La explotación sexual, ya sea planeada o por accidente, en las relaciones profesionales se está convirtiendo cada vez más en motivo de preocupación. Un psiquiatra aborda el tema y hace una apelación a mantener las fronteras sagradas en las relaciones interpersonales.
Hace 20 años inicié mi trabajo como médico psiquiatra con la convicción de que las relaciones sexuales con los pacientes estaba fuera de consideración. Yo creía que todos los miembros de mi comunidad profesional respetaban esta norma. Los únicos médicos y terapeutas que la violaban, según yo pensaba, pertenecían a la categoría de los criminales y lunáticos.
Fueron necesarios diez años para que dejara de creer en el mito de los médicos piadosos. Me vi forzado a reconocer que dentro de mí mismo existía el fuerte deseo de que tal episodio prohibido se produjera, y quedé pasmado cuando supe que un psiquiatra que en el pasado fue mi consejero se había involucrado sexualmente con sus pacientes femeninos durante muchos años. Desde entonces he descubierto que la explotación o aprovechamiento sexual por parte de los hombres que tienen a mujeres bajo su cuidado o tutelaje es bastante común, y que un patrón de conducta notablemente similar en materia sexual es seguido no sólo por médicos y terapeutas masculinos, sino también por clérigos, abogados, maestros y jefes de trabajo en otras líneas ocupacionales.
Lo que he dado en llamar sexo en la zona prohibida —comportamiento sexual entre un hombre y una mujer que está bajo su cuidado en una relación profesional— puede ocurrir en cualquier momento que una mujer confía aspectos importantes de su bienestar físico, psicológico o material a un hombre que tiene autoridad y poder sobre ella. (Las mujeres que tienen poder sobre los hombres pueden explotarlos también, pero la balanza del poder se inclina abrumadoramente más bien en la otra dirección, por lo cual tales situaciones representan un pequeño porcentaje de casos de abuso sexual.) Dado que estas relaciones invitan tanto a hombres como a mujeres a cifrar en ellas sus más grandes esperanzas, deseos, fantasías, y pasiones, son especialmente vulnerables al abuso y pueden dañar severamente a ambas personas que participen de ellas.
Mi encuentro con Mía
Yo perdí mi inocencia profesional durante un incidente que me ocurrió súbita y peligrosamente en la inviolable privacidad de mi primer consultorio psiquiátrico, cuando sentí que las barreras psicológicas que me protegían del sexo prohibido se derrumbaban.
Sucedió una noche oscura y lluviosa cuando una paciente, a la que llamaré Mía, llegó a mi consultorio con el propósito inconfeso, no planeado, pero sumamente fuerte, de ofrecérseme sexualmente.
Mia era una mujer alta, de cabello oscuro, de 25 años, cuyo brillante atuendo y paso vivo ocultaban su severa depresión crónica. La vida no le había deparado más que carencias y pérdidas, tenía vagos recuerdos de un posible abuso sexual por parte de un hermano mayor, y durante un tiempo había fluctuado entre la vida callejera y el abuso de drogas. Durante los cinco meses en los que había sido mi paciente identificamos su inclinación a intimar-sexualmente con los hombres de forma más bien rápida, porque sentía que no tenía otra forma de mantenerlos interesados en ella.
Sin embargo, Mia nunca había actuado en forma seductora conmigo. Pero esa noche, sin previo aviso, sentí su sexualidad dirigida hacia mi desde el momento en que entró al consultorio, con una intensidad que nunca antes había experimentado.
Mia se dirigió a la silla donde se sientan los pacientes, pero no permaneció allí. Mientras hablaba, contando entre lágrimas el humillante rechazo que había sufrido de parte de un hombre con quien había estado saliendo, se deslizó de la silla y se sentó en la alfombra con las piernas cruzadas delante de mí. La postura sexual se hizo más evidente cuando levantó la cara para verme, preguntándose a través de sus lágrimas si los hombres siempre la usarían y después se desharían de ella. En su desesperada necesidad de consuelo Mia comenzó a acercárseme, rozando sus pechos contra mis piernas y comenzando a hundir su cabeza en mi regazo. Al volver a desempeñar su papel de víctima todo lo que necesitaba era mi participación.
En todo mi entrenamiento profesional, nada me había preparado para este momento. Me quedé helado, inmóvil, sin alentarla ni detenerla. Estaba dominado por una mezcla intoxicante de la libertad y el peligro ilimitados que experimentan los hombres cuando la sexualidad prohibida de una mujer se les ofrece. También sentí que si seguía adelante con este encuentro sexual podía contar con Mia, una víctima bien entrenada, para guardar nuestro secreto ilícito.
Sin embargo, otra parte de mí se rehusaba a participar de esta intriga sexual. Esta otra parte estaba tratando de comprender lo que ocurría en el interior de Mia, y buscaba una forma para poder ayudarla.
Hice una decisión en ese momento: le pedí a Mia que volviera a su asiento. Ya en nuestros respectivos asientos comenzamos la exploración terapéutica de la forma en que estaba transmitiéndome su enfermedad, su comportamiento autodestructivo, en la única forma que ella conocía: repitiéndolo conmigo.
Comprendí que en el momento crítico la senda que seguiríamos no dependería de ella, sino de mí. Yo sabía que a fin de encauzarla hacia el lado saludable debía luchar contra algunos elementos típicamente masculinos de mi sexualidad que estaban más que listos para aceptar la ofrenda autodestructiva de Mia.
Cómo se deterioran las fronteras
A través de esta experiencia descubrí cuán apasionada y disolvente puede llegar a ser la atmósfera erótica en las relaciones en que el hombre tiene la autoridad y la mujer pone su confianza y su esperanza en él. Comprendí que tener relaciones sexuales con las pacientes no estaba fuera de consideración, después de todo. De hecho, estaban más fácilmente disponibles y eran más poderosamente seductoras de lo que jamás habría admitido.
Día tras día nosotros los hombres nos sentamos en inviolada privacidad con mujeres que nos admiran, confían en, y dependen de, nosotros.
Hay una constante atracción hacia una mayor intimidad. Las mujeres que consultan a los abogados, especialmente en casos de divorcio o custodia, por lo general descubren ante ellos los detalles más íntimos de sus vidas. Un maestro o profesor puede atraer la atención de una mujer por su habilidad para fomentar su desarrollo intelectual o profesional. Un médico tiene acceso instantáneo al cuerpo desnudo de una mujer y, así, al sentido de identidad que ella experimenta a través de su cuerpo. Los terapeutas y los clérigos invitan a las mujeres que están bajo su cuidado a compartir sus secretos, sean sexuales o de otro tipo, que nunca descubrirían ante nadie más.
Al trabajar con una mujer por algún tiempo, se desarrolla una familiaridad, y una confianza que comienzan a deteriorar las fronteras de las relaciones profesionales impersonales. Ya sea abiertamente o no, estas mujeres a menudo dan a entender que las tratamos mejor de lo que ellas pensaban que un hombre sería capaz. En conclusión, de repente empezamos a experimentar intimidad y plenitud con estas mujeres, y muchas de ellas comienzan a sentir lo mismo respecto de nosotros.
Pero, mientras que las mujeres pueden conservar sentimientos muy profundos y apasionados sin ser necesariamente de índole sexual, los hombres, bajo las mismas condiciones, somos invadidos por imágenes de unión sexual. La norma que prohíbe el contacto sexual con estas mujeres puede parecer vaga y distante, e incluso olvidarse. De pronto todo parece tan fácil, tan mágico y a propósito para quitar la tensión, cruzar la frontera invisible y hundirse con la mujer en la pasión compartida.
Sin embargo, cada vez que me asaltan las fantasías sexuales acerca de una paciente, he descubierto, como ocurrió con Mia, que algo me detiene, no precisamente una norma, contra el contacto sexual, sino el sentimiento de que algo de gran valor se destruirá al cruzar la línea. Todavía me estremezco al pensar cuán cerca estuvimos esa noche de herirnos mutuamente.
La destructividad de la traición sexual
Porque hace daño. Aunque algunas estimaciones muy conservadoras sugieren que varios millones de mujeres han sido víctimas sexuales en relaciones de confianza, ninguna cifra puede siquiera aproximarse al costo humano real que representa el sexo en la zona prohibida. Siendo que los hombres controlan con tanta frecuencia el futuro de las mujeres, su bienestar físico, psicológico, espiritual, económico, o intelectual, la mera presencia de una insinuación indirecta de un hombre que tiene poder sobre ella, puede determinar su concepto de sí misma respecto de su femineidad como una fuerza que debe ser valorada y respetada, o como una mercancía que puede ser explotada.
Cuando la confianza se transforma en oportunidad sexual para el hombre que tiene autoridad, el daño puede ser aún peor. El la somete, y cuando la abandona, ella se siente con frecuencia demasiado herida como para poder ser feliz en otra relación. Es probable que se adapte al papel de víctima, repitiéndolo en otras relaciones, perdiendo cada vez más el respeto propio y el entusiasmo por la vida.
Una mujer también sufre serias heridas cuando resiste las insinuaciones sexuales de un hombre: él hace que resulte imposible para ella continuar con la relación, de modo que pierde un maestro, alguien que puede sanarla, un guía, un consejero. Esta pérdida condena a la mujer a pasar muchos años de su vida en la desesperación al no poder expresar su potencial en sus relaciones normales o en su trabajo.
El daño que un hombre se causa a sí mismo es con frecuencia imperceptible puesto que en el momento de la relación sexual prohibida puede convencerse a sí mismo de que está satisfaciendo una profunda necesidad. Con todo, al explotar a la mujer con el propósito de sentirse mucho más inmerso en la vida, abandona la búsqueda de lo que significa la vida interior. Cuando termina el breve momento en que el hombre vive la experiencia sexual en la zona prohibida, todavía está muy lejos del acceso a los recursos internos que su fantasía sexual representa.
¿Por qué los hombres, muchos de ellos profesionales, que han hecho un voto de no participar de tales comportamientos, intentan llevar a la práctica la fantasía del sexo prohibido? ¿Por qué muchas mujeres, que no tienen interés en iniciar una relación sexual, ponen en peligro su posición? Para comprenderlo, y a la postre modificar estos comportamientos, debemos tomar en cuenta los sentimientos que yacen ocultos dentro de todos nosotros, que hacen de las expresiones sexuales prohibidas algo tan difícil de resistir.
¿Por qué acceden las mujeres?
Todas las mujeres que se habían involucrado en relaciones sexuales prohibidas con quienes he hablado, describieron el inmensurable valor que la relación personal había alcanzado antes que cualquier insinuación sexual tuviera lugar. Todas concluyeron que habían accedido a la relación sexual a fin de preservar una relación que tenía extraordinaria importancia en sus vidas.
Un terapeuta, pastor, o maestro, puede ser el primer hombre en la vida de una mujer que la escucha, la alienta, y le enseña cómo desarrollar su propia fortaleza. Cuando una mujer siente que un hombre le reconoce su verdadero valor y dignidad, la relación adquiere una importancia vital para ella.
La mayoría de estas mujeres al tratar de describir las razones por las cuales se involucraron en una relación sexual ¡lícita con un terapeuta, pastor, o consejero, también mencionaron factores culturales en el proceso que las llevaron a obrar de acuerdo con los deseos sexuales de estos hombres. Ellas sentían que la fuerza de estos mensajes preexistentes que alentaron la condescendencia, al combinarse con su necesidad interior de seguir dependiendo de la extraordinaria promesa que esa relación ofrecía, preparó una trampa psicológica que fueron incapaces de resistir.
El lado oscuro del varón
El poder de la zona prohibida tiene tanto impacto en la psique del hombre como en la de la mujer. La fascinación de lo prohibido es tema central de la psicología sexual del varón. Cuando ocupa una posición de confianza, el hombre ordinario que siente una inclinación a cruzar las fronteras prohibidas, surge de debajo de la superficie donde la ética profesional lo había confinado.
Otro componente central del sexo en la zona prohibida es lo que yo llamo “el mito masculino con relación a lo femenino”: actitudes que determinan la forma como los hombres perciben a las mujeres y, dadas las influencias culturales, la forma en que las mujeres se ven a sí mismas.
Según el mito masculino, una mujer, por sobre todas las cosas, debería mostrar deferencia hacia el hombre. Incluso, ya mezclado con amor y respeto, su presencia como un valor internalizado por las mujeres pone las bases para la explotación.
Otro aspecto del mito masculino con relación a lo femenino involucra el tremendo poder sanador, nutricio y sexual que el hombre le atribuye a la mujer. El atribuirle estas facultades impulsa a los hombres, casi hasta el nivel de la desesperación, a la intimidad y hasta a entrar en el cuerpo o el alma de una mujer, permitiéndoles ignorar cualquier norma que pudiera estar involucrada. Si él es un profesional y ella está bajo su cuidado, puede permitirse a sí mismo creer que el poder erótico de ella es tan fuerte que anula toda su capacidad para negarse a tener una relación sexual con ella.
La mujer, mientras tanto, puede, o no, actuar en forma seductora. Si lo hace, es porque con frecuencia desempeña inconscientemente el papel que el mito masculino le atribuye. Por ejemplo, Mía se me ofreció porque se le había enseñado que no tenía nada de valor que ofrecerle a un hombre, excepto su sexualidad.
La conspiración mutua de los hombres
El mito masculino con relación a lo femenino aclara lo que aun hombres de principios miran en forma diferente cuando oyen acerca de cómo sus colegas explotan sexualmente a sus pacientes. Cuando tantos hombres comparten un deseo oculto esto conforma su comportamiento privado tanto como el modo en que se relacionan públicamente entre ellos.
Aunque la mayoría de los hombres que ocupan posiciones de confianza se comportan en forma moralmente aceptable, mantienen la esperanza, sin embargo, de que un día les ocurra a ellos. Cuando oyen que un colega ha tenido relaciones sexuales con una mujer en la zona prohibida, alimentan su esperanza como si los hombres que violan la zona prohibida representaran a todos los demás. A causa de esto, en lo íntimo no deseamos impedirles que tengan relaciones sexuales con las mujeres que tienen bajo su cuidado. Pero siendo que muchos hombres no pueden resistir la tentación prohibida, cada experiencia de contacto sexual genera una atmósfera nociva que debilita su resistencia.
Para todos nosotros, hombres y mujeres, profesionales o no, que nos relacionamos con el lado más oscuro de diversos problemas de índole sexual, este es un desafío muy difícil. Nuestras mentes racionales pueden tratar de ir en una dirección, procurando adaptar la realidad a modelos preexistentes, mientras que los otros lados, menos racionales, tienen barreras altamente permeables a la sexualidad. Lo que importa en la zona prohibida, sin embargo, no es tanto mantener sujetos los pensamientos impuros, sino mantener una barrera contra el contacto sexual de modo que el singular potencial de estas relaciones pueda realizarse.
Momentos que sanan
Siendo que tantas mujeres han sido heridas por la incontenible sexualidad de hombres que tienen poder sobre ellas, el potencial sanador de la negación a caer en lo mismo es enorme. No sólo se salva la mujer de ser explotada, sino que el momento reaviva para la mujer la promesa de que puede ser evaluada enteramente por lo que es al margen de su sexualidad. En estos momentos la vida toma un nuevo rumbo, y las heridas causadas por pasadas injurias así como la desesperanza acerca del futuro pueden ser sanadas.
Y cuando un hombre que tiene el poder de hacerlo se niega a considerar a su protegida como pareja sexual en potencia, descubre que puede recobrar enormes reservas interiores. Estos almacenes de potencia masculina son los que le ha arrebatado el mito de que sólo puede hallar renovación y alivio mediante la sexualidad de la mujer.
Elaine, de 34 años y Jorge de 46, que ahora son abogados asociados en San Francisco, se encontraron por primera vez hace seis años cuando ella fue asignada al bufete de él para hacer sus prácticas durante su cuarto año en la universidad. El quedó impresionado por el trabajo de ella, y ella, por la inteligencia y la actitud solícita de él. Sintiéndose apoyada por esa relación de trabajo, ya no albergó ninguna duda acerca de su intelecto y competencia y llegó a sentirse entusiasmada acerca de la vida y el trabajo como nunca antes. La admiración y el afecto mutuos, sumados al tiempo que trabajan juntos preparando casos hasta altas horas de la noche, presentaban muchas oportunidades para el flirteo; sin embargo, durante casi un año ninguno de los dos mencionó la posibilidad de las relaciones sexuales.
Pero antes de la graduación de Elaine sobrevino una crisis. Jorge tenía que decidir si le ofrecía trabajo o no en su bufete. Pero las cosas ya no eran tan sencillas. A estas alturas ambos sentían una poderosa atracción sexual entre ellos. Elaine sentía que el precio que tendría que pagar por un empleo sería involucrarse sexualmente con Jorge, y sentía que saldría perdiendo sea que consintiera o no: si no obtenía el empleo, perdería su relación vital con él; y si lo obtenía, quedaría inevitablemente empañado por una relación sexual ilícita.
Los sentimientos de Jorge por Elaine también lo tenían atado: Era evidente para él que, sobre la base de sus méritos, ella merecía el empleo. De modo que esperó que ella se retirara por su propia decisión para protegerse a sí mismo. Por otra parte, deseaba de todo corazón emplearla, pero sentía que sus motivos estaban afectados por sus sentimientos sexuales.
Esta crisis, al parecer insoluble, se resolvió una noche, mediante un momento sanador, silencioso y casi imperceptible, ocho días antes que Jorge hiciera su decisión final.
“Estábamos trabajando juntos muy tarde, una noche —dice Elaine— y yo le pregunté a Jorge qué pensaba en cuanto a mi empleo. Él dijo sencillamente que no había hecho su decisión todavía. Los dos estábamos silenciosos, y nuestros ojos se encontraron. Creo que por primera vez pude ver el dolor que sentía. En ese momento yo habría hecho cualquier cosa por él. Casi llegué a desear que me abrazara, sólo para que pudiéramos tener esa relación sexual que tan inevitable parecía”.
“Quedé asombrada, pero aliviada, cuando Jorge dijo que volviéramos a nuestro trabajo. Yo no creía que fuera posible que un hombre se sustrajera a una energía sexual de esa naturaleza. Desde ese momento sentí que si se me ofrecía el empleo, no estaría yo comprometida por ningún tipo de vínculo sexual. Era como si una fascinación se hubiera roto”.
Jorge recuerda el mismo momento: “La tensión me estaba volviendo loco esa noche. Sencillamente yo estaba listo para tomarla entre mis brazos. Pero cuando vi cuán indefensa estaba, súbitamente comprendí que Elaine era mi hija espiritual. Esto significaba que debía abandonar para siempre la idea de tener una relación sexual con ella”.
Jorge empleó a Elaine y continuaron trabajando juntos productivamente. Sus relaciones no van más allá de la oficina. Pero en su colaboración cotidiana ambos comprenden que la especial comunicación que hay entre ellos ha producido frutos que jamás imaginaron.
Desde que abandonó sus fantasías, Jorge dice que ha tenido acceso a una fortaleza y a una satisfacción interiores que nunca antes había conocido.
Elaine dice: “Cerca de un año después de lo sucedido, le pregunté a Jorge qué había sentido aquella noche. Y él me lo dijo. Por el simple hecho de poder hablar acerca de ello, sin correr el riesgo de despertar nuevamente los sentimientos sexuales, mostraba que nuestra relación había adquirido una dimensión de profundidad y honestidad totalmente nueva.
Estos momentos sanadores están a nuestra disposición en la vida diaria, dentro o fuera de la zona prohibida. Es cuestión de mirar siempre a nuestro alrededor para tomar un rumbo diferente que apenas si es perceptible. Cuando estamos listos para apelar a ellos, los recursos intactos, que están dentro de todos nosotros, estarán listos para responder.