Existen muchos relatos bíblicos en los que las acciones de Jesús son sorpresivas y fuera de lo común. Esto pasa frecuentemente en el Evangelio según Marcos. Allí encontramos varios relatos en los que aparece lo que algunos teólogos llaman “el secreto mesiánico”. Básicamente, Jesús realiza un milagro y luego les pide a las personas beneficiadas o a los testigos del hecho que no le cuenten a nadie lo que vieron. Es decir, que lo mantengan en secreto.
Hay varios ejemplos. Al sanar a un leproso, le ordenó: “no lo digas a nadie” (Mar. 1:44). Y cuando resucitó a la hija de Jairo, “les mandó estrictamente que nadie lo supiese” (Mar. 5:43). Más tarde, en la tierra de Tiro y Sidón, una multitud trajo un sordomudo para que Jesús lo curase. Luego de sanarlo “les mandó que no lo dijesen a nadie” (Mar. 7:36).
Es curioso que la última declaración de Jesús pidiendo discreción ocurra cuando los discípulos lo reconocen como Mesías por primera vez. En Marcos 8, Jesús les preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” (vers. 27). A lo que Pedro, sin duda expresando el sentir general, afirmó: “Tú eres el Cristo” (vers. 29). Al escuchar esta respuesta, Jesús “les mandó que aún no dijeran eso a nadie” (vers. 30).
¿Por qué Jesús pedía discreción a los testigos de sus milagros? Debemos tener en cuenta que los milagros de Jesús demostraban sin lugar a duda que él era el Mesías prometido, lo cual podía ser un problema, pues los judíos esperaban a un Mesías muy diferente a como era Jesús. Ellos querían a un conquistador que derrote a los romanos y reestablezca a Israel como un poderoso reino político. Esperaban un rey victorioso, mientras que el verdadero Mesías debía ser un siervo sufriente (Isa. 53). Jesús necesitaba explicar cómo sería realmente el Mesías antes de revelarse como tal. Por ese motivo, pidió discreción a sus seguidores hasta el momento en que les explicó que “el Hijo del hombre tenía que padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas. Que lo iban a matar, pero que después de tres días resucitaría” (Mar. 8:31). Luego de mostrar cómo sería el Mesías, Jesús ya no volvió a pedir a sus seguidores que mantengan en secreto sus milagros.
¿Por qué entender esto es importante? Porque Jesús no solo les explicó a sus discípulos cómo debía ser el Mesías, sino que también les explicó como debían ser los seguidores del Mesías. Luego de mostrar que el Mesías debía ser un siervo que da su vida para salvar a la humanidad, afirmó: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mar. 8:34). En otras palabras, seguir al Mesías Siervo, implica convertirse en un siervo. Seguir a quien da su vida abnegadamente por otros, implica entregar también la vida en servicio abnegado a los demás.
Esta es una idea que se repite en los Evangelios. Jesús dejó en claro que “si alguno quiere ser el primero, debe ser el último de todos, y el servidor de todos” (Mar. 9:35). Seguir al Mesías Siervo implica ser un siervo y esto aplica especialmente para los líderes cristianos. Quienes son dirigentes en la iglesia deben imitar la conducta de Cristo y servir a la iglesia, no esperar ser servidos por ella: “el Hijo del hombre tampoco vino para ser servido, sino para servir” (Mar. 10:45) y “los alumnos deben parecerse a su maestro” (Mat. 10:25, NVI).
Mantener fresca esta importantísima enseñanza de Cristo es un remedio preventivo al problema abordado por esta edición de la revista Ministerio. Seguir a Cristo, especialmente en funciones de liderazgo, implica servir a la iglesia, no buscar la promoción propia ni el bienestar de uno mismo. Al servir abnegadamente a la iglesia y al prójimo, no le damos cabida al egocentrismo. Al seguir a Jesús, abandonamos el yo. Sigamos al Mesías Siervo. Imitemos al Maestro.
Sobre el autor: Editor de la revista Ministerio, edición de la ACES