo de hombre para el hijo y para la hija? Por eso, para que el pastor ejerza bien su paternidad, necesita pasar tiempo de calidad con sus hijos.

    Algunos pastores buscan mantener una postura de personas “intocables”, incluso cuando atraviesen problemas. ¿Cómo debe tratar el ministro con las dificultades familiares? De hecho, en muchos contextos existe una negación en cuanto a que el pastor y su familia tienen problemas. Sin embargo, necesitamos enfrentar esa realidad: todas las familias tienen problemas. Lo que cambia es la manera en que se atraviesan las dificultades cuando se presentan. Huir de esa constatación solo potencia las consecuencias negativas. Además de eso, no podemos olvidarnos de que el enemigo ataca intencionalmente a las familias pastorales. Cuando una familia pastoral está perturbada por problemas con los hijos o entre el matrimonio, ¿dónde puede buscar ayuda? El pastor y su familia necesitan ser cuidados, protegidos y pastoreados también. Creo que los ministros deben tener más chances de estudio y crecimiento personal, estar en lugares en que puedan mantener en perspectiva que son seres humanos como cualquier otra persona, y poder contar con la ayuda de psicólogos cristianos y pastores que los auxilien en sus luchas particulares.