Cómo encarar las creencias irracionales más comunes en el ministerio.

    En ocasiones, los miembros de iglesia atribuyen al pastor cualidades excepcionales y lo perciben como prácticamente inexpugnable a todo tipo de situaciones estresantes, desmotivación, desánimo, etc.

    Sin embargo, cualquier pastor sabe que, lejos de ser inexpugnables, en ocasiones somos especialmente vulnerables a alteraciones en nuestro funcionamiento emocional precisamente por nuestra función.

    En este sentido, puede ser útil analizar la propuesta del psicólogo estadounidense Albert Ellis (1913-2007), creador de la llamada Terapia Racional Emotiva. Su propuesta, después de años de experiencia clínica, consistió en aislar lo que él denomino “creencias irracionales” que se encontraban en la base de numerosos problemas psicológicos como la depresión, la ansiedad y otros trastornos emocionales.[1]

    Desde que estudié las ideas de Ellis, me di cuenta de que estas creencias fácilmente podían ser adaptadas a nuestra realidad como pastores. La propuesta en este artículo es analizarlas, y descubrir de qué forma la Biblia constituye el mejor antídoto contra todas ellas. Por ello, integrar el mensaje bíblico constituye una salvaguarda frente a las emociones negativas, empezando por la vida del propio pastor. A continuación, presento las creencias irracionales más comunes en el ministerio.

1 “El pastor necesita ser amado y aprobado por todos los miembros”.

    Todos hemos llegado por primera vez a una iglesia, y hemos sentido la ilusión de realizar un buen trabajo, generar un buen ambiente, conectar con todos los miembros, acompañarlos en su crecimiento espiritual y capacitarlos a todos para cumplir nuestra misión.

    Sin embargo, ese deseo de ser amados, aceptados y aprobados por todos y cada uno de los miembros es una expectativa inalcanzable y –por tanto– irracional. Si un pastor alberga ese pensamiento, pronto comenzará a experimentar frustración. ¿Por qué? Porque cada persona tiene una forma de ver el mundo; una forma diferente de expresarse, de percibir la realidad, de comentarla, de buscar participación y de mil cosas más. Por eso, lo normal en el ejercicio del liderazgo pastoral es que haya situaciones en las que no todo el mundo esté de acuerdo, surjan fricciones y el pastor reciba críticas de parte de la membresía.

    No es agradable; es cierto. Pero es normal. Si un pastor busca la aprobación de todos los miembros, con seguridad no podrá abordar situaciones complicadas que requieren de su intervención. O intentará realizar cambios que resulten impopulares, aunque sean necesarios. Y lo curioso es que al final, quedará igualmente expuesto a la opinión de los críticos que tanto pretendía evitar.

      ¿Qué antídoto presenta la Biblia para superar esta creencia irracional? Más allá de comprender que no podemos controlar lo que los demás sienten hacia nosotros (cf. Rom. 12:18: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres”), el mayor ejemplo lo constituye Jesús mismo.

      Jesús es Dios. Se encarnó como humano. Vivió una vida perfecta. No emitió ningún comentario que no fuese oportuno; ninguna opinión que no fuese acertada; ningún gesto que no fuese lleno de amor. Y, sin embargo, Jesús tuvo muchos críticos durante su ministerio. Hubo mucha gente que no lo aceptó. Y al final, lo terminaron matando.

    Descubrir e integrar la vida de Jesús, con todo lo que representa, como el “gran pastor de las ovejas” (Heb. 13:20), y aceptar que a pesar de todo hubo gente que lo criticó, nos ayudará a descansar en sus manos, entendiendo que no siempre recibiremos el aplauso de todos.

2 “Un pastor solo es bueno cuando es muy competente, autosuficiente y capaz de conseguir cualquier cosa”.

    Esta creencia irracional tiene que ver con expectativas irreales sobre las capacidades del pastor. Tradicionalmente, ser pastor ha sido una de las profesiones más polivalentes en nuestra iglesia. Hay pastores escritores, administradores, profesores, directores de institución, locutores, guionistas, directores de casas publicadoras, directores de hospitales, etc. Sin embargo, aunque alguien pueda estar cómodo en diversas funciones, ningún ser humano puede ser totalmente competente en todos los aspectos.

    Si un pastor entra en una lucha personal por el éxito en todas y cada una de las áreas del ministerio, quizá caiga en una continua comparación con otros ante los que se sienta invariablemente inferior. Y es que siempre hay alguien mejor en algo.

    Esto no significa que no debamos luchar por mejorar en todas las áreas, ni preocuparnos por hacer todas las cosas bien. Se trata, más bien, de aceptar nuestros dones, nuestras limitaciones o nuestras áreas de especial interés. Quizá no podamos tocar algún instrumento, pero nos encante predicar. Quizá no seamos buenos administradores, pero seamos buenos en la visitación y en el trato cercano con los miembros.

     Para evitar el alto riesgo de frustración en la que puede entrar el pastor que tenga esta creencia irracional, la Biblia presenta el principio de la excelencia. En Eclesiastés 9:10, dice el sabio: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas”. El Señor nos ha dado cualidades, dones y aptitudes diferentes a cada uno. Y nuestro ministerio está vinculado con esas virtudes. Lo mejor es esforzarse por desarrollarlas lo mejor posible, según esté en nuestras manos, pero lejos de la lucha desmedida por un “éxito total” mal comprendido.

3 “Determinados miembros de iglesia son ruines y malvados, y merecen ser castigados por ello”.

    Hay miembros de iglesia –igual que pastores– realmente complicados. En ocasiones, parece que tratan de fastidiar a propósito. Como si no tuviesen otra cosa que hacer más que generar problemas, exagerar opiniones o retorcer la realidad. Son personas tóxicas y suelen crear emociones muy negativas en torno a ellos.

     La reacción visceral de cualquier persona, incluidos los pastores, puede ser de enfrentamiento, cultivar una actitud negativa hacia ellos o desear que la vida “les dé su merecido”.

    Si bien es cierto que uno suele recoger en esta vida lo que va sembrando (Gál.6:7: “Todo lo que el hombre sembrare, eso ambién segará”), como pastores estamos llamados a dar un paso más. A no quedarnos en una primera emoción negativa como reacción a alguien, sino tratar de comprender a todos los miembros.

     Es muy positivo tratar de entender el porqué de este tipo de conductas. Intentar descubrir su punto de vista o motivación real. Y la verdad es que, si nos tomamos el tiempo suficiente como para indagar en la realidad de los miembros, detrás de alguien “complicado” en muchas ocasiones descubrimos infancias duras, padres exigentes, traumas infantiles, amistades peligrosas o desengaños que ayudan a comprender ciertas actitudes.

    No se trata de disculpar todo, pero sí de aplicar el antídoto que nos presenta el mismo Jesús en Mateo 7:1: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. Solo Dios conoce el corazón, la vida, el pasado y las motivaciones de la gente. Nuestra función no es juzgar, sino ayudar, comprender y restaurar.

4 “Que la iglesia no vaya por el camino que nosotros queremos es algo catastrófico”.

    A veces, como pastores, desarrollamos una visión clara sobre la iglesia que estamos pastoreando. Soñamos con determinadas actividades, ministerios o dinámicas, y hacemos todo lo posible para que nuestra visión pueda convertirse en realidad. Sin embargo, de una correcta visión a una creencia irracional hay una delgada línea que podemos traspasar.

    La realidad es que nuestra visión no es más que eso: una perspectiva de la realidad o del futuro. Si confundimos nuestra opinión con una “verdad universal” o como “la única forma” de que algo salga bien, estaremos comenzando a cultivar esta creencia irracional tan peligrosa. Cuando las cosas no salen como uno esperaba, está bien luchar por cambiarlas, buscar una mejora constante. Pero, cuando esto es imposible, o la mayoría de la iglesia elige otro camino, lo más sano es aceptar la realidad.

   El pastor que se entristece, frustra, o incluso enfada cuando las cosas no salen como había pensado o planeado tiene un alto riesgo de frustración.

    Una actitud mucho más madura y saludable es comprender que las cosas no siempre van a salir como nosotros queremos. Y eso no solo no es malo, sino además en ocasiones es lo mejor. Un texto de la Biblia que nos sirve de antídoto es Proverbios 14:12: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte”.

    Nuestra voluntad no es el único camino. Aceptar esto es un gran paso. Lo mejor es reconocer que podemos estar equivocados. O incluso sin estar equivocados, comprender que las cosas no siempre saldrán como deseamos.

5. “La desgracia humana viene del exterior y el pastor tiene poca o ninguna capacidad para controlarla o superarla”.

    Esta creencia irracional consiste en creer que los problemas siempre son externos a nosotros. En ocasiones podemos culpar a la iglesia, a los miembros, a la administración o a las circunstancias. El pastor que albergue esta creencia en vez de buscar formas de resolver la situación, actúa desde una actitud de víctima. Desde el rol del que “no puede hacer nada” para resolver la situación porque la culpa es “de los demás”.

    Es cierto que en ocasiones no podemos cambiar la realidad. Pero como dijo el psiquiatra Viktor Frankl, en su libro El hombre en busca de sentido: “La última libertad del hombre es elegir su propia actitud ante cualquier circunstancia”. De alguna manera, quien no se siente parte del problema no puede ser parte de la solución. Y en muchas ocasiones somos nosotros los que originamos los problemas o las dificultades (Sant.1:14: “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido”).

    No todo lo que ocurre es inevitable. No todo lo malo es ajeno a nosotros. Adoptar una actitud responsable y proactiva evitará al pastor caer en un victimismo paralizador dañino para la iglesia y su propio ministerio.

6. “Si algo terrible va a ocurrir o puede ocurrir en la iglesia, deberemos inquietarnos por ello y no dejar de pensar que puede suceder”.

    Esta creencia consiste en creer que hay un vínculo entre la preocupación del pastor y la solución de los problemas. Como si preocuparse por si algo va a ocurrir cumpliese en sí mismo una función positiva o inhibidora, y por lo tanto la primera función del pastor fuese esa: estar preocupado. Cuanto más preocupado, mejor.

    Una cosa es anticiparse a los problemas. Incluso tener planes de contingencia ante situaciones adversas que se puedan presentar. Sin embargo, la mayor parte de los problemas potenciales que percibimos ¡no ocurren!

    La realidad es que, más allá de hacer una correcta previsión, en términos objetivos no sirve de nada preocuparse anticipadamente por posibles problemas. Es más, en ocasiones la preocupación excesiva puede incluso contribuir a su aparición.

    El texto de Mateo 6:34 nos ayuda a vivir en el presente evitando las ansiedades por los afanes del futuro: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”. Es mucho mejor centrarse en resolver los problemas de hoy y dejar el futuro en manos del Señor.

7. “Es más fácil evitar que afrontar ciertas responsabilidades y dificultades en la iglesia”.

    En este caso, la creencia irracional consiste en una actitud existencial irresponsable que confunde evitar los problemas con la felicidad. Es cierto que hay situaciones difíciles que no es agradable afrontar. No es grato resolver problemas que implican tensiones entre miembros de iglesia. Por eso, en ocasiones hay pastores que viven sin abordarlos, evitando la confrontación y eludiendo las responsabilidades que le corresponden como líder espiritual.

    Sin embargo, esta actitud, aunque a corto plazo pueda ganar la simpatía de algunos miembros, a la larga profundiza los problemas, aumenta la crispación en la iglesia y genera desconfianza en todos.

    La experiencia demuestra que un ministerio feliz está vinculado con compromisos a largo plazo, objetivos difíciles y resolución temprana de los conflictos que vayan surgiendo.

    Para esta creencia, el antídoto que nos presenta la Biblia bien puede ser la actitud de David frente al gigante Goliat (1 Sam.17). Nos recuerda que, aunque los problemas parezcan muy grandes, el no hacerles frente no los resuelve (como ocurría como el ejército de Israel). Evitarlos no los hace desaparecer. Siguen ahí al día siguiente. La mejor actitud es enfrentarlos con valentía y en el nombre de Jehová de los ejércitos.

8. “El pastor debe depender de los demás, concretamente, de alguien más fuerte”.

    Esta creencia irracional por parte del pastor implica una actitud de excesiva dependencia hacia personas o instituciones.

    Es preciso definir el equilibro. Todos hemos aprendido de compañeros de más experiencia. Tener mentores espirituales, e incluso contar con la sabiduría de su opinión a la hora de resolver problemas, es una bendición. Y también es importante una sana relación de confianza con la Administración de la iglesia, que generalmente tiene una visión más amplia y completa de nuestro ministerio.

    Sin embargo, cuando esta actitud se convierte en una dependencia absoluta de los demás, el pastor deja de tomar decisiones y queda a merced de las opiniones de “los demás”, “los otros”, “los que mandan”. En vez de actuar, simplemente depende de opiniones o instrucciones ajenas para avanzar.

    La realidad es que cuanto más se depende de los demás menos se elige por uno mismo y de alguna forma se va perdiendo la individualidad, que es lo que nos define como personas y marca el carácter distintivo de nuestro ministerio.

    El pastor debe ejercer la suficiente confianza como para tomar decisiones, arriesgarse de la mano del Señor y avanzar confiando en la Providencia divina. En este sentido, el Salmo 37:5 nos recuerda: “Encomienda a Jehová tu camino”. No debemos encomendar nuestro camino a nadie más que no sea a Dios.

9. “Es inevitable que lo que nos ocurrió en el pasado siga afectándonos en el presente”.

   Esta creencia consiste en establecer un vínculo inevitable y directo con el pasado, de forma que todo nuestro presente está condicionado por él.

    De nuevo, es preciso equilibrar esta creencia. Una cosa es aprender de las experiencias vividas, en lo cual hay sabiduría. Ser consciente de los errores, y usar los recuerdos para tratar de repetir los aciertos y evitar los mismos fracasos.

    Sin embargo, creer que alguien no va a poder cambiar su presente por culpa de algo que ocurrió en el pasado implica privar al ser humano de la libertad, y privar a Dios de su capacidad de obrar milagros.

    En otras ocasiones incluso, el pasado es tomado como excusa para evitar afrontar los cambios que el presente necesita. “No puedo cambiar”. “Yo soy así”. “Esto no va a funcionar, ya lo he probado”. Son frases que impiden crear una nueva realidad.

     Al respecto, uno de los antídotos que presenta la Biblia se encuentra en Filipenses 3:13: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante”.

    La proyección hacia el futuro soltando el lastre del pasado es una actitud mucho más saludable y especialmente importante en la vida del pastor.

10. “El pastor deberá sentirse muy preocupado por los problemas y las perturbaciones de los demás”.

    Esta creencia es especialmente delicada en nuestro entorno. El pastor que lo es por vocación es capaz de dar su vida por las ovejas (cf. Juan 10:11). Se involucra, acompaña, cuida a los miembros y vive los problemas de los demás como relevantes e importantes.

    Sin embargo, la preocupación genuina por los problemas de los miembros se puede volver una actitud dañina en la que el pastor se pierda en “la vida de los otros”. Es un error traer los problemas de los demás al entorno familiar cotidiano de forma constante.

    Esta creencia distorsionada sobre la preocupación pastoral no es sana ni sostenible en el tiempo. Es preciso evitar el excesivo paternalismo a la hora de ayudar a los miembros de iglesia, e incentivar –en cambio– que las personas se responsabilicen por la resolución de sus problemas. Ellos y el Señor deben ser los protagonistas de su propia historia, y no alimentar posiciones de dependencia hacia el pastor, por agradables que le puedan resultar.

    Por otro lado, se pueden llegar a usar los problemas de los demás como una excusa –quizás inconsciente– para no afrontar los desafíos propios.

    Cuando el pastor realiza todo lo que está en su mano por alguien y aun así esa persona decide seguir manteniendo conductas negativas por voluntad propia, es preciso establecer una “distancia terapéutica” que permita seguir adelante con nuestro ministerio. Siempre ofreciendo ayuda, siempre con la mano tendida para cuando la persona decida usarla, pero conscientes de que cada uno es finalmente responsable ante Dios por las decisiones que vaya tomando en su vida. En otras palabras, el pastor no debe vivir la vida de los demás.

    Un texto que puede servir como antídoto se encuentra en Juan 21:22, cuando Jesús le dijo a Pedro que no se fijara en la vida de Juan, sino que se centrara en su propio llamado: “Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú”.

11. “Existe una solución perfecta para cada uno de los problemas de la iglesia”.

    La última creencia irracional consiste en una actitud rígida sobre las soluciones para nuestra realidad humana o eclesiástica. No existen soluciones perfectas de este lado del cielo. Al enfrentar un problema, hemos de pensar en las posibles opciones, pedir ayuda al Señor y reconocer que en ocasiones –lejos del ideal– solo queda elegir la opción “menos mala” de todas.

    Es mejor tener una actitud flexible y saludable. Comprender el carácter parcial y provisional de toda solución humana y seguir avanzando por fe hacia la resolución de todos los problemas, cuando Dios haga “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apoc. 21:1).

    Hasta aquí el análisis de estas creencias irracionales en las que todos podemos caer. El salmista clamaba: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos” (Sal. 19:12). Ojalá el Señor nos ayude a librarnos de ellos y podamos encontrar sanidad espiritual en la sabiduría de la Biblia.

    Sobre todo, querido colega, no te desanimes. Recuerda el mensaje de Pablo: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Cor. 15:58).

    Que el Señor te inspire, te libre de creencias irracionales y bendiga tu ministerio.

Sobre el autor: Director de posgrado en Teología en la Universidad Adventista del Plata, Argentina.


Referencias

[1] Albert Ellis y Windy Dryden, Práctica de la Terapia Racional Emotiva (Bilbao: Desclée de Brouwer, 1989), p. 17.