El Dr. Amin Rodor nos cuenta sobre su reciente publicación, O Incomparável Jesus Cristo [El incomparable Jesucristo], y sobre el poder de la obra de Cristo en su vida.
Amin Rodor: Doctor en Teología, profesor jubilado.
Datos personales: Amin Américo Rodor, doctor en Teología, profesor jubilado de la Facultad Adventista de Teología del Centro Adventista Universitario de San Pablo, República del Brasil.
1. Función actual y tiempo de servicio:
Amin Rodor: Tengo la oportunidad de servir como profesor de Teología en la UNASP, Campus 2. Mi tiempo de servicio ahora ya supera los cuarenta años, incluyendo el período de estudios y actividades pastorales en los Estados Unidos de América y en Canadá.
2. Libros publicados:
AR: Si bien escribí muchos apuntes para clases, que todavía esperan recibir el formato de libro, como libro solo se publicó este: O Incomparável Jesus Cristo [El incomparable Jesucristo]. Otros capítulos están listos para un próximo libro, tal vez: O Surpreendente Jesus [El sorprendente Jesús].
3. Alguna información sobre O Incomparável Jesus Cristo:
AR: Ese libro se relaciona directamente con dos materias que enseño hace ya más de veinte años. La materia “Cristo y los Evangelios” representó el estímulo inicial, y también la clase de “Cristología”. Como predicador, escribí también una considerable cantidad de sermones sobre la extraordinaria persona de Jesucristo. Todo esto sirvió como oportunidades para la reflexión y la investigación. Mientras preparaba el libro, se me ocurrió incluir, al final de cada capítulo, una especie de apéndice, que titulé Para considerar. Esas secciones son una invitación para la meditación, que analizan, incrementan, amplían o expanden los temas de los capítulos.
Preguntas
Ministerio: Al contemplar a Jesucristo, ¿qué es lo que más lo conmueve, lo que le llama más la atención?
Amin Rodor: Jesucristo me impresiona por su singularidad: uno con nosotros, pero no uno de nosotros. El monogenes de Dios (Juan 3:16): “el único de su tipo”; “singular”; “exclusivo”; “raro”. Como señala Elena de White, él “es un hermano en nuestras flaquezas, pero no en poseer idénticas pasiones” (Testimonies, t. 2, p. 202). Me impresiona su método, que pasa por encima de todo lo que nosotros consideramos importante: apariencia, poder, dinero, posición, abolengo, cargos. A diferencia de nosotros, a él no le atraía el “trono” social. Nunca se valió de propaganda o de marketing con el fin de afirmar su posición. Nunca impuso nada a nadie. Nunca “doró la píldora”, para ser aceptado.
Jesús llega, también, a asombrarme por su accesibilidad. Disponía apenas de poco más de tres años para ejecutar la mayor misión de rescate del universo; no obstante, siempre estuvo disponible para quien lo buscase. Nunca lo vemos deprisa; nunca actuó como alguien demasiado importante, “distinguido” o sin tiempo para atender a las personas necesitadas. En la narración de los evangelios, Jesús se mueve con extraordinaria majestad y compostura. Tiene absoluto control de las circunstancias y del tiempo.
Nunca organizó un partido político ni se valió de estrategias, de “vitrinas” disfrazadas, para promoverse o generar visibilidad para sí. En sus días, estaban disponibles diversas alternativas sectarias: los fariseos, extremistas religiosos del judaísmo; los sofisticados y acomodados saduceos; los fisiólogos herodianos, parásitos del poder; los zelotes, revolucionarios radicales, o los escapistas esenios. Pero, Jesús no se afilió a ninguno de estos grupos. Se mantuvo distante. Él tenía su propia ética de servicio y de amor. Estos mismos “guetos” continúan hoy en vigencia, con otros nombres: desde los perfeccionistas, defensores de una noción patológica de la santidad, hasta los revolucionarios y subversivos “zelotes disidentes”. Pero, la práctica y la conducta de Cristo nos advierten que estas no son alternativas legítimas.
Creo que nadie que haya estado con él salió sin sentir un cosquilleo, intrigado con este sorprendente Jesús. Nadie podría inventar una persona como Jesucristo. Él está por encima de los más altos vuelos de la imaginación humana. En sus contactos, aun en las peores circunstancias, siempre estimuló a las personas a pensar. Era magistral en retirar a sus opositores de la platea y colocarlos en el palco, ayudándolos a reflexionar y ver las cosas desde otro ángulo, creando la posibilidad de cambio.
Así, Jesús me encanta en cada aspecto en que pienso en él. Leí hace algún tiempo que si sus mayores enemigos, Nietzsche, Marx y Freud, y podríamos agregar a muchos otros a la lista, lo hubiesen conocido realmente, si no hubieran sido sus seguidores probablemente habrían estado entre sus admiradores más fervorosos.
M: En su libro, Jesucristo es presentado como un especialista en los desaventajados humanos: personas heridas, excluidas, solitarias. En una época de extremo individualismo, esa buena noticia debe ser más enfatizada.
AR: Jesús desconocía la noción de clases. Sin elitismo alguno, ante sus ojos todos eran de extraordinario valor. Trataba con los lisiados, los ciegos y los leprosos como si fuesen príncipes. Sus “informes de evangelización” nunca atribuyeron mayor valor a personas como Nicodemo. En su sermón programático, en Lucas 4:16 al 30, los necesitados son el principal objeto de su interés. Jesús tenía un ángulo particular para ver a las personas. Él las veía no en términos de lo que eran, sino de lo que podrían ser; y probablemente decía para sí mismo: “¿Y por qué no?” ¿No sería extraordinario ayudar a las personas, como usted dijo, excluidas y heridas, a verse como objeto del interés divino?
En su ministerio en Galilea, Jesús aparece frecuentemente rodeado de los descalificados de sus días, considerados como los “irreligiosos”: enfermos, mujeres, niños, y un enorme conglomerado social conocido como “el pueblo de la tierra”, que él consideró con gran compasión, “porque estaban desamparados y dispersos como ovejas que no tienen pastor” (Mat. 9:36). Pensemos en el carácter humano de una afirmación de esa naturaleza, que llega a conmovernos. Todas esas personas eran marginales en el sistema social y religioso del judaísmo. Todas ellas tenían un denominador común, a todas les faltaba alguna cosa: salud, recursos, aceptación, oportunidades en la vida.
En relación con esto, hay todavía otro aspecto sorprendente en la Persona de Jesús. Él no escogió, para formar su núcleo inicial, a ningún rabino, fariseo, saduceo o sacerdote. ¿Ya hemos pensamos en esto? Nadie del estamento religioso. Es casi imposible no concluir que ese es su juicio sobre el judaísmo institucionalizado. Él pasa por encima de las celebridades religiosas de la época, del Templo, de las sinagogas, y se revela a los menos probables. Escoge como “asesores” inmediatos a quienes no tenían “perfil”: pescadores, recaudadores de impuestos y campesinos comunes. Esto aparece como un golpe devastador en el institucionalismo de la época, que se había corrompido totalmente. Jesús desenmascaró a la nobleza religiosa como ladrones e hipócritas, expuso la apostasía de ellos y los reprendió públicamente por la bancarrota espiritual de su religión, condenando el engaño del judaísmo.
No obstante, debemos recordar que, al recibir a los menos probables, Jesús está diciendo que todos son invitados. Nadie es excluido, a no ser los que se excluyen. “Si puedo trabajar con esos improbables”, parece estar diciendo, “puedo trabajar contigo también”. ¿No es extraordinario? Sin duda, deberíamos hoy no solamente decir sino también ejemplificar para los excluidos y los marginales que ellos son el objeto del amor de Dios. Decir con palabras y acciones, individuales y corporativas: “Tú cuentas. Tú vales tanto que si Dios colocara en ti una etiqueta con el precio, el número sería tan grande que nadie sería capaz de leerlo”.
M: ¿Afirma usted que la creencia de que podemos vencer sin Cristo nuestras imperfecciones tiene el mismo efecto alienante que el pecado, que destruye la relación con Dios?
AR: Antes de comentar esto, me gustaría enfatizar que cualquier persona que sostenga una noción de “gracia barata” no comprendió el significado bíblico de la justificación. La norma divina para el carácter es mucho más elevada de lo que cualquier fariseo, antiguo o moderno, pudiera imaginar. La verdadera justificación no disminuye el imperativo de la santificación o la perfección bíblicas. La misma gracia que trae salvación permite la victoria sobre el pecado. Así, ninguna duda cabe respecto del llamamiento divino a la santificación, sin la cual nadie verá a Dios (Heb. 12:14).
Sin embargo, no es la santificación bíblica de la que hablan los perfeccionistas. Desde M. L. Andreasen, predomina entre la periferia radical del adventismo la idea de una generación que alcanzará la impecabilidad absoluta: un retorno a la condición del Edén antes del regreso de Cristo; lo que, precisamente, es visto como la condición para el segundo advenimiento. Con todo, la santificación no puede ser confundida con la glorificación, porque ahí se torna patológica. A. L. Hudson, que estudió los efectos negativos, entre los adventistas, de la noción de una generación absolutamente impecable, observa que, para estos, ellos se volvieron tan justos al punto de no necesitar más de Cristo. Y concluye que “esto ha conducido a muchos a la justicia propia, o al más absoluto desánimo”.
La idea se volvió tan obsesiva entre los perfeccionistas que Robert Wieland, dirigente de uno de los ministerios independientes estadounidenses, llega a afirmar que “el segundo advenimiento es imposible, a menos que los cristianos alcancen la perfección absoluta, y Cristo deje de ser el sustituto de ellos”. Es en este contexto que digo que, en este caso, la santificación termina generando el mismo efecto que el pecado: separarnos de Cristo. La idea es defendida utilizando erradamente textos de Elena de White fuera de su contexto histórico y teológico, leyendo en estos pasajes de la voz profética para los adventistas significados que no están allí.
Parece que muchos están compitiendo con Cristo, como si la salvación fuese por imitación. Otros hablan de “vencer como Jesús venció”, olvidando que nosotros no vencemos como Cristo venció, sino porque él venció. Hay quienes consideran que deben acumular un exceso de justicia para un tiempo específico, cuando estarán dependiendo del valor propio, de su propio poder, independientes de Cristo. Trágicamente, el perfeccionismo transformó el “desarrollo del carácter” en un sustituto de Cristo.
Tal teoría es un grosero engaño, porque niega un concepto bíblico fundamental y clave: que la esencia del cristianismo es la conexión con Cristo, como está claro en innumerables afirmaciones de sus labios, como: “Permaneced en mí, y yo en vosotros […] porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:4, 5). La verdadera santificación no significa acumular suficiente santidad al punto de separarnos de Cristo. Al contrario, precisamente significa progresiva dependencia de él. En todas las experiencias de personas que pensaron que podían vivir sin Cristo, desde Adán y Eva hasta hoy, el resultado sería cómico, si no fuese por lo trágico. Para John Wesley, la enseñanza de la “santidad vicaria”, esto es, que la santidad sustituye a Cristo, es “la obra principal del diablo”. Los que piensan que la santificación los vuelve progresivamente independientes de Cristo, no se están volviendo más santos, sino apenas más fariseos.
M: En la época de Jesús, la autoestima era en gran parte determinada por lo que usted llama “desempeño religioso”. ¿Ya superamos esa tendencia?
AR: La arrogancia y la pretensión de la humanidad caída son muy fuertes en nosotros, a tal punto que, si fuese posible, convertiríamos a Dios en inseguro de sí mismo. En los días de Cristo, había en el fariseísmo diversas expresiones de estos “santos”. Estaban los “fariseos de hombreras”, vanidosos de sus buenas obras. O los “fariseos corcovados”, que aparentaban humildad pero, en el fondo, estaban orgullosos de sus realizaciones. El perfeccionismo es la encarnación moderna del espíritu farisaico, que juzga como inferiores a todos los que no se ajustan a sus normas. Lo curioso es que Jesús fue considerado por los antepasados del perfeccionismo como “liberal” o “irreligioso”, por descartar todas las reglas y las minucias de la religiosidad superficial de ellos. Los fariseos de hoy no son muy diferentes, y confunden la verdadera santificación con el estilo de vida.
A los perfeccionistas les gusta “probar” su teoría citando a Elena de White, en Palabras de vida del gran Maestro, la página 47: “Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos”. Todo el contexto, sin embargo, deja en claro que “reproducir perfectamente el carácter de Cristo” nada tiene que ver con el desempeño religioso o el estilo de vida, sino con el espíritu de servicio y de amor que caracterizó la vida de Cristo. En la misma página, Elena de White habla de la necesidad de no centralizarnos en el yo. “Habéis de olvidar vuestro yo, y tratar de ayudar a otros […]. A medida que recibáis el Espíritu de Cristo –el espíritu de amor desinteresado y de trabajo por otros–, iréis creciendo y dando frutos. Las gracias del Espíritu madurarán en vuestro carácter […] vuestro amor se perfeccionará. Reflejaréis más y más la semejanza de Cristo en todo lo que es puro, noble y bello”. Lo irónico es que el perfeccionismo, como lo señala D. M. Baillie, es precisamente lo opuesto a esto: se centra en el yo, en “el desarrollo del carácter”, en “la justicia propia” y en “cuán buenos y santos ellos ya llegaron a ser”, comparándose con los demás. Concentración en el yo; precisamente aquello de lo que debemos librarnos.
En la página 316, Elena de White menciona: “En el corazón de los que profesan seguirlo, se necesita la tierna simpatía de Cristo”. Y añade: “La plenitud del carácter cristiano se alcanza cuando el impulso de ayudar a otros brota constantemente de adentro”. Curiosamente, todavía en el mismo libro, en la página 342, Elena de White, al hablar del último mensaje que ha de ser proclamado, nada menciona en términos de estilo de vida farisaico. Para ella, “los últimos rayos de luz misericordiosa, el último mensaje de clemencia que ha de darse al mundo, es una revelación de su carácter de amor. Los hijos de Dios han de manifestar su gloria. En su vida y carácter han de revelar lo que la gracia de Dios ha hecho por ellos”. Desconcertantemente para los perfeccionistas, “reproducir el carácter” no tiene absolutamente nada que ver con sus énfasis legalistas.
M: En su libro, se afirma que si la justificación por la fe no fuere bien entendida, podría transformarse en otro tipo de obra. Por favor, explique cómo ocurre eso.
AR: Hemos enfatizado tanto la frase “justificación por la fe” que terminamos perdiendo de vista que el elemento central de la justificación no es la fe, sino la gracia. Muchos tienen fe en la fe; o piensan que la fe es algo que ellos tienen que producir. La fe es apenas un instrumento, por el que nos apropiamos de la justicia de Cristo. Efesios 2:8 aclara: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”. Entonces: a) El fundamento de la justificación es la gracia, no la fe. b) La fe no es autogenerada; también es un don. “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Rom.10:17). c) La fe no vale por su cuantía, sino por su fundamento: Jesucristo. Muchos tienen mucha fe: fe en el dinero, en la apariencia, en el prestigio, en la posición y los títulos, en sus obras, en su carácter, en su propia santificación. Mucha fe, pero en todos estos casos el fundamento es falso. d) La fe no es meritoria en sí misma. Como indica Elena de White: “Por la fe recibimos la gracia de Dios, pero la fe no es nuestro salvador”.
M: Al costado del camino, el ciego Bartimeo vio en Jesús al Mesías. ¿Qué necesita la ciega Laodicea (Apoc.3:17) ver hoy en Cristo?
AR: Ese texto bíblico no deja ningún espacio para cualquier vanidad, orgullo o congratulación propia. Ignacio de Antioquía, en una bellísima fórmula, afirmaba: Ubi Christus, Ibi ecclesia; esto es: La iglesia debe estar donde está Cristo. Apocalipsis 3:17 sugiere, en cambio, que Cristo y Laodicea están en lugares diferentes. Estar donde está Cristo significa que la iglesia debe obtener su misión, mensaje, métodos y motivación del Maestro.
Según Elena de White, “un reavivamiento de la verdadera piedad entre nosotros es la mayor y más urgente de todas nuestras necesidades” (SC 53). Un gran obstáculo para el reavivamiento es que, la mayoría de las veces, sabemos una cosa y hacemos otra. ¿Por dónde iniciar el reavivamiento? Comenzando, por la gracia de Dios, a vivir aquello que sabemos que es su voluntad para nosotros. Piense en lo que eso comprende. ¿Queremos realmente admitir lo que debe cambiar? Leonard Revenhill, en su libro Why Revival Tarries [Por qué demora el reavivamiento], señala otro aspecto de nuestra pobreza y ceguera: “Herida de pobreza en muchas áreas, como la iglesia se encuentra hoy, en nada es tan pobre como en la oración. Tenemos muchos que organizan, pero pocos que agonizan; muchos cantores, pero pocos intercesores; mucha apariencia, mas poca insistencia; muchos convencidos, pero pocos convertidos; muchos informados, pocos transformados […]. Fallar en la oración es fallar en todo lo demás”. Como en el caso de Bartimeo, Jesús acude frente a nuestra ceguera con una desconcertante pregunta: “¿Qué quieres que te haga?” La visión tiene un precio; a menos que entendamos eso y queramos genuinamente su intervención, ningún milagro de reavivamiento sucederá.
M: En el último capítulo, “¿Quién es el mayor?”, usted reflexiona sobre el orgullo y la sed de poder, aun dentro de la iglesia. ¿Necesitamos volver a aprender algunas lecciones básicas?
AR: Friedrich Nietzsche, el filósofo alemán que ejerció enorme influencia sobre Adolf Hitler, creía que el deseo de poder es una orientación básica de los hombres. El poder, en sí, nos fascina en nuestra búsqueda de reconocimiento y autoafirmación. A esto se suma aquello que el poder abarca, los llamados “beneficios del poder”. Todo eso representa una enorme apelación a nuestras fantasías y vanidades. En palabras y acciones, Jesús modeló la única alternativa para la comunidad que él estableció: “Grande es el que sirve”. A lo largo de la historia, sin embargo, esas palabras de Cristo tuvieron el efecto de un trazo en el agua, y el cristianismo fue manchado por el comportamiento de muchos “estadistas de iglesia”.
Líderes aferrados al “éxito” en términos seculares y al deseo de “visibilidad” se valen de estrategias, manipulaciones y medidas políticas para alcanzar o para mantenerse en posiciones consideradas de poder. Eso puede servir de gratificación para las fantasías humanas, pero finalmente es un escarnio y una deshonra para el nombre de Cristo. De ese modo, terminamos haciendo exactamente lo que el mundo hace y honra. El “éxito” es el alcohol de nuestro tiempo. Pero, Jesús se rehusó a aceptar esas normas precarias de éxito y de grandeza. En Lucas 22:24 al 26, responde a los discípulos que querían estar a su “derecha y a su izquierda”, símbolos de posición y honra, diciendo que son los gentiles los que se comportan de esta forma. La palabra “gentil” es el término técnico utilizado aquí para “paganos”.
En otras palabras, la búsqueda de lugares de honra es un principio pagano. “Mas no así vosotros” es su extraordinario desafío. Grande, para Jesús, no es el que recibe honores y aclamaciones, el que “manda”, sino el que sirve y ministra. La iglesia de Cristo no conoce “gestores”, “ejecutivos”, insignias de “generales” o “comandantes” eclesiásticos. En la iglesia, todos deben actuar como siervos.
Debemos confrontar nuestras fantasías con la realidad. No hay seguridad en el “poder”, porque ese es un atributo del tiempo y de las circunstancias. Y, como el tiempo y las circunstancias cambian, el “poder” finalmente se pierde. El ejemplo y el estilo de liderazgo de Jesús, en su breve visita al planeta Tierra, marcó para siempre la vida de millones de personas que lo aceptaron. En apenas tres años y medio de vida pública, Jesucristo modeló los principios vitales del liderazgo, que trascienden el tiempo y el espacio. Él no tenía trono, siervos, guardaespaldas o ejércitos. Afirmó su liderazgo sobre la base de la amistad; y enseñó que los auténticos dirigentes tratarán de influir, en lugar de tratar de impresionar. C. S. Lewis observa que en tanto permanezcamos obcecados por pertenecer al “círculo del poder” permaneceremos “externos”, fuera del Reino de Dios.
M: Yendo al ámbito personal, si no fuese por Jesucristo, ¿qué sería de Amin Rodor?
AR: Jesucristo es el gran emancipador de la historia. De hecho, la liberación es uno de los mayores temas de las Escrituras. En Gálatas 5:1, Pablo afirma que “Cristo nos hizo libres”. Esta es mi comprensión personal de Cristo. Sin él, continuaríamos como esclavos de toda suerte de “maestros” impostores, de las circunstancias y de los absurdos de la vida. Él no solamente nos libera de la servidumbre de nuestra naturaleza caída, sino también de nuestros miedos, de las supersticiones y los recelos; de las dependencias ostentosas. Nos libera de las tiranías y las máscaras humanas, de nuestras idolatrías, del gobierno precario de nuestras alegrías incompletas. Cristo nos libera de la cultura llena de ridículos ídolos y de modas. Nos ayuda a ver qué hay detrás de toda clase de apariencias. ¡Perderlo significa quedar reducidos a la dimensión de la nada absoluta! Jesucristo es el mayor punto de referencia. Para mí, Jesucristo es como el sol: él es el centro. Sin él, la vida no sería posible. Como el sol, él ilumina, da calor y transforma.
Sobre el autor: Diogo Cavalcanti: Redactor de la Casa Publicadora Brasileira.